LIBRO
DE LA VIDA
Segundo edição de 1562
PRÓLOGO
Capítulo 2
5. Por aquí entiendo el gran provecho
que hace la buena compañía,
y
tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que
estuviera entera en la virtud. Porque si en esta
edad tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el alma
para no caer. Después, quitado este temor del todo, quedóme sólo el de la
honra, que en todo lo que hacía me traía atormentada.
Con pensar que no se había de saber,
me atrevía a muchas cosas bien contra ella y contra Dios.
6.
Al principio dañáronme las cosas dichas, a lo que me parece, y no debía ser
suya la culpa, sino mía. Porque después mi
malicia para el mal bastaba, junto con tener criadas, que para todo mal hallaba
en ellas buen aparejo; que si alguna fuera en aconsejarme bien, por ventura me
aprovechara; mas el interés las cegaba, como a mí la afición. Y pues nunca era
inclinada a mucho mal – porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecia -,
sino a pasatiempos de buena conversación, mas puesta en la ocasión, estaba en
la mano el peligro, y ponía en él a mi padre y hermanos. De los cuales me libró
Dios de manera que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no
me perdiese, aunque no pudo ser tan secreto que no hubiese harta quiebra de mi
honra y sospecha en mi padre.
Porque
no me parece había tres meses que andaba en estas vanidades, cuando me llevaron
a un monasterio que había en este lugar, adonde se criaban personas semejantes,
aunque no tan ruines en costumbres como yo; y esto con tan gran disimulación, que
sola yo y algún deudo lo supo; porque aguardaron a coyuntura que no pareciese
novedad: porque, haberse mi hermana casado y quedar sola sin madre, no era
bien.
7. Era tan demasiado el amor que mi
padre me tenía y la mucha disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí,
y así no quedó en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se entendiese
algo, no debía ser dicho con certinidad. Porque como yo temía tanto la honra,
todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo
a quien todo lo ve.
¡Oh Dios mío! ¡Qué daño hace en el
mundo tener esto en poco y pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra
Vos! Tengo por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que no
está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en no nos guardar de
descontentaros a Vos.
8. Los primeros ocho días sentí mucho,
y más la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía, que no de estar
allí. Porque ya yo andaba cansada y no dejaba de tener gran temor de Dios cuando
le ofendía, y procuraba confesarme con brevedad. Traía un desasosiego, que en
ocho días -y aun creo menos- estaba muy más contenta que en casa de mi padre.
Todas lo estaban conmigo, porque en esto me daba el Señor gracia, en dar
contento adondequiera que estuviese, y así era muy querida. Y puesto que yo
estaba entonces ya enemiguísima de ser monja, holgábame de ver tan buenas
monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad y religión
y recatamiento.
Aun con todo esto no me dejaba el
demonio de tentar, y buscar los de fuera cómo me desasosegar con recaudos. Como
no había lugar, presto se acabó, y comenzó mi alma a tornarse a acostumbrar en
el bien de mi primera edad y vi la gran merced que hace Dios a quien pone en
compañía de buenos.
Paréceme andaba Su Majestad mirando y
remirando por dónde me podía tornar a sí. ¡Bendito seáis Vos, Señor, que tanto
me habéis sufrido! Amén.
9. Una cosa tenía que parece me podía
ser alguna disculpa, si no tuviera tantas culpas; y es que era el trato con
quien por vía de casamiento me parecía podía acabar en bien; e informada de com
quien me confesaba y de otras personas, en muchas cosas medecían no iba contra
Dios.
10. Dormía una monja con las que
estábamos seglares, que por medio suyo parece quiso el Señor comenzar a darme
luz, como ahora diré.
CAPÍTULO
3
1. Pues comenzando a gustar de la
buena y santa conversación de esta monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba
de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo
dejé de holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser
monja por sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los llamados y pocos
los escogidos. Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por
El.
Comenzó esta buena compañía a
desterrar las costumbres que había hecho la mala y a tornar a poner en mi
pensamiento deseos de las cosas eternas y a quitar algo la gran enemistad que
tenía com ser monja, que se me había puesto grandísima. Y si veía alguna tener
lágrimas cuando rezaba, u otras virtudes, habíala mucha envidia; porque era tan
recio mi corazón en este caso que, si leyera toda la Pasión, no llorara una
lágrima. Esto me causaba pena.
2. Estuve año y medio en este monasterio
harto mejorada.
Comencé a rezar muchas oraciones
vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese el estado
en que le había de servir. Mas todavía deseaba no fuese monja, que éste no
fuese Dios servido de dármele, aunque también temía el casarme.
A cabo de este tiempo que estuve aquí,
ya tenía más amistad de ser monja, aunque no en aquella casa, por las cosas más
virtuosas que después entendí tenían, que me parecían extremos demasiados; y
había algunas de las más mozas que me ayudaban en esto, que si todas fueran de
un parecer, mucho me aprovechara.
También
tenía yo una grande amiga en otro monasterio, y esto me era parte para no ser
monja, si lo hubiese de ser, sino adonde ella estaba. Miraba más el gusto de mi sensualidad y vanidad que lo bien
que me estaba a mi alma. Estos buenos pensamientos de ser monja me venían
algunas veces y luego se quitaban, y no podía persuadirme a serlo.
3. En este tiempo, aunque yo no estaba
descuidada de mi remedio, andaba más ganoso el Señor de disponerme para el
estado que me estaba mejor. Diome una gran enfermedad, que hube de tornar
encasa de mi padre. En estando buena, lleváronme en casa de mi hermana -que
residía en una aldea- para verla, que era extremo el amor que me tenía y, a su
querer, no saliera yo de con ella; y su marido también me amaba mucho, al menos
mostrábame todo regalo, que aun esto debo más al Señor, que en todas partes siempre
le he tenido, y todo se lo servía como la que soy.
4. Estaba en el camino un hermano de
mi padre, muy avisado y de grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el
Señor disponiendo para sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía y fue
fraile y acabó de suerte que creo goza de Dios. Quiso que me estuviese con él
unos días. Su ejercicio era buenos libros de romance, y su hablar era -lo más
ordinario- de Dios y de la vanidad del mundo. Hacíame le leyese y, aunque no
era amiga de ellos, mostraba que sí. Porque en esto de dar contento a otros he
tenido extremo, aunque a mí me hiciese pesar; tanto, que en otras fuera virtud
y en mí ha sido gran falta, porque iba muchas veces muy sindiscreción.
¡Oh, válgame Dios, por qué términos me
andaba Su Majestad disponiendo para el estado en que se quiso servir de mí,
que, sin quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza! Sea bendito por siempre,
amén.
5. Aunque fueron los días que estuve
pocos, con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, así leídas
como oídas, y la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando
niña, de que no era todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acababa en breve,
y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno.
Y aunque no acababa mi voluntad de
inclinarse a ser monja, vi era el mejor y más seguro estado. Y así poco a poco
me determiné a forzarme para tomarle.
6. En esta batalla estuve tres meses,
forzándome a mí misma com esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no
podía ser mayor que la del purgatorio, y que yo había bien merecido el infierno;
que no era mucho estar lo que viviese como en purgatorio, y que después me iría
derecha al cielo, que éste era mi deseo.
Y en este movimiento de tomar estado,
más me parece me movía un temor servil que amor. Poníame el demonio que no
podría sufrir los trabajos de la religión, por ser tan regalada. A esto me defendia
con los trabajos que pasó Cristo, porque no era mucho yo pasase algunos por El;
que El me ayudaría a llevarlos - debía pensar -, que esto postrero no me
acuerdo. Pasé hartas tentaciones estos días.
7. Habíanme dado, con unas calenturas,
unos grandes desmayos,que siempre tenía bien poca salud. Diome la vida haber
quedado ya amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que me
animaban de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era como a
tomar el hábito, porque era tan honrosa que me parece no tornara atrás por
ninguna manera, habiéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me quería, que en
ninguna manera lo pude acabar con él, ni bastaron ruegos de personas que
procuré le hablasen. Lo que más se pudo acabar con él fue que después de sus
días haría lo que quisiese. Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza no tornase
atrás, y así no me pareció me convenía esto, y procurélo por otra vía, como
ahora diré.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA