A leitura tem feito muitos santos.
(S. josemaria, Caminho 116)
Está aconselhada a leitura espiritual diária de mais ou menos 15 minutos. Além da leitura do novo testamento, (seguiu-se o esquema usado por P. M. Martinez em “NOVO TESTAMENTO” Editorial A.
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.
Para ver, clicar SFF.
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.
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3 Então Judas, o traidor, vendo que Jesus fora condenado, tocado pelo
remorso, tornou a levar as trinta moedas de prata aos príncipes dos sacerdotes
e aos anciãos, 4 dizendo: «Pequei, entregando sangue inocente». Mas
eles disseram: «Que nos importa? Isso é contigo!». 5 Então, tendo
atirado as moedas de prata para o templo, retirou-se e foi-se enforcar. 6
Os príncipes dos sacerdotes, tomando as moedas de prata, disseram: «Não é
lícito deitá-las na arca das esmolas, porque são preço de sangue». 7
E, tendo consultado entre si, compraram com elas o Campo do Oleiro para
sepultura dos estrangeiros. 8 Por esta razão aquele campo foi
chamado até ao dia de hoje “campo de sangue”. 9 Então se cumpriu o
que foi anunciado pelo profeta Jeremias: “Tomaram as trinta moedas de prata,
custo d'Aquele cujo preço foi avaliado pelos filhos de Israel, 10 e
deram-nas pelo Campo do Oleiro, como o Senhor me ordenou”. 11 Jesus
foi apresentado diante do governador, que O interrogou, dizendo: «És Tu o Rei
dos Judeus?». Jesus respondeu-lhe: «Tu o dizes». 12 Mas, sendo
acusado pelos príncipes dos sacerdotes e pelos anciãos, nada respondeu. 13
Então Pilatos disse-Lhe: «Não ouves de quantas coisas Te acusam?». 14
E não lhe respondeu a palavra alguma, de modo que o governador ficou muito
admirado. 15 O governador costumava, por ocasião da festa da Páscoa,
soltar aquele preso que o povo quisesse. 16 Naquela ocasião tinha
ele um preso famoso, que se chamava Barrabás. 17 Estando eles
reunidos, perguntou-lhes Pilatos: «Qual quereis vós que eu vos solte? Barrabás
ou Jesus, que se chama Cristo?». 18 Porque sabia que O tinham
entregado por inveja. 19 Enquanto ele estava sentado no tribunal,
sua mulher mandou-lhe dizer: «Não te metas com esse justo, porque fui hoje
muito atormentada em sonhos por causa d'Ele». 20 Mas os príncipes
dos sacerdotes e os anciãos persuadiram o povo a que pedisse Barrabás e que
fizesse morrer Jesus.21 O governador, tomando a palavra, disse-lhes:
«Qual dos dois quereis que vos solte?». Eles responderam: «Barrabás!». 22
Pilatos disse-lhes: «Que farei então de Jesus, que se chama Cristo?». 23
Disseram todos: «Seja crucificado!». O governador disse-lhes: «Mas que mal fez
Ele?». Eles, porém, gritavam mais alto: «Seja crucificado!». 24
Pilatos, vendo que nada conseguia, mas que cada vez o tumulto era maior,
tomando água, lavou as mãos diante do povo, dizendo: «Eu sou inocente do sangue
deste justo; a vós pertence toda a responsabilidade!». 25 Todo o
povo respondeu: «O Seu sangue caia sobre nós e sobre os nossos filhos».
El trabajo, también
al servicio del amor 2
¡Sinergia entre familia y trabajo!
Con lo cual pienso que estamos en
condiciones de abordar el tema que acabo de plantear: la integración armónica,
y profundamente fecunda, de trabajo y familia.
Y lo haré, en primer término, recordando
algunos hechos de nuestra historia más reciente.
1. Durante los años setenta del pasado siglo,
ante el inesperado boom económico de los japoneses, se renovó casi de raíz el
planteamiento de muchos empresarios occidentales, empezando por los de Estados
Unidos y seguidos muy de cerca por el resto.
Algunos hablaron de una reintroducción de
la ética y de los valores en la esfera de la economía y los negocios; junto con
otros muchos, elaboraron códigos deontológicos, filosofías de empresa y
políticas corporativas. Latía en todo esto, tal vez junto a otros motivos menos
claros, una convicción de fondo: «tratar bien a las personas es rentable».
2. Con el correr del tiempo, demasiados
directivos fijaron exclusivamente su atención en la última palabra citada: la
rentabilidad. Se produjo entonces lo que en su momento me atreví a calificar
como una «prostitución de la ética» en este concreto ámbito, el laboral. De
cara a la galería se trataba bien a los empleados y a cuantos se relacionaban
con la empresa, pero en realidad no se quería su bien. Lo único que importaba
era la cuenta de resultados. Y la aparente atención a las personas se
instrumentalizó, hasta convertirse en mera estrategia para incrementar los
ingresos.
¡Lástima!… porque sin querer el bien
(intervención de la voluntad) el amor «es imposible», y sin amor «es
imposible», a su vez, el crecimiento y la maduración de la persona.
3. Felizmente, otros muchos empresarios
—los mejores—, caminaron en la dirección opuesta y llegaron hasta el fondo de
la cuestión. Si Tuleja había escrito que «servir al público es bueno no solo
por constituir “lo correcto”, sino también porque reporta beneficios», ellos
ahondaron y dieron la vuelta a ese lema, insistiendo con gran honradez en que,
además de reportar beneficios y por encima de ello, se trataba de lo correcto,
de lo que promovía el bien de los demás.
De una manera u otra, adquirieron el
convencimiento de que el fin de la empresa, un objetivo de mucha mayor
envergadura que la simple acumulación de ventajas monetarias, consiste en
promover la mejora humana de cuantos con ella se relacionan y de la sociedad en
su conjunto, mediante la gestión económica de los bienes y servicios que genera
y distribuye, y de los que naturalmente se siguen unas ganancias con las que
logra también subsistir y crecer como empresa [4].
Sin querer el bien
(intervención de la voluntad), el amor es
imposible; y sin amor no puede
crecer ni madurar la persona
El principal “activo” de cualquier empresa
Desde entonces, y sigo hablando de los
mejores, semejante actitud se ha intensificado, adquiriendo al mismo tiempo un
matiz peculiar, que es el que en este momento querría poner de relieve: lo
importante continúa siendo la persona, pero ahora —gracias también a que el
conocimiento cabal y efectivo de la familia ha aumentado exponencialmente en
los últimos lustros— en cuanto ser familiar, en cuanto parte de un hogar.
Desde el punto de vista teorético, ha
contribuido a ello la persuasión, cada vez más fundada, de que familia y
persona se encuentran indisolublemente unidas. Y esto, no solo en el sentido de
que propiamente la familia solo se da entre personas; sino en el otro, inverso
y más radical, de que cualquier ser humano, para desarrollarse en plenitud en
todos los dominios propiamente humanos, necesita del apoyo de una familia… y no
solo ni principalmente por indigencia o debilidad, sino al contrario, como
acabo de insinuar y he apuntado en otros lugares, en virtud de su propia
grandeza o sobreabundancia de ser, que lo destina a entregarse.
Bien que mal, bastantes gobiernos han
hecho eco a esta evidencia. Corren en muchos países nuevos aires para la
familia. Si hasta hace poco era casi universalmente objeto de persecución,
desde hace unos años esa actitud, ¡a veces tristemente agudizada, como en mi
país!, convive —quizás sin suficiente coherencia y con demasiadas ambigüedades—
con un intento no siempre logrado de revalorizar la institución familiar.
También en las empresas. Y no solo porque
las políticas familiares de la administración pública y algunas organizaciones
privadas empiezan a primar a los directivos que facilitan la atención a la
familia, haciendo más flexible los horarios, permitiendo el trabajo desde el
propio hogar, incrementando las ayudas a la maternidad… ¡y a la paternidad!,
adecuando los salarios al número de hijos, etc. Ni tampoco porque se han
convencido de algo tan obvio como que todos y cada uno de sus trabajadores,
como cualquier ser humano en cualquier circunstancia en que se encuentre, lleva
consigo su propia familia, y por tanto que, a la larga y muchas veces a la corta,
rinde más aquel que es feliz en el seno de su hogar. Sino porque, remedando de
nuevo a Tuleja, están persuadidos de que esta forma de obrar es la correcta.
A ellos me dirijo muy particularmente,
para fundamentar esa convicción y animarlos a proseguir por la ruta iniciada.
A la larga y normalmente también a la corta, rinde más aquel que
es feliz en el seno de su hogar
El trabajo como bien excelente
No puedo ahora desarrollar —lo haré
parcialmente en otro capítulo, dedicado a la felicidad— lo que tantas veces he
expuesto: que el ser humano solo crece en cuanto persona en la medida en que
incrementa y multiplica la calidad de sus amores, en la proporción en que ama
más y mejor. Y que el ámbito más propio y específico de ese crecimiento es la
familia.
Sí me gustaría apuntar que el medio más
concreto y más a la mano para enseñar a amar bien, con auténtica pasión
desprendida —también en el seno del hogar—, es justamente el trabajo.
¿Razones?
Por una parte, existe una muy estrecha
conexión entre amor y trabajo. Hace muy poco expuse, siguiendo a Aristóteles,
que amar es «querer el bien para otro». Ahora añado que para que el amor sea
pleno, ese querer debe resultar eficaz: esto es, ha de dispensar efectivamente
a la persona amada lo que constituye el bien para ella. No bastan las buenas
intenciones, ni siquiera una más o menos determinada determinación de la
voluntad que no culmina en obras. ¡Hay que lograr ese provecho!… o, al menos,
poner todos los medios a nuestro alcance para conseguirlo.
Pero la gran mayoría de los bienes
reales, objetivos y con frecuencia indispensables que podemos ofrecer a
nuestros conciudadanos se obtienen gracias al trabajo profesional, entendiendo
estas dos palabras en su acepción más dilatada.
1. Por eso, de quien pudiendo hacerlo no
trabaja —en este sentido lato, aunque real—, no cabe decir que de veras ame o,
al menos, que su amor sea pleno, cabal… pues deja de otorgar a los otros unos
bienes que podría y debería ofrendarles, contribuyendo de este modo a su
mejora.
2. Y por eso, porque en verdad conquista
el bien para la persona querida, suelo añadir que trabajar por amor es amar en
plenitud, amar dos veces y aumentar por todo ello la propia valía y la
consiguiente felicidad.
Como asegura Kierkegaard:
La perfección consiste en trabajar. No es
como suele exponerse de la manera más mezquina, que es una dura necesidad eso
de tener que trabajar para vivir; de ninguna manera, es precisamente una
perfección eso de no ser toda la vida un niño, siempre a la zaga de los padres
que tienen cuidado de uno, tanto mientras viven como después de muertos. La
dura necesidad —que, sin embargo, cabalmente refrenda lo perfecto en el hombre—
se hace precisa solo para obligar, a quien no quiere reconocerlo por las
buenas, a que comprenda que el trabajo es una perfección y no sea recalcitrante
en no ir alegre al trabajo. Por eso, aunque no se diese la así llamada dura
necesidad, sería con todo una imperfección el que un hombre dejase de
trabajar[5].
La gran mayoría de los bienes reales, objetivos y con frecuencia
indispensables que podemos ofrecer a nuestros conciudadanos
se obtienen gracias al trabajo profesional
Expresión cualificada del amor
Queda bastante claro, entonces, que la
elevación del trabajo a medio prioritario de perfeccionamiento humano —que es
lo que estoy ahora defendiendo— no constituye una opción arbitraria o
caprichosa.
1.
Es cierto que cualquiera de las actividades lícitas del hombre y de la mujer,
desde las lúdicas hasta las meramente fisiológicas, pueden ser realizadas con y
por amor.
2. Pero constituye una verdad de mayor
calibre y relevancia que el trabajo, por su propia naturaleza y como acabamos
de ver, se encuentra mucho más cercano al amor y al bien por él perseguido que
la mayoría de las restantes acciones: dormir, comer, pasear, hacer deporte o
turismo…
3. De ahí que, cuando se lo realiza con
afán de servicio —buscando el bien de los otros—, compone una herramienta
maravillosa de crecimiento personal y de la consiguiente dicha; mientras que si
se hace por propio lucimiento, por afán de éxito o, en fin de cuentas, como
medio exclusivo de afirmación del yo, produce efectos devastadores.
Aquí viene muy a pelo el adagio clásico
que califica la corrupción de lo óptimo como pésima, y que suelo traducir de la
siguiente forma:
— Lo que no tiene categoría, lo que no
pasa de mediocre, está inhabilitado tanto para el mal como para el bien de
cierta envergadura.
— Por el contrario, quien es grande en el
mal, por ignorancia o error o incluso por malicia, goza también de la
posibilidad de sobresalir en el bien, según muestran, entre otros muchos, María
Magdalena o Agustín de Hipona.
Aplicado a nuestro tema: justo porque el
trabajo, realizado correctamente, engloba una enorme capacidad de
adelantamiento, cuando se lo desvirtúa produce una fractura interior, un
deterioro de la persona, que en muy otros pocos casos encontramos (por ejemplo
—y por el mismo motivo—, el inmenso crecimiento derivado de las relaciones
íntimas realizadas por amor dentro del matrimonio o, en el extremo opuesto y
con efectos contrarios y desoladores, en la unión sexual desa¬morada fuera de
él).
En semejante ámbito, el de educar para un
buen trabajo, la tarea de la familia se muestra indispensable. Y no consiste
única ni principalmente en fortalecer la voluntad, creando hábitos de estudio,
pongo por caso. Requiere sobre todo robustecerla con eficacia en su núcleo y
acto más propio —el de amar—, enseñando a vivir la propia tarea y la formación
que prepara para realizarla, no como medio de afirmación personal ni de
adquisición egoísta de ganancias, sino como instrumento de servicio, como búsqueda
real del bien para otro en cuanto otro, como vehículo del amor… no solo en el
futuro, sino en el mismo instante en que el chico o la chica estudian, por
seguir con el supuesto recién nombrado, y saben —pongo por caso— desprenderse
de la máxima calificación dedicando tiempo a un amigo que, gracias a ese apoyo,
puede aprobar la asignatura.
Cabría por tanto sostener que la familia
es, a la par, una comunidad hecha posible gracias al trabajo y, sobre todo, la
primera escuela de trabajo auténtico, con sentido, para cualquier hombre.
Justo porque el trabajo engloba una enorme capacidad de
adelantamiento personal, cuando se lo desvirtúa produce una
fractura interior que en muy otros pocos casos encontramos
(cont.)
__________________________
Notas:
[4] Me permito remitir a MELENDO, Tomás: Las
claves de la eficacia empresarial. Madrid: Rialp, 1997, cap. 1.
[5]
KIERKEGAARD, Søren: Hvad vi lære af Lilierne paa Marken og af Himmelens Fugle. Tre
Taler; in Opbyggelige Taler i forskjellig Aand, 1874: Samlede Værker. Bind 11.
Udgivet af A. B. Drachmann, J. L. Heiberg og H. O. Lange. Opbyggelige Taler i
forskjellig Aand ved H. O. Lange. København: Gyldendal, 1963; tr. cast. .: Los
lirios del campo y las aves del cielo. Madrid:
Trotta, 2007, p. 88.
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