En la sala de trabajo tenemos unas mesas que nos llegaron
de un colegio. Estábamos trabajando sobre ellas y se me cayó un bolígrafo al
suelo; me agaché a cogerlo y, al levantarme, miré debajo del tablero de la
mesa. Nunca lo había hecho, y comprobé que había unos bultitos verdes, blancos
y rosas bordeandola....
Oh, oh... ¿Sabes qué eran? ¡Chicles! ¡Había chicles
pegados por todos los sitios! Y me quedé pensando en los chicles. El chicle no
se come, se mastica, y hay dos momentos en los que se saca de la boca:
1. Cuando pierde su sabor.
2. Cuando empieza la clase, una reunión... que no sabes
muy bien qué hacer con él y, como en el caso de la mesa... lo pegas donde buenamente
puedes para resolver el momento de emergencia.
Ahora pienso en el Señor, en cuántos momentos puedes
pensar que tu relación con Él ha perdido su sabor, que resulta inoportuno o
incómodo en el momento por el que estás pasando, convirtiéndole en ese "chicle"
que pegamos debajo de la mesa.
Pero Cristo nunca pierde su sabor y quiere permanecer a
tu lado en todo momento. Es el único capaz de colmar aquello que tanto anhela
tu corazón, de regalarte la Felicidad con mayúscula en tus circunstancias, en
tu ambiente. Puede que haga tiempo que le sacaste de tu vida porque se había
convertido en "chicle" para ti, perdiendo su sabor cargado de normas,
preceptos inalcanzables y carentes de sentido para ti. Miedos, heridas que no
le han dejado entrar.
¿Y si pruebas a tragártelo? Para que Cristo entre en tu
vida necesita que le "tragues", necesita entrar en ti y, desde ti, a
tu familia, a tu trabajo, a tus amigos. A base de rumiar es verdad que todo se
convierte en costumbre, en algo cultural, y pierde su sabor.
Hoy el reto del amor es que pidas al Señor que vuelva a
entrar en ti. Despégale de la mesa, deja que entre en ti. ¡ Siéntele vivo!
VIVE DE CRISTO
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