LA INMORTALIDAD DEL ALMA
I
Primera razón por
la cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la ciencia que es eterna.
1 - Si la ciencia
existe en alguna parte, y no puede existir sino en un ser que vive, y existe
siempre; y si cualquier ser en el que algo siempre existe, debe existir
siempre: siempre vive el ser en el que se encuentra la ciencia.
Si nosotros somos
los que razonamos, es decir, nuestra alma; si ésta no puede razonar con
rectitud sin la ciencia y si no puede subsistir el alma sin la ciencia, excepto
el caso en que el alma esté privada de ciencia, existe la ciencia en el alma
del hombre.
La ciencia existe
en alguna parte, porque existe y todo lo que existe no puede no existir en
parte alguna.
Además la ciencia
no puede existir sino en un ser que vive.
Porque ningún ser
que no vive puede aprender algo; y no puede existir la ciencia en aquel ser que
no puede aprender nada.
Asimismo, la
ciencia existe siempre.
En efecto, lo que
existe y existe de modo inmutable es necesario que exista siempre.
Ahora bien, nadie
niega la existencia de la ciencia.
En efecto,
quienquiera que admita que no se puede hacer que una línea trazada por el
centro de un círculo no sea la más larga de todas las que no se tracen por el
dicho centro, y que esto es objeto propio de alguna ciencia, afirma que existe
una ciencia inmutable.
Además nada en lo
que algo existe siempre, puede no existir siempre.
Efectivamente,
ningún ser que existe siempre permite que sea sustraído alguna vez el sujeto en
el que existe siempre.
Desde luego
cuando razonamos, esto lo hace nuestra alma.
En efecto, no
razona sino el que entiende: mas ni el cuerpo entiende, ni el alma con el
auxilio del cuerpo, porque cuando quiere entender se aparta del cuerpo.
Aquello que es
entendido existe siempre del mismo modo; y nada propio del cuerpo existe
siempre de la misma manera, luego el cuerpo no puede ayudar al alma que se
esfuerza por entender, le basta con no serle obstáculo.
Asimismo nadie
sin ciencia razona con rectitud.
Pues el recto
raciocinio es el pensamiento que tiende de lo cierto al descubrimiento de lo
incierto, y nada cierto hay en el alma que ésta lo ignore.
Mas todo lo que
el alma sabe, lo posee en sí misma, y no abraza cosa alguna con su conocimiento
sino en cuanto pertenece a una ciencia.
En efecto, la
ciencia es el conocimiento de cualesquiera cosas.
Por consiguiente,
el alma humana vive siempre.
II
Segunda razón por
la cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la razón que es inmutable.
2. La razón
ciertamente o es el alma o existe en el alma.
Mas nuestra razón
es mejor que nuestro cuerpo; nuestro cuerpo es una substancia, y es mejor ser
substancia que no ser nada, luego nuestra razón es algo.
Además cualquier
armonía propia del cuerpo que exista, es necesario que exista de modo
inseparable en el sujeto cuerpo, y no se crea que en esa armonía puede existir
alguna otra cosa que de igual manera no exista con necesidad en ese sujeto
cuerpo, en el que también esta misma armonía existe no menos inseparablemente.
Pero el cuerpo
humano es mudable, y la razón inmutable.
En efecto, es
mudable todo lo que no existe siempre del mismo modo.
Y siempre es de
la misma manera que dos y cuatro sumen seis.
Además siempre es
del mismo modo que dos y dos sumen cuatro; mas esto no lo tiene el dos porque
el dos no es cuatro.
Pero esta relación
es inmutable, por consiguiente, es razón.
Ahora bien, de
ningún modo no puede padecer el cambio, habiéndose mudado el sujeto, lo que
existe inseparablemente en él.
Luego, no es el
alma la armonía del cuerpo, y no puede sobrevenir la muerte a cosas inmutables.
En consecuencia
el alma vive siempre ya sea ella misma la razón ya sea que la razón exista en
ella de modo inseparable.
III
La substancia
viva y el alma, que no es susceptible de cambio, aún siendo de algún modo capaz
de cambiar, es inmortal.
3. Hay un poder
propio de la permanencia y toda permanencia es inmutable, y todo poder puede
hacer algo, ni cuando no hace nada deja de ser un poder.
Además toda
acción consiste en recibir un movimiento o en causarlo. Luego, o no todo lo que
recibe el movimiento, o ciertamente no todo lo que lo causa es mudable.
Pero todo lo que
es movido por otro y no se mueve a sí mismo es algo mortal.
Y nada mortal es
inmutable.
De ahí se puede
concluir con certeza y sin alternativa alguna que no todo lo que causa
movimiento se cambia.
Mas no hay
movimiento posible sin una sustancia: toda sustancia vive o no vive, pero todo
lo que no vive carece de alma y sin alma no existe acción alguna.
Luego, aquel ser
que causa el movimiento sin perder su inmutabilidad es necesariamente una
sustancia viviente.
Esta sustancia
pone el cuerpo en movimiento a través de todos los grados.
En consecuencia,
no todo lo que mueve el cuerpo es mudable.
Pero si el cuerpo
no se mueve sino según el tiempo y en esto consiste el moverse más despacio y
más rápidamente, síguese que existe, pues algo que mueve en el tiempo, y sin
embargo no se cambia.
Ahora bien, todo
lo que mueve el cuerpo en el tiempo, aunque tienda a un único fin, sin embargo
no puede realizarlo todo a la vez, ni puede tampoco evitar de hacer muchas
cosas: en efecto no puede hacer, - ya se trate de cualquier agente - que sea
perfectamente uno lo que puede dividirse en partes, o de lo contrario se daría
un cuerpo sin partes o un tiempo sin intervalo de pausas; ni tampoco que pueda
pronunciarse la sílaba más corta de la que no se oiga entonces el fin, cuando
ya no se oye el comienzo.
Luego, lo que se
comporta así exige la previsión para que pueda llevarse a cabo y la memoria
para que pueda ser aprehendido en la medida posible.
La previsión es
para las cosas que serán, la memoria para aquellas que pasaron.
Pero el propósito
de obrar es propio del tiempo presente, a través del cual lo futuro pasa a ser
pretérito; y no se puede esperar sin ninguna memoria el fin del movimiento de
un cuerpo que ha sido iniciado. En efecto, ¿cómo se podría esperar el fin de un
movimiento si no se recuerda que ha comenzado, o ni siquiera que tal movimiento
existe?
Además, el
propósito de llevar a cabo algo, que es presente, no puede existir sin que se
tenga en vista la obtención del fin que es futuro: no existe nada que todavía
no existe, o que ya no existe.
Puede, por
consiguiente, haber en una acción algo que pertenece a aquellas cosas que aún
no son y, simultáneamente, puede haber muchas cosas en el agente, aún cuando no
puede llevar a término muchas a la vez.
Luego, puede
haber también en el que mueve, cosas que no se pueden encontrar en el que es
movido.
Pero las cosas
que no pueden existir simultáneamente en el tiempo y que sin embargo pasan del
futuro al pasado, están necesariamente sometidas al cambio.
4. De aquí
concluimos en seguida que puede haber algún ser que, causando el movimiento en
las cosas mudables, no se cambia.
En efecto, ¿quién
podría dudar de la legitimidad de la conclusión toda vez que no varía el
propósito del agente de llevar al término que se propone el cuerpo que pone en
movimiento, cuando este cuerpo del que algo se hace, cambia a cada instante por
este mismo movimiento, y puesto que aquel propósito de obrar, que permanece
inmutable como es evidente, no sólo mueve los brazos del obrero, sino también
la madera o la piedra que están sujetos al artífice?
Pero no del hecho
que el alma cause el movimiento y produzca los cambios en el cuerpo y que ella
se proponga estos cambios se está en derecho de pensar que también el alma
cambia y que por esto está sujeta a la muerte.
Ella, pues, puede
unir en este su propósito el recuerdo del pasado y la previsión del futuro,
cosas que no pueden darse sin la vida.
Aunque la muerte
no puede acaecer sin el cambio y ningún cambio sin el movimiento, sin embargo
no todo cambio produce la muerte ni todo movimiento realiza un cambio.
En efecto, es
lícito decir que nuestro propio cuerpo en cada una de sus acciones recibe un
gran número de movimientos y que evidentemente cambia por la edad: con todo no
se puede decir que ya ha muerto, esto es, que está sin vida.
Luego también
permítasenos concluir que el alma tampoco es privada de la vida, aunque tal vez
por el movimiento le acaezca algún cambio.
SAN
AGUSTIN, OBISPO DE HIPONA
Escrito el año 387 de Cristo. Contiene este libro el conjunto de razones sobre la
inmortalidad del alma, así como la solución de las dificultades que se
presentan.