Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 40
9.
Estando una vez en oración, se me representó muy en breve (sin ver cosa
formada, mas fue una representación con toda claridad), cómo se ven en Dios
todas las cosas y cómo las tiene todas en Sí.
Saber
escribir esto, yo no lo sé, mas quedó muy imprimido en mi alma, y es una de las
grandes mercedes que el Señor me ha hecho y de las que más me han hecho
confundir y avergonzar, acordándome de los pecados que he hecho.
Creo,
si el Señor fuera servido viera esto en otro tiempo y si lo viesen los que le
ofenden, que no tendrían corazón ni atrevimiento para hacerlo. Parecióme, ya
digo sin poder afirmarme en que vi nada, mas algo se debe ver, pues yo podré
poner esta comparación, sino que es por modo tan sutil y delicado, que el entendimiento
no lo debe alcanzar, o yo no me sé entender en estas visiones, que no parecen
imaginarias, y en algunas algo de esto debe haber; sino que, como son en
arrobamiento, las potencias no lo saben después formar como allí el Señor se lo
representa y quiere que lo gocen.
10.
Digamos ser la Divinidad como un muy claro diamante, muy mayor que todo el
mundo, o espejo, a manera de lo que dije del alma en estotra visión, salvo que
es por tan más subida manera, que yo no lo sabré encarecer; y que todo lo que
hacemos se ve en ese diamante, siendo de manera que él encierra todo en sí,
porque no hay nada que salga fuera de esta grandeza.
Cosa
espantosa me fue en tan breve espacio ver tantas cosas juntas aquí en este
claro diamante, y lastimosísima, cada vez que se me acuerda, ver que cosas tan feas
se representaban en aquella limpieza de claridad, como eran mis pecados. Y es
así que, cuando se me acuerda, yo no sé cómo lo puedo llevar, y así quedé
entonces tan avergonzada, que no sabía, me parece, adónde me meter.
¡Oh,
quién pudiese dar a entender esto a los que muy deshonestos y feos pecados
hacen, para que se acuerden que no son ocultos, y que con razón los siente
Dios, pues tan presentes a la Majestad pasan, y tan desacatadamente nos habemos
delante de El!
Vi
cuán bien se merece el infierno por una sola culpa mortal, porque no se puede
entender cuán gravísima cosa es hacerla delante de tan gran Majestad, y qué tan
fuera de quien El es son cosas semejantes. Y así se ve más su misericordia,
pues entendiendo nosotros todo esto, nos sufre.
11.
Hame hecho considerar si una cosa como ésta así deja espantada el alma, ¿qué
será el día del juicio cuando esta Majestad claramente se nos mostrará, y
veremos las ofensas que hemos hecho?
¡Oh,
válgame Dios, qué ceguera es ésta que yo he traído!
Muchas
veces me he espantado en esto que he escrito.
Y
no se espante vuestra merced sino cómo vivo viendo estas cosas y mirándome a
mí. ¡Sea bendito por siempre quien tanto me ha sufrido!
12.
Estando una vez en oración con mucho recogimiento y suavidad
y
quietud, parecíame estar rodeada de ángeles y muy cerca de Dios. Comencé a
suplicar a Su Majestad por la Iglesia.
Dióseme
a entender el gran provecho que había de hacer una Orden en los tiempos
postreros, y con la fortaleza que los de ella han de sustentar la fe.
13.
Estando una vez rezando cerca del Santísimo Sacramento, aparecióme un santo
cuya Orden ha estado algo caída.
Tenía
en las manos un libro grande.
Abrióle
y díjome que leyese una letras que eran grandes y muy legibles y decían así:
En
los tiempos advenideros florecerá esta Orden; habrá muchos mártires.
14.
Otra vez, estando en Maitines en el coro, se me representaron y pusieron
delante seis o siete -me parece serían- de esta Orden, con espadas en las
manos.
Pienso
que se da en esto a entender han de defender la fe.
Porque
otra vez, estando en oración, se arrebató mi espíritu: parecióme estar en un
gran campo, adonde se combatían muchos, y éstos de esta Orden peleaban con gran
hervor.
Tenían
los rostros hermosos y muy encendidos, y echaban muchos en el suelo vencidos,
otros mataban.
Parecíame
esta batalla contra los herejes.
15.
A este glorioso Santo he visto algunas veces, y me ha dicho algunas cosas y
agradecídome la oración que hago por su Orden y prometido de encomendarme al
Señor.
No
señalo las Ordenes (si el Señor es servido se sepa, las declarará), porque no
se agravien otras.
Mas
cada Orden había de procurar, o cada uno de ellas por sí, que por sus medios
hiciese el Señor tan dichosa su Orden que, en tan gran necesidad como ahora
tiene la Iglesia, le sirviesen.
¡Dichosas
vidas que en esto se acabaren!
16.
Rogóme una persona una vez que suplicase a Dios le diese a entender si sería
servicio suyo tomar un obispado.
Díjome
el Señor, acabando de comulgar:
Cuando
entendiere con toda verdad y claridad que el verdadero señorío es no poseer
nada, entonces le podrá tomar; dando a entender que ha de estar muy fuera de desearlo
ni quererlo quien hubiere de tener prelacías, o al menos de procurarlas.
17.
Estas mercedes y otras muchas ha hecho el Señor y hace muy continuo a esta
pecadora, que me parece no hay para qué las decir; pues por lo dicho se puede
entender mi alma, y el espíritu que me ha dado el Señor.
Sea
bendito por siempre, que tanto cuidado ha tenido de mí.
18.
Díjome una vez, consolándome, que no me fatigase (esto con mucho amor), que en
esta vida no podíamos estar siempre en un ser; que unas veces tendría hervor y
otras estaría sin él; unas con desasosiegos y otras con quietud y tentaciones,
mas que esperase en El y no temiese.
19.
Estaba un día pensando si era asimiento darme contento estar con las personas
que trato mi alma y tenerlos amor, y a los que yo veo muy siervos de Dios, que
me consolaba con ellos.
Me
dijo que si un enfermo que estaba en peligro de muerte le parece le da saludun
médico, que no era virtud dejárselo de agradecer y no le amar;que qué hubiera
hecho si no fuera por estas personas; que la
conversación
de los buenos no dañaba, mas que siempre fuesen mis palabras pesadas y santas,
y que no los dejase de tratar, queantes sería provecho que daño.
Consolóme
mucho esto, porque algunas veces, pareciéndome asimiento, quería del todo no tratarlos.
Siempre
en todas las cosas me aconsejaba este Señor, hasta decirme cómo me había de
haber con los flacos y con algunas personas. Jamás se descuida de mí.
20.
Algunas veces estoy fatigada de verme para tan poco en su servicio y de ver que
por fuerza he de ocupar el tiempo en cuerpo tan flaco y ruin como el mío más de
lo que yo querría.
Estaba
una vez en oración y vino la hora de ir a dormir, y yo estaba con hartos dolores
y había de tener el vómito ordinario.
Como
me vi tan atada de mí y el espíritu por otra parte queriendo tiempo para sí,
vime tan fatigada, que comencé a llorar mucho y a afligirme.
Esto
no es sola una vez, sino -como digo- muchas, que me parece me daba un enojo
contra mí misma, que en forma por entonces me aborrezco.
Mas
lo continuo es entender de mí que no me tengo aborrecida, ni falto a lo que veo
me es necesario.
Y
plega al Señor que no tome muchas más de lo que es menester, que sí debo hacer.
Esta
que digo, estando en esta pena, me apareció el Señor y regaló mucho, y me dijo
que hiciese yo estas cosas por amor de El y lo pasase, que era menester ahora
mi vida.
Y
así me parece que nunca me vi en pena después que estoy determinada a servir
con todas mis fuerzas a este Señor y consolador mío, que, aunque me dejaba un
poco padecer, no me consolaba de manera que no hago nada en desear trabajos.
Y
así ahora no me parece hay para qué vivir sino para esto, y lo que más de
voluntad pido a Dios. Dígole algunas veces con toda ella:
«Señor,
o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí».
Dame
consuelo oír el reloj, porque me parece me allego un poquito más para ver a
Dios de que veo ser pasada aquella hora de la vida.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA