18/01/2014

Leitura espiritual para 18 Jan

Não abandones a tua leitura espiritual.
A leitura tem feito muitos santos.
(S. josemariaCaminho 116)


Está aconselhada a leitura espiritual diária de mais ou menos 15 minutos. Além da leitura do novo testamento, (seguiu-se o esquema usado por P. M. Martinez em “NOVO TESTAMENTO” Editorial A. 
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.

Para ver, clicar SFF.
Evangelho: Mt 27, 3-25

3 Então Judas, o traidor, vendo que Jesus fora condenado, tocado pelo remorso, tornou a levar as trinta moedas de prata aos príncipes dos sacerdotes e aos anciãos, 4 dizendo: «Pequei, entregando sangue inocente». Mas eles disseram: «Que nos importa? Isso é contigo!». 5 Então, tendo atirado as moedas de prata para o templo, retirou-se e foi-se enforcar. 6 Os príncipes dos sacerdotes, tomando as moedas de prata, disseram: «Não é lícito deitá-las na arca das esmolas, porque são preço de sangue». 7 E, tendo consultado entre si, compraram com elas o Campo do Oleiro para sepultura dos estrangeiros. 8 Por esta razão aquele campo foi chamado até ao dia de hoje “campo de sangue”. 9 Então se cumpriu o que foi anunciado pelo profeta Jeremias: “Tomaram as trinta moedas de prata, custo d'Aquele cujo preço foi avaliado pelos filhos de Israel, 10 e deram-nas pelo Campo do Oleiro, como o Senhor me ordenou”. 11 Jesus foi apresentado diante do governador, que O interrogou, dizendo: «És Tu o Rei dos Judeus?». Jesus respondeu-lhe: «Tu o dizes». 12 Mas, sendo acusado pelos príncipes dos sacerdotes e pelos anciãos, nada respondeu. 13 Então Pilatos disse-Lhe: «Não ouves de quantas coisas Te acusam?». 14 E não lhe respondeu a palavra alguma, de modo que o governador ficou muito admirado. 15 O governador costumava, por ocasião da festa da Páscoa, soltar aquele preso que o povo quisesse. 16 Naquela ocasião tinha ele um preso famoso, que se chamava Barrabás. 17 Estando eles reunidos, perguntou-lhes Pilatos: «Qual quereis vós que eu vos solte? Barrabás ou Jesus, que se chama Cristo?». 18 Porque sabia que O tinham entregado por inveja. 19 Enquanto ele estava sentado no tribunal, sua mulher mandou-lhe dizer: «Não te metas com esse justo, porque fui hoje muito atormentada em sonhos por causa d'Ele». 20 Mas os príncipes dos sacerdotes e os anciãos persuadiram o povo a que pedisse Barrabás e que fizesse morrer Jesus.21 O governador, tomando a palavra, disse-lhes: «Qual dos dois quereis que vos solte?». Eles responderam: «Barrabás!». 22 Pilatos disse-lhes: «Que farei então de Jesus, que se chama Cristo?». 23 Disseram todos: «Seja crucificado!». O governador disse-lhes: «Mas que mal fez Ele?». Eles, porém, gritavam mais alto: «Seja crucificado!». 24 Pilatos, vendo que nada conseguia, mas que cada vez o tumulto era maior, tomando água, lavou as mãos diante do povo, dizendo: «Eu sou inocente do sangue deste justo; a vós pertence toda a responsabilidade!». 25 Todo o povo respondeu: «O Seu sangue caia sobre nós e sobre os nossos filhos».



El trabajo, también al servicio del amor 2

¡Sinergia entre familia y trabajo!

      Con lo cual pienso que estamos en condiciones de abordar el tema que acabo de plantear: la integración armónica, y profundamente fecunda, de trabajo y familia.
      Y lo haré, en primer término, recordando algunos hechos de nuestra historia más reciente.
      1. Durante los años setenta del pasado siglo, ante el inesperado boom económico de los japoneses, se renovó casi de raíz el planteamiento de muchos empresarios occidentales, empezando por los de Estados Unidos y seguidos muy de cerca por el resto.
      Algunos hablaron de una reintroducción de la ética y de los valores en la esfera de la economía y los negocios; junto con otros muchos, elaboraron códigos deontológicos, filosofías de empresa y políticas corporativas. Latía en todo esto, tal vez junto a otros motivos menos claros, una convicción de fondo: «tratar bien a las personas es rentable».
      2. Con el correr del tiempo, demasiados directivos fijaron exclusivamente su atención en la última palabra citada: la rentabilidad. Se produjo entonces lo que en su momento me atreví a calificar como una «prostitución de la ética» en este concreto ámbito, el laboral. De cara a la galería se trataba bien a los empleados y a cuantos se relacionaban con la empresa, pero en realidad no se quería su bien. Lo único que importaba era la cuenta de resultados. Y la aparente atención a las personas se instrumentalizó, hasta convertirse en mera estrategia para incrementar los ingresos.
      ¡Lástima!… porque sin querer el bien (intervención de la voluntad) el amor «es imposible», y sin amor «es imposible», a su vez, el crecimiento y la maduración de la persona.
      3. Felizmente, otros muchos empresarios —los mejores—, caminaron en la dirección opuesta y llegaron hasta el fondo de la cuestión. Si Tuleja había escrito que «servir al público es bueno no solo por constituir “lo correcto”, sino también porque reporta beneficios», ellos ahondaron y dieron la vuelta a ese lema, insistiendo con gran honradez en que, además de reportar beneficios y por encima de ello, se trataba de lo correcto, de lo que promovía el bien de los demás.
      De una manera u otra, adquirieron el convencimiento de que el fin de la empresa, un objetivo de mucha mayor envergadura que la simple acumulación de ventajas monetarias, consiste en promover la mejora humana de cuantos con ella se relacionan y de la sociedad en su conjunto, mediante la gestión económica de los bienes y servicios que genera y distribuye, y de los que naturalmente se siguen unas ganancias con las que logra también subsistir y crecer como empresa [4].

Sin querer el bien (intervención de la voluntad), el amor es
imposible; y sin amor no puede crecer ni madurar la persona

El principal “activo” de cualquier empresa

      Desde entonces, y sigo hablando de los mejores, semejante actitud se ha intensificado, adquiriendo al mismo tiempo un matiz peculiar, que es el que en este momento querría poner de relieve: lo importante continúa siendo la persona, pero ahora —gracias también a que el conocimiento cabal y efectivo de la familia ha aumentado exponencialmente en los últimos lustros— en cuanto ser familiar, en cuanto parte de un hogar.
      Desde el punto de vista teorético, ha contribuido a ello la persuasión, cada vez más fundada, de que familia y persona se encuentran indisolublemente unidas. Y esto, no solo en el sentido de que propiamente la familia solo se da entre personas; sino en el otro, inverso y más radical, de que cualquier ser humano, para desarrollarse en plenitud en todos los dominios propiamente humanos, necesita del apoyo de una familia… y no solo ni principalmente por indigencia o debilidad, sino al contrario, como acabo de insinuar y he apuntado en otros lugares, en virtud de su propia grandeza o sobreabundancia de ser, que lo destina a entregarse.
      Bien que mal, bastantes gobiernos han hecho eco a esta evidencia. Corren en muchos países nuevos aires para la familia. Si hasta hace poco era casi universalmente objeto de persecución, desde hace unos años esa actitud, ¡a veces tristemente agudizada, como en mi país!, convive —quizás sin suficiente coherencia y con demasiadas ambigüedades— con un intento no siempre logrado de revalorizar la institución familiar.
      También en las empresas. Y no solo porque las políticas familiares de la administración pública y algunas organizaciones privadas empiezan a primar a los directivos que facilitan la atención a la familia, haciendo más flexible los horarios, permitiendo el trabajo desde el propio hogar, incrementando las ayudas a la maternidad… ¡y a la paternidad!, adecuando los salarios al número de hijos, etc. Ni tampoco porque se han convencido de algo tan obvio como que todos y cada uno de sus trabajadores, como cualquier ser humano en cualquier circunstancia en que se encuentre, lleva consigo su propia familia, y por tanto que, a la larga y muchas veces a la corta, rinde más aquel que es feliz en el seno de su hogar. Sino porque, remedando de nuevo a Tuleja, están persuadidos de que esta forma de obrar es la correcta.
      A ellos me dirijo muy particularmente, para fundamentar esa convicción y animarlos a proseguir por la ruta iniciada.

A la larga y normalmente también a la corta, rinde más aquel que
es feliz en el seno de su hogar

El trabajo como bien excelente

      No puedo ahora desarrollar —lo haré parcialmente en otro capítulo, dedicado a la felicidad— lo que tantas veces he expuesto: que el ser humano solo crece en cuanto persona en la medida en que incrementa y multiplica la calidad de sus amores, en la proporción en que ama más y mejor. Y que el ámbito más propio y específico de ese crecimiento es la familia.
      Sí me gustaría apuntar que el medio más concreto y más a la mano para enseñar a amar bien, con auténtica pasión desprendida —también en el seno del hogar—, es justamente el trabajo.

      ¿Razones?

      Por una parte, existe una muy estrecha conexión entre amor y trabajo. Hace muy poco expuse, siguiendo a Aristóteles, que amar es «querer el bien para otro». Ahora añado que para que el amor sea pleno, ese querer debe resultar eficaz: esto es, ha de dispensar efectivamente a la persona amada lo que constituye el bien para ella. No bastan las buenas intenciones, ni siquiera una más o menos determinada determinación de la voluntad que no culmina en obras. ¡Hay que lograr ese provecho!… o, al menos, poner todos los medios a nuestro alcance para conseguirlo.
      Pero la gran mayoría de los bienes reales, objetivos y con frecuencia indispensables que podemos ofrecer a nuestros conciudadanos se obtienen gracias al trabajo profesional, entendiendo estas dos palabras en su acepción más dilatada.
      1. Por eso, de quien pudiendo hacerlo no trabaja —en este sentido lato, aunque real—, no cabe decir que de veras ame o, al menos, que su amor sea pleno, cabal… pues deja de otorgar a los otros unos bienes que podría y debería ofrendarles, contribuyendo de este modo a su mejora.
      2. Y por eso, porque en verdad conquista el bien para la persona querida, suelo añadir que trabajar por amor es amar en plenitud, amar dos veces y aumentar por todo ello la propia valía y la consiguiente felicidad.
      Como asegura Kierkegaard:
    La perfección consiste en trabajar. No es como suele exponerse de la manera más mezquina, que es una dura necesidad eso de tener que trabajar para vivir; de ninguna manera, es precisamente una perfección eso de no ser toda la vida un niño, siempre a la zaga de los padres que tienen cuidado de uno, tanto mientras viven como después de muertos. La dura necesidad —que, sin embargo, cabalmente refrenda lo perfecto en el hombre— se hace precisa solo para obligar, a quien no quiere reconocerlo por las buenas, a que comprenda que el trabajo es una perfección y no sea recalcitrante en no ir alegre al trabajo. Por eso, aunque no se diese la así llamada dura necesidad, sería con todo una imperfección el que un hombre dejase de trabajar[5].

La gran mayoría de los bienes reales, objetivos y con frecuencia
indispensables que podemos ofrecer a nuestros conciudadanos
se obtienen gracias al trabajo profesional

Expresión cualificada del amor

      Queda bastante claro, entonces, que la elevación del trabajo a medio prioritario de perfeccionamiento humano —que es lo que estoy ahora defendiendo— no constituye una opción arbitraria o caprichosa.
      1. Es cierto que cualquiera de las actividades lícitas del hombre y de la mujer, desde las lúdicas hasta las meramente fisiológicas, pueden ser realizadas con y por amor.
      2. Pero constituye una verdad de mayor calibre y relevancia que el trabajo, por su propia naturaleza y como acabamos de ver, se encuentra mucho más cercano al amor y al bien por él perseguido que la mayoría de las restantes acciones: dormir, comer, pasear, hacer deporte o turismo…
      3. De ahí que, cuando se lo realiza con afán de servicio —buscando el bien de los otros—, compone una herramienta maravillosa de crecimiento personal y de la consiguiente dicha; mientras que si se hace por propio lucimiento, por afán de éxito o, en fin de cuentas, como medio exclusivo de afirmación del yo, produce efectos devastadores.
      Aquí viene muy a pelo el adagio clásico que califica la corrupción de lo óptimo como pésima, y que suelo traducir de la siguiente forma:
      — Lo que no tiene categoría, lo que no pasa de mediocre, está inhabilitado tanto para el mal como para el bien de cierta envergadura.
      — Por el contrario, quien es grande en el mal, por ignorancia o error o incluso por malicia, goza también de la posibilidad de sobresalir en el bien, según muestran, entre otros muchos, María Magdalena o Agustín de Hipona.
      Aplicado a nuestro tema: justo porque el trabajo, realizado correctamente, engloba una enorme capacidad de adelantamiento, cuando se lo desvirtúa produce una fractura interior, un deterioro de la persona, que en muy otros pocos casos encontramos (por ejemplo —y por el mismo motivo—, el inmenso crecimiento derivado de las relaciones íntimas realizadas por amor dentro del matrimonio o, en el extremo opuesto y con efectos contrarios y desoladores, en la unión sexual desa¬morada fuera de él).
      En semejante ámbito, el de educar para un buen trabajo, la tarea de la familia se muestra indispensable. Y no consiste única ni principalmente en fortalecer la voluntad, creando hábitos de estudio, pongo por caso. Requiere sobre todo robustecerla con eficacia en su núcleo y acto más propio —el de amar—, enseñando a vivir la propia tarea y la formación que prepara para realizarla, no como medio de afirmación personal ni de adquisición egoísta de ganancias, sino como instrumento de servicio, como búsqueda real del bien para otro en cuanto otro, como vehículo del amor… no solo en el futuro, sino en el mismo instante en que el chico o la chica estudian, por seguir con el supuesto recién nombrado, y saben —pongo por caso— desprenderse de la máxima calificación dedicando tiempo a un amigo que, gracias a ese apoyo, puede aprobar la asignatura.
      Cabría por tanto sostener que la familia es, a la par, una comunidad hecha posible gracias al trabajo y, sobre todo, la primera escuela de trabajo auténtico, con sentido, para cualquier hombre.

Justo porque el trabajo engloba una enorme capacidad de
adelantamiento personal, cuando se lo desvirtúa produce una
fractura interior que en muy otros pocos casos encontramos

(cont.)

__________________________
Notas:
[4] Me permito remitir a MELENDO, Tomás: Las claves de la eficacia empresarial. Madrid: Rialp, 1997, cap. 1.

[5] KIERKEGAARD, Søren: Hvad vi lære af Lilierne paa Marken og af Himmelens Fugle. Tre Taler; in Opbyggelige Taler i forskjellig Aand, 1874: Samlede Værker. Bind 11. Udgivet af A. B. Drachmann, J. L. Heiberg og H. O. Lange. Opbyggelige Taler i forskjellig Aand ved H. O. Lange. København: Gyldendal, 1963; tr. cast. .: Los lirios del campo y las aves del cielo. Madrid: Trotta, 2007, p. 88.

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