A leitura tem feito muitos santos.
(S. josemaria, Caminho 116)
Está aconselhada a leitura espiritual diária de mais ou menos 15 minutos. Além da leitura do novo testamento, (seguiu-se o esquema usado por P. M. Martinez em “NOVO TESTAMENTO” Editorial A.
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.
Para ver, clicar SFF.
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.
Para ver, clicar SFF.
Evangelho:
Mt 27, 45-66
45 Desde a hora sexta até à
hora nona, houve trevas sobre toda a terra. 46 Perto da hora nona,
exclamou Jesus com voz forte: «Eli, Eli, lemá sabachtani?», isto é: «Meu Deus,
Meu Deus, porque Me abandonaste?». 47 Ao ouvir isto, alguns dos que
ali estavam, diziam: «Ele chama por Elias».48 Imediatamente, um
deles, a correr, tomou uma esponja, ensopou-a em vinagre, pô-la sobre uma cana,
e dava-Lhe de beber. 49 Porém, os outros diziam: «Deixa; vejamos se
Elias vem livrá-l'O». 50 Jesus, soltando de novo um alto grito,
expirou. 51 E eis que o véu do templo se rasgou em duas partes, de
alto a baixo, a terra tremeu, as rochas fenderam-se, 52 as
sepulturas abriram-se, e muitos corpos de santos, que tinham adormecido, ressuscitaram,
53 e saindo das sepulturas depois da ressurreição de Jesus, foram à
cidade santa e apareceram a muitos. 54 O centurião e os que com ele
estavam de guarda a Jesus, vendo o terramoto e as coisas que aconteciam,
tiveram grande medo, e diziam: «Na verdade Este era Filho de Deus!». 55
Estavam também ali, olhando de longe, muitas mulheres, que tinham seguido Jesus
servindo-O desde a Galileia. 56 Entre elas estava Maria Madalena,
Maria, mãe de Tiago e de José, e a mãe dos filhos de Zebedeu. 57 Ao
cair da tarde, veio um homem rico de Arimateia, chamado José, que era também
discípulo de Jesus. 58 Foi ter com Pilatos e pediu-lhe o corpo de
Jesus. Pilatos mandou então que lhe fosse dado o corpo. 59 José,
tomando o corpo, envolveu-O num lençol limpo, 60 e depositou-O no
seu sepulcro novo, que tinha mandado abrir numa rocha. Depois rolou uma grande
pedra para diante da boca do sepulcro, e retirou-se. 61 Maria
Madalena e a outra Maria estavam lá, sentadas diante do sepulcro. 62
No outro dia, que é o seguinte à Preparação, os príncipes dos sacerdotes e os
fariseus foram juntos ter com Pilatos, 63 e disseram-lhe: «Senhor,
lembramo-nos que aquele impostor, quando ainda vivia, disse: “Depois de três
dias ressuscitarei”. 64 Ordena, pois, que seja guardado o sepulcro
até ao terceiro dia, para que não venham os discípulos, O roubem, e digam ao
povo: “Ressuscitou dos mortos”. E assim, o último embuste seria pior do que o
primeiro». 65 Pilatos respondeu-lhes: «Tendes guardas; ide, guardai-O
como entenderdes». 66 Foram, e tomaram bem conta do sepulcro,
selando a pedra e pondo lá guardas.
Sobre la naturaleza del amor 2
Corroborar
en el ser
Lo
radicalmente primero que hay que pretender para quien se ama es, en el fondo,
que exista.
El
asunto viene de lejos, al menos desde Aristóteles, y llega hasta muchos
tratadistas contemporáneos, entre los que merece un lugar de excepción Josef
Pieper. De manera bastante similar, todos ellos vienen a decir que la prueba
más expresiva de que uno se ha enamorado es que todo dentro de él se une para
exclamar, en relación con la persona querida: ¡es maravilloso que existas!, ¡yo
quiero, con todas las fuerzas de mi alma, que tú existas!, ¡qué maravilla, qué
evento más grandioso, el que hayas sido creado o creada!
En
este sentido, y desde hace ya algunos años, me gusta resumir el asunto
afirmando que amar a una persona es aplaudir a Dios. Decirle:
con este, con esta, sí que te has lucido; con él sí que
has demostrado todo lo que vales; ¡mi enhorabuena!, ¡chapeaux!
Por
eso amar, en algunos casos concretos, se configura también como pro-creación;
pero es siempre, en todo momento, una re-creación, una confirmación y refrendo
de la acción divina creadora, de ese haber dado Dios el ser a determinada
persona.
Amar es
siempre una re-creación, una confirmación de la acción
divina creadora, un ‘sí’ al ‘Sí’ divino que ha infundido y sostiene el
ser del amado
divina creadora, un ‘sí’ al ‘Sí’ divino que ha infundido y sostiene el
ser del amado
Para
captar todo el sentido y alcance de esta convicción, conviene dejar muy claro
que la confirmación en el ser, propia del amor, no constituye en absoluto una
veleidad, un deseo piadoso, pero ineficaz e inoperante. Al
contrario, el primer efecto que engendra el amor hacia cualquier persona es el
de hacerla realmente real… para quien la ama. ¿Cuántas veces nos
cruzamos por la calle, o en un viaje, con cientos y cientos de sujetos de los
que después ni siquiera recordamos el menor detalle, que no han influido para
nada en nuestro comportamiento, que en lo que a nosotros se refiere es… como
si no existieran?
En
cambio, al llegar a casa o al lugar de trabajo, o al reunirnos con nuestros
amigos, la situación cambia por completo. Al entrar en el propio hogar, por
ceñirme al caso más obvio, cada una de las personas que lo componen nos
resultan verdaderamente reales: no solo suscitan la afirmación
rendida de nuestra voluntad, sino que ponen en marcha nuestro entendimiento
para comprender lo que nos comunican o para ayudarles a resolver sus problemas
y, sobre todo, como lo más evidente y demostrativo, influyen
efectivamente en nuestra conducta. Es decir, cada uno de estos seres, en
fuerza precisamente del amor, se torna realmente real para
nosotros.
Pero
hay más: mientras se ama, no solo el ser querido resulta confirmado en su propio
ser, se ofrece como algo magnífico y maravilloso, sino que se torna
imprescindible para la integridad y la belleza de cuanto existe. Sin él, nada
vale; con él, hasta lo más menudo manifiesta su esplendor.
Y
todo lo anterior, como explica Lukas, sin erróneas y nocivas dependencias:
El amor no es un sentimiento
puro. Ni siquiera un sentimiento de dependencia o de ciega servidumbre
procedente de los campos del alma enferma. El amor verdadero no conoce la
supuesta debilidad de la autoestima ni el correspondiente deseo de apoyarse en
alguien firme, como tampoco le es propio el uso o el abuso de otra persona con
fines egoístas. El amor verdadero no busca al compañero protector o
estimulante, no quiere hijos que exhibir para el provecho propio ni ansía
elogios ni ternura para autosatisfacerse. El amor no requiere absolutamente
nada, es soberano, porque la “materia” de la que está hecho es el sí modesto y
sin condiciones a la persona amada, como una estrella fugaz que sale despedida
de los fuegos artificiales de la Creación. El amor es, como reza una opereta
alemana, un “poder celestial”.
Por todo ello es capaz de
hacer lo que sea necesario: dejar ser al otro, dejarlo ir, no retenerlo, con
lágrimas en los ojos si es necesario, pero con afecto sincero. El tiempo pasa y
el amor permanece; los sentimientos se difuminan y el amor permanece; la muerte
deshace los compromisos y el amor permanece. ¿Cómo podría un sí sin condiciones
convertirse en un no cuando las condiciones cambian, cuando el otro toma un rumbo
diferente, enferma o muere? Aquella parte fundamental de la relación mutua que
era amor “sobrevive” incluso al fin de la relación[6].
Ortega,
por su parte, lo exponía con palabras certeras y lapidarias: «Amar a una
persona es estar empeñado en que exista; no admitir, en lo que depende de uno,
la posibilidad de un universo donde aquella persona esté ausente»[7].
El
influjo real en el ser que ejerce aquel a
quien queremos posee, entre otras muchas, una comprobación gozosa. Y es que, en
el momento en que alguien se enamora o mientras sigue enamorado —que es ese el
destino del matrimonio—, no solo la persona amada resulta deliciosa, sino que
también el conjunto de lo que le rodea resplandece con un fulgor y una
significación que no tenía mientras sus ojos no estaban potenciados, hechos más
penetrantes, por la fuerza del amor. Todo reverbera, todo se transfigura.
Con
enorme penetración lo desarrolla Alberoni:
Para seguir amando es preciso
que la persona amada sea siempre, en parte, transfigurada. Es decir, aparezca
“en la luz del ser” en que nosotros vemos el esplendor de las cosas como son.
Es algo que tiene que ver con la humildad, un sentimiento próximo al religioso.
Y tiene algo de religioso también el respeto y el temor con que nos acercamos a
ella. Porque ella nos es infinitamente cercana pero, al mismo tiempo,
infinitamente lejana e infinitamente deseable. Y sabemos que, si no nos amase,
estaríamos perdidos. Entonces vemos, como en un resplandor, cómo habría podido
ser nuestra vida si no nos hubiésemos encontrado, si no nos hubiera amado, si
no nos amase. Y sentimos un escalofrío de miedo. Gracia, milagro, estupor,
miedo, son todas emociones que aproximan el amor a la experiencia religiosa[8].
Y
lo mismo, pero en sentido contrario —sería la comprobación negativa—, sucede
por ejemplo con la muerte de una persona a la que verdaderamente se ama. Cuando
fallece el marido o la mujer, el padre o la madre o —quizás todavía en mayor
proporción— un hijo o una hija, no es solo que sintamos con una hondura difícil
de describir la ausencia y el vacío de esa persona, sino que todo cuanto nos
rodea, y al menos por algunos instantes, se torna también un sinsentido: no sabemos
por qué nos levantamos, por qué o para qué nos arreglamos, desaparece toda
atracción ante el trabajo…
Probablemente
nadie lo ha expresado con más eficacia que San Agustín, en uno de los
testimonios más altos de compasión —sufrir juntamente con la persona que
padece— de toda la historia de la humanidad. El hecho es más significativo
porque Agustín de Hipona no se refiere a su madre, ni a su hijo, ni a la que
por algún tiempo fue su amante, sino que sus recuerdos se dirigen, más de diez
años después de que ocurrieran los hechos, al fallecimiento de un chico, que
allá por la adolescencia, se convirtió durante apenas seis meses en su amigo
más íntimo.
Así
lo expone Agustín:
¡Qué terrible dolor para mi
corazón! Cuanto miraba era muerte para mí: la ciudad se me hacía inaguantable,
mi casa insufrible y cuanto había compartido con él se me volvía sin él
cruelísimo suplicio. Lo buscaba por todas partes y no aparecía; y llegué a
odiar todas las cosas, porque no lo tenían ni podían decirme como antes, cuando
venía después de una ausencia: “he aquí que ya viene” […]. Solo el llanto me
era dulce y ocupaba el lugar de mi amigo en las delicias de mi corazón […]. Me
maravillaba que la gente siguiera viviendo, muerto aquel a quien yo había amado
como si nunca hubiera de morir: y más me maravillaba aún que, muerto él,
siguiera yo viviendo, que era otro él. Bien dijo el poeta Horacio que su amigo
era “la mitad de su alma”, porque yo sentí también, como Ovidio, que “mi alma y
la suya no eran más que una en dos cuerpos”; y por eso me producía tedio el
vivir, porque no quería vivir a medias, y a la vez temía quizá mi propia muerte
para que no muriera del todo aquel a quien yo tanto amaba[9].
El primer
efecto que engendra el amor hacia cualquier persona es
el de hacerla realmente real… para quien la ama
el de hacerla realmente real… para quien la ama
Deseos
de plenitude
Decía
antes que el amor no se limita a querer con todas sus fuerzas que el ser
querido sea, que exista sin condiciones; sino que además anhela,
con igual o mayor vigor, y como complemento de ese impulso inicial, que
sea bueno, que alcance su perfección.
Con
bellas palabras lo resume Alberoni: «Para que haya amor, es preciso que el
amante haga germinar posibilidades latentes o contenidas de nuestro ser»[10].
De
manera análoga, Nédoncelle califica el amor como una voluntad de promoción o
incluso de creación[11].
Pues
bien, tampoco ahora estamos ante una veleidad. El amor real, aquilatado, hace
indefectiblemente que crezca la persona a quien está dirigido. Más aún: si
llegamos hasta el fondo de la cuestión, habremos de decir que el único
procedimiento adecuado para conseguir que alguien mejore es, en fin de cuentas,
amarlo más y mejor. De esta suerte, el amor se trasforma en motor insustituible
de toda tarea de ayuda a otra persona y, hablando más en concreto, de la
educación.
¿Por
qué?
1.
En una primera aproximación, porque el amor hace ver toda la grandeza que
encierra el corazón ontológico de la persona amada. Se repite a menudo que el
amor es ciego, y todos entendemos sin problemas lo que tal afirmación quiere
expresar. Pero no es esa la verdad más honda que puede
proclamarse al respecto. Como afirmaba hace ya tiempo Chesterton, «el amor no
es ciego; de ninguna manera está cegado. El amor está atado, y cuanto más
atado, menos cegado está»[12].
En
definitiva, y al contrario de lo que suele sostenerse, muy lejos de provocar la
ofuscación, el amor resulta clarividente, hace penetrar en el fondo de las
realidades. Más todavía: cuando esas realidades son personas, solo el amor
permite descubrir su interna valía, solo él hace posible apreciar el mundo de
maravillas que el ser querido encierra en sí: solo cuando se ama con
locura a una persona —a la propia mujer, pongo por caso— se está en
disposiciones de apreciar el cúmulo de prodigios que guarda en su interior.
De
nuevo con palabras de Alberoni:
El enamoramiento produce una
transfiguración del mundo, una experiencia de lo sublime. Es locura, pero
también descubrimiento de la propia verdad y del propio destino. Es hambre y
anhelo pero, al mismo tiempo, impulso, heroísmo y olvido de sí mismo. “Te amo”,
para nosotros, para nuestra tradición, no quiere decir solo “me gustas”, “te
quiero”, "te deseo”, “te tengo cariño” o “siento afecto”, sino “tú eres
para mí el único rostro entre los infinitos rostros del mundo, el único soñado,
el único deseado, el único al que aspiro por encima de cualquier otra cosa y
para siempre”. Como dice El cantar de los cantares: “Sesenta son las reinas,
ochenta las concubinas y muchísimas las doncellas, pero mi palomita virginal es
una sola”[13].
Frente
a lo que han afirmado en los últimos tiempos tantos literatos y filósofos, el
amor, si es verdadero, no embellece al ser querido inventado virtudes o
talentos que en verdad no posee, sino que descubre las
grandezas reales que el sujeto que no ama es incapaz de
percibir.
Cuando
una madre, a pesar de los defectos de su hijo —que ella conoce mejor que
nadie—, lo califica como su rey o su cielo, o cuando un enamorado afirma que su
novia es la mejor mujer del mundo, no están inventando lo que les impulsa a
sostener tales afirmaciones. Simplemente, por encima de las fallas sin duda innegables,
el amor les lleva a ver la grandeza íntima y configuradora que
corresponde a toda persona por el hecho de serlo, pero que
solo se revela a unos ojos potenciados por el amor. Si esto no se admite —con
todos los matices que fuera menester—, la entera teoría de la dignidad personal
vendría en última instancia a caer por tierra.
El amor
lleva a ver la grandeza íntima que corresponde a toda
persona… pero solo se revela a los ojos iluminados por el amor
persona… pero solo se revela a los ojos iluminados por el amor
2.
Pero en esta línea de la clarividencia, que impulsa a apreciar la valía del ser
querido, el amor hace más. Como sostuvo Max Scheler, no solo capacita para
advertir el prodigio que el ser amado en estos momentos es, sino que, por
decirlo de alguna manera, anticipa su proyecto perfectivo futuro:
percibe, con rasgos cada vez más precisos a medida que el cariño aumenta, lo
que la persona amada está llamada a ser.
Lo
explica Alice von Hildebrand, dirigiéndose a una recién casada ideal, síntesis
de las muchas a las que aconsejó durante los últimos años de su vida:
Cuando te enamoraste de
Michael, se te dio un gran don: tu amor se deshizo de las apariencias pasadas y
te proporcionó una percepción de su verdadero ser, lo que está llamado a ser en
el más profundo sentido de la palabra. Descubriste su “nombre secreto”.
A los que se aman se les
concede el privilegio especial de ver con una increíble intensidad la belleza
del que aman, mientras que otros ven simplemente sus actos exteriores, y de
modo particular sus errores. En este momento tú ves a Michael con más claridad
que cualquier otro ser humano[14].
Con
armónicos bien distintos, pero con identidad de fondo, escribe Alberoni:
El enamoramiento nos hace amar
al otro por lo que es, hace amables incluso sus defectos, incluso sus
carencias, incluso sus enfermedades. Cuando nos enamoramos es como si
abriéramos los ojos. Vemos un mundo maravilloso y la persona amada nos parece
un prodigio del ser. Cada ser es, en sí mismo, perfecto, distinto de los otros,
único e inconfundible. Así agradecemos a nuestro amado que exista, porque su
existencia nos enriquece no solo a nosotros mismos, sino también al mundo.
Escribe Propercio: “Tu mihi sola domus, tu, Cynthia, sola parentes,
omnia tu nostrae tempora laetitiae”. No dice solo “me gustas, te deseo”,
sino “Tú sola eres mi casa, Cintia, solo tú mis padres; tú, todos los momentos
de mi dicha”[15].
Y,
por su parte, resume Frankl:
El amor es el único camino
para arribar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie es
conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama. Por el acto espiritual
del amor se es capaz de contemplar los rasgos y trazos esenciales de la persona
amada; hasta contemplar también lo que aún es potencialidad, lo que aún está
por desvelarse y por mostrarse. Todavía hay más: mediante el amor, la persona
que ama posibilita al amado la actualización de sus potencialidades ocultas. El
que ama ve más allá y urge al otro a consumar sus inadvertidas capacidades
personales[16].
3.
Por tanto, trascendiendo ya el ámbito del mero conocer, ese cariño provoca eficazmente
el crecimiento de quien se ama: sin ningún tipo de rigideces ni de tensiones,
exige la perfección, obligaamablemente a mejorar.
Tal
vez nadie lo haya plasmado mejor que Philine, la amante de Amiel, en este
portento de intuición femenina con el que contesta a una muy probable regañina
epistolar de Amiel:
Mis desigualdades
desaparecerán en cuanto esté a tu lado para siempre. Contigo mejoraré, me
perfeccionaré, sin límites; porque a tu lado la saciedad y la desunión serán
inconcebibles.No sabrás todo lo que valgo hasta que no pueda ser, junto a
ti, todo lo que soy[17].
Existen
muchas maneras de comprobar que, en efecto, el amor anticipa el proyecto
perfectivo futuro de la persona amada y la impulsa a mejorar. Pero tal vez
baste advertirlo de una manera intuitiva, recordando estos versos del que sigo
considerando como el mejor poema castellano de amor de todo el siglo XX: La
voz a ti debida, de Pedro Salinas.
Escribe
el amante a su amada:
Perdóname por ir
así buscándote / tan torpemente, dentro / de ti. / Perdóname el dolor, alguna
vez. / Es que quiero sacar / de ti tu mejor tú. / Ese que no te viste y que yo
veo, / nadador por tu fondo, preciosísimo. / Y cogerlo / y tenerlo yo en alto
como tiene / el árbol la luz última / que le ha encontrado al sol. / Y entonces
tú / en su busca vendrías, a lo alto. / Para llegar a él / subida sobre ti,
como te quiero, / tocando ya tan solo a tu pasado / con las puntas rosadas de
tus pies, / en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo / de ti a ti misma. / Y
que a mi amor entonces le conteste / la nueva criatura que tú eras[18].
Cuestión
que, con mucha menos poesía y con ciertos ribetes de lo que hoy tal vez se
calificaría como «machismo», expone también Gregorio Marañón en la obra
dedicada a Amiel, a la que antes me referí:
Amiel ignoraba que la mujer
ideal no se encuentra, en ese estado de perfección, casi nunca: porque, por lo
común, no es solo obra del azar, sino, en gran parte, obra de la propia
creación […]. El ideal femenino, como todos los demás ideales, no se nos da
nunca hecho; es preciso construirlo; con barro propicio, claro está, pero lo
esencial es construirlo con el amor y el sacrificio de todos los días,
exponiendo para ello, en un juego arriesgado, a cara o cruz, el porvenir del
propio corazón[19].
El amor reclama y provoca
la mejora del amado
La entrega
En
realidad, no parece necesario, e incluso es posible que dañe la pulcritud de lo
que vengo exponiendo, separar la entrega de los que llamaba elementos
definidores del amor. Porque, en verdad, aun cuando quepa concebir la entrega
como consecuencia o efecto del amor, resulta más correcto interpretarla como
la culminación del propio querer, como un componente
intrínseco y constitutivo del amor mismo y, desde este punto de vista, como su
tercer elemento, como la plenitud interna al amor.
En
efecto, la necesidad de la entrega podría expresarse en
términos más o menos parecidos a los que expondré dentro de unos instantes, que
el amante formula normalmente no con palabras —como decía—, sino con su misma
vida y con todo lo que es. Y, así, una vez que su capacidad de conocer se torna
más penetrante en virtud del amor, quien ama va descubriendo la maravilla que
el ser querido encierra en su interior y aquella otra que está llamado a
alcanzar. Y entonces, se siente inclinado a sostener, más con la vida que con
las palabras: «¡vale la pena que yo me ponga plenamente a tu servicio para
que tú alcances ese portento de perfección a que te encuentras
llamado o llamada y que yo, en fuerza de mi amor, he descubierto en ti!»
«Que yo me
ponga plenamente a tu servicio». Es cierto: lo que el varón o la mujer
enamorados, el amigo que alcanza la auténtica amistad con otros amigos, la
persona que desea ponerse al servicio de Dios…, pretenden entregar, se
encuentra magistralmente sugerido en estas nuevas palabras de Salinas:
¿Regalo, don, entrega? /
Símbolo puro, signo / de que me quiero dar. / Qué dolor, separarme / de aquello
que te entrego / y que te pertenece / sin más destino ya / que ser tuyo, de ti,
/ mientras que yo me quedo / en la otra orilla, solo, / todavía tan mío. / Cómo
quisiera ser / eso que yo te doy / y no quien te lo da[20].
Lo
que uno intenta donar, como afirman los versos citados, es todo su ser, su
propio yo. Y la paradoja es que solo obrando de esta forma, desapareciendo en
beneficio del ser querido, olvidándose de sí, encuentra el ser humano su propia
plenitud y felicidad. El hombre solo es hombre, cabal y completo, cuando persigue
el bien del otro en cuanto otro.
Según
explica Lukas, de nuevo tras las huellas de Frankl:
No es tarea del espíritu
observarse a sí mismo ni mirarse al espejo. La esencia del ser humano consiste
en estar ordenado y dirigido, ya hacia algo, hacia alguien, hacia una obra, o
ya sea hacia un individuo, una idea o una personalidad. Solo en la medida en
que somos así intencionadamente, somos existenciales; la persona “vuelve en sí”
solo en la medida en que está espiritualmente en algo o en alguien, solo en la
medida en que está presente[21].
Solo
desapareciendo en beneficio del ser querido, olvidándose
de sí, encuentra el ser humano su propia plenitud y felicidad
de sí, encuentra el ser humano su propia plenitud y felicidad
Tomás Melendo
(Resumen, con leves
retoques, del capítulo XI del libro El ser humano: desarrollo y plenitud.
Madrid. Ediciones Internacionales Universitarias, 2013).
_____________________________________________
Notas
[6] LUKAS, Elisabeth: In der Trauer lebt die Liebe weiter. 6.
Auflage. München: Kösel, 2009 [1. Auflage, 1999], S. 18 und 21; tr.
cast.: En la tristeza pervive el
amor. Barcelona: Paidós, 2002, pp. 19-20.
[7]
ORTEGA y GASSET, José. Estudios
sobre el amor. Madrid: Revista de Occidente de Alianza Editorial, 2ª
ed., 1981, p. 20. Por razones obvias, me he permitido escribir persona donde Ortega decía cosa.
[8]
ALBERONI, Francesco: Ti amo.
Milano: R.C.S. Libri & Grandi Opere S.p.A., 1996, p. 307; tr. cast.: Te amo. Barcelona: Gedisa, 1997, p.
242.
[9]
AGUSTÍN DE HIPONA: Confesiones,
IV, 4-6 (9-11); cit., pp. 166-169.
[10]
ALBERONI, Francesco: Ti amo,
cit., p. 101; tr. cast., p. 79.
[11] NEDONCELLE, Maurice: Vers une philosophie de l’amour et de la
personne. Paris : Aubier Éditions Montaigne, 1957, p. 18.
[12]
CHESTERTON, Gilbert Keith: Ortodoxia,
1908; en El amor o la fuerza del
sino. Antología elaborada por Álvaro de Silva. Madrid: Rialp, 1993, p.
47.
[13]
ALBERONI, Francesco: Ti amo,
cit., pp. 17-18; tr. cast., pp. 14-15.
[14] HILDEBRAND, Alice von: By Love Refined: Letters to a Young Bride. Manchester
– New Hampshire: Sophia Institute Press, 1989, p. 12; tr. cast.: Cartas a una recién casada. Madrid:
Palabra, 1997, pp. 11-12.
[15]
ALBERONI, Francesco: Ti amo,
cit., p. 20; tr. cast., p. 16.
[16] FRANKL, Viktor: Man’s Search for Meaning. New
York: Pocket Books, 1985 [1st ed., 1959], p. 134; tr. cast.: El hombre en busca de sentido,
Herder, Barcelona, 2004, p. 134.
[17]
MARAÑÓN, Gregorio: Amiel.
Madrid: Espasa-Calpe, 11ª ed., 1967, p. 134. Las cursivas son mías.
[18]
SALINAS, Pedro: La voz a ti
debida. Madrid: Clásicos Castalia, 2ª ed., 1974, pp. 93-94.
[19]
MARAÑÓN, Gregorio: Amiel,
cit., p 112.
[20]
SALINAS, Pedro: La voz a ti
debida, cit., p. 77
[21] FRANKL, Viktor, cit. por
LUKAS, Elisabeth: Heilungsgeschichten:
Wie Logotherapie Menschen hilft. Freiburg im Breisgau:
Herder Verlag, 1998, S. 101; tr. cast.: Equilibrio y curación a través de la logoterapia. Barcelona:
Paidós, 2004, p. 111.
Sem comentários:
Enviar um comentário
Nota: só um membro deste blogue pode publicar um comentário.