25/06/2016

Santo Ambrósio e acorrupção

Cómo la corrupción y la crisis hunden un país: San Ambrosio lo explicó con contundencia hace siglos

A veces es interesante contrastar el lenguaje y estilo de los santos antiguos con el lenguaje de la Iglesia del siglo XXI.

"Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulacióny ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la economía real".

¿Quién escribió esto?

Y otra frase: "La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona".

El autor de estos pensamientos es Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate(puntos 45 y 40). Muchos han oído que Benedicto XVI habló de los orígenes morales de la crisis financiera y económica, y sin duda era algo sobre lo que meditaba, pero en sus textos de mayor rango doctrinal no lo detalla con frases lapidarias.

En otros documentos se acerca más: en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, del 31 de enero de 2012, habla de "el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y a la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas”.

Caritas in Veritate no usa la palabra "avaricia"
Es curioso constatar que en Caritas in Veritate, por ejemplo, no se usa ni una vez la palabra "avaricia" o "codicia", cuando es, sin duda el pecado clave contra el que se previene (aunque se podría alegar que previene contra la idolatría del mercado o del dinero, pero la palabra "idolatría" tampoco se usa).

La Iglesia siempre ha predicado contra la avaricia y la codicia, y sus efectos no solo individuales sino sociales. Ya San Clemente de Alejandría, muerto en el 220 d.C., escribió un librito sobre el tema: "¿Qué rico se salvará?

Pero quien quiera sumergirse en sermones potentes contra estos pecados, llenos de ejemplos bíblicos, podrá distrutar con el nuevo libro de la imprescindible Biblioteca de Patrística de Ciudad Nueva, obra de San Ambrosio de Milán, el obispo maestro de San Agustín y un gran predicador.

El libro reúne 3 obras: "Elías y el ayuno; Nabot; Tobías". Y las tres tratan sobre pecados económicos, la avaricia, la esclavitud de las riquezas, el abuso de los pobres y trabajadores y como, con la Biblia en la mano, los cristianos vemos en las Escrituras lo mucho que Dios previene contra estas esclavitudes.

[Puede leerse aquí en PDF la introdución del libro]

El poder de la vida austera
En "Elías y el ayuno" el obispo explica como la frugalidad y austeridad del santo profeta le hicieron poderoso en su lucha contra la pagana y opulenta reina Jezabel. El texto de Ambrosio predica contra la lujuria, pero no solo la sexual, sino también contra toda esclavitud de lo material o avaricia de reconocimientos. Todo ello se vence con el ayuno, una práctica que debe ir ligada siempre a la limosna generosa y la oración, como se recuerda en Cuaresma.

En "Nabot" se insiste en el tema de la avaricia y de la corrupción que la acompaña, un tema de absoluta actualidad política. Jezabel usa falsos testigos para que un pequeño terrateniente, Nabot, sea ejecutado por traición... y que su viña sea entregada al Rey Acab, esposo de Jezabel.

Aquí Ambrosio desarrolla más el elemento social de su crítica. "La tierra fue creada para propiedad común de todos, ricos y pobres. ¿Por qué vosotros, ricos, os atribuís un derecho exclusivo de propiedad? La naturaleza, que da a luz a todos pobres, no conoce a ningún rico".

Ambrosio se detiene a comentar los casos de pobres vendidos como esclavos, de ricos que hunden a sus subcontratados o proveedores... Ambrosio no comenta nada sobre cómo Dios perdonará al final a Acab por su arrepentimiento... él no está haciendo exégesis bíblica, sino una predicación contra la avaricia y la corrupción, y el ejemplo bíblico, potente, indignante, le sirve de ilustración.

La usura y su esclavitud
El tercer libro, "Tobías", se centra en la figura siniestra del usurero, que empobrece y esclaviza, destruyendo personas y familias. La usura es "veneno, espada, esclavitud, lazo nefasto" y, citando a Catón, "exigir intereses equivale a matar".

C.S. Lewis en varios de sus libros comentaba lo extraño que es que los cristianos antiguos y medievales predicasen tanto contra la usura y que los contemporáneos no tratemos casi nunca el tema. Hay quien piensa que no es pecado ya.

Pero el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia resuena con un estilo que recuerda al de Ambrosio y los antiguos. Ahí leemos: "Si en la actividad económica y financiera la búsqueda de un justo beneficio es aceptable, el recurso a la usura está moralmente condenado: «Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio. Este les es imputable». Juan Pablo II en 2004 proclamaba unas palabras recogidas en el Compendio: «La usura, delito que también en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas personas».

Incluso Caritas In Veritate, el texto de Benedicto XVI que no usa la palabra avaricia ni codicia, menciona la usura una vez, en el párrafo 60, al hablar de los microcréditos: "Los sectores más vulnerables de la población deben ser protegidos de la amenaza de la usura y la desesperación. Los más débiles deben ser educados para defenderse de la usura, así como los pueblos pobres han de ser educados para beneficiarse realmente del microcrédito".

Cuando la retórica arrastra al santo
En sus libros Ambrosio utiliza todo el arsenal retórico de un maestro de la abogacía greco-romana, citando clásicos, con comparaciones elocuentes, inspiradoras, muy literarias... y a veces teológicamente descarriladas.

Por ejemplo, en "Elías y el ayuno" Ambrosio parece considerar pecado la navegación comercial, y llevado por la pasión retórica proclama: "Os quejáis de frecuentes naufragios pero ¿quién os obliga a navegar? Como si no fuera por excesivo afán de riquezas por lo que vosotros hacéis las costas inseguras. Dios no hizo el mar para que se navegara, sino por la belleza de ese elemento. El mar es sacudido por la tempestad: debéis temerle, no apoderaos de él. El que no navega desconoce el temor del naufragio. El Señor dijo: Dominad sobre los peces del mar; no ha dicho "navegad entre las olas". A ti te ha sido dado el mar para alimentarte, no para que te arriesgues: utilízalo como comida, no para hacer comercio".
Jesús no sólo usaba las barcas para pescar y alimentarse, sino también para predicar desde ellas, o para desplazarse de un punto a otro; el discurso anti-navegación de Ambrosio es mera retórica sobre la codicia, no doctrina

Un polemista moderno podría usar esta diatriba para argumentar que el cristianismo es absurdo y contrario al progreso porque "para los cristianos antiguos la navegación no pesquera era pecado". Sin embargo, Hechos de los Apóstoles está lleno de los viajes navales de San Pablo y Lucas, que se proponen como ejemplo evangelizador. El mismoJesús usaba las barcas de sus discípulos no solo para pescar sino para predicar desde ellas o ir de un punto a otro del lago de Tiberíades. Y es evidente que no hay doctrina en Concilios ni en catequesis antiguas contra la navegación mercantil.

Simplemente, en su libro contra el afán desmedido de riquezas, Ambrosio, orador exuberante volcado en su retórica clásica, plantea este ejemplo para enfatizar su crítica a la avaricia, justo antes de lanzar una elegante diatriba contra las naves mercantes de Tiro y Cartago.

En realidad, Ambrosio no es contrario al progreso social, sino todo lo contrario: ayudó a cristianizar el Imperio en una época en que muchos amos cristianos liberaban a sus esclavos, en que las leyes iban limitando y humanizando la esclavitud (impidiendo el maltarto a los esclavos, la separación de las familias, etc...) y buscaba impedir la esclavitud por deudas.

Y, de fondo, resuena su predicación contra la corrupción. Porque en esa época, como en la nuestra, el origen de la crisis es moral.

En la película de Lux Vide de 2010 sobre San Agustín, San Ambrosio entra en la corte imperial para protestar contra el caso de un hombre vendido como esclavo por sus deudas... deudas falsas, como en "Nabot"; el caso que comenta el personaje ilustra a la perfección la pasión del santo contra este abuso social.



23 junio 2016

Leitura espiritual

Leitura Espiritual




CARTA ENCÍCLICA
HAURIETIS AQUAS
DO SUMO PONTÍFICE PAPA PIO XII
AOS VENERÁVEIS IRMÃOS PATRIARCAS, PRIMAZES,
ARCEBISPOS E BISPOS E OUTROS ORDINÁRIOS DO LUGAR
EM PAZ E COMUNHÃO COM A SÉ APOSTÓLICA

SOBRE O CULTO DO SAGRADO CORAÇÃO DE JESUS


III
PARTICIPAÇÃO ACTIVA E PROFUNDA QUE TEVE
O SAGRADO CORAÇÃO DE JESUS NA MISSÃO SALVADORA DO REDENTOR

1) O Sagrado Coração de Jesus, símbolo de amor perfeito: sensível, espiritual, humano e divino, durante a vida terrena do Salvador

29. Agora, veneráveis irmãos, para que destas piedosas considerações possamos tirar abundantes e salutares frutos, bom é meditarmos e contemplarmos brevemente os múltiplos afectos humanos e divinos do nosso Salvador Jesus Cristo, dos quais; durante o curso da sua vida mortal, o seu Coração participou e continua agora participando e não deixará de participar por toda a eternidade.
Nas páginas do Evangelho é onde principalmente encontraremos a luz pela qual iluminados e fortalecidos poderemos penetrar no segredo deste Divino Coração, e admirar com o Apóstolo das gentes "as abundantes riquezas da graça (de Deus) na bondade usada connosco por amor de Jesus Cristo" [i].

30. O adorável Coração de Jesus Cristo pulsa de amor ao mesmo tempo humano e divino desde que a virgem Maria pronunciou aquela palavra magnânima: "Fiat", e o Verbo de Deus, como nota o Apóstolo, "ao entrar no mundo disse:
Não quiseste sacrifício nem oferenda, mas me apropriaste um corpo; holocaustos pelo pecado não te agradaram. Então disse: Eis que venho: segundo está escrito de mim no princípio do livro, para cumprir, ó Deus, a tua vontade... Por esta vontade, pois, somos santificados pela oblação do corpo de Cristo feita uma só vez" [ii].
De maneira semelhante palpitava de amor o seu Coração, em perfeita harmonia com os afectos da sua vontade humana e com o seu amor divino, quando, na casa de Nazaré, ele mantinha aqueles celestiais colóquios com sua dulcíssima Mãe e com seu pai putativo, S. José, a quem obedecia e com quem colaborava no fatigante ofício de carpinteiro.
Esse mesmo tríplice amor movia o seu Coração nas suas contínuas excursões apostólicas, quando realizava aqueles inúmeros milagres, quando ressuscitava os mortos ou restituía a saúde a toda sorte de enfermos, quando sofria aqueles trabalhos, suportava o suor, a fome e a sede; nas vigílias noturnas passadas em oração a seu Pai amado; e, finalmente, nos discursos que pronunciava e nas parábolas que propunha, especialmente naquelas que tratam da misericórdia, como a da dracma perdida, a da ovelha desgarrada e a do filho pródigo.
Nessas palavras e nessas obras, como diz Gregório Magno, manifesta-se o próprio Coração de Deus.
"Conhece o Coração de Deus nas palavras de Deus, para que com mais ardor suspires pelas coisas eternas". [iii]

31. De amor ainda maior pulsava o Coração de Jesus Cristo quando da sua boca saíam palavras que inspiravam amor ardente.
Assim, para dar algum exemplo, quando, ao ver as turbas cansadas e famintas, ele disse:
"Tenho compaixão desta multidão" [iv], e quando, ao avistar Jerusalém, a sua cidade predileta, destinada a uma ruína fatal por causa da sua obstinação no pecado, exclamou: "Jerusalém, Jerusalém, que matas os profetas e apedrejas os que te São enviados: quantas vezes eu quis recolher teus filhos, como a galinha recolhe debaixo das asas os seus pintinhos, e não o quiseste!" [v].
O seu Coração também palpitou de amor para com seu Pai, e de santa indignação, quando ele viu o comércio sacrílego que se fazia no templo, e verberou os violadores com estas palavras:
"Escrito está: minha casa será chamada casa de oração; mas vós fizestes dela uma espelunca de ladrões" [vi].

32. Pois o seu Coração bateu particularmente de amor e de pavor quando ele viu iminente a hora dos seus cruéis padecimentos, e quando experimentando uma repugnância natural às dores e à morte, exclamou:
"Meu Pai, se é possível, passe de mim este cálice" [vii]; palpitou com amor invicto e com suma amargura quando, ao receber o beijo do traidor, dirigiu-lhe aquelas palavras que parecem o convite último do seu coração misericordioso ao amigo que com ânimo ímpio, infiel e obstinado, devia entregá-lo aos seus algozes:
"Amigo, a que vieste? Com um beijo entregas o Filho do homem?" [viii]; palpitou de compaixão e de amor íntimo quando disse às piedosas mulheres que choravam a sua imerecida condenação ao suplício da cruz: "Filhas de Jerusalém, não choreis por mim; chorai por vós mesmas e por vossos filhos..., pois, se assim tratam a árvore verde, que se não fará à seca?" [ix].

33. Finalmente, quando o divino Redentor pendia da cruz, sentiu o seu Coração arder dos mais vários e veementes afectos, isto é, de afectos de amor ardente, de consternação, de misericórdia, de desejo inflamado, de paz serena; afectos claramente manifestados naquelas palavras:
"Pai, perdoa-lhes; porque eles não sabem o que fazem" [x]; "Deus meu, Deus meu, por que me abandonaste?" [xi]; "Em verdade te digo que hoje estarás comigo no paraíso" [xii]; "Tenho sede" [xiii]; "Pai, nas tuas mãos entrego meu espírito" [xiv].

2) A eucaristia, a Santíssima Virgem e o sacerdócio são dons do Coração amado de Jesus

34. Quem poderá descrever dignamente as pulsações do Coração divino, índices do seu infinito amor, naqueles momentos em que ele deu aos homens os seus mais apreciados dons, isto é, a si mesmo no sacramento da eucaristia, sua mãe santíssima, e a participação no ofício sacerdotal?

35. Ainda antes de celebrar a última ceia comos seus discípulos, ao pensar em que ia instituir o sacramento do seu corpo e do seu sangue, com cuja efusão devia confirmar-se a nova aliança, sentiu o seu Coração agitado de intensa emoção, que ele manifestou aos seus apóstolos com estas palavras:
"Ardentemente desejei comer convosco este cordeiro pascal antes da minha paixão" [xv]; emoção que, sem dúvida, foi ainda mais veemente quando ele "tomou o pão, deu graças, partiu-o e deu-o a eles, dizendo: 'Isto é meu corpo, que se dá por vós; fazei isto em memória de mim'. Do mesmo modo tomou o cálice, depois de haver ceado, dizendo: 'Este cálice é a nova aliança em meu sangue, que por vós será derramado'"[xvi].

36. Com razão, pois, pode afirmar-se que a divina eucaristia, como sacramento que ele dá aos homens e como sacrifício que ele mesmo continuamente imola "desde o nascente até o poente" [xvii], e também o sacerdócio, são, sem dúvida, dons do Sagrado Coração de Jesus.

37. Dom igualmente precioso do mesmo Sagrado Coração é, como indicávamos, a santíssima Virgem, Mãe excelsa de Deus e Mãe amadíssima de todos nós, era justo que o género humano tivesse por mãe espiritual aquela que foi mãe natural do nosso Redentor, a ele associada na obra de regeneração dos filhos de Eva para a vida da graça.
A propósito disso, escreve a respeito dela Santo Agostinho:
"Evidentemente ela é mãe dos membros do Salvador, que somos nós, porque com a sua caridade cooperou para que nascessem na Igreja os fiéis, que são membros daquela cabeça". [xviii]

38. Ao dom incruento de si mesmo sob as espécies do pão e do vinho, Jesus Cristo nosso Salvador quis unir, como testemunho da sua caridade íntima e infinita, o sacrifício cruento da cruz.
Fazendo isso, deu exemplo daquela sublime caridade que com as seguintes palavras ele mostrara aos seus discípulos como meta suprema de amor:
"Ninguém tem amor maior do que aquele que dá sua vida pelos amigos" [xix].
Pelo que o amor de Jesus Cristo, Filho de Deus, revela no sacrifício do Gólgota, de modo o mais eloquente, o amor do próprio Deus:
"Nisto conhecemos a caridade de Deus: em haver ele dado sua vida por nós; e assim nós devemos dar a nossa vida por nossos irmãos" [xx].
Certamente, o divino Redentor foi crucificado mais pela força do amor do que pela violência dos algozes, e o seu holocausto voluntário é dom supremo feito a cada um dos homens, segundo a incisiva expressão do Apóstolo:
"Amou-me e entregou-se por mim" [xxi].

3) Também a Igreja e os sacramentos são dons do Sagrado Coração de Jesus

39. Não se pode, pois, duvidar de que, participando intimamente da vida do Verbo encarnado, e pelo mesmo motivo sendo, não menos do que os demais membros da sua natureza humana, como que instrumento conjunto da Divindade na realização das obras da graça e da onipotência divina, [xxii] o Sagrado Coração de Jesus é também símbolo legítimo daquela imensa caridade que moveu o nosso Salvador a celebrar, com o derramamento do seu sangue, o seu místico matrimónio com a Igreja:
"Sofreu a paixão por amor à Igreja que ele devia unir a si como esposa".[xxiii]
Portanto, do Coração ferido do Redentor nasceu a Igreja, verdadeira administradora do sangue da redenção, e do mesmo Coração flui abundantemente a graça dos sacramentos, na qual os filhos da Igreja bebem a vida sobrenatural, como lemos na sagrada liturgia:
"Do coração aberto nasce a Igreja desposada com Cristo... Tu, que do coração fazes manar a graça".[xxiv]
A respeito desse símbolo, que nem mesmo dos antigos Padres, escritores e eclesiásticos foi desconhecido, o Doutor comum, fazendo-se eco deles, assim escreve:
"Do lado de Cristo brotou água para lavar e sangue para redimir. Por isso, o sangue é próprio do sacramento da eucaristia; a água, do sacramento do batismo, o qual, entretanto, tem força para lavar em virtude do sangue de Cristo".[xxv]
O que aqui se afirma do lado de Cristo, ferido e aberto pelo soldado, cumpre aplicá-lo ao seu Coração, ao qual, sem dúvida, chegou a lançada desfechada pelo soldado precisamente para que constasse de maneira certa a morte de Jesus Cristo.
Por isso, durante o curso dos séculos, a ferida do Coração Sacratíssimo de Jesus, morto já para esta vida mortal, tem sido a imagem viva daquele amor espontâneo com que Deus entregou seu Unigénito pela redenção dos homens, e com o qual Cristo nos amou a todos tão ardentemente que a si mesmo se imolou como hóstia cruenta no Calvário:
"Cristo amou-nos e ofereceu-se a Deus em oblação e hóstia de odor suavíssimo" [xxvi].

4) O Sagrado Coração de Jesus, símbolo do seu tríplice amor a humanidade na vida gloriosa do céu

40. Depois que o nosso Salvador subiu ao céu com o seu corpo glorificado, e se sentou à direita de Deus Pai, não tem cessado de amar a sua esposa, a Igreja, com aquele amor inflamado que palpita no seu Coração.
Traz nas mãos, nos pés e no lado os esplendentes sinais das suas feridas, troféus da sua tríplice vitória: contra o demônio, contra o pecado e contra a morte.
E traz no seu Coração, como em preciosa arca aqueles imensos tesouros de méritos, frutos dessa tríplice vitória, os quais ele com largueza distribui ao género humano.
É essa uma verdade consoladora, ensinada pelo Apóstolo das gentes quando escreve:
"Ao subir para o alto, levou consigo cativa uma grande multidão de cativos e derramou seus dons sobre os homens... Aquele que desceu, esse mesmo foi o que ascendeu sobre todos os céus, para dar cumprimento a todas as coisas" [xxvii].

5) Os dons do Espírito Santo também são dons do Coração Adorável de Jesus

41. A missão do Espírito Santo junto aos discípulos é o primeiro e esplêndido sinal do seu amor munificente, depois da sua subida triunfal à direita do Pai.
Aos dez dias, o Espírito Paráclito, dado pelo Pai celestial, baixou sobre eles, reunidos no cenáculo, segundo a promessa que ele lhes fizera na última ceia:
"Rogarei ao Pai, e ele vos dará outro Consolador para estar convosco eternamente" [xxviii].
O qual Espírito Paráclito, sendo, como é, o amor mútuo pessoal com que o Pai ama o Filho e o Filho ama o Pai, por ambos é enviado, e, sob forma de línguas de fogo, infunde na alma dos discípulos a abundância da caridade divina e dos demais carismas celestes.
Esta infusão da caridade divina brotou também do Coração do nosso Salvador, "no qual estão encerrados todos os tesouros da sabedoria e da ciência" [xxix].
Essa caridade é, portanto, dom do Coração de Jesus e do seu Espírito. A esse comum Espírito do Pai e do Filho deve-se o nascimento e a propagação admirável da Igreja no meio de todos os povos pagãos, contaminados pela idolatria, pelo ódio fraterno, pela corrupção de costumes e pela violência.
Foi essa divina caridade, dom preciosíssimo do Coração de Cristo e do seu Espírito, que deu aos apóstolos e aos mártires aquela fortaleza com que eles lutaram até uma morte heróica, para pregarem a verdade evangélica e testemunhá-la com o seu sangue; foi ela que deu aos doutores da Igreja aquele zelo intenso por ilustrar e defender a fé católica; foi ela que alimentou as virtudes nos confessores e os excitou a levarem a cabo obras admiráveis e úteis, para a própria santificação, para a salvação eterna e temporal do próximo; e, finalmente, foi ela que persuadiu as virgens a espontânea e alegremente renunciarem aos gozos dos sentidos e se consagrarem inteiramente ao amor do esposo celeste.
A essa divina caridade, que transborda do Coração do Verbo Encarnado e por obra do Espírito Santo se difunde nas almas de todos os crentes, o Apóstolo das gentes entoou aquele hino de vitória que exalta a um tempo o triunfo de Jesus Cristo cabeça e o triunfo dos membros do seu corpo místico, sobre todos quantos de algum modo obstam ao estabelecimento do reino divino de amor entre os homens:
"Quem poderá separar-nos do amor de Cristo? A tribulação? Ou a angústia? Ou a fome? Ou a nudez? Ou o risco? Ou a perseguição? Ou o cutelo?... Por meio de todas essas coisas triunfamos por virtude daquele que nos amou. Pelo qual estou seguro de que nem a morte, nem a vida, nem os anjos, nem os principados, nem as virtudes, nem o presente, nem o futuro, nem a força, nem o que há de mais alto, nem de mais profundo, nem outra criatura, poderá jamais separar-nos do amor de Deus que se funda em Jesus Cristo nosso Senhor" [xxx].

6) O culto ao Coração Sacratíssimo de Jesus é o culto da pessoa do Verbo encarnado

42. Nada, portanto, proíbe que adoremos o Coração Sacratíssimo de Jesus Cristo, enquanto é participante, símbolo natural e sumamente expressivo daquele amor inexaurível em que ainda hoje o divino Redentor arde para com os homens.
Mesmo quando já não está submetido às perturbações desta vida mortal, ainda então ele vive, palpita, e está unido de modo indissolúvel com a pessoa do Verbo divino, e, nela e por ela, com a sua divina vontade.
Superabundando o Coração do Cristo de amor divino e humano, e sendo imensamente rico com os tesouros de todas as graças que o nosso Redentor adquiriu com sua vida, seus padecimentos e sua morte, ele é, sem dúvida, uma fonte perene daquela caridade que o seu Espírito infunde em todos os membros do seu corpo místico.

43. Assim, pois, o Coração do nosso Salvador reflecte de certo modo a imagem da divina pessoa do Verbo, e, igualmente, das suas duas naturezas: humana e divina; e nele podemos considerar não só um símbolo, mas também como que um compêndio de todo o mistério da nossa redenção.
Quando adoramos o Coração de Jesus Cristo, nele e por ele adoramos tanto o amor incriado do Verbo divino como seu amor humano e os seus demais afectos e virtudes, já que um e outro amor moveu o nosso Redentor a imolar-se por nós e por toda a Igreja, sua esposa, segundo a sentença do Apóstolo:
"Cristo amou a sua Igreja e sacrificou-se por ela para santificá-la, lavando-a no baptismo de água com a palavra de vida, a fim de fazê-la comparecer perante si cheia de glória, sem mancha, nem ruga, nem coisa semelhante, mas santa e imaculada" [xxxi].

44. Assim como amou a Igreja, Cristo continua amando-a intensamente, com aquele tríplice amor de que falamos [xxxii]; e esse amor é que o impele a fazer-se nosso advogado para nos obter do Pai graça e misericórdia, "estando sempre vivo para interceder por nós" [xxxiii].
As preces que brotam do seu inesgotável amor, dirigidas ao Pai, não sofrem interrupção alguma.
Como nos dias da sua carne" [xxxiv], também agora, que está triunfante no céu, ele suplica o Pai com não menor eficácia; e aquele que "amou tanto o mundo que deu seu Filho unigénito, a fim de que todos os que nele crêem não pereçam, mas vivam vida eterna" [xxxv].
Ele mostra o seu Coração vivo e como ferido e inflamado de um amor mais ardente do que quando, já exânime, o feriu a lança do soldado romano:
"Por isto foi ferido (o teu coração), para que pela ferida visível víssemos a ferida invisível do amor". [xxxvi]

45. Por conseguinte, não pode haver dúvida alguma de que, ante as súplicas de tão grande advogado, e feitas com tão veemente amor, o Pai celestial, "que não perdoou seu próprio filho, mas o entregou por todos nós" [xxxvii], por meio dele derramará incessantemente sobre todos os homens a abundância das suas graças divinas.

 (Revisão da versão portuguesa por ama)



[i] Ef 2, 7
[ii] Hb 10, 5-7.10
[iii] Registr. epist., lib. IV, ep. 31 ad Theodorum medicum: PL 77, 706.
[iv] Mc 8, 2
[v] Mt 23, 37
[vi] Mt 21, 13
[vii] Mt 26, 39
[viii] Mt 26, 50; Lc 22, 48
[ix] Lc 23, 28. 31
[x] Lc 23, 34
[xi] Mt 27, 46
[xii] Lc 23, 43
[xiii] Jo 19, 28
[xiv] Lc 23, 46
[xv] Lc 22, 15
[xvi] Lc 22, 19-20
[xvii] Mt 1, 11
[xviii] De sancta virginitate, VI; PL 40, 399.
[xix] Jo 15, 13
[xx] 1 Jo 3, 16
[xxi] Gl 2, 20
[xxii] Cf. S. Tomás, Summa theol., III, q.19, a. l; ed. Leon., t. XI,1903, p. 329.
[xxiii] Summa theol., Suppl., q. 42, a. l até 3; ed. Leon., t. XII,1906, p. 81.
[xxiv] Hino das Vésp. da festa do Sagrado Coração de Jesus.
[xxv] Summa theol, III, q. 66, a. 3, ed. Leon., t. XII,1906, p. 65.
[xxvi] Ef 5, 2
[xxvii] Ef 4, 8.10
[xxviii] Jo 14, 16
[xxix] Cl 2, 3
[xxx] Rm 8, 35.37-39
[xxxi] Ef 5, 25-27
[xxxii] cf. 1 Jo 2, 1
[xxxiii] Hb 7, 25
[xxxiv] Hb 5, 7
[xxxv] Jo 3, 16
[xxxvi] S. Boaventura, Opusc. X: Vitis mystica, c. III, n. 5: Opera Omnia, Ad Claras Aquas (Quaracchi), 1898, t. VIII, p. 164; cf, S. Tomás, Summa theol., III, q. 54, a. 4; ed. Leon., t. XI,1903, p. 513.
[xxxvii] Rm 8, 32

Evangelho e comentário


Tempo Comum

Evangelho: Mt 8, 5-17

5 Tendo entrado em Cafarnaum, aproximou-se d'Ele um centurião, e fez-Lhe uma súplica, 6 dizendo: «Senhor, o meu servo jaz em casa paralítico e sofre muito». 7 Jesus disse-lhe: «Eu irei e o curarei». 8 Mas o centurião, respondeu: «Senhor, eu não sou digno de que entres na minha casa; diz, porém, uma só palavra, e o meu servo será curado.9 Pois também eu sou um homem sujeito a outro, mas tenho soldados às minhas ordens, e digo a um: “Vai”, e ele vai; e a outro: “Vem”, e ele vem; e ao meu servo: “Faz isto”, e ele o faz». 10 Jesus, ouvindo estas palavras, admirou-Se, e disse para os que O seguiam: «Em verdade vos digo: Não achei fé tão grande em Israel. 11 Digo-vos, pois, que virão muitos do Oriente e do Ocidente, e se sentarão com Abraão, Isaac e Jacob no Reino dos Céus, 12 enquanto que os filhos do reino serão lançados nas trevas exteriores, onde haverá pranto e ranger de dentes».13 Então disse Jesus ao centurião: «Vai, seja feito conforme tu creste». E naquela mesma hora ficou curado o servo. 14 Tendo chegado Jesus a casa de Pedro, viu que a sogra dele estava de cama com febre; 15 e tomou-a pela mão, e a febre deixou-a, e ela levantou-se e pôs-se a servi-los. 16 Pela tarde apresentaram-se muitos possessos do demónio, e Ele com a Sua palavra expulsou os espíritos e curou todos os enfermos; 17 cumprindo-se deste modo o que foi anunciado pelo profeta Isaías, quando diz: “Ele mesmo tomou as nossas fraquezas e carregou com as nossas enfermidades”.

Comentário:

Jesus cura todos os que a Ele recorrem com Fé e Confiança.

Não precisa de grandes manifestações porque o Seu Coração Amantíssimo e Misericordioso vibra e comove-se com às necessidades e carências dos Seus irmãos os homens.

Pois se Ele deu a Sua vida por nós como não fará o que lhe pedir-mos? 

(ama, comentário sobre Mt 8, 5-17, Convento, Monte Real, 2015.06.27)