08/12/2018

A estreita ligação de N Senhora ao Advento


2 -  

Com Nossa Senhora deveria passar-se algo semelhante, talvez até lhe fosse algo difícil manter a tranquilidade tanto interior como exterior.

Não será descabido pensar que a sua mãe ainda vivesse e portanto guardar segredo de algo tão importante não seria fácil.

É verdade que não consta que São Gabriel tivesse pedido ou recomendado segredo mas a magnitude da situação aconselhava cuidada discrição.

Talvez por isso se terá apressado a visitar Santa Isabel.

Além de um acto de caridade, também se afastaria por mais ou menos três meses do ambiente normal e das perguntas embaraçosas.

AMA, reflexões, 29.11.2018

Imaculada Conceição – Papa Francisco


Elevemos nossas preces à Imaculada, Santa Mãe de Deus e nossa Mãe!

Virgem Santa e Imaculada, que sois a honra do nosso povo e a guardiã solícita da nossa cidade, a Vós nos dirigimos com amorosa confidência.

Toda sois Formosa, ó Maria!
Em Vós não há pecado.

Suscitai em todos nós um renovado desejo de santidade:
na nossa palavra, refulja o esplendor da verdade, nas nossas obras, ressoe o cântico da caridade, no nosso corpo e no nosso coração, habitem pureza e castidade, na nossa vida, se torne presente toda a beleza do Evangelho.

Toda sois Formosa, ó Maria!
em Vós Se fez carne a Palavra de Deus.

Ajudai-nos a permanecer numa escuta atenta da voz do Senhor:
o grito dos pobres nunca nos deixe indiferentes, o sofrimento dos doentes e de quem passa necessidade não nos encontre distraídos, a solidão dos idosos e a fragilidade das crianças nos comovam, cada vida humana sempre seja, por todos nós, amada e venerada.

Toda sois Formosa, ó Maria!
Em Vós, está a alegria plena da vida beatífica com Deus.

Fazei que não percamos o significado do nosso caminho terreno:
a luz terna da fé ilumine os nossos dias, a força consoladora da esperança oriente os nossos passos, o calor contagiante do amor anime o nosso coração, os olhos de todos nós se mantenham bem fixos em Deus, onde está a verdadeira alegria.

Toda sois Formosa, ó Maria!
Ouvi a nossa oração, atendei a nossa súplica:
esteja em nós a beleza do amor misericordioso de Deus em Jesus, seja esta beleza divina a salvar-nos a nós, à nossa cidade, ao mundo inteiro.

Amén.

papa francisco

*Acto de Veneração à Imaculada Conceição na Praça de Espanha (8 de Dezembro de 2013)

El Reto del amor





por El Reto Del Amor

Canta diante de Maria Imaculada

Deus Omnipotente, Todo-Poderoso, Sapientíssimo tinha que escolher a sua Mãe. – Tu, que terias feito, se tivesses tido de escolhê-la? Penso que tu e eu teríamos escolhido a que temos, enchendo-a de todas as graças. Isso fez Deus. Portanto, depois da Santíssima Trindade, está Maria. Os teólogos estabelecem um raciocínio lógico desse cúmulo de graças, desse não poder estar sujeita a satanás: convinha, Deus podia fazê-lo, logo fê-lo. É a grande prova. A prova mais clara de que Deus rodeou a sua Mãe de todos os privilégios, desde o primeiro instante. E assim é: formosa e pura e limpa, em alma e corpo! (Forja, 482)

És toda formosa e não há mancha em ti. – És horto cerrado, minha irmã, Esposa, horto cerrado, fonte selada. – Veni: coronaberis. – Vem: serás coroada (Cant. IV, 7, 12 e 8).

Se tu e eu tivéssemos tido poder, tê-la-íamos feito também Rainha e Senhora de toda a criação.

Um grande sinal apareceu no céu uma mulher com uma coroa de doze estrelas sobre a cabeça. – O vestido de sol. – A lua a seus pés (Apoc. XII, 1). Maria, Virgem sem mancha, reparou a queda de Eva; e esmagou, com o seu pé imaculado, a cabeça do dragão infernal. Filha de Deus, Mãe de Deus, Esposa de Deus.

O Pai, o Filho e o Espírito Santo coroaram-na como Imperatriz que é do Universo.

E rendem-lhe preito de vassalagem os Anjos..., e os patriarcas e os profetas e os Apóstolos..., e os mártires e os confessores e as virgens e todos os santos..., e todos os pecadores e tu e eu. (Santo Rosário, 5º mistério glorioso)

Leitura espiritual

Resultado de imagem para fé
LA FE EXPLICADA  


CAPÍTULO IX 





EL ESPIRITU SANTO Y LA GRACIA


Ahora demos el tremendo salto que nos remonta desde nuestra baja naturaleza humana a las tres Personas vivas que constituyen la Santísima Trinidad. Quizás comprendamos un poquito mejor por qué la tarea de santificar las almas se asigna al Espíritu Santo.

Ya que Dios Padre es el origen del principio de la actividad divina que actúa en la Santísima Trinidad (la actividad de conocer y amar); se le considera el comienzo de todo.

Por esta razón atribuimos al Padre la creación, aunque, de hecho, claro está, sea la Santísima Trinidad la que crea, tanto el universo como las almas individuales. Lo que hace una Persona divina, lo hacen las tres. Pero apropiamos al Padre el acto de la creación porque, por su relación con las otras dos Personas, la función de crear le conviene mejor.

Luego, como Dios unió a Sí una naturaleza humana por medio de la segunda Persona en la Persona de Jesucristo, atribuimos la tarea de la redención a Dios Hijo, Sabiduría viviente de Dios Padre. El Poder infinito (el Padre) decreta la redención; la Sabiduría infinita (el Hijo) la realiza. Sin embargo, cuando nos referimos a Dios Hijo como Redentor, no perdemos de vista que Dios Padre y Dios Espíritu Santo estaban también inseparablemente presentes en Jesucristo. Hablando absolutamente, fue la Santísima Trinidad quien nos redimió. Pero apropiamos al Hijo el acto de la redención.

En los párrafos anteriores he escrito la palabra «apropiar» en cursiva porque ésta es la palabra exacta que utiliza la ciencia teológica al describir esta forma de «dividir» las actividades de la Santísima Trinidad entre las tres Personas divinas. Lo que hace una Persona, lo hacen las tres. Y, sin embargo, ciertas actividades parecen más apropiadas a una Persona que a las otras. En consecuencia, los teólogos dicen que Dios Padre es el Creador, por apropiación; Dios Hijo, por apropiación, el Redentor; y Dios Espíritu Santo, por apropiación, el Santificador.

Todo esto podrá parecer innecesariamente técnico al lector medio, pero puede ayudarnos a entender lo que quiere decir el Catecismo cuando dice, por ejemplo: «El Espíritu Santo habita en la Iglesia como la fuente de su vida y santifica a las almas por medio del don de la gracia». El Amor de Dios hace esta actividad, pero su sabiduría y su poder también están allí.

¿Qué es la gracia? La palabra «gracia» tiene muchas significaciones. Puede significar «encanto» cuando decimos: «ella se movía por la sala con gracia». Puede significar «benevolencia» si decimos: «es una gracia que espero alcanzar de su bondad». Puede significar «agradecimiento», como en la acción de gracias de las comidas. Y cualquiera de nosotros podría pensar media docena más de ejemplos en los que la palabra «gracia» se use comúnmente.

En la ciencia teológica, sin embargo, gracia tiene un significado muy estricto y definido.

Antes que nada, designa un don de Dios. No cualquier tipo de don, sino uno muy especial.

La vida misma es un don divino. Para empezar, Dios no estaba obligado a crear la humanidad, y mucho menos a crearnos a ti y a mí como individuos. Y todo lo que acompaña a la vida es también don de Dios. El poder de ver y hablar, la salud, los talentos que podamos tener -cantar, dibujar o cocinar un pastel-, absolutamente todo, es don de Dios. Pero éstos son dones que llamamos naturales. Forman parte de nuestra naturaleza humana. Hay ciertas cualidades que tienen que acompañar necesariamente a una criatura humana tal como la designó Dios. Y propiamente no pueden llamarse gracias.

En teología la palabra «gracia» se reserva para describir los dones a los que el hombre no tiene derecho ni siquiera remotamente, a los que su naturaleza humana no le da acceso.

La palabra «gracia« se usa para nombrar los dones que están sobre la naturaleza humana. Por eso decimos que la gracia es un don sobrenatural de Dios.

Pero la definición está aún incompleta. Hay dones de Dios que son sobrenaturales, pero no pueden llamarse en sentido estricto gracias. Por ejemplo, una persona con cáncer incurable puede sanar milagrosamente en Lourdes. En este caso, la salud de esta persona sería un don sobrenatural, pues se le había restituido por medios que sobrepasan la naturaleza. Pero si queremos hablar con precisión, esta cura no sería una gracia. Hay también otros dones que, siendo sobrenaturales en su origen, no pueden calificarse de gracias. La Sagrada Escritura, por ejemplo, la Iglesia o los sacramentos son dones sobrenaturales de Dios. Pero este tipo de dones, por sobrenaturales que sean, actúan fuera de nosotros. No sería incorrecto llamarlos «gracias externas». La palabra «gracia», sin embargo, cuando se utiliza en sentido simple y por sí, se refiere a aquellos dones invisibles que residen y operan en el alma. Así, precisando un poco más en nuestra definición de gracia, diremos que es un don sobrenatural e interior de Dios.

Pero esto nos plantea en seguida otra cuestión. A veces Dios da a algunos elegidos el poder predecir el futuro. Este es un don sobrenatural e interior. ¿Llamaremos gracia al don de profecía? Más aún, un sacerdote tiene poder de cambiar el pan y vino en el cuerpo y sangre de Cristo y de perdonar los pecados. Estos son, ciertamente, dones sobrenaturales e interiores. ¿Son gracias? La respuesta a ambas preguntas es no. Estos poderes, aunque sean sobrenaturales e interiores, son dados para el beneficio de otros, no del que los posee. El poder de ofrecer Misa que tiene un sacerdote no se le ha dado para él, sino para el Cuerpo Místico de Cristo. Un sacerdote podría estar en pecado mortal, pero su Misa sería válida y recaba ría gracias para otros. Podría estar en pecado mortal, pero sus palabras de absolución perdonarían a otros sus pecados. Esto nos lleva a añadir otro elemento a nuestra definición de gracia: es el don sobrenatural e interior de Dios que se nos concede para nuestra propia salvación.

Finalmente, planteamos esta cuestión: si la gracia es un don de Dios al que no tenemos absolutamente ningún derecho, ¿por qué se nos concede? Las primeras criaturas (conocidas) a las que se concedió gracia fueron los ángeles y Adán y Eva. No nos sorprende que, siendo Dios bondad infinita, haya dado su gracia a los ángeles y a nuestros primeros padres. No la merecieron, es cierto, pero aunque no tenían derecho a ella, tampoco eran positivamente indignos de ese don.

Sin embargo, una vez que Adán y Eva pecaron, ellos (y nosotros, sus descendientes) no merecían la gracia, sino que eran indignos (y con ellos nosotros) de cualquier don más allá de los naturales ordinarios propios de la naturaleza humana. ¿Cómo se pudo satisfacer a la justicia infinita de Dios, ultrajada por el pecado original, para que su bondad infinita pudiera actuar de nuevo en beneficio de los hombres? La respuesta redondeará la definición de gracia. Sabemos que fue Jesucristo quien por su vida y muerte dio la satisfacción debida a la justicia divina por los pecados de la humanidad. Fue Jesucristo quien nos ganó y mereció la gracia que Adán con tanta ligereza había perdido. Y así completamos nuestra definición diciendo: La gracia es un don de Dios sobrenatural e interior que se nos concede por los méritos de Jesucristo para nuestra salvación.

Un alma, al nacer, está oscura y vacía, muerta sobrenaturalmente. No hay lazo de unión entre el alma y Dios. No tienen comunicación. Si hubiéramos alcanzado el uso de razón sin el Bautismo y muerto sin cometer un solo pecado personal (una hipótesis puramente imaginaria, virtualmente imposible), no habríamos podido ir al cielo. Habríamos entrado en un estado de felicidad natural que, por falta de mejor nombre, llamamos limbo. Pero nunca hubiéramos visto a Dios cara a cara, como El es realmente.

Y este punto merece ser repetido: por naturaleza nosotros, seres humanos, no tenemos derecho a la visión directa de Dios que constituye la felicidad esencial del cielo. Ni siquiera Adán y Eva, antes de su caída, tenían derecho alguno a la gloria. De hecho, el alma humana, en lo que podríamos llamar estado puramente natural, carece del poder de ver a Dios; sencillamente no tiene capacidad para una unión íntima y personal con Dios.

Pero Dios no dejó al hombre en su estado puramente natural. Cuando creó a Adán le dotó de todo lo que es propio de un ser humano. Pero fue más allá, y Dios dio también al alma de Adán cierta cualidad o poder que le permitía vivir en íntima (aunque invisible) unión con El en esta vida. Esta especial cualidad del alma -este poder de unión e intercomunicación con Dios- está por encima de los poderes naturales del alma, y por esta razón llamamos a la gracia una cualidad sobrenatural del alma, un don sobrenatural.

El modo que tuvo Dios de impartir esta cualidad o poder especial al alma de Adán fue por su propia inhabitación. De una manera maravillosa, que será para nosotros un misterio hasta el Día del Juicio, Dios «tomó residencia» en el alma de Adán. E, igual que el sol imparte luz y calor a la atmósfera que le rodea, Dios impartía al alma de Adán esta cualidad sobrenatural que es nada menos que la participación, hasta cierto punto, de la propia vida divina. La luz solar no es el sol, pero es resultado de su presencia. La cualidad sobrenatural de que hablamos es distinta de Dios, pero fluye de El y es resultado de su presencia en el alma.

Esta cualidad sobrenatural del alma produce otro efecto. No sólo nos capacita para tener una unión y comunicación íntima con Dios en esta vida, sino que también prepara al alma para otro don que Dios le añadirá tras la muerte: el don de la visión sobrenatural, el poder de ver a Dios cara a cara, tal como es realmente.

El lector habrá ya reconocido en esta «cualidad sobrenatural del alma», de la que vengo hablando, al don de Dios que los teólogos llaman «gracia santificante». La he descrito antes de nombrarla con la esperanza de que el nombre tuviera más plena significación cuando llegáramos a él. Y el don añadido de la visión sobrenatural después de la muerte es el que los teólogos llaman en latín lumen gloriae, o sea «luz de gloria». La gracia santificante es la preparación necesaria, un prerrequisito de esta luz de gloria. Igual que una lámpara eléctrica resulta inútil sin un punto al que enchufarla, la luz de gloria no podría aplicarse al alma que no poseyera la gracia santificante.

Mencioné antes la gracia santificante en relación con Adán. Dios, en el acto mismo de crearle, lo puso por encima del simple nivel natural, lo elevó a un destino sobrenatural al conferirle la gracia santificante. Adán, por el pecado original, perdió esta gracia para sí y para nosotros. Jesucristo, por su muerte en la cruz, salvó el abismo que separaba al hombre de Dios. El destino sobrenatural del hombre se ha restaurado. La gracia santificante se imparte a cada hombre individualmente en el sacramento del Bautismo.

Al bautizarnos recibimos la gracia santificante por vez primera. Dios (el Espíritu Santo por «apropiación») toma morada en nosotros. Con su presencia imparte al alma esa cualidad sobrenatural que hace que Dios -de una manera grande y misteriosa- se vea en nosotros y, en consecuencia, nos ame. Y puesto que esta gracia santificante nos ha sido ganada por Jesucristo, por ella estamos unidos a El, la compartimos con Cristo -y Dios, en consecuencia, nos ve como a su Hijo- y cada uno de nosotros se hace hijo de Dios.

A veces, la gracia santificante es llamada gracia habitual porque su finalidad es ser la condición habitual, permanente, del alma. Una vez unidos a Dios por el Bautismo, se debería conservar siempre esa unión, invisible aquí, visible en la gloria.

La gracia que viene y va Dios nos ha hecho para la visión beatífica, para esa unión personal que es la esencia de la felicidad del cielo. Para hacernos capaces de la visión directa de Dios, nos dará un poder sobrenatural que llamamos lumen gloriae. Esta luz de gloria, sin embargo, no puede concederse más que al alma ya unida a Dios por el don previo que llamamos gracia santificante. Si entráramos en la eternidad sin esa gracia santificante, habríamos perdido a Dios para siempre.

Una vez recibida la gracia santificante en el Bautismo, es asunto de vida o muerte que conservemos este don hasta el fin. Y si nos hiriera esa catástrofe voluntaria que es el pecado mortal, nos sería de una tremenda urgencia recuperar el precioso don que el pecado nos ha arrebatado, el don de la vida espiritual que es la gracia santificante y que habíamos matado en nuestra alma.

Leo G. Terese

(Cont)

Evangelho e comentário


Tempo do ADVENTO


Imaculada Conceição da Virgem Maria

Evangelho: Lc 1, 26-38

26 Ao sexto mês, o anjo Gabriel foi enviado por Deus a uma cidade da Galileia chamada Nazaré, 27 a uma virgem desposada com um homem chamado José, da casa de David; e o nome da virgem era Maria. 28 Ao entrar em casa dela, o anjo disse-lhe: «Salve, ó cheia de graça, o Senhor está contigo.» 29 Ao ouvir estas palavras, ela perturbou-se e inquiria de si própria o que significava tal saudação. 30 Disse-lhe o anjo: «Maria, não temas, pois achaste graça diante de Deus. 31 Hás-de conceber no teu seio e dar à luz um filho, ao qual porás o nome de Jesus. 32 Será grande e vai chamar-se Filho do Altíssimo. O Senhor Deus vai dar-lhe o trono de seu pai David, 33 reinará eternamente sobre a casa de Jacob e o seu reinado não terá fim.» 34 Maria disse ao anjo: «Como será isso, se eu não conheço homem?» 35 O anjo respondeu-lhe: «O Espírito Santo virá sobre ti e a força do Altíssimo estenderá sobre ti a sua sombra. Por isso, aquele que vai nascer é Santo e será chamado Filho de Deus. 36 Também a tua parente Isabel concebeu um filho na sua velhice e já está no sexto mês, ela, a quem chamavam estéril, 37 porque nada é impossível a Deus.» 38 Maria disse, então: «Eis a serva do Senhor, faça-se em mim segundo a tua palavra.» E o anjo retirou-se de junto dela.

Comentário:



O maior acontecimento da história humana parece - narrado pelo génio literário de S. Lucas -, uma história simples desprovida de qualquer grandiosidade.

E, de facto, assim é.

Deus Nosso Senhor é, Ele próprio, a simplicidade e a Santíssima Virgem não é mais que uma jovem e simples rapariga da Galileia.

Nós, homens, apreciamos os discursos elaborados, a oratória grandiloquente sem as quais os acontecimentos não têm relevância.

Perdemo-nos nas palavras e esquecemos a substância.

Não nos esqueçamos nunca de agradecer ao Senhor todas as maravilhas que Ele operou.


(AMA, comentário sobre Lc 1, 26-38, 20.12.2017)



Temas para meditar e reflectir

Unção dos Doentes

No sacramento da Unção dos Doentes, a graça do Espírito Santo, cuja unção tira os pecados, se algum ficar ainda por tirar, e os vestígios do pecado; também alivia e fortalece a alma da pessoa doente, despertando nela uma grande confiança na misericórdia divina; apoiado desta forma, pode facilmente suportar as provas e penas da doença, resistir mais facilmente às tentações do demónio que está à espreita (Gen 3, 15), e por vezes recupera a saúde corporal, se tal for conveniente para a saúde da alma.


(São Paulo VI, Const. Apost. Sacram Unctionem infirmorum, 1972.09.30)

Pequena agenda do cristão

SÁBADO



(Coisas muito simples, curtas, objectivas)



Propósito:
Honrar a Santíssima Virgem.

A minha alma glorifica o Senhor e o meu espírito se alegra em Deus meu Salvador, porque pôs os olhos na humildade da Sua serva, de hoje em diante me chamarão bem-aventurada todas as gerações. O Todo-Poderoso fez em mim maravilhas, santo é o Seu nome. O Seu Amor se estende de geração em geração sobre os que O temem. Manifestou o poder do Seu braço, derrubou os poderosos do seu trono e exaltou os humildes, aos famintos encheu de bens e aos ricos despediu de mãos vazias. Acolheu a Israel Seu servo, lembrado da Sua misericórdia, como tinha prometido a Abraão e à sua descendência para sempre.

Lembrar-me:

Santíssima Virgem Mãe de Deus e minha Mãe.

Minha querida Mãe: Hoje queria oferecer-te um presente que te fosse agradável e que, de algum modo, significasse o amor e o carinho que sinto pela tua excelsa pessoa.
Não encontro, pobre de mim, nada mais que isto: O desejo profundo e sincero de me entregar nas tuas mãos de Mãe para que me leves a Teu Divino Filho Jesus. Sim, protegido pelo teu manto protector, guiado pela tua mão providencial, não me desviarei no caminho da salvação.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?