LIBRO DE LA VIDA
Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 23
5.
Como yo vi iba tan adelante mi temor, porque crecía la oración,
parecióme
que en esto había algún gran bien o grandísimo mal.
Porque
bien entendía ya era cosa sobrenatural lo que tenía, porque
algunas
veces no lo podía resistir. Tenerlo cuando yo quería, era excusado. Pensé en mí
que no tenía remedio si no procuraba tener limpia conciencia y apartarme de
toda ocasión, aunque fuese de pecados veniales, porque, siendo espíritu de Dios,
clara estaba la ganancia; si era demonio, procurando yo tener contento al Señor
y no ofenderle, poco daño me podía hacer, antes él quedaría con pérdida.
Determinada en esto y suplicando siempre a Dios me ayudase, procurando lo dicho
algunos días, vi que no tenía fuerza mi alma para salir con tanta perfección a
solas, por algunas aficiones que tenía a cosas que, aunque de suyo no eran muy malas,
bastaban para estragarlo todo.
6.
Dijéronme de un clérigo letrado que había en este lugar, que comenzaba el Señor
a dar a entender a la gente su bondad y buena vida. Yo procuré por medio de un
caballero santo que hay en este lugar. Es casado, mas de vida tan ejemplar y
virtuosa, y de tanta oración y caridad, que en todo él resplandece su bondad y perfección.
Y con mucha razón, porque grande bien ha venido a muchas almas por su medio,
por tener tantos talentos, que, aun con no le ayudar su estado, no puede dejar
con ellos de obrar. Mucho entendimiento y muy apacible para todos. Su
conversación no pesada, tan suave y agraciada, junto con ser recta y santa, que
da contento grande a los que trata. Todo lo ordena para gran bien de las almas
que conversa, y no parece trae otro estudio sino hacer por todos los que él ve
se sufre y contentar a todos.
7.
Pues este bendito y santo hombre, con su industria, me parece fue principio
para que mi alma se salvase. Su humildad a mí espántame, que con haber, a lo
que creo, poco menos de cuarenta años que tiene oración -no sé si son dos o
tres menos-, y lleva toda la vida de perfección, que, a lo que parece, sufre su
estado. Porque tiene una mujer tan gran sierva de Dios y de tanta caridad, que
por ella no se pierde; en fin, como mujer de quien Dios sabía había de ser tan
gran siervo suyo, la escogió. Estaban deudos suyos casados con parientes míos.
Y también con otro harto siervo de Dios, que estaba casado con una prima mía,
tenía mucha comunicación.
8.
Por esta vía procuré viniese a hablarme este clérigo que digo tan siervo de
Dios, que era muy su amigo, con quien pensé confesarme y tener por maestro.
Pues trayéndole para que me hablase, y yocon grandísima confusión de verme
presente de hombre tan santo, dile parte de mi alma y oración, que confesarme
no quiso: dijo que era muy ocupado, y era así. Comenzó con determinación santa
a llevarme como a fuerte, que de razón había de estar según la oración vio que
tenía, para que en ninguna manera ofendiese a Dios.
Yo,
como vi su determinación tan de presto en cosillas que, como digo, yo no tenía
fortaleza para salir luego con tanta perfección, afligíme; y como vi que tomaba
las cosas de mi alma como cosa que en una vez había de acabar con ella, yo veía
que había menester mucho más cuidado.
9.
En fin, entendí no eran por los medios que él me daba por donde yo me había de
remediar, porque eran para alma más perfecta; y yo, aunque en las mercedes de
Dios estaba adelante, estaba muy en los principios en las virtudes y
mortificación. Y cierto, si no hubiera de tratar más de con él, yo creo nunca
medrara mi alma; porque de la aflicción que me daba de ver cómo yo no hacía - ni
me parece podía - lo que él me decía, bastaba para perder la esperanza y
dejarlo todo.
Algunas
veces me maravillo, que siendo persona que tiene gracia particular en comenzar
a llegar almas a Dios, cómo no fue servido entendiese la mía ni se quisiese
encargar de ella, y veo fue todo para mayor bien mío, porque yo conociese y
tratase gente tan santa como la de la Compañía de Jesús.
10.
De esta vez quedé concertada con este caballero santo, para que alguna vez me
viniese a ver. Aquí se vio su gran humildad, querer tratar con persona tan ruin
como yo. Comenzóme a visitar y a animarme y decirme que no pensase que en un
día me había de apartar de todo, que poco a poco lo haría Dios; que en cosas
bien livianas había él estado algunos años, que no las había podido acabar
consigo. ¡Oh humildad, qué grandes bienes haces adonde estás y a los que se
llegan a quien la tiene! Decíame este santo (que a mi parecer con razón le
puedo poner este nombre) flaquezas, que a él le parecían que lo eran, con su
humildad, para mi remedio; y mirado conforme a su estado, no era falta ni imperfección,
y conforme al mío, era grandísima tenerlas.
Yo
no digo esto sin propósito, porque parece me alargo en menudencias, e importan
tanto para comenzar a aprovechar un alma y sacarla a volar (que aún no tiene
plumas, como dicen), que no lo creerá nadie, sino quien ha pasado por ello. Y
porque espero yo en Dios vuestra merced ha de aprovechar muchas, lo digo aquí, que
fue toda mi salud saberme curar y tener humildad y caridad para estar conmigo,
y sufrimiento de ver que no en todo me enmendaba. Iba con discreción, poco a
poco dando maneras para vencer el demonio. Yo le comencé a tener tan grande
amor, que no había para mí mayor descanso que el día que le veía, aunque eran pocos.
Cuando tardaba, luego me fatigaba mucho, pareciéndome que por ser tan ruin no
me veía.
11.
Como él fue entendiendo mis imperfecciones tan grandes, y aun serían pecados
(aunque después que le traté, más enmendada estaba), y como le dije las
mercedes que Dios me hacía, para que me diese luz, díjome que no venía lo uno
con lo otro, que aquellos regalos eran ya de personas que estaban muy
aprovechadas y mortificadas, que no podía dejar de temer mucho, porque le
parecía mal espíritu en algunas cosas, aunque no se determinaba, mas que pensase
bien todo lo que entendía de mi oración y se lo dijese. Y era el trabajo que yo
no sabía poco ni mucho decir lo que era mi oración; porque esta merced de saber
entender qué es, y saberlo decir, ha poco que me lo dio Dios.
12.
Como me dijo esto, con el miedo que yo traía, fue grande mi aflicción y
lágrimas. Porque, cierto, yo deseaba contentar a Dios y no me podía persuadir a
que fuese demonio; mas temía por mis grandes pecados me cegase Dios para no lo
entender.
Mirando
libros para ver si sabría decir la oración que tenía, hallé en uno que se llama
Subida del Monte, en lo que toca a unión del alma con Dios, todas las señales
que yo tenía en aquel no pensar nada, que esto era lo que yo más decía: que no
podía pensar nadacuando tenía aquella oración; y señalé con unas rayas las
partes que eran, y dile el libro para que él y el otro clérigo que he dicho, santo
y siervo de Dios, lo mirasen y me dijesen lo que había de hacer; y que, si les
pareciese, dejaría la oración del todo, que para qué me había yo de meter en
esos peligros; pues a cabo de veinte años casi que había que la tenía, no había
salido con ganancia, sino con engaños del demonio, que mejor era no la tener;
aunque también esto se me hacía recio, porque ya yo había probado cuál estaba
mi alma sin oración.
Así
que todo lo veía trabajoso, como el que está metido en un río, que a cualquier
parte que vaya de él teme más peligro, y él se está casi ahogando.
Es
un trabajo muy grande éste, y de éstos he pasado muchos, como diré adelante;
que aunque parece no importa, por ventura hará provecho entender cómo se ha de
probar el espíritu.
13.
Y es grande, cierto, el trabajo que se pasa, y es menester tiento, en especial
con mujeres, porque es mucha nuestra flaqueza y podría venir a mucho mal
diciéndoles muy claro es demonio; sino mirarlo muy bien, y apartarlas de los
peligros que puede haber, y avisarlas en secreto pongan mucho y le tengan
ellos, que conviene.
Y
en esto hablo como quien le cuesta harto trabajo no le tener algunas personas
con quien he tratado mi oración, sino preguntando unos y otros, por bien me han
hecho harto daño, que se han divulgado cosas que estuvieran bien secretas -pues
no son para todos- y parecía las publicaba yo. Creo sin culpa suya lo ha permitido
el Señor para que yo padeciese. No digo que decían lo que trataba con ellos en
confesión; mas, como eran personas a quien yo daba cuenta por mis temores para
que me diesen luz, parecíame a mí habían de callar. Con todo, nunca osaba callar
cosa a personas semejantes.
Pues
digo que se avise con mucha discreción, animándolas y aguardando tiempo, que el
Señor las ayudará como ha hecho a mí; que si no, grandísimo daño me hiciera,
según era temerosa y medrosa. Con el gran mal de corazón que tenía, espántome
cómo no me hizo mucho mal.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA