LIBRO
DE LA VIDA
Segundo edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO
5
1. Olvidé de decir cómo en el año
del noviciado pasé grandes desasosiegos con cosas que en sí tenían poco tomo;
mas culpábanme sin tener culpa hartas veces. Yo lo llevaba con harta pena e
imperfección, aunque con el gran contento que tenía de ser monja todo lo
pasaba. Como me veían procurar soledad y me veían llorar por mis pecados
algunas veces, pensaban era descontento, y así lo decían.
Era aficionada a todas las cosas de
religión, mas no a sufrir ninguna que pareciese menosprecio. Holgábame de ser
estimada. Era curiosa en cuanto hacía. Todo me parecía virtud, aunque esto no me
se disculpa, porque para todo sabía lo que era procurar mi contento, y así la
ignorancia no quita la culpa. Alguna tiene no estar fundado el monasterio en
mucha perfección; yo, como ruin, íbame a lo que veía falta y dejaba lo bueno.
2. Estaba una monja entonces enferma
de grandísima enfermedad y muy penosa, porque eran unas bocas en el vientre,
que se le habían hecho de opilaciones, por donde echaba lo que comía.
Murió presto de ello. Yo veía a todas
temer aquel mal. A mí hacíame gran envidia su paciencia. Pedía a Dios que,
dándomela así a mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna me
parece temía, porque estaba tan puesta en ganar bienes eternos, que por
cualquier medio me determinaba a ganarlos. Y espántome, porque aún no tenía -a
mi parecer- amor de Dios, como después que comencé a tener oración me parecía a
mí le he tenido, sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba
y de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son eternos.
Tan bien me oyó en esto Su Majestad,
que antes de dos años estaba tal, que aunque no el mal de aquella suerte, creo
no fue menos penoso y trabajoso el que tres años tuve, como ahora diré.
3. Venido el tiempo que estaba
aguardando en el lugar que digo que estaba con mi hermana para curarme,
lleváronme con harto cuidado de mi regalo mi padre y hermana y aquella monja mi
amiga que había salido conmigo, que era muy mucho lo que me quería.
Aquí comenzó el demonio a descomponer
mi alma, aunque Dios sacó de ello harto bien. Estaba una persona de la iglesia,
que residía en aquel lugar adonde me fui a curar, de harto buena calidad y
entendimiento. Tenía letras, aunque no muchas. Yo comencéme a confesar con él,
que siempre fui amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confesores
medio letrados, porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera.
He visto por experiencia que es mejor,
siendo virtuosos y de santas costumbres, no tener ningunas; porque ni ellos se
fían de sí sin preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara. Y buen
letrado nunca me engañó. Estotros tampoco me debían de querer engañar, sino no
sabían más. Yo pensaba que sí y que no era obligada a más de creerlos, como era
cosa ancha lo que me decían y de más libertad; que si fuera apretada, yo soy
tan ruin que buscara otros. Lo que era pecado venial decíanme que no era
ninguno; lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño
que no es mucho lo diga aquí para aviso de otras de tan gran mal; que para delante
de Dios bien veo no me es disculpa, que bastaban ser las cosas de su natural no
buenas para que yo me guardara de ellas.
Creo permitió Dios, por mis pecados,
ellos se engañasen y me engañasen a mí. Yo engañé a otras hartas con decirles
lo mismo que a mí me habían dicho.
Duré en esta ceguedad creo más de
diecisiete años, hasta que un Padre dominico, gran letrado, me desengañó en
cosas, y los de la Compañía de Jesús del todo me hicieron tanto temer, agraviándome
tan malos principios, como después diré.
4. Pues comenzándome a confesar con
este que digo, él se aficionó en extremo a mí, porque entonces tenía poco que
confesar para lo que después tuve, ni lo había tenido después de monja. No fue
la afición de éste mala; mas de demasiada afición venía a no ser buena. Tenía
entendido de mí que no me determinaría a hacer cosa contra Dios que fuese grave
por ninguna cosa, y él también me aseguraba lo mismo, y así era mucha la conversación.
Mas mis tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traía, lo que más
gusto me daba era tratar cosas de El; y como era tan niña, hacíale confusión
ver esto, y con la gran voluntad que me tenía, comenzó a declararme su
perdición. Y no era poca, porque había casi siete años que estaba en muy
peligroso estado, con afición y trato con una mujer del mismo lugar, y con esto
decía misa. Era cosa tan pública, que tenía perdida la honra y la fama, y nadie
le osaba hablar contra esto.
A mí hízoseme gran lástima, porque le
quería mucho; que esto tenía yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecía
virtud ser agradecida y tener ley a quien me quería. ¡Maldita sea tal ley, que se
extiende hasta ser contra la de Dios! Es un desatino que se usa en el mundo,
que me desatina; que debemos todo el bien que nos hacen a Dios, y tenemos por
virtud, aunque sea ir contra El, no quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad del
mundo! ¡Fuerais Vos servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y
contra Vos no lo fuera un punto! Mas ha sido todo al revés, por mis pecados.
5. Procuré saber e informarme más de
personas de su casa. Supe más la perdición, y vi que el pobre no tenía tanta
culpa; porque la desventurada de la mujer le tenía puestos hechizos en un idolillo
de cobre que le había rogado le trajese por amor de ella al cuello, y éste
nadie había sido poderoso de podérsele quitar.
Yo no creo es verdad esto de hechizos
determinadamente; mas diré
esto que yo vi, para aviso de que se
guarden los hombres de mujeres que este trato quieren tener, y crean que, pues
pierden la vergüenza a Dios (que ellas más que los hombres son obligadas a tener
honestidad), que ninguna cosa de ellas pueden confiar; que a trueco de llevar
adelante su voluntad y aquella afición que el demonio les pone, no miran nada. Aunque
yo he sido tan ruin, en ninguna de esta suerte yo no caí, ni jamás pretendí
hacer mal ni, aunque pudiera, quisiera forzar la voluntad para que me la
tuvieran, porque me guardó el Señor de esto; mas si me dejara, hiciera el mal que
hacía en lo demás, que de mí ninguna cosa hay que fiar.
6. Pues como supe esto, comencé a
mostrarle más amor. Mi intención buena era, la obra mala, pues por hacer bien,
por grande que sea, no había de hacer un pequeño mal. Tratábale muy ordinario
de Dios. Esto debía aprovecharle, aunque más creo le hizo al caso el quererme
mucho; porque, por hacerme placer, me vino a dar el idolillo, el cual hice
echar luego en un río. Quitado éste, comenzó - como quien despierta de un gran
sueño - a irse acord ando de todo lo que había hecho aquellos años; y espantándose
de sí, doliéndose de su perdición, vino a comenzar a aborrecerla. Nuestra
Señora le debía ayudar mucho, que era muy devoto de su Concepción, y en aquel
día hacía gran fiesta. En fin, dejó del todo de verla y no se hartaba de dar
gracias a Dios por haberle dado luz.
A cabo de un año en punto desde el
primer día que yo le vi, murió.
Y había estado muy en servicio de
Dios, porque aquella afición grande que me tenía nunca entendí ser mala, aunque
pudiera ser con más puridad; mas también hubo ocasiones para que, si no se tuviera
muy delante a Dios, hubiera ofensas suyas más graves.
Como he dicho, cosa que yo entendiera
era pecado mortal no la hiciera entonces. Y paréceme que le ayudaba a tenerme
amor ver esto en mí; que creo todos los hombres deben ser más amigos de mujeres
que ven inclinadas a virtud; y aun para lo que acá pretenden deben de ganar con
ellos más por aquí, según después diré.
Tengo por cierto está en carrera de
salvación. Murió muy bien y muy quitado de aquella ocasión. Parece quiso el
Señor que por estos medios se salvase.
7. Estuve en aquel lugar tres meses
con grandísimos trabajos, porque la cura fue más recia que pedía mi complexión.
A los dos meses, a poder de medicinas, me tenía casi acabada la vida, y el rigor
del mal de corazón de que me fui a curar era mucho más recio, que algunas veces
me parecía con dientes agudos me asían de él, tanto que se temió era rabia. Con
la falta grande de virtud (porque ninguna cosa podía comer, si no era bebida,
de grande hastío) calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un mes me había
dado una purga cada día, estaba tan abrasada, que se me comenzaron a encoger
los nervios con dolores tan incomportables, que día ni noche ningún sosiego
podía tener. Una tristeza muy profunda.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA