LIBRO DE LA VIDA
Segundo
edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 16
5.
¡Oh verdadero Señor y gloria mía! ¡Qué delgada y pesadísima cruz tenéis
aparejada a los que llegan a este estado! Delgada, porque es suave; pesada,
porque vienen veces que no hay sufrimiento que la sufra, y no se querría jamás
ver libre de ella, si no fuese para verse ya con Vos. Cuando se acuerda que no
os ha servido en nada, y que viviendo os puede servir, querría cargarse muy más
pesada y nunca hasta el fin del mundo morirse. No tiene en nada su descanso, a
trueco de haceros un pequeño servicio. No sabe qué desee, mas bien entiende que
no desea otra cosa sino a Vos.
6.
¡Oh hijo mío! (que es tan humilde, que así se quiere nombrar a quien va esto
dirigido y me lo mandó escribir), sea sólo para vos algunas cosas de las que
viere vuestra merced salgo de términos; porque no hay razón que baste a no me
sacar de ella, cuando me saca el Señor de mí, ni creo soy yo la que hablo desde
esta mañana que comulgué. Parece que sueño lo que veo y no querría ver sino
enfermos de este mal que estoy yo ahora. Suplico a vuestra merced seamos todos
locos por amor de quien por nosotros se lo llamaron. Pues dice vuestra merced
que me quiere, en disponerse para que Dios le haga esta merced quiero que me lo
muestre, porque veo muy pocos que no los vea con seso demasiado para lo que les
cumple. Ya puede ser que tenga yo más que todos. No me lo consienta vuestra
merced, Padre mío, pues también lo es como hijo, pues es mi confesor y a quien
he fiado mi alma. Desengáñeme con verdad, que se usan muy poco estas verdades.
7.
Este concierto querría hiciésemos los cinco que al presente nos amamos en
Cristo, que como otros en estos tiempos se juntaban ensecreto para contra Su
Majestad y ordenar maldades y herejías, procurásemos juntarnos alguna vez para
desengañar unos a otros, y decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar
más a Dios; que no hay quien tan bien se conozca a sí como conocen los que nos
miran, si es con amor y cuidado de aprovecharnos.
Digo
«en secreto», porque no se usa ya este lenguaje. Hasta los predicadores van
ordenando sus sermones para no descontentar.
Buena
intención tendrán y la obra lo será; mas ¡así se enmiendan pocos! Mas ¿cómo no
son muchos los que por los sermones dejan los vicios públicos? ¿Sabe qué me
parece? Porque tienen mucho seso los que los predican. No están sin él, con el
gran fuego de amor de Dios, como lo estaban los Apóstoles, y así calienta poco esta
llama. No digo yo sea tanta como ellos tenían, mas querría que fuese más de lo
que veo. ¿Sabe vuestra merced en qué debe ir mucho? En tener ya aborrecida la
vida y en poca estima la honra; que no se les daba más -a trueco de decir una
verdad y sustentarla para gloria de Dios- perderlo todo, que ganarlo todo; que
a quien de veras lo tiene todo arriscado por Dios, igualmente lleva lo uno que lo
otro. No digo yo que soy ésta, mas querríalo ser.
8.
¡Oh gran libertad, tener por cautiverio haber de vivir y tratar conforme a las
leyes del mundo!, que como ésta se alcance del Señor, no hay esclavo que no lo
arrisque todo por rescatarse y tornar a su tierra. Y pues éste es el verdadero
camino, no hay que parar en él, que nunca acabaremos de ganar tan gran tesoro,
hasta que se nos acabe la vida. El Señor nos dé para esto su favor.
Rompa
vuestra merced esto que he dicho, si le pareciere, y tómelopor carta para sí, y
perdóneme, que he estado muy atrevida.
CAPÍTULO 17
1.
Razonablemente está dicho de este modo de oración y lo que ha de hacer el alma
o, por mejor decir, hace Dios en ella, que es el que
toma
ya el oficio de hortelano y quiere que ella huelgue. Sólo consiente la voluntad
en aquellas mercedes que goza. Y se ha de ofrecer a todo lo que en ella
quisiere hacer la verdadera sabiduría, porque es menester ánimo, cierto. Porque
es tanto el gozo, que parece algunas veces no queda un punto para acabar el
ánima de salir de este cuerpo. ¡Y qué venturosa muerte sería!
2.
Aquí me parece viene bien, como a vuestra merced se dijo, dejarse del todo en
los brazos de Dios. Si quiere llevarla al cielo, vaya; si al infierno, no tiene
pena, como vaya con su Bien; si acabar del todo la vida, eso quiere; si que
viva mil años, también. Haga Su Majestad como de cosa propia; ya no es suya el
alma de sí misma; dada está del todo al Señor; descuídese del todo.
Digo
que en tan alta oración como ésta, que cuando la da Dios al alma puede hacer
todo esto. Y mucho más que éstos son sus efectos. Y entiende que lo hace sin
ningún cansancio del entendimiento. Sólo me parece está como espantada de ver
cómo el Señor hace tan buen hortelano y no quiere que tome él trabajo ninguno,
sino que se deleite en comenzar a oler las flores; que en una llegada de éstas,
por poco que dure, como es tal el hortelano, en fin criador del agua, dala sin
medida, y lo que la pobre del alma con trabajo por ventura de veinte años de
cansar el entendimiento no ha podido acaudalar, hácelo este hortelano celestial
en un punto, y crece la fruta y madúrala de manera que se puede sustentar de su
huerto, queriéndolo el Señor. Mas no le da licencia que reparta la fruta, hasta
que él esté tan fuerte con lo que ha comido de ella, que no se le vaya en
gustaduras y no dándole nada de provecho ni pagándosela a quien la diere, sino
que los mantenga y dé de comer a su costa, y quedarse ha él por ventura muerto
de hambre.
Esto
bien entendido va para tales entendimientos, y sabránlo aplicar mejor que yo lo
sabré decir, y cánsome.
3.
En fin, es que las virtudes quedan ahora más fuertes que en la oración de
quietud pasada, que el alma no las puede ignorar, porque se ve otra y no sabe
cómo. Comienza a obrar grandes cosas con el olor que dan de sí las flores, que
quiere el Señor se abran para que ella vea que tiene virtudes, aunque ve muy
bien que no las podía ella -ni ha podido- ganar en muchos años, y que en aquello
poquito el celestial hortelano se las dio. Aquí es muy mayor la humildad y más
profunda que al alma queda, que en lo pasado; porque ve más claro que poco ni
mucho hizo, sino consentir que la hiciese el Señor mercedes y abrazarlas la
voluntad.
Paréceme
este modo de oración unión muy conocida de toda el alma con Dios, sino que
parece quiere Su Majestad dar licencia a las potencias para que entiendan y
gocen de lo mucho que obra allí.
4.
Acaece algunas y muy muchas veces, estando unida la voluntad (para que vea
vuestra merced puede ser esto, y lo entienda cuando lo tuviere; al menos a mí
trájome tonta, y por eso lo digo aquí), vese claro y entiéndese que está la
voluntad atada y gozando; digo que «se ve claro», y en mucha quietud está sola la
voluntad, y está por otra parte el entendimiento y memoria tan libres, que
pueden tratar en negocios y entender en obras de caridad.
Esto,
aunque parece todo uno, es diferente de la oración de quietud que dije, en
parte, porque allí está el alma que no se querría bullir ni
menear,
gozando en aquel ocio santo de María; en esta oración puede también ser Marta.
Así que está casi obrando juntamente en vida activa y contemplativa, y entender
en obras de caridad y negocios que convengan a su estado, y leer, aunque no del
todo están señores de sí, y entienden bien que está la mejor parte del alma en
otro cabo. Es como si estuviésemos hablando con uno y por otra parte nos
hablase otra persona, que ni bien estaremos en lo uno ni bien en lo otro.
Es
cosa que se siente muy claro y da mucha satisfacción y contento cuando se
tiene, y es muy gran aparejo para que, en teniendo tiempo de soledad o
desocupación de negocios, venga el alma a muy sosegada quietud. Es un andar
como una persona que está en sí satisfecha, que no tiene necesidad de comer,
sino que siente el estómago contento, de manera que no a todo manjar
arrostraría; mas no tan harta que, si los ve buenos, deje de comer de buena gana.
Así, no le satisface ni querría entonces contento del mundo, porque en sí tiene
el que le satisface más: mayores contentos de Dios, deseos de satisfacer su
deseo, de gozar más, de estar con El.
Esto
es lo que quiere.
5.
Hay otra manera de unión, que aún no es entera unión, mas es más que la que
acabo de decir, y no tanto como la que se ha dicho de esta tercera agua.
Gustará
vuestra merced mucho, de que el Señor se las dé todas si no las tiene ya, de
hallarlo escrito y entender lo que es. Porque una merced es dar el Señor la
merced, y otra es entender qué merced es y qué gracia, otra es saber decirla y
dar a entender cómo es. Y aunque no parece es menester más de la primera, para
no andar el alma confusa y medrosa e ir con más ánimo por el camino del Señor
llevando debajo de los pies todas las cosas del mundo, es gran provecho entenderlo
y merced; que por cada una es razón alabe mucho al Señor quien la tiene, y
quien no, porque la dio Su Majestad a alguno de los que viven, para que nos
aprovechase a nosotros.
Ahora
pues, acaece muchas veces esta manera de unión que quiero decir (en especial a
mí, que me hace Dios esta merced de esta suerte muy muchas), que coge Dios la
voluntad y aun el entendimiento, a mi parecer, porque no discurre, sino está
ocupado gozando de Dios, como quien está mirando y ve tanto que no sabe hacia
dónde mirar; uno por otro se le pierde de vista, que no dará señas de cosa. La
memoria queda libre, y junto con la imaginación debe ser; y ella, como se ve
sola, es para alabar a Dios la guerra que da y cómo procura desasosegarlo todo.
A mí cansada me tiene y aborrecida la tengo, y muchas veces suplico al Señor,
si tanto me ha de estorbar, me la quite en estos tiempos. Alguna veces le digo:
«¿Cuándo, mi Dios, ha de estar ya toda junta mi alma en vuestra alabanza y no
hecha pedazos, sin poder valerse a sí?». Aquí veo el mal que nos causa el
pecado, pues así nos sujetó a no hacer lo que queremos de estar siempre
ocupados en Dios.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA