Cuántas veces nuestra vida se
parece a esa barca "zarandeada por las olas a causa del viento
contrario". La barca zarandeada puede ser el propio matrimonio, los
negocios, la salud... El viento contrario puede ser la hostilidad y la
incomprensión de las personas, los reveses continuos de la vida, la dificultad
para encontrar casa o trabajo.
Los hechos del Evangelio no han
sido escritos sólo para ser contados, sino también para ser revividos. A quien
les escucha se le invita cada vez a entrar dentro de la página del Evangelio, a
convertirse de espectador en actor, a ser parte en causa. La Iglesia primitiva
nos da el ejemplo. La manera en que se cuenta el episodio de la tempestad
calmada muestra que la comunidad cristiana lo aplicó a su propia situación. En
aquella tarde, cuando había despedido a la multitud, Jesús había subido solo al
monte para rezar; ahora, en el momento en el que Mateo escribe su Evangelio,
Jesús se ha despedido de sus discípulos y ha ascendido al cielo, donde vive
rezando e "intercediendo" por los suyos. En aquella tarde echó mar
adentro la barca; ahora ha echado a la Iglesia en el gran mar del mundo.
Entonces se había levantado un fuerte viento contrario; ahora la Iglesia vive
sus primeras experiencias de persecución.
En esta nueva situación, ¿qué
les decía a los cristianos el recuerdo de aquella noche? Que Jesús no estaba
lejos ni ausente, que siempre se podía contar con él. Que también ahora daba
órdenes a sus discípulos para que se le acercaran "caminando sobre las
aguas", es decir, avanzando entre las corrientes de este mundo, apoyándose
sólo en la fe.
Es la misma invitación que hoy
nos presenta: aplicar lo sucedido a nuestra vida personal. Cuántas veces
nuestra vida se parece a esa barca "zarandeada por las olas a causa del
viento contrario". La barca zarandeada puede ser el propio matrimonio, los
negocios, la salud... El viento contrario puede ser la hostilidad y la
incomprensión de las personas, los reveses continuos de la vida, la dificultad
para encontrar casa o trabajo. Quizá al inicio hemos afrontado con valentía las
dificultades, decididos a no perder la fe, a confiar en Dios. Durante un tiempo
nosotros también hemos caminado sobre las aguas, es decir, confiando únicamente
en la ayuda de Dios. Pero después, al ver que nuestra prueba era cada vez más
larga y dura, hemos pensado que no podíamos más, que nos hundíamos. Hemos
perdido la valentía.
Este es el momento de acoger y
experimentar como si se nos hubieran dirigido personalmente a nosotros las
palabras que Jesús dirigió en esta circunstancia a los apóstoles:
"¡Ánimo!, que soy yo; no temáis". Es famosa la frase con la que el
sacerdote Abundio, en Los novios de Alessandro Manzoni, justifica su miedo y
cobardía: "Quien no tiene valentía no se la puede dar". Tenemos que
desterrar precisamente esta convicción. ¡Quien no tiene valentía se la puede
dar! ¿Cómo? Con la fe en Dios, con la oración, basándose en la promesa de
Cristo.
Alguno dirá que esta valentía,
basada en la fe en Dios y en la oración, es un pretexto, una huida de las
propias posibilidades y responsabilidades. Una manera de descargar en Dios los
propios deberes. Es la tesis de fondo de la obra de teatro de Bertolt Brecht,
ambientada en Alemania en tiempos de la guerra de los Treinta Años, que tiene
como protagonista a una mujer del pueblo llamada, por su capacidad de decisión
y valor, "Madre Coraje". En plena noche, las tropas imperiales, tras
haber matado a los guardias, avanzan contra la ciudad protestante de Halle para
quemarla. En los alrededores de la ciudad, una familia de campesinos, que acoge
a la Madre Coraje con la hija muda, Kattrin, sabe que lo único que puede hacer
para salvar a la ciudad de la ruina es rezar. Pero Kattrin, en lugar de ponerse
a rezar, sube al techo de la casa, y se pone a tocar desesperadamente el tambor
hasta que ve que los habitantes se han despertado y están de pie. Es asesinada
por los soldados, pero la ciudad se salva.
Con esta crítica, que es la
clásica crítica del marxismo, se ataca a quien pretende quedarse con los brazos
cruzados, en espera de que Dios lo haga todo. Pero esto no tiene nada que ver
con la verdadera fe y la verdadera oración, que es lo contrario de la
resignación pasiva. Jesús dejó que los apóstoles remaran contra el viento durante
toda la noche y que utilizaran todos sus recursos antes de intervenir
personalmente.
Raniero Cantalamessa
Ref:
1 Reyes 19, 9a.11-13a;
Romanos
9, 1-5;
Mateo14,
22-33