Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 36
1.
Partida ya de aquella ciudad, venía muy contenta por el camino, determinándome
a pasar todo lo que el Señor fuese servido muy con toda voluntad.
La
noche misma que llegué a esta tierra, llega nuestro despacho para el monasterio
y Breve de Roma, que yo me espanté, y se espantaron los que sabían la prisa que
me había dado el Señor a la venida, cuando supieron la gran necesidad que había
de ello y a la coyuntura que el Señor me traía; porque hallé aquí al Obispo y
al santo fray Pedro de Alcántara y a otro caballero muy siervo de Dios, en cuya
casa este santo hombre posaba, que era persona adonde los siervos de Dios
hallaban espaldas y cabida.
2.
Entrambos a dos acabaron con el Obispo admitiese el monasterio, que no fue
poco, por ser pobre, sino que era tan amigo de personas que veía así
determinadas a servir al Señor, que luego se aficionó a favorecerle; y el
aprobarlo este santo viejo y poner mucho con unos y con otros en que nos
ayudasen, fue el que lo hizo todo. Si no viniera a esta coyuntura - como ya he
dicho -, no puedo entender cómo pudiera hacerse. Porque estuvo poco aquí este
santo hombre, que no creo fueron ocho días, y ésos muy enfermo, y desde a muy
poco le llevó el Señor consigo. Parece que le había guardado Su Majestad hasta
acabar este negocio, que había muchos días -no sé si más de dos años- que
andaba muy malo.
3.
Todo se hizo debajo de gran secreto, porque a no ser así no se pudiera hacer
nada, según el pueblo estaba mal con ello, como se pareció después. Ordenó el
Señor que estuviese malo un cuñado mío, y su mujer no aquí, y en
tantanecesidad, que me dieron licencia para estar con él. Y con esta ocasión no
se entendió nada, aunque en algunas personas no dejaba de sospecharse algo, mas
aún no lo creían.
Fue
cosa para espantar, que no estuvo más malo de lo que fue menester para el
negocio y, en siendo menester tuviese salud para que yo me desocupase y él
dejase desembarazada la casa, se la dio luego el Señor, que él estaba maravillado.
4.
Pasé harto trabajo en procurar con unos y con otros que se admitiese, y con el
enfermo, y con oficiales para que se acabase la casa a mucha prisa, para que
tuviese forma de monasterio, que faltaba mucho de acabarse. Y la mi compañera
no estaba aquí, que nos pareció era mejor estar ausente para más disimular, y
yo veía que iba el todo en la brevedad por muchas causas; y la una era porque
cada hora temía me habían de mandar ir. Fueron tantas las cosas de trabajos que
tuve, que me hizo pensar si era esta la cruz; aunque todavía me parecía era
poco para la gran cruz que yo había entendido del Señor había de pasar.
5.
Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San Bartolomé, tomaron
hábito algunas y se puso el Santísimo Sacramento, y con toda autoridad y fuerza
quedó hecho nuestro monasterio del gloriosísimo padre nuestro San José, año de
mil y quinientos y sesenta y dos. Estuve yo a darles el hábito, y otras dos monjas
de nuestra casa misma, que acertaron a estar fuera. Como en ésta que se hizo el
monasterio era la que estaba mi cuñado (que, como he dicho, la había él
comprado por disimular mejor el negocio), con licencia estaba yo en ella, y no
hacía cosa que no fuese con parecer de letrados, para no ir un punto contra obediencia.
Y como veían ser muy provechoso para toda la Orden por muchas causas, que
aunque iba con secreto y guardándome no lo supiesen mis prelados, me decían lo
podía hacer.
Porque
por muy poca imperfección que me dijeran era, mil monasterios me parece dejara,
cuánto más uno. Esto es cierto. Porque aunque lo deseaba por apartarme más de todo
y llevar mi profesión y llamamiento con más perfección y encerramiento, de tal
manera lo deseaba, que cuando entendiera era más servicio del Señor dejarlo todo,
lo hiciera -como lo hice la otra vez- con todo sosiego y paz.
6.
Pues fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo Sacramento y
que se remediaron cuatro huérfanas pobres (porque no se tomaban con dote) y
grandes siervas de Dios, que esto se pretendió al principio, que entrasen
personas que con su ejemplo fuesen fundamento para en que se pudiese el intento
que llevábamos, de mucha perfección y oración, efectuar, y hecha una obra que
tenía entendido era para servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa
Madre, que éstas eran mis ansias.
Y
también me dio gran consuelo de haber hecho lo que tanto el Señor me había
mandado, y otra iglesia más en este lugar, de mi padre glorioso San José, que
no la había. No porque a mí me pareciese había hecho en ello nada, que nunca me
lo parecía, ni parece. Siempre entiendo lo hacía el Señor, y lo que era de mi
parte iba con tantas imperfecciones, que antes veo había que me culpar que no
que me agradecer. Mas érame gran regalo ver que hubiese Su Majestad tomádome
por instrumento -siendo tan ruin- para tan gran obra.
Así
que estuve con tan gran contento, que estaba como fuera de mí, con grande
oración.
7.
Acabado todo, sería como desde a tres o cuatro horas, me revolvió el demonio
una batalla espiritual, como ahora diré. Púsome delante si había sido mal hecho
lo que había hecho, si iba contra obediencia en haberlo procurado sin que me lo
mandase el Provincial (que bien me parecía a mí le había de ser algún disgusto,
a causa de sujetarle al Ordinario, por no se lo haber primero dicho; aunque
como él no le había querido admitir, y yo no la mudaba, también me parecía no
se le daría nada por otra parte), y que si habían de tener contento las que
aquí estaban en tanta estrechura, si les había de faltar de comer, si había
sido disparate, que quién me metía en esto, pues yo tenía monasterio.
Todo
lo que el Señor me había mandado y los muchos pareceres y oraciones que había
más de dos años que no casi cesaban, todo tan quitado de mi memoria como si
nunca hubiera sido. Sólo de mi parecer me acordaba, y todas las virtudes y la
fe estaban en mí entonces suspendidas, sin tener yo fuerza para que ninguna
obrase ni me defendiese de tantos golpes.
8.
También me ponía el demonio que cómo me quería encerrar en casa tan estrecha, y
con tantas enfermedades, que cómo había de poder sufrir tanta penitencia, y
dejaba casa tan grande y deleitosa y adonde tan contenta siempre había estado,
y tantas amigas; que quizás las de acá no serían a mi gusto, que me había
obligado a mucho, que quizá estaría desesperada, y que por ventura había pretendido
esto el demonio, quitarme la paz y quietud, y que así no podría tener oración,
estando desasosegada, y perdería el alma.
Cosas
de esta hechura juntas me ponía delante, que no era en mi mano pensar en otra
cosa, y con esto una aflicción y oscuridad y tinieblas en el alma, que yo no lo
sé encarecer. De que me vi así, fuime a ver el Santísimo Sacramento, aunque
encomendarme a El no podía. Paréceme estaba con una congoja como quien está en agonía
de muerte. Tratarlo con nadie no había de osar, porque aun confesor no tenía
señalado.
9.
¡Oh, válgame Dios, qué vida esta tan miserable! No hay contento seguro ni cosa
sin mudanza. Había tan poquito que no me parece trocara mi contento con ninguno
de la tierra, y la misma causa de él me atormentaba ahora de tal suerte que no
sabía qué hacer de mí.
¡Oh,
si mirásemos con advertencia las cosas de nuestra vida! Cada uno vería por
experiencia en lo poco que se ha de tener contento ni descontento de ella.
Es
cierto que me parece fue uno de los recios ratos que he pasado en mi vida.
Parece que adivinaba el espíritu lo mucho que estaba por pasar, aunque no llegó
a ser tanto como esto si durara. Mas no dejó el Señor padecer mucho a su pobre
sierva; porque nunca en las tribulaciones me dejó de socorrer, y así fue en
ésta, que me dio un poco de luz para ver que era demonio y para que pudiese entender
la verdad y que todo era quererme espantar con mentiras.
Y
así comencé a acordarme de mis grandes determinaciones de servir al Señor y
deseos de padecer por El; y pensé que si había de cumplirlos, que no había de
andar a procurar descanso, y que si tuviese trabajos, que ése era el merecer, y
si descontento, como lo tomase por servir a Dios, me serviría de purgatorio;
que de qué temía, que pues deseaba trabajos, que buenos eran éstos; que en la
mayor contradicción estaba la ganancia; que por qué me había de faltar ánimo
para servir a quien tanto debía.
Con
estas y otras consideraciones, haciéndome gran fuerza, prometí delante del
Santísimo Sacramento de hacer todo lo que pudiese para tener licencia de
venirme a esta casa, y en pudiéndolo hacer con buena conciencia, prometer
clausura.
10.
En haciendo esto, en un instante huyó el demonio y me dejó sosegada y contenta,
y lo quedé y lo he estado siempre, y todo lo que en esta casa se guarda de
encerramiento y penitencia y lo demás, se me hace en extremo suave y poco. El
contento es tan grandísimo que pienso yo algunas veces qué pudiera escoger en
la tierra que fuera más sabroso. No sé si es esto parte para tener mucha más
salud que nunca, o querer el Señor -por ser menester y razón que haga lo que
todas- darme este consuelo que pueda hacerlo, aunque con trabajo. Mas del poder
se espantan todas las personas que saben mis enfermedades. ¡Bendito sea El, que
todo lo da y en cuyo poder se puede!
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA