A leitura tem feito muitos santos.
(S. josemaria, Caminho 116)
Está aconselhada a leitura espiritual diária de mais ou menos 15 minutos. Além da leitura do novo testamento, (seguiu-se o esquema usado por P. M. Martinez em “NOVO TESTAMENTO” Editorial A.
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.
Para ver, clicar SFF.
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.
Para ver, clicar SFF.
Evangelho:
Mt 27, 45-66
45 Desde a
hora sexta até à hora nona, houve trevas sobre toda a terra. 46
Perto da hora nona, exclamou Jesus com voz forte: «Eli, Eli, lemá sabachtani?»,
isto é: «Meu Deus, Meu Deus, porque Me abandonaste?». 47 Ao ouvir
isto, alguns dos que ali estavam, diziam: «Ele chama por Elias».48
Imediatamente, um deles, a correr, tomou uma esponja, ensopou-a em vinagre,
pô-la sobre uma cana, e dava-Lhe de beber. 49 Porém, os outros
diziam: «Deixa; vejamos se Elias vem livrá-l'O». 50 Jesus, soltando
de novo um alto grito, expirou. 51 E eis que o véu do templo se
rasgou em duas partes, de alto a baixo, a terra tremeu, as rochas fenderam-se, 52
as sepulturas abriram-se, e muitos corpos de santos, que tinham adormecido,
ressuscitaram, 53 e saindo das sepulturas depois da ressurreição de
Jesus, foram à cidade santa e apareceram a muitos. 54 O centurião e
os que com ele estavam de guarda a Jesus, vendo o terramoto e as coisas que
aconteciam, tiveram grande medo, e diziam: «Na verdade Este era Filho de
Deus!». 55 Estavam também ali, olhando de longe, muitas mulheres,
que tinham seguido Jesus servindo-O desde a Galileia. 56 Entre elas
estava Maria Madalena, Maria, mãe de Tiago e de José, e a mãe dos filhos de
Zebedeu. 57 Ao cair da tarde, veio um homem rico de Arimateia,
chamado José, que era também discípulo de Jesus. 58 Foi ter com
Pilatos e pediu-lhe o corpo de Jesus. Pilatos mandou então que lhe fosse dado o
corpo. 59 José, tomando o corpo, envolveu-O num lençol limpo, 60
e depositou-O no seu sepulcro novo, que tinha mandado abrir numa rocha. Depois
rolou uma grande pedra para diante da boca do sepulcro, e retirou-se. 61
Maria Madalena e a outra Maria estavam lá, sentadas diante do sepulcro. 62
No outro dia, que é o seguinte à Preparação, os príncipes dos sacerdotes e os
fariseus foram juntos ter com Pilatos, 63 e disseram-lhe: «Senhor,
lembramo-nos que aquele impostor, quando ainda vivia, disse: “Depois de três
dias ressuscitarei”. 64 Ordena, pois, que seja guardado o sepulcro
até ao terceiro dia, para que não venham os discípulos, O roubem, e digam ao
povo: “Ressuscitou dos mortos”. E assim, o último embuste seria pior do que o
primeiro». 65 Pilatos respondeu-lhes: «Tendes guardas; ide, guardai-O
como entenderdes». 66 Foram, e tomaram bem conta do sepulcro,
selando a pedra e pondo lá guardas.
El trabajo, también
al servicio del amor 4
El trabajo bueno…
Pero, habiendo
descrito el amor como la búsqueda del bien para los otros, la
primera condición que ha de cumplir un trabajo para desarrollar a quien lo
ejecuta en su índole personal, es la de ser un trabajo bueno. Y no
me estoy refiriendo todavía a un trabajo realizado con perfección técnica,
sino, previamente, a la misma manera de entender el trabajo como algo que
merezca la pena ser hecho.
1. Esto podría
ejemplificarse, en primerísimo término, atendiendo a la concepción íntima de lo
que, en general, es el trabajo para una persona, un grupo de personas, o para
toda una civilización.
— Sabemos, por
ejemplo, que en la mayor parte de la Grecia clásica el trabajo era considerado,
en fin de cuentas, como mera labor instrumental, propia en exclusiva de los
esclavos, e indigna de las personas libres.
— Y lo mismo
sucedía entre los hidalgos y caballeros de siglos posteriores.
—
En nuestros días, para muchos, el trabajo tampoco es apreciado por sí mismo,
sino que viene a constituir la prestación imprescindible, a la par que
extremadamente molesta, para recibir, como contrapartida, unos emolumentos: de
suerte que, en tales circunstancias, el mejor trabajo es el menor trabajo y
realizado con el mínimo esfuerzo posible [12].
—
En otros casos se enfoca el trabajo casi como una droga[13],
como instrumento de satisfacción y de afirmación de sí mismo, y como medio de
eludir otras obligaciones todavía más apremiantes, como pudieran ser las
familiares o las de amistad.
Ni que decir tiene
que una labor concebida de alguna de estas maneras difícilmente puede
perfeccionar a quien la ejecuta: no siendo ella en sí buena, perfecta, de
ningún modo puede resultar perfectiva.
Un trabajo que en sí mismo
no es bueno no puede
perfeccionar a quien lo realiza
perfeccionar a quien lo realiza
2. En segundo
lugar, para pronunciarse sobre la bondad intrínseca de un trabajo, aun antes de
su correcta realización, sería preciso atender al tipo de faena de que se
trata. Porque, en efecto, si queremos llegar a experimentar en el trabajo el
legítimo orgullo de la labor acabada con esmero, hay que convencerse —antes que
nada— de que no basta con que una tarea genere emolumentos para que obtenga su
carta de ciudadanía en el universo humano. Semejante convicción, hoy por
desgracia tan difundida, dista mucho de ser cierta.
¿Por qué?
Desde el punto de
vista antropológico, que es el que aquí vengo adoptando, porque el trabajo
resulta mucho más íntimo a la persona y más definidor de la categoría de esta
que las ganancias que se obtienen con él: por eso el dinero en cuanto tal, aun
siendo en sí una cosa buena, posee una bondad inferior a la del trabajo y se
muestra incapaz de perfeccionar personalmente a quien lo tiene, por cuanto, en
cualquier caso, permanece exterior a él.
Lo que sí puede
perfeccionarla, y mucho, es lo que esa persona realice con su dinero, al
emplearlo para incrementar la riqueza general o crear nuevos puestos de
trabajo, buscando siempre el bien de los otros. Pero el dinero, por sí solo, no
mejora a su poseedor.
Por el contrario,
los frutos más importantes del trabajo sí que quedan dentro de quien los
ejecuta, entran a formar parte de su mismo ser: lo acrisolan en su índole de
trabajador y, si se lleva a término con las condiciones oportunas, también en
su misma cualidad personal. Por todo ello, confirmo lo que antes apunté: que es
el trabajo el que debe justificar los beneficios, y no los beneficios los que,
sin más, hacen lícito, bueno o digno un trabajo.
Insisto, porque sé
lo que me juego con estas afirmaciones. Y, aunque ofrezca visos de
perogrullada, no por ello dejaré de repetir que, para ser bueno, ennoblecedor,
para incorporarse al orbe de lo correctamente ético, un trabajo ha de
ser… bueno.
— No solo debe
estar bien hecho, sino que, antes, reunirá los requisitos básicos para que
pueda calificarse —en el mejor sentido de la palabra, que diría Machado— como
«bueno».
— Es decir, para
no andarme demasiado por las ramas, ha de generar algún beneficio real,
objetivo, para alguien.
— Al término, un
beneficio humano estricto, y no una exclusiva ganancia
económica.
Si no, semejante
trabajo queda sin justificación radical, definitiva.
Para que un trabajo resulte
legítimo ha de generar un beneficio
«humano» y no simples
ganancias económicas
… que produce beneficios humanos…
Puesto que la
cuestión es delicada, me animaré a recordarla con palabras casi literales de
Clive Staples Lewis.
Según
sostiene este autor, una persona puede afirmar autorizadamente e incluso con un
sano orgullo: «Yo hago cosas buenas, dignas de ser realizadas aun
cuando nadie pague por ellas. Pero como no soy un hombre o una mujer
especial, y necesito comida, casa y vestido, deben remunerarme por hacerlas,
máxime cuando otros se benefician realmente de mis acciones»[14].
La
bondad del trabajo, como decía, legitima en última instancia la retribución.
Todo está en orden. Por el contrario, hoy son legión las personas que obran de
la manera opuesta, que hacen «cosas con el exclusivo propósito de ganar dinero.
Se trata de cosas que no tendría ni debería hacer nadie en el mundo —y que de
hecho no haría— si no se pagara por ellas»[15].
Y esto ya no me
parece tan correcto.
Porque, con la
absolutización de esta segunda perspectiva, se produce una inversión radical de
las relaciones entre dinero y trabajo.
1. En un mundo
lógica y correctamente estructurado, deberían hacerse cosas y proporcionar
servicios porque unas y otros fuesen necesarios o, al menos, convenientes,
convirtiéndose la retribución en justa y consecuente contrapartida del
beneficio real proporcionado por el trabajo.
2. En el universo
en que vivimos, por el contrario, hay que fabricar la
necesidad para que la gente pueda cobrar dinero por hacer lo que hace, por
desplegar una tarea. Es esta una de las causas más hondas de la creciente
insatisfacción que experimentan tantas personas en el ejercicio de su menester
laboral. Porque la consecuencia de cuanto vengo esbozando es el predominio
comprobable y casi incontrastado de trabajos sin sentido; de labores que,
consideradas en sí mismas, ni siquiera tendrían que existir: de
quehaceres, por tanto, incapaces de generar una satisfacción honda, genuina, a
aquellos que los desempeñan.
Conviene
no olvidarlo nunca: Mientras «las cosas dignas de ser realizadas al margen del
salario», mientras «el trabajo deleitable y la obra bien hecha» sigan siendo el
«privilegio de una minoría afortunada»…[16]
resultará más que difícil que quienes lleven a cabo una tarea encuentren en
ella la honda satisfacción que deberían hallar.
Además de este
efecto primordial de insatisfacción, lo que he llamado inversión de las
relaciones entre trabajo y dinero tiene también otras consecuencias. Por
ejemplo, un trabajo concebido solo como medio de obtener beneficios carecerá de
sentido por sí mismo y, en consecuencia, nunca podrá ser
amado: lo que se quiere, en este supuesto, es el dinero que produce, pero no el
trabajo en sí.
Esto, sobre todo
en momentos de crisis como los que se viven actualmente, ayuda a que proliferen
y se enerven los conflictos laborales. Y, en cualquier caso, contribuye a hacer
difícil la solución de problemas en apariencia contrapuestos, pero que en el
fondo resultan bastante homogéneos, como los del ocio —verdadera pesadilla para
los adictos al trabajo— y el desempleo.
La
reiterada costumbre de dedicar lo mejor del día a llevar a término una tarea
sin sentido en sí misma —y valiosa solo por la utilidad que reporta— se va
convirtiendo en hábito: hace mucho más difícil ejecutar, fuera de los tiempos
de trabajo, alguna actividad no productiva y que, sin embargo genere
satisfacción y deleite[17]; y
acentúa hasta términos insospechados la imposibilidad de, estando parado, empeñarse
en tareas con sentido a las que no corresponde estrictamente un emolumento[18].
La bondad del trabajo
legitima en última instancia la
retribución… pero nunca al contrario
retribución… pero nunca al contrario
… y bien terminado
Para evitar todos
estos y otros muchos efectos perversos, es requisito ineludible que
la labor que se lleve a término se configure como intrínsecamente buena. No
solo que sea legal, sino buena: es decir, que engendre algún bien
para la humanidad, para los demás.
Estos bienes
pueden ser de muy diverso tipo. Desde los básicos del alimento, el vestido o el
cobijo, pasando por lo que propician el crecimiento temperado del bienestar y
el aumento de riqueza que permite a un mayor número de personas emplearse en
faenas profesionales productivas…, hasta los que originan una acrisolamiento
directo de la “humanidad” en los seres humanos: letras, artes, filosofía, etc.
Si un trabajo no es bueno en esta acepción primordial, difícilmente podrá
perfeccionar a su autor en su estricta condición de persona.
1. Pero además de
ser un trabajo bueno, en el sentido al que acabo de referirme, condición
indispensable para que engendre una mejora es que semejante tarea sea ejecutada
con la mayorperfección técnica posible.
2. Casi por
definición, una chapuza, una actividad mal realizada, en la que no se cuida el
acabado ni los detalles de calidad, se transforma en algo incompetente para
engrandecer la categoría interior de quien la lleva a término.
A este respecto,
creo oportuno recordar que nunca debe confundirse el verdadero amor —eficaz,
operativo— con las simples buenas intenciones. Son dos realidades situadas en
orbes abismalmente distintos. Si no es operativa, la buena intención no procede
ni ostenta amor cabal alguno: no es buena, por cuanto no hace
tender (in-tendere = intención) de manera eficaz a
ningún bien.
Pues,
en efecto, «en un ser corporal la intención se ordena a la acción y en ella se
expresa y adquiere consistencia. Amar es, en el hombre —al menos en el hombre
situado en la historia—, amar con obras, y con obras bien hechas, que encarnen
valores y que alcancen —también en lo técnico— la meta a la que se ordenan»[19].
Es muy posible que
esto se haya descuidado durante siglos. Pero parece que —acaso por una vía en
exceso indirecta— acabará por tornarse obvio en un universo en el que el
control y el aumento de calidad se están transformando en uno de los objetivos
fundamentales. De ahí que no considere imprescindible insistir en ello.
Nunca debe confundirse el
verdadero amor, eficaz y operativo,
con las simples buenas intenciones
con las simples buenas intenciones
Realizado por amor
Sí quiero dejar
muy claro que ni siquiera un trabajo bueno y bien realizado provoca de manera
automática la mejora personal de quien lo ejecuta.
Lo que sí que
engendra, casi por fuerza, es un acrisolamiento que podríamos denominar
sectorial o técnico: el trabajo bien ejecutado de manera sostenida arroja como
saldo un apreciable progreso del trabajador en cuanto tal, en cuanto
trabajador. Pero la condición de trabajador, aunque importantísima según lo
que veíamos hace un rato, no define radicalmente y en plenitud la substancia
íntima constitutiva de la persona.
1. En su núcleo
más fundamental, ninguna persona es un faber, un artesano, ni
tampoco unlaborans, un trabajador.
2.
Sino que se configura, según he reiterado, como un amans, como
principio de amor: llamado a la existencia por amor, solo en las realidades
ejecutadas amorosamente —buscando el bien de los otros— encuentra su
acabamiento como persona[20].
Por eso la
perfección técnica o laboral de un trabajo no se traduce de forma inmediata en
adelanto personal.
Más aún, me
atrevería a repetir que un trabajo sectorialmente bien realizado, pero que no
se integra en un efectivo ámbito de búsqueda del bien para los demás, acaba al
término por producir infelicidad y frustración. Desencanto que será más hondo,
aun cuando resulte paradójico, en la medida en que el quehacer en cuestión se
esté llevando a cabo con mayor perfección técnica, pero sin amor.
Y esto,
precisamente, por la bondad intrínseca y constitutiva del trabajo, por el
impresionante poder perfeccionador de la persona que encierra en sí… cuando se
realiza con las condiciones adecuadas.
Justamente porque
si se lo efectúa bien-bien —es decir, con perfección técnica y por amor—
está llamado a producir incalculables frutos de crecimiento personal, cuando la
persona lo ejecuta técnicamente bien, pero al margen de toda actitud de
servicio, el resultado es una notable desilusión, que puede conducir en
ocasiones incluso a graves enfermedades psíquicas… o al suicidio.
Suelo
ejemplificarlo de la manera siguiente: nunca he sentido la más leve frustración
ante la lotería o cualquiera de sus variantes, por la sencilla razón de que
nunca he participado en tales juegos. Pero imagino que el desencanto de quien
habitualmente se empeña en estos menesteres será más o menos grande, pero en
cualquier caso sensible. Y que esa decepción subirá implacablemente de tono
cuando el décimo premiado resulte idéntico al que él posee, excepto en una
cifra, de la que difiere exclusivamente por una unidad. ¡Debería haberle
tocado, pero no ha ocurrido así!
Pues igual con el
trabajo: precisamente porque realizado por amor habría de producir
indescriptibles saldos de acrecentamiento personal, cuando se lleva a cabo con
pulcritud técnica exquisita, pero desamoradamente, la
decepción generada es todavía mucho mayor que cuando no se pone el más mínimo
empeño en ejecutar bien la propia profesión.
Cuando el trabajo se
ejecuta técnicamente bien, pero al margen de
toda actitud de servicio, el resultado es una notable desilusión
toda actitud de servicio, el resultado es una notable desilusión
Trabajar sin sentido
A
este respecto, comentaba ya hace bastantes años un prestigioso psiquiatra con
muchos años de vuelo en la Europa central: «Viktor E. Frankl no había hablado
todavía de la “voluntad de sentido” que traspasa toda existencia humana, cuando
el hombre “moderno”, entregado por completo al trabajo, se vio de pronto
sorprendido por el aburrimiento, la náusea, la guerra y la neurosis»[21].
Y añadía, apelando
explícitamente a la contraposición entre lógica del intercambio y lógica de la
gratuidad, a la que antes me referí:
Todo psiquiatra experimentado
sabe descubrir por detrás de la laboriosidad exagerada […] una angustia
profunda. Se trata de personas que no saben esperar, ni escuchar, pues si lo
hicieran sentirían subir a flote su íntima desazón: para evitarlo, se
anestesian con una actividad incesante, pareciéndose a los drogados que buscan
la evasión en un producto químico. […] Demasiadas personas creen poder vivir
tan solo en la esfera del rendimiento, y no imaginan que se les acepte y estime
si no les corona el éxito. No llegan a comprender que alguien las pueda amar
por lo que son, y de hecho se afanan día tras día por “comprar” el afecto de su
prójimo[22].
Y, resumiendo y
completando lo que antecede, concluía:
El trabajo por sí mismo es
incapaz de dar a nuestra vida ni alegría ni significado. […] el trabajo, convertido en ídolo, despoja al
hombre de sus mejores cualidades y destruye su alegría de vivir. […] La
laboriosidad es una virtud, una cualidad espiritual, no una coacción ni un
ímpetu exclusivos, no una inclinación egocéntrica ni un puro hábito activista
que ahoga el amor al prójimo y al mundo. La laboriosidad no es la primera
virtud y, por lo mismo, no se deben sacrificar a ella ni el cónyuge, ni los
hijos ni Dios. El trabajo, o es un servicio, o es una esclavitud[23].
Como sugería, de
lo que puede dar de sí esta adoración del trabajo por el trabajo, con exclusión
de cualquier apertura intencionada hacia el bien de los otros, tenemos hoy día
una comprobación casi experimental, que viene también de manos de los
psiquiatras. Sobre todo en los Estados Unidos, cada vez va creciendo más el
grupo de los workaholics o adictos al trabajo.
Se
trata generalmente de yuppies, auténticos triunfadores en lo que a
la economía se refiere, y también respecto a lo que cabría calificar como éxito
profesional. Pues bien, las estadísticas muestran, en un crescendo realmente
asombroso, que estos superhéroes del trabajo se encuentran notablemente
insatisfechos en su vida personal y «sentimental»[24]:
que no son felices.
Y como la felicidad
auténticamente considerada no es sino el corolario o la consecuencia que deriva
del crecimiento interior, de la perfección estrictamente personal, no es
difícil concluir que el trabajo así entendido no produce una
mejora de la persona en cuanto persona.
El trabajo por sí mismo es
incapaz de dar a nuestra vida ni alegría
ni significado
ni significado
Buen trabajo, buen amor: buen amor, buen trabajo
Cuanto vengo
exponiendo pudiera dar la impresión de que el problema planteado en nuestros
tiempos en relación a este tema es que la gente trabaja demasiado, aunque de
manera desenfocada; cuando, en realidad, lo que exige una solución más
acuciante es que buena porción de nuestros contemporáneos no quieren trabajar
y, si se les paga sin reclamar la faena correspondiente, en efecto no trabajan.
Pienso que ni una
ni otra de las afirmaciones son del todo ciertas… ni del todo falsas. Pero lo
que quisiera subrayar es que:
1. Ambas
actitudes, la del trabajo excesivo, que frustra por defecto de adecuada
orientación, y la de la desgana existencial ante los quehaceres laborales,
derivan de una y la mismísima causa: la falta de un auténtico y genuino amor.
De un amor
electivo, alterocéntrico; de un amor libre y gratuito a los demás.
Precisamente por
eso, el empeño de la familia por comunicar y ayudar a sus miembros a vivir el
genuino sentido del trabajo, se sitúa en continuidad con los esfuerzos, sin
duda más definitivos, de hacer arraigar en sus vidas los benéficos efectos y la
grandeza de un inequívoco amor de libertad. Porque es este amor la clave de la
realización personalizadora del trabajo.
Quizás
hoy muchos conozcan la cuestión que planteaba San Agustín a propósito de la
médula de la moral: «¿Es el amor el que nos hacer observar los mandamientos, o
bien es la observancia de los mandamientos lo que hace nacer el amor?»[25].
Mas
seguro que todos debemos seguir reflexionando sobre la respuesta tajante que
dio el obispo de Hipona: «Pero ¿quién puede dudar de que el amor precede a la
observancia? En efecto, quien no ama está sin motivaciones para
guardar los mandamientos»[26].
Como he explicado
más de una vez, todo —también el problema del trabajo— es, al término, una
cuestión de amor, de buen amor.
En este sentido,
según apunté hace unos momentos, lo que solemos llamar amor al trabajo es solo,
y necesariamente, una especie de escala intermedia, algo que remite más allá de
sí.
2. Porque, como se
mostrará a quien reflexione pausadamente sobre su naturaleza instrumentalmás
íntima, el trabajo jamás puede ser amado —terminal y decisivamente— por sí
mismo, al no encontrar en sí la razón de su ser.
Y, entonces,
surgen solo dos alternativas, radicales, excluyentes… y ya apuntadas:
— O se
lo ama por amor a uno mismo, en cuyo caso se desordena y degenera
en las categorías de simple autoafirmación del yo, de herramienta para el éxito
más o menos epidérmico, o de droga o lenitivo para el aturdimiento de una vida
carente de significado.
— O se
lo quiere por amor a los demás, y entonces se convierte en uno de
los utensilios más adecuados para el efectivo ejercicio de ese
amor y, por redundancia —y solo por redundancia— para la propia mejora personal
(resultado o corolario, como más de una vez he explicado, del total olvido de
sí con dedicación diligente a los otros).
También el problema del
trabajo es, al término, una cuestión de
amor, de buen amor
amor, de buen amor
Por eso, me
atrevería a asegurar que la educación familiar para el trabajo no estriba solo,
ni radicalmente, en el fomento de la virtud de la laboriosidad, con el cortejo
de hábitos buenos de los que deriva y a los que va anexa.
Como en el caso de
las restantes virtudes, pero también por las razones especiales que he venido
exponiendo, la formación para el trabajo es, en primer y definitivo término, un
crecimiento acrisolado del amor: un amor del que habrá de derivar
la necesidad de traducirse en tareas de formación profesional, a todas las
edades, y en eficaces obras de servicio a través de la propia labor.
Si no se tiene como
horizonte y meta ese incremento y purificación del amor, toda la energía
condensada para el fomento de las faenas laborales se degradará, íntimamente,
en desordenado amor de sí y, de cara al exterior, en puro activismo.
En lugar de
transformarse en lo que debe ser, en medio indispensable para el propio
crecimiento, para la mejora de los demás y para la revitalización del mundo, se
convertirá en utensilio de la enajenación propia y ajena y en fuente de
descontento. Habrá traicionado su íntima verdad que, como vengo señalando, no
es otra que el buen amor.
A
este respecto, y situándonos en un nivel que trasciende sin duda el ámbito en
el que se han mantenido mis propias reflexiones, resultan definitivas las
palabras de Juan Bautista Torelló, que engarzan y dan todo su sentido a las que
antes transcribí: «Según la Revelación cristiana, la felicidad definitiva, que
ya en la tierra tiene que ser nuclearmente inaugurada, no consistirá en una
condición de laboriosidad apoteósica, sino en la vitalísima [y amorosa]
contemplación de Dios, que colmará todas las ansias humanas»[27].
Todo el sentido y
la valía del trabajo —su más íntima verdad— se encuentra en el
amor; y, de manera más total y definitiva, en el Amor del que todo amor deriva.
La más íntima «verdad» del trabajo reside en el amor
al Amor
¿Sinergia?
Tengo toda la
impresión de que un trabajo realizado de esta manera no plantearía problema
alguno de conciliación con la familia.
Pero asimismo
estoy convencido de que es prácticamente imposible que un ser humano lo lleve a
cabo con la perfección y el desprendimiento de sí a los que me he referido.
Como también sé que, en ocasiones, la economía del hogar —y hablo de la no
desquiciada por exceso de materialismo consumista— impone mayor dedicación que
la deseable a las faenas laborales. Y, asimismo, que a veces la atención a la
familia, ligada a cierta comodidad e inercia, podría llevar a alguien a eludir
un compromiso laboral fuera de casa, con el que realmente la humanidad se vería
enriquecida.
Justo y solo en
estos casos resulta oportuno conciliar ambas tareas,
incrementando la dedicación a una de ellas en detrimento de la otra, de
ordinario durante una temporada bien precisa y acotada, hasta que las
circunstancias cambien.
Se trataría,
entonces, de asegurar que la situación temporalmente anómala no se convierta en
definitiva.
Ejemplificando,
con cierto toque de caricatura:
1. Cuando la
economía aconseja que uno o los dos componentes del matrimonio trabaje fuera
del hogar más horas de las debidas, habrá que poner todos los medios para que
las aguas vuelvan a su cauce en cuanto la coyuntura mejore. Y habrá que tomar
las medidas imprescindibles antes de comenzar esa etapa
extraordinaria. Porque, de lo contrario, es fácil que el espejuelo del éxito
profesional o de los ingresos extras lleve poco a poco al convencimiento de que
es imposible prescindir de ese refuerzo… ¡justo por el bien de la
familia!
2. De manera
análoga, si el cuidado de los hijos exige durante un tiempo la suspensión de un
trabajo también externo, habrá que estar atentos, pongo por caso, para
mantenerse al día en la propia profesión, no sea que ese desfase, unido a
cierta pereza inercial ligada al calor del hogar, acabe justificando el
que, pudiendo y siendo preferible desempeñarla, se abandone sine die la
labor de servicio a los otros mediante el ejercicio profesional.
Estimo
inconveniente concretar más; cada uno sabemos dónde nos aprieta el zapato.
… un trabajo realizado por
amor y con amor no plantearía
problema alguno de conciliación con la família
problema alguno de conciliación con la família
Tomás
Melendo, 26 abril 2013.
(Resumen, con leves
retoques, del capítulo XI del libro El ser humano: desarrollo y plenitud. Madrid. Ediciones
Internacionales Universitarias, 2013).
_______________________________________________________
Notas
[12] Cf. SCHUMACHER, Ernst Fritz: Good
Work. London: Abacus, 1980 [1st ed. 1979], p. 120; tr.
cast.: El buen trabajo. Madrid: Debate, 1980, p. 153.
[13] Cf., a este respecto, el
estudio de KILLINGER,
Bárbara: Workaholics: The respectable addicts: A family survival
guide. London: Simon & Schuster, 1992; tr. cast: La
adicción al trabajo: Una dependencia “respetable”: Guía para la familia. Barcelona:
Paidós, 1993.
[14] LEWIS, Clive
Staples: Screwtape proposes a toast and other pieces. Glasgow:
Collins, Fountain Books, 1977, p. 114; tr. cast.: El diablo
propone un brindis. Madrid: Rialp, 1993, p. 134.
[17] MILLÁN-PUELLES,
Antonio: Economía y libertad. Madrid: Confederación española
de Cajas de Ahorro, 1974, p. 354.
[18] PIEPER,
Josef: entrevista concedida a Atlántida, 13, enero-marzo 1993, p.
86.
[19] ILLANES,
José Luis: “El trabajo en la relación Dios-hombre”; en Dios y el hombre.
Actas del VI Simposio Internacional de Teología. Pamplona: Universidad de
Navarra, 1984, p. 721.
[20]
«Conviene no olvidar, por tanto, que esta dignidad del trabajo está fundada en
el Amor. El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero
y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos
de sentido. Y puede amar a Dios, que nos abre las puertas del cielo, que nos
constituye miembros de su familia, que nos autoriza a hablarle también de tú a
Tú, cara a cara.
Por
eso el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo
nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor». ESCRIVÁ DE BALAGUER, Josemaría: Es
Cristo que pasa. Madrid: Rialp, 13ª ed., 1976, p. 111, núm. 48.
[21] TORELLÓ, Juan
Bautista: Psicología abierta. Madrid: Rialp, 1972, p. 31.
[22] TORELLÓ, Juan
Bautista: Psicología abierta, cit., p. 32.
[23] TORELLÓ, Juan
Bautista: Psicología abierta, cit., pp. 33-34.
[24]
Cf. ROJAS, Enrique: El
hombre light. Madrid: Temas de hoy, 1992, p. 72.
[25] AGUSTÍN
DE HIPONA: In Iohannis Evangelium Tractatus, 82, 3.
[26] AGUSTÍN
DE HIPONA: In Iohannis…, cit., 82, 3.
[27] TORELLÓ, Juan
Bautista: Psicología abierta, cit., p. 34.
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