23/11/2018

El Reto del amor






por El Reto Del Amor

El reto del amor





por El Reto Del Amor

Leitura espiritual

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LA FE EXPLICADA 

Parte 1 El credo

CAPÍTULO PRIMERO 

EL FIN DE LA EXISTENCIA DEL HOMBRE

Jesús, en su presencia física y visible, se fue al cielo el jueves de la Ascensión. Sin embargo, ideó el modo de quedarse con nosotros como Maestro hasta el fin de los tiempos. Con sus doce Apóstoles como núcleo y base, Jesús se modeló un nuevo tipo de Cuerpo. Es un Cuerpo Místico más que físico por el que permanece en la tierra. Las células de su Cuerpo son personas en vez de protoplasma. Su Cabeza es Jesús mismo, y el Alma es el Espíritu Santo. La Voz de este Cuerpo es la del mismo Cristo, quien nos habla continuamente para enseñarnos y guiarnos. A este Cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, llamamos Iglesia.

Es esto lo que quiere decir el catecismo al preguntar -como nos hemos preguntado nosotros-: «¿Quién nos enseña a conocer, amar y servir a Dios?», y responder: «Aprendemos a conocer, amar y servir a Dios por Jesucristo, el Hijo de Dios, quien nos enseña por medio de la Iglesia.» Y para que tengamos bien a la mano las principales verdades enseñadas por Jesucristo, la Iglesia las ha condensado en una declaración de fe que llamamos Credo de los Apóstoles. Ahí están las verdades fundamentales sobre las que se basa una vida cristiana.

3 -
El Credo de los Apóstoles es una oración antiquísima que nadie sabe exactamente cuándo se formuló con las palabras actuales. Data de los primeros días de los comienzos del Cristianismo. Los Apóstoles, después de Pentecostés y antes de comenzar sus viajes misioneros por todo el mundo, formularon con certeza una especie de sumario de las verdades esenciales que Cristo les había confiado. Con él, todos se aseguraban de abarcar estas verdades esenciales en su predicación. Serviría también como declaración de fe para los posibles conversos antes de su incorporación al Cuerpo Místico de Cristo por el Bautismo.

Así, podemos estar bien seguros que cuando entonamos «Creo en Dios Padre omnipotente...» recitamos la misma profesión de fe que los primeros convertidos al Cristianismo -Cornelio y Apolo, Aquila, Priscila y los demás- tan orgullosamente recitaron y con tanto gozo sellaron con su sangre.

Algunas de las a verdades del Credo de los Apóstoles podíamos haberlas hallado, bajo unas condiciones ideales, nosotros mismos. Tales son, por ejemplo, la existencia de Dios, su omnipotencia, que es Creador de cielos y tierra. Otras las conocemos sólo porque Dios nos las ha enseñado, como que Jesucristo es el Hijo de Dios o que hay tres Personas en un solo Dios. Al conjunto de verdades que Dios nos ha enseñado (algunas asequibles para nosotros y otras fuera del alcance de nuestra razón) se le llama «revelación divina», o sea, las verdades reveladas por Dios. («Revelar» viene de una palabra latina que significa «retirar el velo».) Dios empezó a retirar el velo sobre Sí mismo con las verdades que dio a conocer a nuestro primer padre, Adán. En el transcurso de los siglos, Dios siguió retirando el velo poquito a poco. Hizo revelaciones sobre Sí mismo -y sobre nosotros- a los patriarcas como Noé y Abrahán; a Moisés y a los profetas que vinieron tras él, como Jeremías y Daniel.

Las verdades reveladas por Dios desde Adán hasta el advenimiento de Cristo se llaman «revelación precristiana». Fueron la preparación paulatina para la gran manifestación de la verdad divina que Dios nos haría por su Hijo Jesucristo. A las verdades dadas a conocer ya directamente por Nuestro Señor, ya por medio de sus Apóstoles bajo la inspiración del Espíritu Santo, las llamamos «revelación cristiana».

Por medio de Jesucristo, Dios completó la revelación de Sí mismo a la humanidad. Ya nos ha dicho todo lo que necesitamos saber para ir al cielo. Nos ha dicho todo lo que necesitamos saber para cumplir nuestro fin y alcanzar la eterna unión con el mismo Dios.

Consecuentemente, tras la muerte del último Apóstol (San Juan), no hay «nuevas» verdades que la virtud de la fe exija que creamos.

Con el paso de los años, los hombres usarán la inteligencia que Dios les ha dado para examinar, comparar y estudiar las verdades reveladas por Cristo. El depósito de la verdad cristiana, como un capullo que se abre, se irá desplegando ante la meditación y el examen de las grandes mentes de cada generación.

Naturalmente, nosotros, en el siglo XX, comprendemos mucho mejor las enseñanzas de Cristo que los cristianos del siglo I. Pero la fe no depende de la plenitud de comprensión. En lo que concierne a las verdades de fe, nosotros creemos exactamente las mismas verdades que creyeron los primeros cristianos, las verdades que ellos recibieron de Cristo y de sus portavoces, los Apóstoles.

Cuando el sucesor de Pedro, el Papa, define solemnemente un dogma-como el de la Asunción-, no es que presente una nueva verdad para ser creída. Simplemente nos da pública noticia de que es una verdad que data del tiempo de los Apóstoles y que, en consecuencia, debemos creer. Desde el tiempo de Cristo ha habido muchas veces en que Dios ha hecho revelaciones privadas a determinados santos y otras personas. Estos mensajes se denominan revelaciones «privadas». A diferencia de las revelaciones «públicas» dadas por Jesucristo y sus Apóstoles, aquéllas sólo exigen el asentimiento de los que las reciben. Aun apariciones tan famosas como Lourdes y Fátima, o la del Sagrado Corazón a Santa Margarita María, no son lo que llamamos «materia de fe divina». Si una evidencia clara y cierta nos dice que estas apariciones son auténticas, sería una estupidez dudar de ellas. Pero aun negándolas no incurriríamos en herejía. Estas revelaciones privadas no forman parte del «depósito de la fe».

Ahora que estamos tratando del tema de la revelación divina sería bueno indicar el volumen que nos ha guardado muchas de las revelaciones divinas: la Santa Biblia.

Llamamos a la Biblia la Palabra de Dios porque fue el mismo Dios quien inspiró a los autores de los distintos «libros» que componen la Biblia. Dios les inspiró escribir lo que El quería que se escribiera, y nada más. Por su directa acción sobre la mente y voluntad del escritor (sea éste Isaías o Ezequiel, Mateo o Lucas), Dios Espíritu Santo dictó lo que quería que se escribiera. Fue, por supuesto, un dictado interno y silencioso. El escritor redactaría según su estilo de expresión propio. Incluso sin darse cuenta de lo que le movía a consignar las cosas que escribía. Incluso sin percatarse de estar escribiendo bajo la influencia de la divina inspiración. Y, sin embargo, el Espíritu Santo guiaría cada rasgo de su pluma.

Es, pues, evidente que la Biblia no está libre de error porque la Iglesia haya dicho, tras un examen minucioso, que no hay en ella error. La Biblia está libre de error porque su autor es Dios mismo, siendo el escritor humano un mero instrumento de Dios. El cometido de la Iglesia ha sido decirnos qué escritos antiguos son inspirados, conservarlos e interpretarlos.

Sabemos, por cierto, que no todo lo que Jesús enseñó está en la Biblia. Sabemos que muchas de las verdades que constituyen el depósito de la fe se nos dieron por enseñanza oral de los Apóstoles y se han transmitido de generación en generación por los obispos, sucesores de los Apóstoles. Es lo que llamamos Tradición de la Iglesia: las verdades transmitidas a través de los tiempos por la viva Voz de Cristo en su Iglesia.

En esta doble fuente - la Biblia y la Tradición - encontramos la revelación divina completa, todas las verdades que debemos creer.

(cont)
Leo J. Trese

Quero entregar-me a Ti sem reservas!


Pedro diz-Lhe: "Senhor, Tu lavares-me os pés, a mim?!". Responde Jesus: "O que Eu faço, não o compreendes agora; entendê-lo-ás depois". Insiste Pedro: "Tu nunca me lavarás os pés!". Replicou Jesus: "Se Eu não te lavar, não terás parte coMigo". Simão Pedro rende-se: "Senhor, não só os pés, mas também as mãos e a cabeça!". Ao chamamento a uma entrega total, completa, sem vacilações, muitas vezes opomos uma falsa modéstia como a de Pedro... Oxalá fôssemos também homens de coração, como o Apóstolo!...

...Pedro não admite que ninguém ame Jesus mais do que ele. Esse amor leva-o a reagir assim: – Aqui estou! Lava-me as mãos, a cabeça, os pés! Purifica-me de todo, que eu quero entregar-me a Ti sem reservas! (Sulco, 266)

Está completo o tempo, e aproxima-se o Reino de Deus; fazei penitência, e crede no Evangelho (Mc 1, 15).
E vinha a Ele todo o povo, e ensinava-o (Mc 2, 13.)
Jesus vê aquelas barcas na margem, e sobe para uma delas. Com que naturalidade se mete Jesus na barca de cada um de nós!
Quando te aproximares do Senhor, lembra-te de que Ele está sempre muito perto de ti, dentro de ti: Regnum Dei intra vos est (Lc 17, 21). No teu coração O encontrarás.
Cristo deve reinar, em primeiro lugar, na nossa alma. Para que Ele reine em mim, preciso da sua graça abundante, pois só assim é que o mais imperceptível pulsar do meu coração, a menor respiração, o olhar menos intenso, a palavra mais corrente, a sensação mais elementar se traduzirão num hossana ao meu Cristo Rei.

Duc in altum – Ao largo! – Repele o pessimismo que te torna cobarde. Et laxate retia vestra in capturam – e lança as redes para pescar.
Devemos, confiar nessas palavras do Senhor: meter-se na barca, pegar nos remos, içar as velas e lançar-nos a esse mar do mundo que Cristo nos deixa em herança.
Et regni ejus non erit finis. – O Seu Reino não terá fim!

Não te dá alegria trabalhar por um reinado assim? (Santo Rosário, mistérios Luminosos: ‘O anúncio do Reino de Deus’)

Evangelho e comentário


Tempo comum



Evangelho: Lc 19, 45-48

45 Depois, entrando no templo, começou a expulsar os vendedores. 46 E dizia-lhes: «Está escrito: A minha casa será casa de oração; mas vós fizestes dela um covil de ladrões.» 47 Ensinava todos os dias no templo, e os sumos sacerdotes e os doutores da Lei, assim como os chefes do povo, procuravam matá-lo. 48 Não sabiam, porém, como proceder, pois todo o povo, ao ouvi-lo, ficava suspenso dos seus lábios.

Comentário:

De repente, perante os nossos olhos – talvez atónitos – a figura de Jesus como que Se transforma e Aquele Homem afável e comunicativo assume uma postura de intransigente repúdio pelo espectáculo da casa de Deus convertida em zona de comércio de toda a espécie.

De facto, Jesus defende a Sua casa, como qualquer um de nós defenderia a sua se a mesma fosse alvo de profanação ou abuso por parte de outros.

O Templo – e este é o ensinamento que Jesus quer sublinhar – é casa de oração, de encontro com Deus e só esse é o fim para que existe.

(AMA, comentário sobre Lc 19, 45-48, 24.11.2017)




Temas para reflectir e meditar

Formação humana e cristã – 115


Vida eterna

2

Bom… se o Céu está “composto” por seres espirituais, impassíveis e simples, não ocupando nem lugar nem espaço, o Céu não será, no sentido real do termo, um lugar com uma “localização específica”.

“Foi elevado ao Céu” lemos por diversas vezes em circunstâncias diversas estas palavras.
“Foi arrebatado ao Céu – num carro de fogo como reza a Escritura a propósito do Profeta”.
Muito bem, mas temos de encarar essas expressões como que significando um lugar superior de inexcedível alcance.
(Foi elevado ao Céu não parece ser uma expressão com “a força” que se pretende dar.)

AMA, reflexões.

Pequena agenda do cristão

Sexta-Feira


(Coisas muito simples, curtas, objectivas)




Propósito:

Contenção; alguma privação; ser humilde.


Senhor: Ajuda-me a ser contido, a privar-me de algo por pouco que seja, a ser humilde. Sou formado por este barro duro e seco que é o meu carácter, mas não Te importes, Senhor, não Te importes com este barro que não vale nada. Parte-o, esfrangalha-o nas Tuas mãos amorosas e, estou certo, daí sairá algo que se possa - que Tu possas - aproveitar. Não dês importância à minha prosápia, à minha vaidade, ao meu desejo incontido de protagonismo e evidência. Não sei nada, não posso nada, não tenho nada, não valho nada, não sou absolutamente nada.

Lembrar-me:
Filiação divina.

Ser Teu filho Senhor! De tal modo desejo que esta realidade tome posse de mim, que me entrego totalmente nas Tuas mãos amorosas de Pai misericordioso, e embora não saiba bem para que me queres, para que queres como filho a alguém como eu, entrego-me confiante que me conheces profundamente, com todos os meus defeitos e pequenas virtudes e é assim, e não de outro modo, que me queres ao pé de Ti. Não me afastes, Senhor. Eu sei que Tu não me afastarás nunca. Peço-Te que não permitas que alguma vez, nem por breves instantes, seja eu a afastar-me de Ti.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?