LIBRO DE LA VIDA 58
Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 37
1.
De mal se me hace decir más de las mercedes que me ha hecho el
Señor de las dichas, y aun son demasiadas para que se crea haberlas hecho a
persona tan ruin; mas por obedecer al Señor, que me lo ha mandado, y a vuestras
mercedes, diré algunas cosas para gloria suya. Plega a Su Majestad sea para
aprovechar algún alma ver que a una cosa tan miserable ha querido el Señor así
favorecer -¿qué hará a quien le hubiere de verdad servido?- y se animen todos a
contentar a Su Majestad, pues aun en esta vida da tales prendas.
2.
Lo primero, hase de entender que en estas mercedes que hace Dios al alma hay
más y menos gloria. Porque en algunas visiones excede tanto la gloria y gusto y
consuelo al que da en otras, que yo me espanto de tanta diferencia de gozar,
aun en esta vida. Porque acaece ser tanta la diferencia que hay de un gusto y
regalo que da Dios en una visión o en un arrobamiento, que parece no es posible
poder haber más acá que desear y así el alma no lo desea ni pediría más
contento. Aunque después que el Señor me ha dado a entender la diferencia que
hay en el cielo de lo que gozan unos a lo que gozan otros cuán grande es, bien
veo que también acá no hay tasa en el dar cuando el Señor es servido, y así no
querría yo la hubiese en servir yo a Su Majestad y emplear toda mi vida y
fuerzas y salud en esto, y no querría por mi culpa perder un tantito de más gozar.
Y digo así que si me dijesen cuál quiero más, estar con todos los trabajos del
mundo hasta el fin de él y después subir un poquito más en gloria, o sin
ninguno irme a un poco de gloria más baja, que de muy buena gana tomaría todos
los trabajos por un tantito de gozar más de entender las grandezas de Dios;
pues veo que quien más le entiende más le ama y le alaba.
3.
No digo que no me contentaría y tendría por muy venturosa de estar en el cielo,
aunque fuese en el más bajo lugar, pues quien tal le tenía en el infierno,
harta misericordia me haría en esto el Señor, y plega a Su Majestad vaya yo
allá, y no mire a mis grandes pecados. Lo que digo es que, aunque fuese a muy
gran costa mía, si pudiese y el Señor me diese gracia para trabajar mucho, no querría
por mi culpa perder nada. ¡Miserable de mí, que con tantas culpas lo tenía perdido
todo!
4.
Hase de notar también que en cada merced que el Señor me hacía de visión o
revelación quedaba mi alma con alguna gran ganancia, y con algunas visiones
quedaba con muy muchas. De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima
hermosura, y la tengo hoy día, porque
para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más tantas como el Señor me hace esta
merced! Quedé con un provecho grandísimo y fue éste: tenía una grandísima falta
de donde me vinieron grandes daños, y era ésta: que como comenzaba a entender
que una persona me tenía voluntad y si me caía en gracia, me aficionaba tanto,
que me ataba en gran manera la memoria a pensar en él, aunque no era con
intención de ofender a Dios, mas holgábame de verle y de pensar en él y en las
cosas buenas que le veía. Era cosa tan dañosa, que me traía el alma harto
perdida. Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su
comparación me pareciese bien ni me ocupase; que, con poner un poco los ojos de
la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta
libertad en esto, que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación
de las excelencias y gracias que en este Señor veía. Ni hay saber ni manera de
regalo que yo estime en nada, en comparación del que es oír sola una palabra
dicha de aquella divina boca, cuánto más tantas. Y tengo yo por imposible, si
el Señor por mis pecados no
permite
se me quite esta memoria, podérmela nadie ocupar de suerte que, con un poquito
de tornarme a acordar de este Señor, no quede libre.
5.
Acaecióme con algún confesor (que siempre quiero mucho a los que gobiernan mi
alma) como los tomo en lugar de Dios tan de verdad, paréceme que es siempre adonde
mi voluntad más se emplea y, como yo andaba con seguridad, mostrábales gracia.
Ellos,
como temerosos y siervos de Dios, temíanse no me asiese en alguna manera y me
atase a quererlos, aunque santamente, y mostrábanme desgracia. Esto era después
que yo estaba tan sujeta a obedecerlos, que antes no los cobraba ese amor. Yo
me reía entre mí de ver cuán engañados estaban, aunque no todas veces trataba
tan claro lo poco que me ataba a nadie como lo tenía en mí.
Mas
asegurábalos y, tratándome más, conocían lo que debía al Señor; que estas
sospechas que traían de mí, siempre era a los principios.
Comenzóme
mucho mayor amor y confianza de este Señor en viéndole, como con quien tenía
conversación tan continua. Veía que, aunque era Dios, que era hombre, que no se
espanta de lasflaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura,
sujeta a muchas caídas por el primer pecado que El había venido a reparar.
Puedo
tratar como con amigo, aunque es señor. Porque entiendo no es como los que acá
tenemos por señores, que todo el señorío ponen en autoridades postizas: ha de haber
horas de hablar y señaladas personas que los hablen; si es algún pobrecito que
tiene algún negocio, ¡más rodeos y favores y trabajos le ha de costar tratarlo!
¡Oh que si es con el Rey!, aquí no hay tocar gente pobre y no caballerosa, sino
preguntar quién son los más privados; y a buen seguro que no sean personas que tengan
el mundo debajo de los pies, porque éstos hablan verdades, que no temen ni
deben; no son para palacio, que allí no se deben usar, sino callar lo que mal
les parece, que aun pensarlo no deben osar por no ser desfavorecidos.
6.
¡Oh Rey de gloria y Señor de todos los reyes! ¡Cómo no es vuestro reino armado
de palillos, pues no tiene fin! ¡Cómo no son menester terceros para Vos! Con
mirar vuestra persona, se ve luego que es sólo el que merecéis que os llamen
Señor, según la majestad mostráis. No es menester gente de acompañamiento ni de
guarda para que conozcan que sois Rey. Porque acá un rey solo mal se conocerá
por sí. Aunque él más quiera ser conocido por rey, no le creerán, que no tiene
más que los otros; es menester que se vea por qué lo creer, y así es razón
tenga estas autoridades postizas, porque si no las tuviese no le tendrían en
nada. Porque no sale de sí el parecer poderoso. De otros le ha de venir la
autoridad.
¡Oh
Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la maestad que tenéis!
Es imposible dejar de ver que sois gran Emperador en Vos mismo, que espanta
mirar esta majestad; mas más espanta, Señor mío, mirar con ella vuestra
humildad y el amor que mostráis a una como yo. En todo se puede tratar y hablar
con Vos como quisiéramos, perdido el primer espanto y temor de ver vuestra
majestad, con quedar mayor para no ofenderos; mas no por miedo del castigo,
Señor mío, porque éste no se tiene en nada en comparación de no perderos a Vos.
7.
Hela aquí los provechos de esta visión, sin otros grandes que deja en el alma.
Si es de Dios, entiéndese por los efectos, cuando el alma tiene luz; porque,
como muchas veces he dicho, quiere el Señor que esté en tinieblas y que no vea
esta luz, y así no es mucho tema la que se ve tan ruin como yo. No ha más que
ahora que me ha acaecido estar ocho días que no parece había en mí ni podía
tener conocimiento de lo que debo a Dios, ni acuerdo de las mercedes, sino tan
embobada el alma y puesta no sé en qué, ni cómo, no en malos pensamientos, mas
para los buenos estaba tan inhábil, que me reía de mí y gustaba de ver la
bajeza de un alma cuando no anda Dios siempre obrando en ella. Bien ve que no
está sin El en este estado, que no es como los grandes trabajos que he dicho
tengo algunas veces; mas aunque pone leña y hace eso poco que puede de su
parte, no hay arder el fuego de amor de Dios.
Harta
misericordiasuya es que se ve el humo, para entender que no está del todo
muerto. Torna el Señor a encender, que entonces un alma, aunque se quiebre la
cabeza en soplar y en concertar los leños, parece que todo lo ahoga más. Creo
es lo mejor rendirse del todo a que no puede nada por sí sola, y entender en
otras cosas - como he dicho - meritorias; porque por ventura la quita el Señor
la oración para que entienda en ellas y conozca por experiencia lo poco que
puede por sí.
8.
Es cierto que yo me he regalado hoy con el Señor y atrevido a quejarme de Su
Majestad, y le he dicho: «¿cómo Dios mío, que no basta que me tenéis en esta
miserable vida, y que por amor de Vos paso por ello, y quiero vivir adonde todo
es embarazos para no gozaros, sino que he de comer y dormir y negociar y tratar
con todos, y todo lo paso por amor de Vos, pues bien sabéis, Señor mío, que me
es tormento grandísimo, y que tan poquitos ratos como me quedan para gozar de
Vos os me escondáis? ¿Cómo se compadece esto en vuestra misericordia? ¿Cómo lo
puede sufrir el amor que me tenéis? Creo yo, Señor, que si fuera posible
poderme esconder yo de Vos, como Vos de mí, que pienso y creo del amor que me
tenéis que no lo sufrierais; mas estáisos Vos conmigo, y veisme siempre. ¡No se
sufre esto, Señor mío! Suplícoos miréis que se hace agravio a quien tanto os
ama».
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA