13/12/2018

Reflexão - Uma nota pessoal


Uma nota pessoal

Hoje – onze de Abril de 2018 – é a última vez que – com setenta e sete anos de idade - escrevo uma reflexão!

Tenho a certeza absoluta!

Esta certeza assenta no facto de, que se me for permitido lá chegar, amanhã, dia doze, começarei a viver o meu septuagésimo oitavo ano de vida.

Estes setenta e sete anos de vida têm uma história, aliás, uma história composta de várias histórias.

Não tenho a pretensão de ter memória de todas elas – nem vejo a utilidade de tal – mas tenho a certeza que muitas – muitíssimas coisas – poderiam ter sido diferentes, talvez melhores ou menos más, se o meu comportamento correspondesse aos meus desejos de imitar Cristo. 

Sim, posso afirmar que tenho esses desejos só que, e este é o meu enormíssimo problema, fico-me pelos desejos e não dou um passo em frente e, pior, a maior parte das vezes, porque não me apetece, adio para depois o que deveria ser feito no momento, arranjo um sem número de desculpas – nisto sou muito hábil – para “justificar” as minhas opções.

E pasmo com a paciência infinita do Senhor que parece não Se dar conta ou prestar grande atenção a esse meu constante adiar.

Escolhi, propositadamente, o título deste blogue NUNC COEPI que significa, como se sabe: AGORA COMEÇO!

De facto, tenho “começado” todos os dias numa verdadeira ânsia de espalhar por toda a parte as verdades da Fé Cristã, a amável presença de Jesus Cristo nas nossas vidas, os valores absolutos e eternos que, sem qualquer mérito da nossa parte, nos foram transmitidos no nosso Baptismo.

Quando constato o extraordinário acolhimento que o blogue encontra nas mais díspares regiões do mundo, sinto-me, confesso sem rebuço, abençoado pelo Senhor e confirmada a certeza que é Ele que, por meu canhestro intermédio, Quem o faz, inspira e propaga.

Desta forma o que resta a este pobre homem senão dar graças, infinitas e constantes graças ao Senhor por me querer – a mim – apesar dos pesares, Seu instrumento!

Obrigado Senhor, obrigado.
Minha Santíssima Mãe ajuda-me a merecer.

AMA, 11.04.2018

El Reto del amor






por El Reto Del Amor

A nossa fortaleza é emprestada


Não sejas frouxo, mole. – Já é tempo de repelires essa estranha compaixão que sentes por ti mesmo. (Caminho, 193)

Falávamos antes de luta. Mas a luta exige treino, uma alimentação adequada, uma terapêutica urgente em caso de doença, de contusões, de feridas. Os Sacramentos, medicina principal da Igreja, não são supérfluos: quando se abandonam voluntariamente, não é possível dar um passo no caminho por onde se segue Cristo. Necessitamos deles como da respiração, como da circulação do sangue, como da luz, para poder apreciar em qualquer instante o que o Senhor quer de nós.

A ascética do cristão exige fortaleza; e essa fortaleza encontra-a no Criador. Nós somos a obscuridade e Ele é resplendor claríssimo; somos a doença e Ele a saudável robustez; somos a escassez e Ele a infinita riqueza; somos a debilidade e Ele sustenta-nos, quia tu es, Deus, fortitudo mea, porque és sempre, ó meu Deus, a nossa fortaleza. Nada há nesta terra capaz de se opor ao brotar impaciente do Sangue redentor de Cristo. Mas a pequenez humana pode velar os olhos de modo a que não descortinem a grandeza divina. Daí a responsabilidade de todos os fiéis e especialmente dos que têm o ofício de dirigir – de servir – espiritualmente o Povo de Deus, de não fecharem as fontes da graça, de não se envergonharem da Cruz de Cristo. (Cristo que passa, 80)

Leitura espiritual


LA FE EXPLICADA 


CAPÍTULO X 


LAS VIRTUDES Y DONES DEL ESPIRITU SANTO




La fe de que hablamos es fe sobrenatural, la fe que surge de la virtud divina infusa. Es posible tener una fe puramente natural en Dios o en muchas de sus verdades. Esta fe puede basarse en la naturaleza, que da testimonio de un Ser Supremo, de poder y sabiduría infinitos; puede basarse también en la aceptación del testimonio de innumerables grandes y sabias personas, o en la actuación de la divina Providencia en nuestra vida personal. Una fe natural de este tipo es una preparación para la auténtica fe sobrenatural, que nos es infundida junto con la gracia santificante en la pila bautismal.

Pero es sólo esta fe sobrenatural, esta virtud de la fe divina que se nos infunde en el Bautismo, la que nos hace posible creer firme y completamente todas las verdades, aun las más inefables y misteriosas, que Dios nos ha revelado. Sin esta fe los que hemos alcanzado el uso de razón no podríamos salvarnos. La virtud de la fe salva al infante bautizado, pero, al adquirir el uso de razón, debe haber también el acto de fe.

Esperanza y Amor Es doctrina de nuestra fe cristiana que Dios da a cada alma que crea la suficiente gracia para que alcance el cielo. La virtud de la esperanza, infundida en nuestra alma por el Bautismo, se basa .en esta enseñanza de la Iglesia de Cristo y de ella se nutre y desarrolla con el paso del tiempo.

La esperanza se define como «la virtud sobrenatural con la que deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven, y los medios necesarios para alcanzarla». En otras palabras, nadie pierde el cielo si no es por su culpa. Por parte de Dios, nuestra salvación es segura. Es solamente nuestra parte -nuestra cooperación con la gracia de Dios- lo que la hace incierta.

Esta confianza que tenemos en la bondad divina, en su poder y fidelidad, hace llevaderos los contratiempos de la vida. Si la práctica de la virtud nos exige a veces autodisciplina y abnegación, quizá incluso la autoinmolación y el martirio, hallamos nuestra fortaleza y valor en la certeza de la victoria final.

La virtud de la esperanza sé implanta en el alma en el Bautismo, junto con la gracia santificante. Aun el recién nacido, si está bautizado, posee la virtud de la esperanza. Pero no debe dejarse dormir. Al llegar la razón, esta virtud debe encontrar expresión en el acto de esperanza, que es la convicción interior y expresión consciente de nuestra confianza en Dios y en sus promesas. El acto de esperanza debería figurar de modo prominente en nuestras oraciones diarias. Es una forma de oración especialmente grata a Dios, ya que expresa a la vez nuestra completa dependencia de El y nuestra absoluta confianza en su amor por nosotros.

Es evidente que el acto de esperanza es absolutamente necesario para nuestra salvación.

Sostener dudas sobre la fidelidad de Dios en mantener sus promesas, o sobre la efectividad de su gracia en superar nuestras humanas flaquezas, es un insulto blasfemo a Dios. Nos haría imposible superar los rigores de la tentación, practicar la caridad abnegada. En resumen, no podríamos vivir una vida auténticamente cristiana si no tuviéramos confianza en el resultado final. ¡Qué pocos tendríamos la fortaleza para perseverar en el bien si tuviéramos una posibilidad en un millón de ir al cielo! De ahí se sigue que nuestra esperanza debe ser firme. Una esperanza débil empequeñece a Dios, o en su poder infinito o en su bondad ilimitada. Esto no significa que no debamos mantener un sano temor de perder el alma. Pero este temor debe proceder de la falta de confianza en nosotros, no de falta de confianza en Dios. Si Lucifer pudo rechazar la gracia, nosotros estamos también expuestos a fracasar, pero este fracaso no sería imputable a Dios.

Sólo a un estúpido se le ocurriría decir al arrepentirse de su pecado: «¡Oh Dios, me da tanta vergüenza ser tan débil!». Quien tiene esperanza dirá: «¡Dios mío, me da tanta vergüenza haber olvidado lo débil que soy!». Puede definirse un santo diciendo que es aquel que desconfía absolutamente de sí mismo, y confía absolutamente en Dios.

También es bueno no perder de vista que el fundamento de la esperanza cristiana se aplica a los demás tanto como a nosotros mismos. Dios quiere la salvación no sólo mía, sino de todos los hombres. Esta razón nos llevará a no cansarnos nunca de pedir por los pecadores y descreídos, especialmente por los más próximos por razón de parentesco o amistad. Los teólogos católicos enseñan que Dios nunca retira del todo su gracia, ni siquiera a los pecadores más empedernidos. Cuando la Biblia dice que Dios endurece su corazón hacia el pecador (como, por ejemplo, hacia el Faraón que se opuso a Moisés), no es más que un modo poético de describir la reacción del pecador. Es éste quien endurece su corazón al resistir la gracia de Dios.

Y si falleciera un ser querido, aparentemente sin arrepentimiento, tampoco debemos desesperar y «afligirnos como los que no tienen esperanza». Hasta llegar al cielo no sabremos qué torrente de gracias ha podido Dios derramar sobre el pecador recalcitrante en el último segundo de consciencia, gracias que habrá obtenido nuestra oración confiada.

Aunque la confianza en la providencia divina no es exactamente lo mismo que la virtud divina de la esperanza, está lo suficientemente ligada a ella para concederle ahora nuestra atención. Confiar en la providencia divina significa que creemos que Dios nos ama a cada uno de nosotros con un amor infinito, un amor que no podría ser más directo y personal si fuéramos la única alma sobre la tierra. A esta fe se añade el convencimiento de que Dios sólo quiere lo que es para nuestro bien, que, en su sabiduría infinita, conoce mejor lo que es bueno para nosotros, y que, con su infinito poder, nos lo da.

Al confiar en el sólido apoyo del amor, cuidado, sabiduría y poder de Dios, estamos seguros. No caemos en un estado de ánimo sombrío cuando «las cosas van mal». Si nuestros planes se tuercen, nuestras ilusiones se frustran, y el fracaso parece acosarnos a cada paso, sabemos que Dios hace que todo contribuya a nuestro bien definitivo.

Incluso la amenaza de una guerra atómica o de una subversión comunista no nos altera, porque sabemos que los mismos males que el hombre produce, Dios hará que, de algún modo, encajen en sus planes providenciales.

Esta confianza en la divina providencia es la que viene en nuestra ayuda cuando somos tentados (y, ¿quién no lo es alguna vez?) en pensar que somos más listos que Dios, que sabemos mejor que El lo que nos conviene en unas circunstancias determinadas. «Puede que sea pecado, pero no podemos permitirnos un hijo más»; «Puede que no sea muy honrado, pero todo el mundo lo hace en los negocios»; «Ya sé que parece algo turbio, pero así es la política». Cuando nos vengan estas coartadas a la boca, tenemos que deshacerlas con nuestra confianza en la providencia de Dios. «Si hago lo correcto, puede que saque muchos disgustos» tenemos que decirnos, «pero Dios conoce todas las circunstancias. Sabe más que yo. Y se ocupa de mí. No me apartaré ni un ápice de su voluntad».

La única virtud que permanecerá siempre con nosotros es la caridad. En el cielo, la fe cederá su lugar al conocimiento: no habrá necesidad de «creer en» Dios cuando le veamos. La esperanza también desaparecerá, ya que poseeremos la felicidad que esperábamos. Pero la caridad no sólo no desaparecerá, sino que únicamente en el momento extático en que veamos a Dios cara a cara alcanzará esta virtud, que fue infundida en nuestra alma por el Bautismo, la plenitud de su capacidad. Entonces, nuestro amor por Dios, tan oscuro y débil en esta vida, brillará como un sol en explosión. Cuando nos veamos unidos a ese Dios infinitamente amable, ese Dios único capaz de colmar los anhelos de amor del corazón humano, nuestra caridad se expresará eternamente en un acto de amor.

La caridad divina, virtud implantada en nuestra alma en el Bautismo junto con la fe y la esperanza, se define como «la virtud por la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios». Se le llama la reina de las virtudes, porque las demás, tanto teologales como morales, nos conducen a Dios, pero es la caridad la que nos une a El. Donde hay caridad están también las otras virtudes. «Ama a Dios y haz lo que quieras», dijo un santo. Es evidente que, si de veras amamos a Dios, nuestro gusto será hacer sólo lo que le guste.

Por supuesto, es la virtud de la caridad la que se infunde en nuestra alma por el Bautismo.

Y, cuando alcanzamos uso de razón, nuestra tarea es hacer actos de amor. El poder de hacer tales actos de amor, fácil y sobrenaturalmente, se nos da en el Bautismo.

Una persona puede amar a Dios con amor natural. Al contemplar la bondad y misericordia divinas, los beneficios sin fin que nos da, podemos sentirnos movidos a amarle como se ama a cualquier persona amable. Ciertamente, una persona que no ha tenido ocasión de ser bautizada (o que está en pecado mortal y no tiene posibilidad de ir a confesarlo) no podrá salvarse a no ser que haga un acto de amor perfecto a Dios, lo que quiere decir de amor desinteresado: amar a Dios porque es infinitamente amable, amar a Dios sólo por Sí mismo. También para un acto de amor así necesitamos la ayuda divina en forma de gracia actual, pero ése sería aún un amor natural.

Solamente por la inhabitación de Dios en el alma, por la gracia sobrenatural que llamamos gracia santificante, nos hacemos capaces de un acto de amor sobrenatural a Dios. La razón por la que nuestro amor se hace sobrenatural está en que realmente es Dios mismo quien se ama a Sí mismo a través de nosotros. Para aclarar esto, podemos usar el ejemplo del hijo que compra un regalo de cumpleaños a su padre utilizando (con el permiso de su padre) la cuenta de crédito de éste para pagarlo. O, como el niño que escribe una carta a su madre con la misma madre guiando su inexperta mano.

Parecidamente, la vida divina en nosotros nos capacita para amar a Dios adecuadamente, proporcionadamente, con un amor digno de Dios. También con un amor agradable a Dios, a pesar de ser, en cierto sentido, Dios mismo quien hace la acción de amar.

Leo G. Terese

(Cont)

Evangelho e comentário


Tempo do Avento


Evangelho: Mt 11, 11-15

11 Em verdade vos digo: Entre os nascidos de mulher, não apareceu ninguém maior do que João Baptista; e, no entanto, o mais pequeno no Reino do Céu é maior do que ele. 12 Desde o tempo de João Baptista até agora, o Reino do Céu tem sido objecto de violência e os violentos apoderam-se dele à força. 13 Porque todos os Profetas e a Lei anunciaram isto até João. 14 E, quer acrediteis ou não, ele é o Elias que estava para vir. 15 Quem tem ouvidos, oiça!»

Comentário:

O Senhor discorre sobre a figura do Baptista com palavras simples que só podem ter uma interpretação.

Deve-se ouvir mas também compreender o que se ouve.
As dúvidas, se as houver, devem ser expostas de modo que fique bem ciente do que se ouviu e não haja “desculpas” para não proceder de acordo com o que se aprendeu.


(AMA, comentário sobre Mt 11, 11-15, 25.10.2018) 





Temas para reflectir e meditar

Amor



Só é capaz de obedecer livremente quem ama aqueles de quem depende e que lhe devem dar ordens.


(Federico SuarezA Virgem Nossa Senhora, Éfeso, 1967, pg. 155)  

Pequena agenda do cristão

Quinta-Feira



(Coisas muito simples, curtas, objectivas)



Propósito:
Participar na Santa Missa.


Senhor, vendo-me tal como sou, nada, absolutamente, tenho esta percepção da grandeza que me está reservada dentro de momentos: Receber o Corpo, o Sangue, a Alma e a Divindade do Rei e Senhor do Universo.
O meu coração palpita de alegria, confiança e amor. Alegria por ser convidado, confiança em que saberei esforçar-me por merecer o convite e amor sem limites pela caridade que me fazes. Aqui me tens, tal como sou e não como gostaria e deveria ser.
Não sou digno, não sou digno, não sou digno! Sei porém, que a uma palavra Tua a minha dignidade de filho e irmão me dará o direito a receber-te tal como Tu mesmo quiseste que fosse. Aqui me tens, Senhor. Convidaste-me e eu vim.


Lembrar-me:
Comunhões espirituais.


Senhor, eu quisera receber-vos com aquela pureza, humildade e devoção com que Vos recebeu Vossa Santíssima Mãe, com o espírito e fervor dos Santos.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?