Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 32
1.
Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes
que he dicho y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un
punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí
que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado,
y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio, mas aunque yo
viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme.
Parecíame
la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy
bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y
de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una
concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en
mucho estrecho.
Todo
esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que he
dicho va mal encarecido.
2.
Estotro me parece que aun principio de encarecerse como es no le puede haber,
ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender
cómo poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan
incomportables, que, con haberlos pasado en esta vida gravísimos y, según dicen
los médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue encogérseme todos
los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido,
y aun algunos, como he dicho, causados del demonio), no es todo nada en
comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás
cesar.
Esto
no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un
ahogamiento, una aflicción tan sentible y con tan desesperado y afligido
descontento, que yo no sé cómo lo encarecer. Porque decir que es un estarse
siempre arrancando el alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba la
vida; mas aquí el alma misma es la que se despedaza.
El
caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel
desesperamiento, sobre tan gravísimos tormentos y dolores.
No
veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me
parece. Y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.
3.
Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay
sentarse ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en éste como agujero
hecho en la pared. Porque estas paredes, que son espantosas a la vista,
aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas.
Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con nohaber luz, lo que a la vista ha
de dar pena todo se ve.
No
quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra
visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo. Cuanto a la vista,
muy más espantosos me parecieron, mas como no sentía la pena, no me hicieron
tanto temor; que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese
aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo.
Yo
no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran merced y que quiso el Señor yo
viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia. Porque no es
nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos
(aunque pocas, que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios
atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena,
porque es otra cosa. En fin como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es
muy poco en comparación de este fuego de allá.
4.
Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi
seis años, y es así que me parece el calor natural me falta de temor aquí
adonde estoy. Y así no me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que no me
parece nonada todo lo que acá se puede pasar, y así me parece en parte que nos
quejamos sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes
que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder
el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para
esforzarme a padecerlas y dar graciasal Señor que me libró, a lo que ahora me
parece, de males tan perpetuos y terribles.
5.
Después acá, como digo, todo me parece fácil en comparación de un momento que
se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí.
Espántame
cómo habiendo leído muchas veces libros adonde se da algo a entender las penas
del infierno, cómo no las temía ni tenía en lo que son. ¿Adónde estaba? ¿Cómo
me podía dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? ¡Seáis bendito,
Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido que me queríais Vos mucho más a
mí que yo me quiero! ¡Qué de veces, Señor, me librasteis de cárcel tan
tenebrosa, y cómo me tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad!
6.
De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se
condenan (de estos luteranos en especial, porque eran ya por el bautismo
miembros de la Iglesia), y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me
parece, cierto, a mí que, por librar una sola de tan gravísimos tormentos,
pasaría yo muchas muertes muy de buena gana. Miro que, si vemos acá una persona
que bien queremos, en especial con un gran trabajo o dolor, parece que nuestro
mismo natural nos convida a compasión y, si es grande, nos aprieta a nosotros.
Pues ver a un alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo
ha de poder sufrir? No hay corazón que lo lleve sin gran pena. Pues acá con
saber que, en fin, se acabará con la vida y que ya tiene término, aun nos mueve
a tanta compasión, estotro que no le tiene no sé cómo podemos sosegar viendo
tantas almas como lleva cada día el demonio consigo.
7.
Esto también me hace desear que, en cosa que tanto importa, no
nos
contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte. No
dejemos nada, y plega al Señor sea servido de darnos gracia para ello.
Cuando
yo considero que, aunque era tan malísima, traía algún cuidado de servir a Dios
y no hacía algunas cosas que veo que, como quien no hace nada, se las tragan en
el mundo y, en fin, pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia, que me
la daba el Señor; no era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie, ni me parece
podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni envidia jamás me acuerdo tener
de manera que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas cosas, que, aunque
era tan ruin, traía temor de Dios lo más continuo; y veo adonde me tenían ya
los demonios aposentada, y es verdad que, según mis culpas, aun me parece merecía
más castigo.
Mas,
con todo, digo que era terrible tormento, y que es peligrosa cosa contentarnos,
ni traer sosiego ni contento el alma que anda cayendo a cada paso en pecado
mortal; sino que por amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor
nos ayudará como ha hecho a mí. Plega a Su Majestad que no me deje de su mano
para que yo torne a caer, que ya tengo visto adónde he de ir a parar. No lo
permita el Señor, por quien Su Majestad es, amén.
8.
Andando yo, después de haber visto esto y otras grandes cosas y secretos que el
Señor, por quien es, me quiso mostrar de la gloria que se dará a los buenos y
pena a los malos, deseando modo y manera en que pudiese hacer penitencia de
tanto mal y merecer algo para ganar tanto bien, deseaba huir de gentes y acabar
ya de en todo en todo apartarme del mundo. No sosegaba mi espíritu, mas no
desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía que era de Dios, y que le
había dado Su Majestad al alma calor para digerir otros manjares más gruesos de
los que comía.
9.
Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el
llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con
la mayor perfección que pudiese. Y aunque en la casa adonde estaba había muchas
siervas de Dios y era harto servido en ella, a causa de tener gran necesidad
salían las monjas muchas veces a partes adonde con toda honestidad y religión
podíamos estar; y también no estaba fundada en su primer rigor la Regla, sino
guardábase conforme a lo que en toda la Orden, que es con bula de relajación. Y
también otros inconvenientes, que me parecía a mí tenía mucho regalo, por ser
la casa grande y deleitosa. Mas este inconveniente de salir, aunque yo era la
que mucho lo usaba, era grande para mí ya, porque algunas personas, a quien los
prelados no podían decir de no, gustaban estuviese yo en su compañía, e, importunados,
mandábanmelo. Y así, según se iba ordenando, pudiera poco estar en el
monasterio, porque el demonio en parte debía ayudar para que no estuviese en
casa, que todavía, como comunicaba con algunas lo que los que me trataban me
enseñaban, hacíase gran provecho.
10.
Ofrecióse una vez, estando con una persona, decirme a mí y a otras que si no
seríamos para ser monjas de la manera de las descalzas, que aun posible era
poder hacer un monasterio. Yo, como andaba en estos deseos, comencélo a tratar
con aquella señora mi compañera viuda que ya he dicho, que tenía el mismo deseo.
Ella comenzó a dar trazas para darle renta, que ahora veo yo que no llevaban
mucho camino y el deseo que de ello teníamos nos hacía parecer que sí.
Mas
yo, por otra parte, como tenía tan grandísimo contento en la casa que estaba,
porque era muy a mi gusto y la celda en que estaba hecha muy a mi propósito,
todavía me detenía. Con todo concertamos de encomendarlo mucho a Dios.
11.
Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis
fuerzas, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el
monasterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase San José, y que a
la una puerta nos guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría
con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor, y que,
aunque las religiones estaban relajadas, que no pensase se servía poco en
ellas; que qué sería del mundo si no fuese por los religiosos; que dijese a mi
confesor esto que me mandaba, y que le rogaba El que no fuese contra ello ni me
lo estorbase.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA