LIBRO DE LA VIDA
Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 25
8.
Y torno a decir que me parece si un alma no fuese tan desalmada que lo quiera
fingir (que sería harto mal) y decir que lo entiende no siendo así; mas dejar
de ver claro que ella lo ordena y lo parla entre sí, paréceme no lleva camino,
si ha entendido el espíritu de Dios, que si no, toda su vida podrá estarse en
ese engaño y parecerle que entiende, aunque yo no sé cómo. O esta alma lo
quiere entender, o no: si se está deshaciendo de lo que entiende y en ninguna
manera querría entender nada por mil temores y otras muchas causas que hay para
tener deseo de estar quieta en su oración sin estas cosas, ¿cómo da tanto
espacio al entendimiento que ordene razones? Tiempo es menester para esto.
Acá
sin perder ninguno, quedamos enseñadas y se entienden cosas que parece era
menester un mes para ordenarlas, y el mismo entendimiento y alma quedan
espantadas de algunas cosas que se entienden.
9.
Esto es así, y quien tuviere experiencia verá que es al pie de la letra todo lo
que he dicho. Alabo a Dios porque lo he sabido así decir. Y acabo con que me
parece, siendo del entendimiento, cuando lo quisiésemos lo podríamos entender,
y cada vez que tenemos oración nos podría parecer entendemos. Mas en estotro no
es así, sino que estaré muchos días que aunque quiera entender algo es
imposible, y cuando otras veces no quiero, como he dicho, lo tengo de entender.
Paréceme
que quien quisiese engañar a los otros, diciendo que entiende de Dios lo que es
de sí, que poco le cuesta decir que lo oye con los oídos corporales; y es así
cierto con verdad, que jamás pensé había otra manera de oír ni entender hasta
que lo vi por mí; y así, como he dicho, me cuesta harto trabajo.
10.
Cuando es demonio, no sólo no deja buenos efectos, mas déjalos malos. Esto me
ha acaecido no más de dos o tres veces, y he sido luego avisada del Señor cómo
era demonio. Dejado la gran sequedad que queda, es una inquietud en el alma a
manera de otras muchas veces que ha permitido el Señor que tenga grandes tentaciones
y trabajos de alma de diferentes maneras; y aunque me atormenta hartas veces,
como adelante diré, es una inquietud que no se sabe entender de dónde viene,
sino que parece resiste el alma y se alborota y aflige sin saber de qué, porque
lo que él dice no es malo sino bueno. Pienso si siente un espíritu a otro. El
gusto y deleite que él da, a mi parecer, es diferente en gran manera.
Podrá
él engañar con estos gustos a quien no tuviere o hubiere tenido otros de Dios.
11.
De veras digo gustos, una recreación suave, fuerte, impresa, deleitosa, quieta;
que unas devocioncitas del alma, de lágrimas y otros sentimientos pequeños, que
al primer airecito de persecución se pierden estas florecitas, no las llamo
devociones, aunque son buenos principios y santos sentimientos, mas no para
determinar estos efectos de buen espíritu o malo. Y así es bien andar siempre con
gran aviso, porque cuando a personas que no están más adelante en la oración
que hasta esto, fácilmente podrían ser engañadas si tuviesen visiones o
revelaciones.
Yo
nunca tuve cosa de estas postreras hasta haberme Dios dado, por sólo su bondad,
oración de unión, si no fue la primera vez que dije, que ha muchos años, que vi
a Cristo, que pluguiera a Su Majestad entendiera yo era verdadera visión como
después lo he entendido, que no me fuera poco bien. Ninguna blandura queda en el
alma, sino como espantada y con gran disgusto.
12.
Tengo por muy cierto que el demonio no engañará - ni lo permitirá Dios - a alma
que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe, que entienda ella
de sí que por un punto de ella morirá mil muertes. Y con este amor a la fe, que
infunde luego Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a
lo que tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene ya hecho
asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas revelaciones pueda
imaginar -aunque viese abiertos los cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia
Si alguna vez se viese vacilar en su pensamiento contra esto, o detenerse en
decir: «pues si Dios me dice esto, también puede ser verdad, como lo que decía
a los santos» (no digo que lo crea, sino que el demonio la comience a tentar
por primer movimiento; que detenerse en ello ya se ve que es malísimo, mas aun
primeros movimientos muchas veces en este caso creo no vendrán si el alma está
en esto tan fuerte como la hace el Señor a quien da estas
cosas,
que le parece desmenuzaría los demonios sobre una verdad de lo que tiene la
Iglesia, muy pequeña), digo que si no viere en sí esta fortaleza grande y que
ayude a ella la devoción o visión, que no la tenga por segura.
Porque,
aunque no se sienta luego el daño, poco a poco podría hacerse grande. Que, a lo
que yo veo y sé de experiencia, de tal manera queda el crédito de que es Dios,
que vaya conforme a la Sagrada Escritura, y como un tantico torciese de esto,
mucha más firmeza sin comparación me parece tendría en que es demonio que ahora
tengo de que es Dios, por grande que la tenga. Porque entonces no es menester
andar a buscar señales ni qué espíritu es, pues está tan clara esta señal para
creer que es demonio, que si entonces todo el mundo me asegurase que es Dios,
no lo creería.
El
caso es que, cuando es demonio parece que se esconden todos los bienes y huyen
del alma, según queda desabrida y alborotada y sin ningún efecto bueno. Porque
aunque parece pone deseos, no son fuertes. La humildad que deja es falsa,
alborotada y sin suavidad. Paréceme que a quien tiene experiencia del buen espíritu,
lo entenderá.
14.
Con todo, puede hacer muchos embustes el demonio, y así no hay cosa en esto tan
cierta que no lo sea más temer e ir siempre con aviso, y tener maestro que sea
letrado y no le callar nada, y con esto ningún daño puede venir; aunque a mí
hartos me han venido por estos temores demasiados que tienen algunas personas.
En
especial me acaeció una vez que se habían juntado muchos a quien yo daba gran
crédito -y era razón se le diese- que, aunque yo ya no trataba sino con uno, y
cuando él me lo mandaba hablaba a otros, unos con otros trataban mucho de mi
remedio, que me tenían mucho amor y temían no fuese engañada. Yo también traía grandísimo
temor cuando no estaba en la oración, que estando en ella y haciéndome el Señor
alguna merced, luego me aseguraba.
Creo
eran cinco o seis, todos muy siervos de Dios. Y díjome mi confesor que todos se
determinaban en que era demonio, que no comulgase tan a menudo y que procurase
distraerme de suerte que no tuviese soledad.
Yo
era temerosa en extremo, como he dicho. Ayudábame el mal de corazón, que aun en
una pieza sola no osaba estar de día muchas veces. Yo, como vi que tantos lo
afirmaban y yo no lo podía creer, diome grandísimo escrúpulo, pareciendo poca
humildad; porque todos eran más de buena vida sin comparación que yo, y
letrados, que por qué no los había de creer. Forzábame lo que podía para creerlo,
y pensaba que mi ruin vida y que conforme a esto debían de decir verdad.
15.
Fuime de la iglesia con esta aflicción y entréme en un oratorio, habiéndome
quitado muchos días de comulgar, quitada la soledad, que era todo mi consuelo,
sin tener persona con quien tratar, porque todos eran contra mí: unos me
parecía burlaban de mí cuando de ello trataba, como que se me antojaba; otros
avisaban al confesor que se guardase de mí; otros decían que era claro demonio;
sólo el confesor, que, aunque conformaba con ellos por probarme -según después
supe-, siempre me consolaba y me decía que, aunque fuese demonio, no ofendiendo
yo a Dios, no me podía hacer nada, que ello se me quitaría, que lo rogase mucho
a Dios. Y él y todas las personas que confesaba lo hacían harto, y otras muchas,
y yo toda mi oración, y cuantos entendía eran siervos de Dios, porque Su
Majestad me llevase por otro camino. Y esto me duró no sé si dos años, que era
continuo pedirlo al Señor.
16.
A mí ningún consuelo me bastaba, cuando pensaba que era posible que tantas
veces me había de hablar el demonio. Porque de que no tomaba horas de soledad
para oración, en conversación me hacía el Señor recoger y, sin poderlo yo excusar,
me decía lo que era servido y, aunque me pesaba, lo había de oír.
17.
Pues estándome sola, sin tener una persona con quien descansar, ni podía rezar
ni leer, sino como persona espantada de tanta tribulación y temor de si me
había de engañar el demonio, toda alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de
mí. En esta aflicción me vi algunas y muchas veces, aunque no me parece ninguna
en tanto extremo. Estuve así cuatro o cinco horas, que consuelo del cielo ni de
la tierra no había para mí, sino que me dejó el Señor padecer, temiendo mil
peligros. ¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero; y como poderoso,
cuando queréis podéis, y nunca dejáis de querer si os quieren! ¡Alaben os todas
las cosas, Señor del mundo! ¡Oh, quién diese voces por él, para decir cuán fiel
sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan; Vos Señor de todas ellas, nunca
faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama.
¡Oh
Señor mío!, ¡qué delicada y pulida y sabrosamente los sabéis tratar! ¡Quién
nunca se hubiera detenido en amar a nadie sino a Vos! Parece, Señor, que
probáis con rigor a quien os ama, para que en el extremo del trabajo se
entienda el mayor extremo de vuestro amor. ¡Oh Dios mío, quién tuviera
entendimiento y letras y nuevas palabras para encarecer vuestras obras como lo
entiende mi alma!
Fáltame
todo, Señor mío; mas si Vos no me desamparáis, no os faltaré yo a Vos.
Levántense contra mí todos los letrados; persíganme todas las cosas criadas,
atorméntenme los demonios, no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia
de la ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA