LA INMORTALIDAD DEL ALMA
VI
La razón que es
inmutable, ya exista en el alma, ya con el alma, ya el alma exista en la razón,
no se puede separar de la misma e idéntica alma.
10. Por
consiguiente, veo que nos debemos aplicar con todas las fuerzas del raciocinar
para saber qué es la razón y de cuántas maneras se puede definir a fin de que
aparezca evidente la inmortalidad del alma según todas sus modalidades.
La razón es la
visión del alma con la cual ésta por sí misma y no por medio del cuerpo intuye
la verdad; o bien es la contemplación de la verdad no realizada por medio del
cuerpo, o bien es la verdad misma que es contemplada.
Nadie puede dudar
que la razón en el primer caso subsiste en el alma; con respecto al segundo y
tercero se puede investigar; con todo, en el segundo caso tampoco puede
subsistir sin el alma.
En cuanto al
tercero se presenta un grave problema: si aquella verdad, que el alma intuye
sin el auxilio del cuerpo, exista por sí misma y no exista en el alma, o si
podría existir sin el alma.
Pero de cualquier
modo que sea, no podrá el alma por sí misma contemplar la verdad si no tuviese
con ella alguna unión.
Puesto que todo
lo que contemplamos o aprehendemos con el pensamiento, lo aprehendemos o con el
sentido o con el entendimiento. Pero aquello que es captado por el sentido es
también sentido como existiendo fuera de nosotros y como contenido en el
espacio, por lo cual se afirma que no puede ser percibido realmente.
Por el contrario,
lo que es entendido, es entendido no como puesto en otra parte, sino como el
alma misma que entiende, puesto que es entendido al mismo tiempo como no
contenido en el espacio.
11. Por lo cual,
esta unión del alma que intuye y de su verdad que es intuida o es tal que el
sujeto es el alma y la verdad aquella existe en el alma, o, por el contrario,
es la verdad el sujeto y el alma existe en ella, o ambas, verdad y alma, son
sustancias.
De estos tres
casos si es cierto el primero, tan inmortal es el alma como la razón, según la
exposición hecha más arriba: que la razón no puede existir sino en un sujeto
vivo.
La misma
necesidad se encuentra en el segundo caso. Porque si aquella verdad, que se
llama razón, nada tiene que esté sujeto al cambio, como es evidente, nada
tampoco puede mudarse de lo que existe en ella como en su sujeto.
Por consiguiente,
toda la discusión se reduce a lo tercero.
Puesto que si el
alma es sustancia, y la razón a la que se une es también sustancia, no sería
absurdo que alguien hubiera podido pensar que podría suceder que, perdurando la
razón, el alma dejara de existir. Pero es evidente que mientras el alma no se
separe de la razón y esté unida a ella, necesariamente perdura y vive.
Y bien, ¿con qué
fuerza, en última instancia, puede ser separada? ¿Acaso con una fuerza corporal
cuyo poder no sólo es más débil sino también su origen inferior y su naturaleza
bastante distinta?
Imposible.
Entonces, ¿tal
vez con una fuerza psíquica?
Pero también
esto, ¿de qué manera?
¿Hay quizá alguna
otra alma más poderosa, cualquiera que sea, que no puede contemplar la razón
sino separando de ella a otra?
Sin embargo, dado
que todas las almas están en contemplación de la razón, a ninguna le puede
faltar; y, no habiendo nada más poderoso que la razón misma, que es lo más
inmutable, de ninguna manera habrá un alma que aún no esté unida a la razón más
poderosa que el alma que le está unida.
Queda todavía
otra posibilidad: o que la razón la separe de sí misma, o que el alma misma se
separe voluntariamente de la razón.
Ahora bien, nada
hay de mala voluntad en la naturaleza de la razón para que no se entregue al
alma a fin de que la disfrute.
Además, cuanto
más plenamente la razón existe, tanto más hace que cuanto se le una, exista, y
precisamente es esto todo lo contrario de la muerte.
Mas no sería
demasiado absurdo que alguien dijera que el alma se puede separar de la razón
voluntariamente, concedido que pueda darse alguna separación entre sí de las
cosas que no están en el espacio. Esto ciertamente se puede objetar contra todo
lo anterior, a lo que hemos alegado otras objeciones.
¿Qué pues?
¿Acaso ya no se
ha de concluir que el alma es inmortal?
O ¿quizá, si no
se puede separar, puede todavía extinguirse?
Porque si aquella
fuerza de la razón afecta al alma por su misma unión, que efectivamente no
puede dejar de afectarla, de tal manera seguramente la afecta que le otorga el
existir.
En efecto, la
razón misma existe por sobre todo y en ella es donde también se entiende la
máxima inmutabilidad.
Y así al alma, a
la que afecta de sí, la obliga en algún modo a existir.
Por consiguiente,
el alma no se puede extinguir, a no ser que hubiera sido separada de la razón.
Mas no se puede
separar como arriba lo hemos demostrado. Luego no puede perecer.
VII
El alma no perece
ni aún cuando flor su esencia tienda al menoscabo.
12. Pero esta
separación de la razón por la que sobreviene al alma la necedad, no puede darse
sin un menoscabo del alma; si, en efecto, es más que el alma esté dirigida y
adherida a la razón, por eso, porque está adherida a un ser inmutable que es la
verdad, que no sólo existe por sobre todas las cosas, sino también antes que
todas, cuando de ella ha sido separada posee en menor grado esa misma
existencia, lo que es menoscabarse.
Ahora bien, todo
menoscabo tiende a la nada, y no se puede concebir ninguna muerte más
propiamente que cuando esto, que era algo, se hace nada.
Por lo cual,
tender a la nada es tender a la muerte.
Porqué la muerte
no caiga en el alma en la que cae el menoscabo, apenas es posible decirlo.
Aquí concedemos
todo lo demás, pero negamos que necesariamente se siga la muerte para lo que
tiende a la nada, esto es, que efectivamente llegue a la nada.
Esto se puede
observar también en el cuerpo.
Porque, puesto
que todo cuerpo es una parte del mundo sensible y por eso cuanto más grande es
y más lugar ocupa, tanto más se acerca al todo, y cuanto más se comporta así
tanto más plenamente existe. En efecto, el todo es más que la parte.
Por lo cual
también es necesario que sea menos cuando se reduce. Luego, cuando se reduce,
experimenta un menoscabo.
Ahora bien, se
reduce cuando de él se quita algo cortando.
De aquí resulta
que por esa sustracción tienda a la nada.
Con todo, ninguna
sustracción lo lleva ala nada; porque toda parte que queda es cuerpo y
cualquiera sea su tamaño, ocupa un lugar de cualquier dimensión.
Esto no podría
suceder, si no tuviese partes en las que siempre de idéntico modo se dividiera.
Luego, se puede
reducir un cuerpo al infinito dividiéndolo infinitivamente, y por eso, puede
sufrir un menoscabo y tender a la nada, aunque jamás pueda llegar.
Todo esto también
se puede afirmar y entender del espacio mismo y de cualquier intervalo.
Porque no sólo
quitando de esos intervalos limitados, v. gr., una mitad, sino también de lo
que resta siempre la mitad, el intervalo se reduce y progresa hacia el fin, al
que sin embargo de ningún modo llega.
Cuánto menos se
ha de temer esto del alma! Puesto que el alma es ciertamente mejor y más vivaz
que el cuerpo, por medio de la cual éste recibe la vida.
Santo
Augustin de Hipona
Escrito el año 387 de Cristo. Contiene este libro el conjunto de razones sobre la
inmortalidad del alma, así como la solución de las dificultades que se
presentan.