LA FE
EXPLICADA
CAPÍTULO
VI
EL PECADO ACTUAL
El segundo pecado capital es la avaricia, o el inmoderado deseo de bienes
temporales.
De aquí nacen no sólo los pecados de robo y fraude, sino los menos
reconocidos de injusticia entre patronos y empleados, prácticas abusivas en los
negocios, tacañería e indiferencia ante las necesidades de los pobres, y eso
por mencionar sólo unos cuantos ejemplares.
El siguiente en la lista es la lujuria. Es fácil percatarse que los pecados
claros contra la castidad tienen su origen en la lujuria; pero también produce
otros: muchos actos deshonestos, engaños e injusticias pueden achacarse a la
lujuria; la pérdida de la fe y la desesperación en la misericordia divina son
frutos frecuentes de la lujuria.
Luego viene la ira, o el estado emocional desordenado que nos impulsa a
desquitarnos sobre otros, a oponernos insensatamente a personas o cosas. Los
homicidios, riñas e injurias son consecuencias evidentes de la ira. El odio, la
murmuración y el daño a la propiedad ajena son otras.
La gula es otro pecado capital. Es la atracción desordenada hacia la comida
o bebida.
Parece el más innoble de los vicios: en el glotón hay algo de animal. Causa
daños a la propia salud, produce el lenguaje soez y blasfemo, injusticias a la
propia familia y otras personas y una legión más de males demasiado evidentes
para necesitar enumeración.
La envidia es también un vicio dominante. Hace falta ser muy humilde y
sincero consigo mismo para admitir que lo tenemos. La envidia no consiste en
desear el nivel que tiene otro: ése es un sentimiento perfectamente natural, a
no ser que nos. lleve a extremos de codicia. No, la envidia es más bien la
tristeza causada porque otros estén en una situación mejor que la nuestra, como
un sufrimiento por la mejor fortuna de otros. Deseamos tener lo que otro tiene
y que no lo tenga él. Por lo menos, desearíamos que él no lo tuviera si
nosotros no lo podemos tener también. La envidia nos lleva al estado de mente
del clásico «perro del hortelano», que ni disfruta con lo que tiene ni deja
disfrutar a los demás, y produce el odio, la calumnia, difamación, resentimiento,
detracción y otros males parecidos.
Finalmente, está la pereza, que no es el simple desagrado ante el trabajo;
hay mucha gente que no encuentra su trabajo agradable. La pereza es, más bien,
rehuir el trabajo ante el esfuerzo que comporta. Es el disgusto y rechazo de
nuestros deberes, especialmente de nuestros deberes con Dios. Si nos contentamos
con un bajo nivel en nuestra búsqueda de la santidad, especialmente si nos
conformamos con una mediocridad espiritual, es casi seguro que su causa sea la
pereza. Omitir la Misa en día de precepto, descuidar la oración, rehuir
nuestras obligaciones familiares y profesionales, todo proviene de la pereza.
Estos son, pues, los siete pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria,
ira, gula, envidia y pereza. Sin duda tenemos la laudable costumbre de examinar
nuestra conciencia antes de acostarnos y, por supuesto, al ir a confesarnos. De
ahora en adelante, sería muy provechoso preguntarnos no sólo «qué pecados y
cuántas veces», sino también «por qué».
Leo G. Terese
(Cont)