17/01/2014

Leitura espiritual para 17 Jan

Não abandones a tua leitura espiritual.
A leitura tem feito muitos santos.
(S. josemariaCaminho 116)


Está aconselhada a leitura espiritual diária de mais ou menos 15 minutos. Além da leitura do novo testamento, (seguiu-se o esquema usado por P. M. Martinez em “NOVO TESTAMENTO” Editorial A. 
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.

Para ver, clicar SFF.
Evangelho: Mt 26, 30-56

30 Depois do canto dos salmos, saíram para o monte das Oliveiras. 31 Então Jesus disse-lhes: «A todos vós serei esta noite uma ocasião de escândalo, porque está escrito: “Ferirei o pastor e as ovelhas do rebanho se dispersarão”. 32 Porém, depois de Eu ressuscitar, irei diante de vós para a Galileia». 33 Pedro respondeu-Lhe: «Ainda que todos se escandalizem a Teu respeito, eu nunca me escandalizarei». 34 Jesus disse-lhe: «Em verdade te digo que esta noite, antes que o galo cante, negar-Me-ás três vezes». 35 Pedro disse: «Ainda que eu tenha de morrer contigo, não Te negarei». Do mesmo modo falaram todos os discípulos. 36 Então foi Jesus com eles a um lugar chamado Getsemani, e disse-lhes: «Sentai-vos aqui, enquanto Eu vou acolá orar». 37 E, tendo tomado consigo Pedro e os dois filhos de Zebedeu, começou a entristecer-Se e a angustiar-Se. 38 Disse-lhes então: «A Minha alma está numa tristeza mortal; ficai aqui e vigiai comigo». 39 Adiantando-Se um pouco, prostrou-Se com o rosto em terra, e fez esta oração: «Meu Pai, se é possível, passe de Mim este cálice! Todavia, não se faça como Eu quero, mas sim como Tu queres». 40 Depois foi ter com os Seus discípulos, encontrou-os a dormir, e disse a Pedro: «Então não pudeste vigiar uma hora comigo? 41 Vigiai e orai, para que não entreis em tentação. O espírito, na verdade, está pronto, mas a carne é fraca». 42 Retirou-Se de novo pela segunda vez, e orou assim: «Meu Pai, se este cálice não pode passar sem que Eu o beba, faça-se a Tua vontade».43 Foi novamente e encontrou-os a dormir, porque os seus olhos estavam carregados de sono. 44 Deixando-os, foi de novo, e orou terceira vez, dizendo as mesmas palavras. 45 Depois foi ter novamente com os discípulos, e disse-lhes: «Dormi agora e descansai, eis que chegou a hora em que o Filho do Homem vai ser entregue nas mãos dos pecadores. 46 Levantai-vos, vamos. Eis que se aproxima aquele que Me há-de entregar». 47 Estando Ele ainda a falar, eis que chega Judas, um dos doze, e com ele uma grande multidão com espadas e varapaus, enviada pelos príncipes dos sacerdotes e pelos anciãos do povo. 48 O traidor tinha-lhes dado este sinal: «Aquele a quem eu beijar, é esse; prendei-O». 49 Aproximando-se logo de Jesus, disse: «Salve, Mestre!». E deu-Lhe um beijo.50 Jesus disse-lhe: «Amigo, a que vieste?». Então avançaram, lançaram mãos a Jesus, e prenderam-n'O. 51 E eis que um dos que estavam com Jesus, estendendo a mão desembainhou a sua espada, e, ferindo um servo do Sumo Sacerdote, cortou-lhe uma orelha.52 Jesus disse-lhe: «Mete a tua espada no seu lugar, porque todos os que pegarem na espada morrerão à espada. 53 Julgas porventura que Eu não posso rogar a Meu Pai e que poria já ao Meu dispor mais de doze legiões de anjos? 54 Mas, como se cumprirão as Escrituras segundo as quais assim deve suceder?».55 Depois, Jesus disse à multidão: «Vós viestes armados de espadas e varapaus para Me prender, como se faz a um ladrão. Todos os dias estava Eu sentado entre vós a ensinar no templo, e não Me prendestes». 56 Mas tudo isto aconteceu para que se cumprissem as Escrituras dos profetas. Então todos os discípulos O abandonaram e fugiram.



El trabajo, también al servicio del amor 1

Conciliar familia y trabajo?

      Aunque podría dedicarse un libro entero a tratar este tema[1], no solo en sí mismo sino también en las circunstancias actuales, me limitaré a realizar algunas indicaciones que relacionan el trabajo con el amor, tal como sugiero en el título. Tal vez te ayuden a mejorar tu vida laboral —y, de forma más amplia, tu vida—, así como la de quienes te rodean o tienes a tu cargo.
      Comenzaré planteando la que tal vez sea la pregunta actualmente más de moda en relación con nuestro asunto: ¿es posible conciliar familia y trabajo? Y responderé, lo más sinceramente que puedo, con un rotundo no.
      Lo repito por si alguien piensa haberme entendido mal. Con la mano en el corazón les digo que me parece imposible, absolutamente imposible, conciliar un trabajo desarrollado a fondo, con perfección, y una atención esmerada a la propia familia.
      Pero añado de inmediato que esto es así porque la pretensión de simplemente conciliar es muy corta: tan raquítica… que resulta incapaz de alcanzar su objetivo.
      Con otras palabras: no se trata de conciliar a duras penas, con un esfuerzo casi sobrehumano, como si a uno lo estuvieran degollando, el trabajo profesional y la vida de familia.
      Para que el asunto funcione hay que apuntar muchísimo más alto y aprender a pensar y a vivir a lo grande, en relieve. Proponerse una tarea que entusiasme, y perfectamente viable si se encara con espíritu positivo: la de establecer una auténtica sinergia entre la tarea que desarrollamos como profesión y el cariño con el que tratamos a nuestro cónyuge y a cada uno de nuestros hijos e hijas.
      Esto no solo es posible, sino del todo necesario y apasionante. Por el contrario, si uno aspira simple y dolorosamente a hacerlos compatibles —como si trabajo y familia se opusieran entre sí de forma irreconciliable—, el resultado será el más rotundo de los fracasos.
      Como decía, para lograr el objetivo que sugiere el título de este epígrafe es imprescindible pensar en do mayor; comprender mucho más a fondo la familia, el trabajo… y el propio ser humano.
      O, si lo prefieren, resulta imprescindible instaurar una modificación profunda en el modo de entender y vivir las relaciones entre familia y persona y, como consecuencia, muchas otras relaciones, como las propiamente laborales.

La pretensión de simplemente “conciliar” es muy corta, tan
raquítica… que torna imposible alcanzar ese objetivo

El porqué de la familia

      ¿A qué me refiero?
      Pues a que, durante bastante tiempo, aunque no de manera exclusiva, la necesidad de la familia se ha explicado enfatizando la múltiple y clara precariedad del hombre.
      1. Por ejemplo, respecto a la mera supervivencia biológica venía a decirse que, mientras la dotación instintiva permite a los animales manejarse desde muy pronto por sí mismos, el niño abandonado a sus propios recursos perecería inevitablemente.
      2. O se aducían razones práctico-pragmáticas, como la ineludible conveniencia de distribuir las funciones en casa, el trabajo o los ámbitos del saber, para lograr una mayor eficacia…
      3. O motivos psicológicos o espirituales, ligados a la necesidad de sentirse amado y acogido con objeto de superar la más punzante de las carencias humanas: la soledad.
      Y nada de ello es falso. Simplemente, no alcanza el núcleo de la cuestión. Si desde antiguo se considera la persona como lo más perfecto que existe en la naturaleza (perfectissimum in tota natura); si hoy es difícil hablar del ser humano sin subrayar su dignidad y su grandeza… ¿no resulta extraño que los animales no echen de menos una familia, mientras al hombre le sea imprescindible solo o principalmente en función de su “inferioridad” respecto a ellos?
      A eso lo llamo pensar con timidez, casi con cobardía. Es menester ampliar el horizonte, mirar tan derechamente hacia el futuro que no importe lo más mínimo invertir la manera tradicional de ver las cosas.
      El cambio radical que pretendo subrayar, y al que aludo en otros lugares, es que toda persona requiere de la familia justo en virtud de su eminencia o valía: de lo que en términos metafísicos podría llamarse su excedencia en el ser.
      Por eso la persona está llamada a darse; por eso puede definirse como principio (y término) de amor, siendo la entrega el acto en que ese amor culmina.
      Como quedó esbozado, las plantas y los animales, por su misma escasez de realidad, actúan de forma casi exclusiva para asegurar la propia pervivencia y la de su especie. Porque gozan de poco ser —cabría decir—, tienen que dirigir toda su actividad a conservarlo y protegerlo: se cierran en sí mismos o en su especie en cuanto suya.
      A la persona, por el contrario, gracias a la nobleza que su condición implica, le sobra ser. De ahí que su operación más propia, precisamente en cuanto persona, consista en darse, en amar[2].
      Y, para todo ello, es imprescindible la familia. Como veremos de inmediato, para que alguien pueda darse es menester otra realidad capaz y dispuesta a recibirlo o, mejor, a aceptarlo libremente. Y eso solo puede ser otro alguien, otra persona.

A la persona, justo por la nobleza que su condición implica, “le
sobra ser”; de ahí que su operación más propia − justo          en cuanto
persona− consista en darse, en amar

El requisito ineludible para la entrega
      A menudo explico que, pese a la conciencia de la propia pequeñez que de ordinario nos embarga, y pese a la ruindad de algunos de nuestros pensamientos y acciones, es tanta la grandeza gratuita de nuestra condición de personas que nada resulta digno de sernos regalado… excepto otra persona.
      Cualquier realidad distinta, incluso el trabajo o la obra de arte más excelsa, se demuestra escasa para acoger la sublimidad ligada a la condición personal: ni puede ser vehículo adecuado de mi persona, ni está a la altura de aquella a la que pretendo entregarme.
      De ahí que, con total independencia de su valor material, el regalo solo cumpla su cometido en la medida en que yo me comprometo o integro en él, como después explicaré.
      Pero decía que, además de ser capaz, la otra persona tiene que estar dispuesta a acogerme de manera incondicional o, si se prefiere, incondicionada e incondicionable: de lo contrario, mi entrega quedaría en mera ilusión, en una especie de aborto. Si nadie me acepta, por más que me empeñe, resulta imposible entregarme (actio agentis est in passo, podría afirmarse, en la estela dejada por Aristóteles: la acción de la entrega “está” —se cumple o actualiza— en la medida en que el otro me acepta gustoso).
      Pues bien, el ámbito natural donde se acoge al ser humano sin reservas, por el sublime hecho de ser persona, es justo la familia. En cualquier otra institución —en una empresa, pongo por caso— resulta legítimo, y a menudo necesario, que se tengan en cuenta determinadas cualidades o aptitudes, sin que al rechazarme por carecer de ellas se lesione en modo alguno mi dignidad (el igualitarismo que hoy intenta imponerse para evitar la discriminación sería aquí lo radicalmente injusto: tratar igual a quienes son desiguales, que diría de nuevo Aristóteles).
      Por el contrario, una familia genuina acepta a cada uno de sus miembros teniendo en cuenta, en primer término, su condición de persona, como el resto de las instituciones: de ahí el famoso precepto kantiano de «tratar siempre a la humanidad…». Pero, mientras en los demás ámbitos de la existencia humana se valoran además los méritos y cualidades de quien pretende entrar en ellos, en la familia vuelve a tomarse en cuenta… la condición de persona de cada uno de sus componentes, que es aquello por lo que forma parte de la familia. Y eso basta para acogerlos de manera incondicional. Y, al acogerlos de esta manera, les per¬mite entregarse y cumplirse como personas.
      Por eso cabe afirmar que sin familia no puede haber persona o, al menos, persona cumplida, llevada a plenitud. Y ello, según acabo de recordar, no primariamente a causa de privación alguna, sino al contrario, en virtud de la propia excedencia, que nos obliga a entregarnos… o quedar frustrados, por no llevar a término lo que demanda nuestra naturaleza, nuestro ser (es lo que antes llamaba “necesidad por exceso”).

El ámbito natural donde se acoge al ser humano sin reservas, por
el sublime hecho de ser persona, es justo la família

Inversión de perspectivas

      Estimo que esta inversión de perspectivas —que no niega la verdad del punto de vista complementario, sino que lo asume y eleva— tiene abundantes repercusiones.
      1. Por ejemplo, en la esfera del hogar, explica que la familia no sea una institución inventada para los débiles y desvalidos (niños, enfermos, ancianos…); sino que, al contrario, cuanto más perfección alcanza un ser humano, cuanto más maduro es el padre o la madre, más precisa de su familia, justamente para crecer como persona, dándose y siendo aceptado: amando, con la guardia baja, sin necesidad de demostrar nada para ser querido.
      2. Por otra parte, esta forma de comprender a la persona repercute en el modo de legislar, en la política, en el trabajo… Solo si se tiene en cuenta la grandeza impresionante del ser humano podrán establecerse las condiciones para que se desarrolle adecuadamente y sea feliz.
      A menudo se oye que el problema del hombre de hoy es el orgullo de querer ser como Dios. No lo niego. Pero estimo que es más honda la afirmación contraria. El gran hándicap del hombre contemporáneo es la falta de conciencia de su propia valía, que le lleva a tratarse y tratar a los otros de una manera bufa y absurdamente infrahumana: como si fuera incapaz de conocer suficientemente la realidad, pongo por caso, o de amar en serio, jugándose a cara o cruz, a una sola baza, el porvenir del propio corazón, como me gusta repetir, recordando al Marañón de Amiel.
      Leamos a Schelling: «El hombre se torna más grande en la medida en que se conoce a sí mismo y a su propia fuerza. Proveed al hombre de la conciencia de lo que efectivamente es y aprenderá enseguida a ser lo que debe; respetadlo teóricamente y el respeto práctico será una consecuencia inmediata. El hombre debe ser bueno teóricamente para devenirlo también en la práctica»[3].
      ¿Exageración de un joven escritor? Estimo que no, si el conocer lo entendemos adecuadamente, de modo que algo no llega a saberse (simplemente a saberse) hasta que uno lo hace pensamiento de su pensamiento y, más aún, vida de la propia vida, como repite Kierkegaard, según apunté.

El gran hándicap del hombre contemporáneo es la falta de
conciencia de su propia valía, que le lleva a tratarse y tratar a los
otros de una manera bufa y absurdamente infra-humana

(cont.)
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Notas:
[1] Me permito remitir a MELENDO, Tomás: La dignidad del trabajo. Madrid: Rialp, 1997.
[2] Y de ahí, según veremos, que solo cuando ama en serio y se entrega sin tasa —«la medida del amor es amar sin medida»—, alcanza la felicidad.

[3] SCHELLING, Friederich: Vorwort; Vom Ich als Princip der Philosophie oder über das Unbedingte in menschlichen Wissen; in Werke (Schröter), München: Oldenburg und Beck, 1927-1954, Band I, S. 81-82.

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