(Um artigo notável! [1])
Cuando
te enteras que tu esposa está embarazada, o cuando te enteras que te darán un
niño en adopción, te cambia la vida para siempre. ¡Tú y tu cónyuge van a ser
padres! ¡Y de pronto te vuelves loco de amor! Escribe Andrés D’Angelo en
Catholic-Link. Te prometes que vas a hacer por esa pequeña personita que Dios
puso en tu camino, todos los sacrificios posibles, todos los esfuerzos
imaginables y que siempre vas a ser un padre o una madre presente, paciente,
amoroso y genial. Pero…
1. Luego los niños comienzan a crecer
Y te
das cuenta de que… las cosas no son tan sencillas. Los niños tienen una
extraordinaria capacidad de trabajar la paciencia de la gente mayor casi desde
el primer día. Por eso, Dios en su infinita sabiduría puso un papá y una mamá,
para que tomen turnos cuidando al pequeñajo.
Las mamás lo hacen instintivamente, y los
papás… no tanto, pero ¡podemos aprender! Cuando logramos hacer un gran equipo,
los niños se desarrollan plenos y felices.
2. Y entonces llega la temida adolescencia
No
podemos creer que ese pequeño, que era el sol de nuestras vidas, que tantas
alegrías nos dio, de pronto se convierta en un ser huraño, protestón, aburrido,
peleón y muchas veces tan tonto, que parece que no hay instrumentos para
medirlo.
Nos busca, y generalmente nos encuentra, y
esos encontronazos no son siempre lindos. La relación se desgasta, nos
peleamos, nos amargamos y pensamos: “qué lindo será todo después de la adolescencia,
cuando mi hijo o mi hija se comporten como adultos serios y responsables”. Pero
entonces… ¡Tampoco sucede!
Nos preguntamos: ¿Por qué esta serie de
desencuentros entre el hijo ideal que siempre nos imaginamos y la realidad tan
dura?
3. ¡Nuestros hijos son libres!
Así
es, ¡Porque nuestros hijos son seres libres! Dios no solo los creó libres: ¡los
quiere libres! ¿Y por qué Dios querría ese disparate? ¿Por qué no los hizo
obedientes, buenos, sencillos, manejables y dulces como siempre los imaginamos?
Porque Dios quiere hijos, y no esclavos. El
amor es una decisión libre, y por eso, la libertad es tan importante para Dios.
El problema es que nuestros hijos los “tenemos” nosotros, y su libertad muchas
veces choca con nuestra idealización del hijo. Contra nuestras normas de
convivencia, y a veces ¡contra el mismo Dios!
¿Cómo puede ser que ese chiquitín o esa
chiquitina que participó en su primera comunión con tanto fervor, de pronto no
quiera ir más a Misa? Muchas veces esa revisión de “qué pasó”, puede desembocar
en una acusación implícita o explícita a nosotros mismos, a nuestra misión como
padres.
¿Qué hice, o qué hicimos mal para que este
pequeño que era tan dócil de pronto se convierta en un rebelde sin causa, que
se revuelva contra la autoridad de papá y mamá y quiera “hacer su vida” o que
“lo dejemos tranquilo”?
4. ¡No pasó nada, ni hicimos nada mal!
Nuestros
hijos están “haciendo” su camino, y para ello deberán dejarnos, por más que
muchas veces les duela a ellos y nos duela más a nosotros. Ellos necesitan
resolver sus problemas por sí mismos, porque es una herramienta que necesitan
para enfrentar la vida por sus propios medios.
Saben instintivamente que no vamos a estar
durante toda su vida, y necesitan enfrentar los problemas que generan sus
propias conductas en libertad. Podemos pensar en ellos como en pequeñas plantas
que hemos mantenido en un invernadero, y que debemos sacar a las condiciones
naturales para que se templen, y desarrollen su propias raíces y follajes.
El invernadero estuvo muy bien mientras fueron
frágiles, ahora es tiempo de que prueben (y especialmente que se prueben a sí
mismos) en “condiciones reales”. De ese modo, cuando vengan las tormentas de la
vida, ya tendrán herramientas para enfrentarlas, porque dejamos que desplieguen
sus alas y vuelen.
5. ¿Cómo comportarnos
ante ese hijo desafiante?
Pero
mientras tanto, mientras todavía chocamos, mientras nos desesperan con sus
actitudes y desafíos, tendremos que saber cómo comportarnos. Qué cosas les
ayudan en esta exploración, qué cosas podemos hacer para otorgarles confianza,
tal vez para hacer más corto este “recorrido divergente” y este crecimiento, y
en última instancia, para no perder la paciencia y perjudicarnos mutuamente en
esta etapa de su desarrollo.
Para ello me gusta mucho fijarme en la
parábola del Hijo Pródigo (o como le gusta llamarla al papa Francisco, la
parábola del “Padre Misericordioso”). Viendo la actitud del padre, podremos ver
algunas pistas para saber qué hacer en estas circunstancias.
6. Tus hijos te van a “pedir la herencia”
Como
vimos, tarde o temprano, tus hijos van a pedirte “que no te metas más en sus
vidas”, que te hagas a un lado y te apartes, que ellos necesitan “que los dejes
en paz”. Te lo garantizo, la primera vez que te pase se te va a partir el
corazón en pedazos.
No es fácil, no es lindo y es casi seguro que
va a suceder, más temprano que tarde. La tendencia natural sería de decirles
“mientras dependas de nosotros, cumplirás nuestras reglas”. Pero el Padre Misericordioso
no hace eso. Al contrario, accede al pedido de su hijo y lo deja ir con “su
parte de la herencia” y probablemente con los pedazos de su corazón destrozado.
Como te dije en la introducción: ellos
necesitan abrirse camino por sus propios medios, necesitan equivocarse y
golpearse para poder crecer. Puedes ofrecerle a Dios esos pedazos de tu corazón,
para que esa “ruptura” sea fructífera y no tan dolorosa.
7. Tus hijos se van a ir a tierras extrañas
Cuando
se vayan de casa, cuando se vayan a estudiar lejos, o cuando comiencen su vida,
habrá tiempos en los que no querrán hablar con ustedes, y sentirás que el
corazón se te cae de nuevo a pedazos. ¿Cómo puede ser que no nos quieran
llamar, que no quieran pasar su cumpleaños con nosotros, que quieran alejarse
voluntariamente de la casa que los vio crecer?
Precisamente, porque necesitan ampliar sus
horizontes. Conocer gente nueva, experimentar otras formas de ver el mundo,
hablar de otros temas, crecer y conocer nuevas experiencias, tal vez algunas
que nosotros no nos animamos a su edad… Y también harán algunas cosas que van
en contra de nuestras convicciones y creencias.
Van a buscarse en tierras extrañas, con la
ilusión de descubrirse y encontrarse, pero también… con el riesgo de perderse.
¿Qué hace el Padre Misericordioso?, ¿va a buscarlo?, ¿va a pedirle que vuelva y
que no haga lo que está haciendo? ¡No! El padre se mantiene a una respetuosa
distancia.
Respeta la decisión de su hijo, a pesar de que
probablemente haya tenido el corazón hecho trizas. Se mantiene apartado, deja
que su hijo busque lo que quiera buscar, incluso con riesgo de que se pierda.
8. Puede ser que se equivoquen. Y mucho. Y muy feo
El
Hijo Pródigo malgasta su herencia en una vida libertina. Nuestros hijos pueden
ser, que en esa búsqueda de sí mismos, en esa exploración, se equivoquen. Y
esas equivocaciones hasta pueden tener consecuencias graves. La herencia del
padre se perdió… aparentemente.
El hijo, a raíz de sus decisiones equivocadas
termina alimentando a cerdos, y deseando comer las bellotas que comen estos
animales. Muchas veces, como consecuencia de sus decisiones erróneas, nuestros
hijos la van a pasar realmente mal. Nuestra tentación como padres puede ir en
dos direcciones, y (en mi opinión) ambas son decisiones equivocadas.
En una primera dirección, podremos resolverles
el problema, diciendo: “mi hijo no va a comer bellotas de los cerdos”, e
intervenir con nuestro dinero, recursos o “poder”, para que nuestro hijo “no
sufra”. La otra decisión equivocada sería enfrentarlo y recriminarle por sus
errores. “Te lo advertí”, “Te lo mereces”. La actitud correcta es la del padre.
Y ya veremos cuál es.
9. Puede ser que pierdan la fe
En el
sentido simbólico de la parábola, el derroche de la herencia y la vida con los
cerdos significan la pérdida de la fe. En esa búsqueda, puede ser que nuestros
hijos también la pierdan, y que dejen de practicar la oración diaria, la misa
dominical, la confesión.
¡Nos desesperamos cuando pasa eso! ¿Por qué,
si nosotros les enseñamos bien?, ¿por qué si nosotros rezamos constantemente
por ellos?, ¿qué hicimos mal?, ¿qué podemos hacer?
La fe es un don de Dios, y nosotros podremos
pedirla para ellos, pero nunca podremos reemplazarla forzándolos a hacer
prácticas piadosas, por más que a nosotros nos parezca que es lo que tenemos
que hacer. Dios quiere hijos, no esclavos.
Y tal vez, si los forzamos a hacer cosas
contra su voluntad, empeoremos la situación. Paz, y ciencia. Es decir:
paciencia. Tengamos paz, sepamos que esto puede suceder y recemos al Buen Dios
por la fe de nuestros hijos, que Él nunca deja caer una lágrima de madre o
padre en vano.
10. El hijo recuerda cómo vivía en la casa de su padre
Una
de las claves de la parábola es que el hijo, antes de volver, recuerda con
cariño la experiencia de su vida como hijo amado. Ahí es donde tenemos que
concentrar nuestras energías. El amor de familia, el recuerdo del hogar son la
verdadera herencia del Padre Misericordioso.
Y eso se forja antes, mucho antes de que
nuestros hijos decidan seguir su rumbo. Por eso es tan importante que durante
su infancia y adolescencia nos enfoquemos en que su experiencia filial sea lo
más benéfica posible. Que sepamos que el amor que les damos durante su infancia
y adolescencia va a moldear su carácter, su modo de ver la vida y su modo
particular de amar en el futuro a su esposa e hijos, o a sus hijos espirituales
en el caso de que Dios suscite la vocación religiosa o sacerdotal en tu hijo.
El amor de los padres es reflejo del amor de
Dios, y como tal también moldea la fe de tus hijos. No solo el amor que los
padres tienen a los hijos, sino el amor que los padres tienen entre sí, así que
¡A cuidar a tu cónyuge, para beneficio de tus hijos!
11. El hijo que vuelve
Y un
día, el hijo que se rebeló, el que se fue a estudiar lejos, el que no quería
saber nada con nosotros, el que incluso nos despreció, vuelve. Me corrijo: no
vuelve ese hijo, vuelve una persona renovada, un nuevo hijo. Y generalmente,
ese hijo templado por las tormentas de su vida va a ser extraordinariamente
mejor que el que se fue.
Y tenemos que hacer como el Padre
Misericordioso: devolverle inmediatamente y sin preguntar nada, la dignidad de
hijo. Nuestro hijo sigue siendo nuestro hijo, pero con una ventaja: ya es un
adulto probado por la vida, y va a poder acercarse y comprendernos mucho mejor
a nosotros como padres.
Ya vamos a poder hablar de igual a igual, de
adulto a adulto, de persona fogueada a persona fogueada. Nuestro amor de padres
se va a ver engrandecido por lo que nuestro hijo logró por sus propios medios.
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