LIBRO
DE LA VIDA
PRÓLOGO
CAPÍTULO
8
8. Pues si a cosa tan ruin como yo
tanto tiempo sufrió el Señor, y se ve claro que por aquí se remediaron todos
mis males, ¿qué persona, por malo que sea, podrá temer? Porque por mucho que lo
sea, no lo será tantos años después de haber recibido tantas mercedes del
Señor. Ni ¿quién podrá desconfiar, pues a mí tanto me sufrió, sólo porque
deseaba y procuraba algún lugar y tiempo para que estuviese conmigo, y esto
muchas veces sin voluntad, por gran fuerza que me hacía o me la hacía el mismo
Señor? Pues si a los que no le sirven sino que le ofenden les está tan bien la
oración y les es tan necesaria, y no puede nadie hallar con verdad daño que pueda
hacer, que no fuera mayor el no tenerla, los que sirven a Dios y le quieren
servir ¿por qué lo han de dejar? Por cierto, si no es por pasar con más trabajo
los trabajos de la vida, yo no lo puedo entender, y por cerrar a Dios la puerta
para que en ella no les dé contento. Cierto, los he lástima, que a su costa
sirven a Dios; porque a los que tratan la oración el mismo Señor les hace la
costa, pues por un poco de trabajo da gusto para que con él se pasen los trabajos.
9. Porque de estos gustos que el Señor
da a los que perseveran en la oración se tratará mucho, no digo aquí nada. Sólo
digo que para estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí, es la puerta la oración.
Cerrada ésta, no sé cómo las hará; porque, aunque quiera entrar a regalarse con
un alma y regalarla, no hay por dónde, que la quiere sola y limpia y con gana de
recibirlos. Si le ponemos muchos tropiezos y no ponemos nada en quitarlos,
¿cómo ha de venir a nosotros? ¡Y queremos nos haga Dios grandes mercedes!
10. Para que vean su misericordia y el
gran bien que fue para mí no haber dejada la oración y lección, diré aquí -pues
va tanto en entender- la batería que da el demonio a un alma para ganarla, y el
artificio y misericordia con que el Señor procura tornarla a Sí, y se guarden
de los peligros que yo no me guardé. Y sobre todo, por amor de nuestro Señor y
por el grande amor con que anda granjeando tornarnos a Sí, pido yo se guarden
de las ocasiones; porque, puestos en ellas, no hay que fiar donde tantos
enemigos nos combaten y tantas flaquezas hay en nosotros para defendernos.
11. Quisiera yo saber figurar la
cautividad que en estos tempos traía mi alma, porque bien entendía yo que lo
estaba, y no acababa de entender en qué ni podía creer del todo que lo que los confesores
no me agraviaban tanto, fuese tan malo como yo lo sentía en mi alma. Díjome
uno, yendo yo a él con escrúpulo, que aunque tuviese subida contemplación, no
me eran inconveniente semejantes ocasiones y tratos.
Esto era ya a la postre, que yo iba
con el favor de Dios apartándome más de los peligros grandes; mas no me quitaba
del todo de la ocasión. Como me veían con buenos deseos y ocupación de oración,
parecíales hacía mucho; mas entendía mi alma que no era hacer lo que era
obligada por quien debía tanto. Lástima la tengo ahora de lo mucho que pasó y
el poco socorro que de ninguna parte tenía, sino de Dios, y la mucha salida que
le daban para sus pasatiempos y contentos con decir eran lícitos.
12. Pues el tormento en los sermones
no era pequeño, y era aficionadísima a ellos, de manera que si veía a alguno
predicar com espíritu y bien, un amor particular le cobraba, sin procurarle yo,
que no sé quién me le ponía. Casi nunca me parecía tan mal sermón, que no le
oyese de buena gana, aunque al dicho de los que le oían no predicase bien. Si
era bueno, érame muy particular recreación.
De hablar de Dios u oír de El casi
nunca me cansaba, y esto después que comencé oración. Por un cabo tenía gran
consuelo en los sermones, por otro me atormentaba, porque allí entendía yo que no
era la que había de ser, con mucha parte. Suplicaba al Señor me ayudase; mas debía
faltar -a lo que ahora me parece- de no poner en todo la confianza en Su
Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias;
mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la
confianza de nosotros, no la ponemos en Dios.
Deseaba vivir, que bien entendía que
no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese
vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme,
pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejádole.
CAPÍTULO
9
1. Pues ya andaba mi alma cansada y,
aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía.
Acaecióme que, entrando un día en el
oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado
para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota
que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que
pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas
llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con
grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una
vez para no ofenderle.
2. Era yo muy devota de la gloriosa
Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando
comulgaba, que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus
pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas. Y no sabía lo que decía,
que harto hacía quien por sí me las consentia derramar, pues tan presto se me
olvidaba aquel sentimiento. Y encomendábame a aquesta gloriosa Santa para que
me alcanzase perdón.
3. Mas esta postrera vez de esta
imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada
de mí y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me había
de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me
aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces.
4. Tenía este modo de oración: que,
como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo
dentro de mí, y hallábame mejor -a mi parecer- de las partes adonde le veía más
solo. Parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona necesitada me
había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía muchas.
En especial me hallaba muy bien en la
oración del Huerto. Allí era mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor y aflicción
que allí había tenido, si podía. Deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor. Mas acuérdome
que jamás osaba determinarme a hacerlo, como se me representaban mis pecados
tan graves. Estábame allí lo más que me dejaban mis pensamientos con El, porque
eran muchos los que me atormentaban.
Muchos años, las más noches antes que
me durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, sempre pensaba un poco
en este paso de la oración del Huerto, aun desdeque no era monja, porque me
dijeron se ganaban muchosperdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho
mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre
tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para
dormir.
5. Pues tornando a lo que decía del
tormento que me daban los pensamientos, esto tiene este modo de proceder sin
discurso del entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada o perdida, digo perdida
la consideración. En aprovechando, aprovecha mucho, porque es en amar. Mas para
llegar aquí es muy a su costa, salvo a personas que quiere el Señor muy en
breve llegarlas a oración de quietud, que yo conozco a algunas. Para las que
van por aquí es bueno un libro para presto recogerse. Aprovechábame a mí
también ver campo o agua, flores. En estas cosas hallaba yo memoria del Criador,
digo que me despertaban y recogían y servían de libro; y en mi ingratitud y
pecados. En cosas del cielo ni en cosas subidas, era mi entendimiento tan
grosero que jamás por jamás las pude imaginar, hasta que por otro modo el Señor
me las representó.
6. Tenía tan poca habilidad para con
el entendimiento representar cosas, que si no era lo que veía, no me
aprovechaba nada de mi imaginación, como hacen otras personas que pueden hacer representaciones
adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre. Mas es así que
jamás le pude representar en mí, por más que leía su hermosura y veía imágenes,
sino como quien está ciego o a oscuras, que aunque habla con una persona y ve
que está con ella porque sabe cierto que está allí (digo que entiende y cree
que está allí, mas no la ve), de esta manera me acaecía a mí cuando pensaba en
nuestro Señor. A esta causa era tan amiga de imágenes. ¡Desventurados de los
que por su culpa pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si
ld amaran, holgáranse de ver su retrato, como acá aun da contento ver el de
quien se quiere bien.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA