LIBRO DE LA VIDA
Segundo edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 7
12. Y mi padre me creyó que era ésta la causa, como él no decíamentira
y ya, conforme a lo que yo trataba con él, no la había yo de decir. Díjele,
porque mejor lo creyese (que bien veía yo que para esto no había disculpa), que
harto hacía en poder servir el coro; y aunque tampoco era causa bastante para
dejar cosa que no son menester fuerzas corporales para ella, sino sólo amar y
costumbre; que el Señor da siempre oportunidad, si queremos.
Digo «siempre,» que, aunque con ocasiones y aun enfermedad algunos
ratos impida para muchos ratos de soledad, no deja de haber otros que hay salud
para esto; y en la misma enfermedad y ocasiones es la verdadera oración, cuando
es alma que ama, en ofrecer aquello y acordarse por quién lo pasa y conformarse
com ello y mil cosas que se ofrecen. Aquí ejercita el amor, que no es por
fuerza que ha de haberla cuando hay tiempo de soledad, y lo demás no ser oración.
Con un poquito de cuidado, grandes bienes se hallan en el tiempo que con
trabajos el Señor nos quita el tiempo de la oración, y así los había yo hallado
cuando tenía buena conciencia.
13. Mas él, con la opinión que tenía de mí y el amor que me tenía,
todo me lo creyó; antes me hubo lástima. Mas como él estaba ya en tan subido
estado, no estaba después tanto conmigo, sino como me había visto, íbase, que
decía era tiempo perdido. Como yo le gastaba en otras vanidades, dábaseme poco.
No fue sólo a él, sino a otras algunas personas las que procure tuviesen
oración. Aun andando yo en estas vanidades, como las veía amigas de rezar, las
decía cómo tendrían meditación, y les aprovechaba, y dábales libros. Porque
este deseo de que otros sirviesen a Dios, desde que comencé oración, como he
dicho, le tenía. Parecíame a mí que, ya que yo no servía al Señor como lo
entendía, que no se perdiese lo que me había dado Su Majestad a entender, y que
le sirviesen otros por mí. Digo esto para que se vea la gran ceguedad en que
estaba, que me dejaba perder a mí y procuraba ganar a otros.
14. En este tiempo dio a mi padre la enfermedad de que murió, que duró
algunos días. Fuile yo a curar, estando más enferma en el alma que él en el
cuerpo, en muchas vanidades, aunque no de manera que -a cuanto entendía-
estuviese en pecado mortal en todo este tiempo más perdido que digo; porque
entendiéndolo yo, en ninguna manera lo estuviera.
Pasé harto trabajo en su enfermedad. Creo le serví algo de los que él
había pasado en las mías. Con estar yo harto mala, me esforzaba, y con que en
faltarme él me faltaba todo el bien y regalo, porque en un ser me le hacía,
tuve tan gran ánimo para no le mostrar pena y estar hasta que murió como si
ninguna cosa sintiera, pareciéndome se arrancaba mi alma cuando veía acabar su
vida, porque le quería mucho.
15. Fue cosa para alabar al Señor la muerte que murió y la gana que
tenía de morirse, los consejos que nos daba después de haber recibido la
Extremaunción, el encargarnos le encomendásemos a Dios y le pidiésemos
misericordia para él y que siempre le sirviésemos, que mirásemos se acababa
todo. Y con lágrimas nos decía la pena grande que tenía de no haberle él
servido, que quisiera ser un fraile, digo, haber sido de los más estrechos que
hubiera.
Tengo por muy cierto que quince días antes le dio el Señor a entender
no había de vivir; porque antes de éstos, aunque estaba malo, no lo pensaba;
después, con tener mucha mejoría y decirlo los médicos, ningún caso hacía de
ello, sino entendía en ordenar su alma.
16. Fue su principal mal de un dolor grandísimo de espaldas que jamás
se le quitaba. Algunas veces le apretaba tanto, que le congojaba mucho. Díjele
yo que, pues era tan devoto de cuando el Señor llevaba la cruz a cuestas, que
pensase Su Majestad le quería dar a sentir algo de lo que había pasado con
aquel dolor. Consolóse tanto, que me parece nunca más le oí quejar.
Estuvo tres días muy falto el sentido. El día que murió se le
tornó el
Señor tan entero, que nos espantábamos, y le tuvo hasta que a la mitad
del Credo, diciéndole él mismo, expiró. Quedó como un ángel.
Así me parecía a mí lo era él - a manera de decir - en alma y disposición,
que la tenía muy buena.
No sé para qué he dicho esto, si no es para culpar más mi ruin vida
después de haber visto tal muerte y entender tal vida,que por parecerme en algo
a tal padre la había yo de mejorar. Decía su confesor -que era dominico, muy
gran letrado- que no dudaba de que se iba derecho al cielo, porque había
algunos años que le confesaba, y loaba su limpieza de conciencia.
17. Este padre dominico, que era muy bueno y temeroso de Dios, me hizo
harto provecho; porque me confesé con él, y tomó a hacer bien a mi alma con
cuidado y hacerme entender la perdición que traía. Hacíame comulgar de quince a
quince días. Y poco a poco, comenzándole a tratar, tratéle de mi oración.
Díjome que no la dejase, que en ninguna manera me podía hacer sino provecho.
Comencé a tornar a ella, aunque no a quitarme de las ocasiones, ynunca
más la dejé.
Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más mis
faltas. Por una parte me llamaba Dios; por otra, yo seguía al mundo. Dábanme
gran contento todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo. Parece que
quería concertar estos dos contrarios -tan enemigo uno de otro- como es vida
espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración
pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no
me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en
la oración) sin encerrar conmigo mil vanidades.
Pasé así muchos años, que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir
que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no era ya en
mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores
mercedes.
18. ¡Oh, válgame Dios, si hubiera de decir las ocasiones que en estos
años Dios me quitaba, y cómo me tornaba yo a meter en ellas, y de los peligros
de perder del todo el crédito que me libró! Yo a hacer obras para descubrir la
que era, y el Señor encubrir los males y descubrir alguna pequeña virtud, si
tenía, y hacerla grande en los ojos de todos, de manera que siempre me tenían
en mucho.
Porque aunque algunas veces se traslucían mis vanidades, como veían
otras cosas que les parecían buenas, no lo creían.
Y era que había ya visto el Sabedor de todas las cosas que era menester
así, para que en las que después he hablado de su servicio me diesen algún
crédito, y miraba su soberana largueza, no los grandes pecados, sino los deseos
que muchas veces tenía de servirle y la pena por no tener fortaleza en mí para
ponerlo por obra.
19. ¡Oh Señor de mi alma! ¡Cómo podré encarecer las mercedes que en
estos años me hicisteis! ¡Y cómo en el tiempo que yo más os ofendía, en breve
me disponíais con un grandíssimo arrepentimiento para que gustase de vuestros
regalos y mercedes! A la verdad, tomabais, Rey mío, el más delicado y penoso
castigo por medio que para mí podía ser, como quien bien entendía lo que me
había de ser más penoso. Con regalos grandes castigábais mis delitos.
Y no creo digo desatino, aunque sería bien que estuviese desatinada
tornando a la memoria ahora de nuevo mi ingratitud y maldad.
Era tan más penoso para mi condición recibir mercedes, cuando había
caído en graves culpas, que recibir castigos, que una de ellas me parece,
cierto, me deshacía y confundía más y fatigaba, que muchas enfermedades con
otros trabajos hartos, juntas. Porque lo postrero veía lo merecía y parecíame
pagaba algo de mis pecados, aunque todo era poco, según ellos eran muchos; mas
verme recibir de nuevo mercedes, pagando tan mal las recibidas, es un génerode
tormento para mí terrible, y creo para todos los que tuvieren algún conocimiento
o amor de Dios, y esto por una condición virtuosa lo podemos acá sacar. Aquí
eran mis lágrimas y mi enojo de ver lo que sentía, viéndome de suerte que
estaba en víspera de tornar a caer, aunque mis determinaciones y deseos entonces
– por aquel rato, digo - estaban firmes.
20. Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que
si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer,
siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios.
Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio,
procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa
importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con sus oraciones,
¡cuánto más que hay muchas más ganancias! Y no sé yo por qué (pues de
conversaciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas se
procuranamigos con quien descansar, y para más gozar de contar aquellos
placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios
y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos, que
de todo tienen los que tienen oración.
Porque si es de verdad la amistad que quiere tener con Su Majestad, no
haya miedo de vanagloria; y cuando el primermovimiento le acometa, salga de
ello con mérito. Y creo que el quetratando con esta intención lo tratare, que
aprovechará a sí y a los que le oyeren y saldrá más enseñado; aun sin entender
cómo, enseñará a sus amigos.
SANTA
TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA