04/12/2018

El Reto del amor




por El Reto Del Amor

Adoro-te, amo-te, aumenta-me a fé”


Quando o receberes, diz-lhe: – Senhor, espero em Ti; adoro-te, amo-te, aumenta-me a fé. Sê o apoio da minha debilidade, Tu, que ficaste na Eucaristia, inerme, para remediar a fraqueza das criaturas. (Forja, 832)

Assistindo à Santa Missa, aprenderemos a falar, a privar com cada uma das Pessoas divinas: com o Pai, que gera o Filho, que é gerado pelo Pai; e com o Espírito Santo, que procede dos dois. Habituando-nos a privar intimamente com qualquer uma das três Pessoas, privaremos com um único Deus. E se falarmos com as três, com a Trindade, privaremos também com um só Deus, único e verdadeiro. Amai a Santa Missa, meus filhos, amai a Santa Missa! E que cada um de vós comungue com ardor, mesmo que se sinta gelado, mesmo que não haja correspondência por parte da emotividade. Comungai com fé, com esperança e com caridade inflamada.
Não ama Cristo quem não ama a Santa Missa e quem não se esforça no sentido de a viver com serenidade e sossego, com devoção e com carinho. 0 amor transforma aqueles que estão apaixonados em pessoas de sensibilidade fina e delicada. Leva-os a descobrir, para que se não esqueçam de os pôr em prática, pormenores que são por vezes mínimos, mas que trazem a marca de um coração apaixonado. É assim que devemos assistir à Santa Missa. Por este motivo, sempre pensei que aqueles que querem ouvir uma missa rápida e atabalhoada demonstram com essa atitude, já de si pouco elegante, que não conseguiram aperceber-se do significado do Sacrifício do altar.
O amor a Cristo, que se oferece por nós, anima-nos a saber encontrar, uma vez terminada a Santa Missa, alguns minutos de acção de graças pessoal e íntima, que prolonguem no silêncio do coração essa outra acção de graças que é a Eucaristia. (Cristo que passa, nn. 91–92)expulsá-lo. (Amigos de Deus, nn. 187-188)

Leitura espiritual

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LA FE EXPLICADA



CAPÍTULO VII 



LA ENCARNACIÓN


 ¿Quién es María? El 25 de marzo celebramos el gran acontecimiento que llamamos «la Encarnación», el anuncio del Arcángel Gabriel a María de que Dios la había escogido para ser madre del Redentor.

El día de la Anunciación, Dios cubrió la infinita distancia que había entre El y nosotros.

Por un acto de su poder infinito, Dios hizo lo que a nuestra mente humana parece imposible: unió su propia naturaleza divina a una verdadera naturaleza humana, a un cuerpo y alma como el nuestro. Y, lo que nos deja aún más asombrados, de esta unión no resultó un ser con dos personalidades, la de Dios y la de hombre. Al contrario, las dos naturalezas se unieron en una sola Persona, la de Jesucristo, Dios y hombre.

Esta unión de lo divino y humano en una Persona es tan singular, tan especial, que no admite comparación con otras experiencias humanas, y, por lo tanto, está fuera de nuestra capacidad de comprensión. Como la Santísima Trinidad, es uno de los grandes misterios de nuestra fe, al que llamamos el misterio de la Encarnación.

En el Evangelio de San Juan leemos «Verbum caro factum est», que el Verbo se hizo carne, o sea, que la segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, se encarnó, se hizo hombre. Esta unión de dos naturalezas en una sola Persona recibe un nombre especial, y se llama unión hipostática (del griego hipóstasis, que significa «lo que está debajo»).

Para dar al Redentor una naturaleza humana, Dios eligió a una doncella judía de quince años, llamada María, descendiente del gran rey David, que vivía oscuramente con sus padres en la aldea de Nazaret. María, bajo el impulso de la gracia, había ofrecido a Dios su virginidad, lo que formaba parte del designio divino sobre ella.

Era un nuevo ornato para el alma que había recibido una gracia mayor en su mismo comienzo. Cuando Dios creó el alma de María, en el instante mismo de su concepción en el seno de Ana, la eximió de la ley universal del pecado original. María recibió la herencia perdida por Adán. Desde el inicio de su ser, María estuvo unida a Dios. Ni por un momento se encontró bajo el dominio de Satán aquella cuyo Hijo le aplastaría la cabeza.

Aunque María había hecho lo que hoy llamaríamos voto de castidad perpetua, estaba prometida a un artesano llamado José. Hace dos mil años no había «mujeres independientes» ni «mujeres de carrera». En un mundo estrictamente masculino, cualquier muchacha honrada necesitaba un hombre que la tutelara y protegiera. Más aún, no entraba en el plan de Dios que, para ser madre de su Hijo, María tuviera que sufrir el estigma de las madres solteras. Y así, Dios, actuando discretamente por medio de su gracia, procuró que María tuviera un esposo.

El joven escogido por Dios para esposo de María y guardián de Jesús era, de por sí, un santo. El Evangelio nos lo describe diciendo, sencillamente, que era un «varón justo». El vocablo «justo» significa en su connotación hebrea un hombre lleno de toda virtud. Es el equivalente a nuestra palabra actual «santo».

No nos sorprende, pues, que José, al pedírselo los padres de María, aceptara gozosamente ser el esposo legal y verdadero de María, aunque conociera su promesa de virginidad y que el matrimonio nunca sería consumado. María permaneció virgen no sólo al dar a luz a Jesús, sino durante toda su vida. Cuando el Evangelio menciona «los hermanos y hermanas» de Jesús, tenemos que recordar que es una traducción al castellano de la traducción griega del original hebreo, y que allí estas palabras significan, sencillamente, «parientes consanguíneos», más o menos lo mismo que nuestra palabra «primos».

La aparición del ángel sucedió mientras permanecía con sus padres, antes de irse a vivir con José. El pecado vino al mundo por libre decisión de Adán; Dios quiso que la libre decisión de María trajera al mundo la salvación. Y el. Dios de cielos y tierra aguardaba el consentimiento de una muchacha.

Cuando, recibido el mensaje angélico, María inclinó la cabeza y dijo «Hágase en mí según tu palabra», Dios Espíritu Santo (a quien se atribuyen las obras de amor) engendró en el seno de María el cuerpo y alma de un niño al que Dios Hijo se unió en el mismo instante.

Por aceptar voluntariamente ser Madre del Redentor, y por participar libremente (¡y de un modo tan íntimo!) en su Pasión, María es aclamada por la Iglesia como Corredentora del género humano.

Es este momento trascendental de la aceptación de María y del comienzo de nuestra salvación el que conmemoramos cada vez que recitamos el Angelus.

Y no sorprende que Dios preservara el cuerpo del que tomó el suyo propio de la corrupción de la tumba. En el cuarto misterio glorioso del Rosario, y anualmente en la fiesta de la Asunción, celebramos el hecho que el cuerpo de María, después de la muerte, se reunió con su alma en el cielo.

Quizá algunos hayamos exclamado en momentos de trabajo excesivo: «Quisiera ser dos para poder atenderlo todo», y es una idea interesante que puede llevarnos a fantasear un poco, pero con provecho.

Imaginemos que yo pudiera ser dos, que tuviera dos cuerpos y dos almas y una sola personalidad, que sería yo. Ambos cuerpos trabajarían juntos armónicamente en cualquier tarea que me ocupara. Resultaría especialmente útil para transportar una escalera de mano o una mesa. Y las dos mentes se aplicarían juntas a solucionar cualquier problema que yo tuviera que afrontar, lo que `sería especialmente grato para resolver preocupaciones y tomar decisiones.

Es una idea total y claramente descabellada. Sabemos que en el plan de Dios sólo hay una naturaleza humana (cuerpo y alma) para cada persona humana (mi identidad consciente que me separa de cualquier otra persona). Pero esta fantasía quizá nos ayude a entender un poquito mejor la personalidad de Jesús. La unión hipostática, la unión de una naturaleza humana y una naturaleza divina en una Persona, Jesucristo, es un misterio de fe, lo que significa que no podemos comprenderlo del todo, pero eso no quiere decir que seamos incapaces de comprender nada.

Como segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, Jesús existió por toda la eternidad. Y por toda la eternidad es engendrado en la mente del Padre. Luego, en un punto determinado del tiempo, Dios Hijo se unió en el seno de la Virgen María, no sólo a un cuerpo como el nuestro, sino a un cuerpo y a un alma, a una naturaleza humana completa. El resultado es una sola Persona, que actúa siempre en armonía, siempre unida, siempre como una sola identidad.

El Hijo de Dios no llevaba simplemente una naturaleza humana como un obrero lleva su carretilla. El Hijo de Dios, en y con su naturaleza humana, tenía (y tiene) una personalidad tan individida y singular como la tendríamos nosotros en y con las dos naturalezas humanas que, en nuestra fantasía, habíamos imaginado.

Jesús mostró claramente su dualidad de naturalezas al hacer, por una parte, lo que sólo Dios podría hacer, como, por su propio poder, resucitar muertos. Por otra parte, Jesús hizo las cosas más corrientes de los hombres, como comer, beber y dormir. Y téngase en cuenta que Jesús no hacía simplemente una apariencia de comer, beber, dormir y sufrir.

Cuando come es porque realmente tiene hambre; cuando duerme es porque realmente está fatigado; cuando sufre siente realmente el dolor.

Con igual claridad Jesús mostró la unidad de su personalidad. En todas sus acciones había una completa unidad de Persona. Por ejemplo, no dice al hijo de la viuda: «La parte de Mí que es divina te dice: ¡Levántate!». Jesús manda simplemente: «A ti lo digo: ¡Levántate!». En la Cruz, Jesús no dijo: «Mi naturaleza humana tiene sed», sino que clamó: «Tengo sed».

Puede que nada de lo que venimos diciendo nos ayude mucho a comprender las dos naturalezas de Cristo. En el mejor de los casos, será siempre un misterio. Pero, por lo menos, nos recordará al dirigirnos a María con su glorioso título de «Madre de Dios» que no estamos utilizando una imagen poética.

A veces, nuestros amigos acatólicos se escandalizan de lo que llaman «excesiva» glorificación de María. No tienen inconveniente en llamarla María la Madre de Cristo, pero antes morirían que llamarla Madre de Dios. Y, sin embargo, a no ser que nos dispongamos a negar la divinidad de Cristo (en cuyo caso dejaríamos de ser cristianos), no hay razones para distinguir entre «Madre de Cristo» y «Madre de Dios».

Una madre no es sólo madre del cuerpo físico de su hijo; es madre de la persona entera que lleva en su seno. La completa Persona. concebida por María es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. El Niño que hace casi veinte siglos parió en el establo de Belén tenía, en cierto modo, a Dios como Padre dos veces: la segunda Persona de la Santísima Trinidad tiene a Dios como Padre por toda la eternidad. Jesucristo tuvo a Dios como Padre también cuando, en la Anunciación, el Espíritu Santo engendró un Niño en el seno de María.

Cualquiera que tenga un amigo amante de los perros sabe la verdad que hay en el dicho inglés «si me amas, ama a mi perro», lo que puede parecer tonto a nuestra mentalidad.

Pero estoy seguro que cualquier hombre o mujer suscribiría la afirmación, «si me amas, ama a mi madre».

¿Cómo puede, entonces, afirmar alguien que ama a Jesucristo verdaderamente si no ama también a su Madre? Los que objetan que el honor dado a María se detrae del debido a Dios; los que critican que los católicos «añaden» una segunda mediación «al único Mediador entre Dios y hombre, Jesucristo Dios encarnado», muestran lo poco que han comprendido la verdadera humanidad de Jesucristo. Porque Jesús ama a María no con el mero amor imparcial que tiene Dios por todas las almas, no con el amor especial que tiene por las almas santas; Jesús ama a María con el amor humano perfecto que sólo el Hombre Perfecto puede tener por una Madre perfecta. Quien empequeñece a María no presta un servicio a Jesús. Al contrario, quien rebaja el honor de María reduciéndola al nivel de «una buena mujer», rebaja el honor de Dios en una de sus más nobles obras de amor y misericordia.

Leo G. Terese

(Cont)

Evangelho e comentário


Tempo do ADVENTO


São João Damasceno – Doutor da Igreja

Evangelho: Lc 10, 21-24

21 Nesse mesmo instante, Jesus estremeceu de alegria sob a acção do Espírito Santo e disse: «Bendigo-te, ó Pai, Senhor do Céu e da Terra, porque escondeste estas coisas aos sábios e aos inteligentes e as revelaste aos pequeninos. Sim, Pai, porque assim foi do teu agrado. 22 Tudo me foi entregue por meu Pai; e ninguém conhece quem é o Filho senão o Pai, nem quem é o Pai senão o Filho e aquele a quem o Filho houver por bem revelar-lho.» 23 Voltando-se, depois, para os discípulos, disse-lhes em particular: «Felizes os olhos que vêem o que estais a ver. 24 Porque - digo-vos - muitos profetas e reis quiseram ver o que vedes e não o viram, ouvir o que ouvis e não o ouviram!»

Comentário:

«Jesus estremeceu de alegria sob a acção do Espírito Santo»

Esta “declaração” do Evangelista deve, seguramente, a algo que pode constatar pessoalmente.
A alegria do Senhor!

Muito mais que as honras possíveis – e merecidas – ou os êxitos apostólicos – tantas vezes patentes – a fé e confiança dos Seus discípulos são, para o Senhor, motivo de intensa e profunda alegria e, mais, a confirmação do que tantas vezes afirmou que o Reino dos Céus está guardado para os simples e puros e coração.
Se por um lado as simplicidade nada tem a ver com o grau de cultura ou sabedoria já a pureza de coração é um bem imprescindível “para ver a Deus” e compreender, aceitando, quanto nos revela.

(AMA, comentário sobre Lc 10, 21-24, 24.10.2018)


Nota de AMA:

Foi-me chamada a atenção para a redacção deste comentário que, de facto, não está correcto.
São Lucas não podia ter “constatado pessoalmente”,  porque  não foi seguidor de Jesus.
Como ele próprio afirma no Prólogo do Evangelho que escreve, faz uma “investigação cuidada e aprofundada” dos acontecimentos que rodearam a vida do Salvador.
As testemunhas terão sido principalmente a Santíssima Virgem e os Apóstolos e é com base nesses testemunhos – absolutamente fidedignos - que faz o seu relato.


(AMA, 05.12.2018)



Temas para meditar e reflectir

Santidade



Todos os fiéis de qualquer estado e condição de vida estão chamados à plenitude da vida cristã e à perfeição da caridade, santidade que, ainda na sociedade terrena, promove um modo mais humano de viver.


(CV II, Const. Lumen gentium, 40)

Pequena agenda do cristão


TeRÇa-Feira


(Coisas muito simples, curtas, objectivas)




Propósito:

Aplicação no trabalho.

Senhor, ajuda-me a fazer o que devo, quando devo, empenhando-me em fazê-lo bem feito para to poder oferecer.

Lembrar-me:
Os que estão sem trabalho.

Senhor, lembra-te de tantos e tantas que procuram trabalho e não o encontram, provê às suas necessidades, dá-lhes esperança e confiança.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?