Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 38/39
28.
Habíase muerto una monja en casa, había poco más de día y medio, harto sierva
de Dios. Estando diciendo una lección de difuntos una monja, que se decía por
ella en el coro, yo estaba en pie para ayudarla a decir el verso; a la mitad de
la lección la vi, que me pareció salía el alma de la parte que la pasada y que
se iba al cielo. Esta no fue visión imaginaria como la pasada, sino como otras que
he dicho; mas no se duda más que las que se ven.
29.
Otra monja se murió en mi misma casa: de hasta dieciocho o veinte años, siempre
había sido enferma y muy sierva de Dios, amiga del coro y harto virtuosa. Yo,
cierto, pensé no entrara en purgatorio, porque eran muchas las enfermedades que
había pasado, sino que le sobraran méritos. Estando en las Horas antes que la
enterrasen, habría cuatro horas que era muerta, entendí salir del mismo lugar e
irse al cielo.
30.
Estando en un colegio de la Compañía de Jesús, con los grandes trabajos que he
dicho tenía algunas veces y tengo de alma y de cuerpo, estaba de suerte que aun
un buen pensamiento, a mi parecer, no podía admitir. Habíase muerto aquella
noche un hermano de aquella casa de la Compañía, y estando como podía encomendándole
a Dios y oyendo misa de otro padre de la Compañía por él, diome un gran
recogimiento y vile subir al cielocon mucha gloria y al Señor con él. Por
particular favor entendí erair Su Majestad con él.
31.
Otro fraile de nuestra Orden, harto buen buen fraile, estaba muy
malo
y, estando yo en misa, me dio un recogimiento y vi cómo era muerto y subir al
cielo sin entrar en purgatorio. Murió a aquella hora que yo lo vi, según supe
después. Yo me espanté de que no había entrado en purgatorio. Entendí que por
haber sido fraile que había guardado bien su profesión, le habían aprovechado
las Bulas de la Orden para no entrar en purgatorio. No entiendo por qué entendí
esto. Paréceme debe ser porque no está el ser fraile en el hábito - digo en
traerle- para gozar del estado de más perfección que es ser fraile.
32.
No quiero decir más de estas cosas; porque, como he dicho, no hay para qué,
aunque son hartas las que el Señor me ha hecho merced que vea. Mas no he
entendido, de todas las que he visto, dejar ningún alma de entrar en
purgatorio, si no es la de este Padre y el santo fray Pedro de Alcántara y el
padre dominico que queda dicho. De algunos ha sido el Señor servido vea los
grados que tienen de gloria, representándoseme en los lugares que se ponen.
Es
grande la diferencia que hay de unos a otros.
CAPÍTULO 39
1.
Estando yo una vez importunando al Señor mucho porque diese vista a una persona
que yo tenía obligación, que la había del todo casi perdido, yo teníale gran
lástima y temía por mis pecados no me había el Señor de oír. Aparecióme como
otras veces y comenzóme a mostrar la llaga de la mano izquierda, y con la otra
sacaba un clavo grande que en ella tenía metido. Parecíame que a vuelta del clavo
sacaba la carne. Veíase bien el gran dolor, que me lastimabamucho, y díjome que
quien aquello había pasado por mí, que no dudase sino que mejor haría lo que le
pidiese; que El me prometía que ninguna cosa le pidiese que no la hiciese, que
ya sabía El que yo no pediría sino conforme a su gloria, y que así haría esto
que ahora pedía; que aun cuando no le servía, mirase yo que no le había pedido
cosa que no la hiciese mejor que yo lo sabía pedir, que cuán mejor lo haría
ahora que sabía le amaba, que no dudase de esto.
No
creo pasaron ocho días, que el Señor no tornó la vista a aquella persona. Esto
supo mi confesor luego. Ya puede ser no fuese por mi oración; mas yo como había
visto esta visión, quedóme una certidumbre que, por merced hecha a mí, di a Su
Majestad las gracias.
2.
Otra vez estaba una persona muy enfermo de una enfermedad muy penosa, que por
ser no sé de qué hechura, no la señalo aquí.
Era
cosa incomportable lo que había dos meses que pasaba y estaba en un tormento
que se despedazaba. Fuele a ver mi confesor, que era el Rector que he dicho, y
húbole gran lástima, y díjome que en todo caso le fuese a ver, que era persona
que yo lo podía hacer, por ser mi deudo. Yo fui y movióme a tener de él tanta piedad,que
comencé muy importunamente a pedir su salud al Señor. En esto vi claro, a todo
mi parecer, la merced que me hizo; porque luego otro día estaba del todo bueno
de aquel dolor.
3.
Estaba una vez con grandísima pena, porque sabía que una persona, a quien yo
tenía mucha obligación, quería hacer una cosa harto contra Dios y su honra, y
estaba ya muy determinado a ello.
Era
tanta mi fatiga, que no sabía qué hacer. Remedio para que lodejase, ya parecía
que no le había. Supliqué a Dios muy de corazón que le pusiese; mas hasta
verlo, no podía aliviarse mi pena.
Fuime,
estando así, a una ermita bien apartada, que las hay en estemonasterio, y
estando en una, adonde está Cristo a la Columna, suplicándole me hiciese esta
merced, oí que me hablaba una voz muy suave, como metida en un silbo. Yo me
espelucé toda, que me hizo temor, y quisiera entender lo que me decía, mas no
pude, que pasó muy en breve. Pasado mi temor, que fue presto, quedé con un sosiego
y gozo y deleite interior, que yo me espanté que sólo oír una voz (que esto
oílo con los oídos corporales y sin entender palabra) hiciese tanta operación
en el alma. En esto vi que se había de hacer lo que pedía, y así fue que se me
quitó del todo la pena en cosa que aún no era, como si lo viera hecho, como fue
después.
Díjelo
a mis confesores, que tenía entonces dos, harto letrados y siervos de Dios.
4.
Sabía que una persona que se había determinado a servir muy de veras a Dios y
tenido algunos días oración y en ella le hacía Su Majestad muchas mercedes, y
que por ciertas ocasiones que había tenido la había dejado, y aún no se
apartaba de ellas, y eran bien peligrosas. A mi me dio grandísima pena por ser
persona a quien quería mucho y debía. Creo fue más de un mes que no hacía sino suplicar
a Dios tornase esta alma a Sí.
Estando
un día en oración, vi un demonio cabe mí que hizo unos papeles que tenía en la
mano pedazos con mucho enojo. A mí me dio gran consuelo, que me pareció se
había hecho lo que pedía; y así fue, que después lo supe que había hecho una
confesión con gran contrición, y tornóse tan de veras a Dios, que espero en Su Majestad
ha de ir siempre muy adelante. Sea bendito por todo, amén.
5.
En esto de sacar nuestro Señor almas de pecados graves por suplicárselo yo, y
otras traídolas a más perfección, es muchas veces. Y de sacar almas de
purgatorio y otras cosas señaladas, son tantas las mercedes que en esto el
Señor me ha hecho, que sería cansarme y cansar a quien lo leyese si las hubiese
de decir, y mucho más en salud de almas que de cuerpos. Esto ha sido cosa muy
conocida y que de ello hay hartos testigos. Luego luego dábame mucho escrúpulo,
porque yo no podía dejar de creer que el Señor lo hacía por mi oración. Dejemos
ser lo principal, por sola su bondad. Mas son ya tantas las cosas y tan vistas
de otras personas, que no me da pena creerlo, y alabo a Su Majestad y háceme confusión,
porque veo soy más deudora, y háceme - a mi parecer crecer el deseo de
servirle, y avívase el amor. Y lo que más me espanta es que las que el Señor ve
no convienen, no puedo, aunque quiero, suplicárselo, sino con tan poca fuerza y
espíritu y cuidado, que, aunque más yo quiero forzarme, es imposible, como otras
cosas que Su Majestad ha de hacer, que veo yo que puedo pedirlo muchas veces y
con gran importunidad. Aunque yo no traiga este cuidado, parece que se me
representa delante.
6.
Es grande la diferencia de estas dos maneras de pedir, que no sé cómo lo
declarar; porque aunque lo uno pido (que no dejo de esforzarme a suplicarlo al
Señor, aunque no sienta en mí aquel hervor que en otras, aunque mucho me
toquen), es como quien tiene trabada la lengua, que aunque quiera hablar no
puede, y si habla, es de suerte que ve que no le entienden; o como quien habla claro
y despierto a quien ve que de buena gana le está oyendo. Lo uno se pide,
digamos ahora, como oración vocal, y lo otro en contemplación tan subida, que
se representa el Señor de manera que se entiende que nos entiende y que se
huelga Su Majestad de que se lo pidamos y de hacernos merced.
Sea
bendito por siempre, que tanto da y tan poco le doy yo. Porque ¿qué hace, Señor
mío, quien no se deshace toda por Vos? ¡Y qué de ello, qué de ello, qué de ello
- y otras mil veces lo puedo decir -, me falta para esto! Por eso no había de
querer vivir (aunque hay otras causas), porque no vivo conforme a lo que os
debo. ¡Con qué de imperfecciones me veo! ¡Con qué flojedad en serviros! Es
cierto que algunas veces me parece querría estar sin sentido, por no entender
tanto mal de mí. El, que puede, lo remedie.
7.
Estando en casa de aquella señora que he dicho, adonde había menester estar con
cuidado y considerar siempre la vanidad que consigo traen todas las cosas de la
vida, porque estaba muy estimada y era muy loada y ofrecíanse hartas cosas a
que me pudiera bien apegar, si mirara a mí; mas miraba el que tiene verdadera
vista a no me dejar de su mano.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA