LA SANTIFICACION DEL TRABAJO
EL TRABAJO, UN
TEMA RECUPERADO POR LA TEOLOGIA ESPIRITUAL
Capítulo II
EL OPUS DEI Y LA
VALORACIÓN DEL TRABAJO
„El Opus Dei,
tanto en la formación de sus miembros como en la práctica de sus apostolados,
tiene como fundamento la santificación del trabajo profesional de cada uno“,
afirmaba Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer el 21 de noviembre de 1965, en
presencia de Pablo VI y de una nutrida representación de obispos y cardenales,
con motivo de la inauguración oficial del Centro Elis, una obra de formación
para una amplia gama de profesiones encomendada por la Santa Sede al Opus Dei1[1].
Unos meses más tarde, declaraba a un periodista francés: „Desde 1928, mi
predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, que pueden
ser divinos todos los caminos de la tierra, porque el quicio de la
espiritualidad específica del Opus Dei es la santificación del trabajo
ordinario“2[2].
En años
anteriores y posteriores, el Fundador del Opus Dei ha pronunciado, millares de
veces, palabras parecidas. „Hemos venido a decir, con la humildad de quien se
sabe pecador y poca cosa -homo peccator
sum (Lc 5,8), decimos con Pedro-, pero con la fe de quien se deja guiar por
la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos
llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de
todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio. Porque esa vida
corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad“ [3].
RELEYENDO LAS ESCRITURAS
¿De dónde le
venía esa certeza, ese convencimiento profundo del valor santificable y
santificador del trabajo? El propio Beato Josemaría Escrivá lo ha dicho con
claridad: de la luz o inspiración, recibida el 2 de octubre de 1928, en virtud
de la cual vio que debía dedicar su vida entera a promover, entre personas de
todas las condiciones sociales, la búsqueda de la santidad en medio del mundo,
en el desempeño de la propia tarea u ocupación humana4[4].
Desde ese instante, la proclamación del sentido cristiano del trabajo fue
constante en sus labios5[5].
Esa
proclamación, por lo demás, estuvo siempre acompañada de una referencia
enormemente viva a los textos de la Sagrada Escritura, que constituyen, por
eso, una fuente privilegiada de sus enseñanzas sobre el trabajo. „Viejo como el
Evangelio, y como el Evangelio nuevo“: así calificó su Fundador el mensaje que
el Opus Dei venía a traer al mundo. La lectura del texto sagrado, hecha
siguiendo la inspiración que le movió desde 1928, le permitió, en efecto, al
Beato Josemaría descubrir riquezas nuevas, y toda una gama de pasajes del Viejo
y del Nuevo Testamento cobraron especial relieve, atrayendo fuertemente la
atención6[6].
„Persuadidos de
que el hombre ha sido creado ut
operaretur (Gn 2,15), para que trabajara, sabemos bien -afirmaba, por
ejemplo, en una de sus cartas- que el
trabajo ordinario es el quicio de nuestra santidad y el medio humano y
sobrenatural apto, para que llevemos con nosotros a Cristo y hagamos el bien a
todos“ [7]. De hecho, el
mandato dado por Dios en los comienzos mismos de la historia fue uno de los
puntos de referencia preferidos en la predicación del Fundador del Opus Dei:
Dios creó al hombre ut operaretur,
para que trabajara; tal es la voluntad divina desde el inicio, desde antes del
pecado; el trabajo no es maldición ni castigo, sino medio y ocasión de
participar en el plan de Dios [8].
El cristiano
debe asimilar esa verdad, superar planteamientos restrictivos, aunque hayan
alcanzado amplia difusión, al menos en algunos períodos históricos, y adquirir,
más allá de experiencias en ocasiones duras, un sentido positivo del trabajo,
aprender a redescubrir en él una ley que, siendo divina, eleva y enaltece. „A
la vuelta de dos mil años -podía así añadir, aludiendo a ese contexto-, hemos
recordado a la humanidad entera que el hombre ha sido creado para trabajar: homo nascitur ad laborem, et avis ad volatum
(Jb 5,7), nace el hombre para el trabajo y el ave para volar“ [9].
Las referencias
bíblicas podrían multiplicarse. No vamos, como es lógico, a recogerlas todas [10]. Hay, no
obstante, algunas de las que no podemos prescindir: las que nos recuerdan que
la ley divina del trabajo se cumplió plenamente en Cristo, que pasó treinta
años viviendo como uno más en Nazaret, conocido precisamente por su trabajo,
siendo sencillamente „el artesano“ y „el hijo del artesano“ [11]. Porque esos
treinta años de trabajo de Cristo encuentran eco, dan contenido a la vida
ordinaria del cristiano.
„No me explico
que te llames cristiano y tengas esa vida de vago inútil. -¿Olvidas la vida de
trabajo de Cristo?“, leemos en Camino [12]. Si los textos
bíblicos que hablan del trabajo como ley querida por Dios ponen ya de
manifiesto su valor santificador -¿qué es santificarse sino cumplir con el
querer divino, identificarse con la voluntad de Dios, y por tanto, con Él
mismo?-, los que narran la vida de trabajo de Cristo refuerzan esa enseñanza
con una claridad y una fuerza superlativas. No es, pues, sorprendente que el
Fundador del Opus Dei se haya referido constantemente a los años de la vida de Cristo
con comentarios vibrantes y densos.
Citemos uno,
tomado de una meditación pronunciada el día de Navidad de 1963: „Jesús,
creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana,
el quehacer corriente y ordínario, tiene un sentido divino. Por mucho que
hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al
pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del
paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros
claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les
da una auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes, que llevamos
una vida ordinaria, igual a la de tantos millones de personas en los más
diversos lugares del mundo. Así vivió Jesús durante seis lustros: era faber filius (Mt 13,55), el hijo del
carpintero. Después vendrán los tres años de vida pública, con el clamor de las
muchedumbres. La gente se sorprende: ¿quién es este?, ¿dónde ha aprendido
tantas cosas? Porque había sido la suya, la vida común del pueblo de su tierra.
Era el faber, filius Mariae (Mc 6,3),
el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando la redención del
género humano, Y estaba „atrayendo a sí todas las cosas“ (Jn 12,32)” [13].
Desde Jesús, la
mirada del Fundador del Opus Dei se dirigió con frecuencia hacia los que
rodearon a Cristo: hacia San José, a cuya protección se confió, en lo humano,
el Hijo de Dios; hacia los primeros cristianos, aquellos hombres y mujeres que
conocieron a Cristo y convivieron con los Apóstoles, y en los que el cristiano
corriente de nuestra época, y de cualquier otra, puede encontrar inspiración y
modelo [14]. Y en todos
ellos enseñó a descubrir un testimonio de trabajo. En San José, una vida
„sencilla, normal y ordinaria“, llena de „trabajo cara a Dios“ [15]. En San Pedro,
pescador por oficio y por afición, que, apenas tenía oportunidad, gustaba de
volver a las faenas de la pesca [16]. En San Pablo
que, cuando se retiró de Atenas y vino a Corinto, se hospedó en casa de Aquila,
trabajando „en su compañía, pues eran ambos fabricantes de lanas“17[17];
y cuya vida de trabajo le dio autoridad para fustigar, con voz fuerte, la
holgazanería [18]. En los
cristianos de las generaciones inmediatamente sucesivas, sobre cuya actitud
queda testimonio gráfico en el primero de los escritos que nos ha dejado la
tradición, la Didaché, al comentar
cómo debe actuarse con los peregrinos: „Si el que llega es un caminante,
ayudadle con cuanto podáis; pero no permanecerá entre vosotros más que dos
días, o, si hubiera necesidad, tres. Si quiere establecerse entre vosotros,
teniendo un oficio, que trabaje y así se alimente. Si no tiene oficio, proveed
conforme a vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún
cristiano ocioso“ [19].
Con la misma
fuerza que los primeros cristianos, el Beato Josemaría afirmaba: „El Opus Dei, operatio Dei, trabajo de Dios, exige que
sus miembros trabajen - maledictus qui
facit opus Domini fraudulenter (Jr 48,10)”, maldito el que hace la obra del
Señor, el trabajo de Dios, fraudulentamente[20]. Y en otra
ocasión, esta vez en una de sus homilías: „Si alguno de vosotros no amara el
trabajo, ¡el que le corresponde!, si no se sintiera auténticamente comprometido
en una de las nobles ocupaciones terrenas para santificarla, si careciera de
una vocación profesional, no llegaría jamás a calar en la entraña sobrenatural
de la doctrina que expone este sacerdote, precisamente porque le faltaría una
condición indispensable: la de ser un trabajador“ [21].
Los textos que
hemos venido citando y, particularmente, los que traen a la memoria la vida de
trabajo de Jesús, ponen de manifiesto la fuerza existencial de la predicación
del Beato Josemaría Escrivá. Y sin embargo, con lo dicho aún no hemos llegado a
la raíz de la doctrina específica del Opus Dei y de su aportación a la historia
de la espiritualidad. Para hacerlo puede resultar útil hacer referencia a una
tradición espiritual en la que el trabajo ha ocupado y ocupa un papel
importante: la tradición monacal. Baste recordar el lema monástico ora et labora, que hermana trabajo y
oración [22] o la
descripción trazada por Juan Casiano de la vida de los monjes de Egipto, que
-dice- „no dando nunca tregua a su trabajo, jamás ponen fin tampoco a la
meditación... Sería prolijo averiguar si es la meditación lo que les permite
consagrarse de lleno al trabajo o si, por el contrario, es el trabajo incesante
lo que les depara el progreso en los caminos del espíritu“ [23].
Pero ¿qué papel
desempeña el trabajo en la espiritualidad monástica? San Atanasio, al narrar la
vida de San Antonio Abad, el primer anacoreta, nos ofrece una primera
explicación: el abad Antonio -dice- „trabajaba con sus manos, pues había oído:
el que no trabaja, que no coma. Con parte del fruto de su trabajo compraba su
alimento; el resto lo entregaba a los pobres“ [24]. Junto a ese
primer motivo -doble en realidad: sustentarse y practicar la caridad- los
escritores monásticos señalan otro de carácter no ético-social sino ascético,
al que atribuyen también gran importancia: la superación de la ociosidad y sus
consecuencias negativas.
Así Juan
Casiano, en la obra ya citada, comenta que los monjes se dedican a la tarea que
implica el trabajar, de forma que, „además de practicarla con toda su alma para
ofrecerla a Dios como sacrificio de sus manos, la ejecutan también
escrupulosamente por dos motivos (...). En primer lugar, porque la purificación
adquirida en la recitación de los salmos y oraciones no sea contaminada por el
enemigo entre sueños (...). La segunda razón es que, aun cuando no haya habido
ninguna ilusión vergonzosa por parte del enemigo, el dormir de nuevo, aunque
sea con puridad, causa al monje una inercia natural al desvelarse después,
sumerge la mente en un sopor indolente que paraliza o, por lo menos, neutraliza
sus fuerzas durante el día“ [25]. Casiano vuelve
sobre estas ideas para completarlas y desarrollarlas cuando describe, en un
capítulo posterior -concretamente el décimo-, el vicio de la pereza o acedia:
la ausencia de trabajo provoca el descontento, permite que el cuerpo esté
dominado por la laxitud, da origen a la impaciencia, al deseo de vagar de un
lado para otro, a la inconstancia, al disgusto.
En gran parte de
los escritos monásticos de la época, el trabajo es visto fundamentalmente como
un medio de combatir esa ociosidad, que es madre de todos los vicios. Y, en
consecuencia, como una actividad que se estima no tanto como algo que posee
bondad en sí mismo, cuanto, mas bien, como medio ascético. Esta consideración
predominantemente instrumental del trabajo -algo que se hace porque es útil,
pero sin parar mientes en su propia bondad-, aparece de modo patente en la
conocida historia de Pablo el Ermitaño que, aunque no necesitaba del trabajo ni
para el alimento ni para la limosna -se sustentaba con una pequeña huerta y
vivía demasiado lejos de cualquier lugar habitado-, se imponía, para no estar
ocioso, la tarea de construir cestos. Al final del año, con los cestos formaba
un gran montón y los quemaba, reduciéndolos a ceniza [26].
Ciertamente no
conviene exagerar esa anécdota ya que, por lo general, la actividad monástica
estuvo siempre ligada -tanto en la tradición oriental como en la occidental,
especialmente en los contextos benedictino y cisterciense al ambiente que le
rodeaba, cumpliendo, también con su trabajo, una función no solo ascética, sino
social. Pero el que narraciones como esa, y otras parecidas, se puedan referir
a acontecimentos reales y, lo que es más, hayan sido transmitidas
atribuyéndoles valor y categoría de ejemplo, no deja de ser significativo.
Recuerdan, en todo caso, que el monje es esencialmente el hombre que sale de su
sociedad y de su tierra, abandonando todo aquello entre lo que había vivido
antes: en suma, que el ideal de la fuga a
mundo -del apartamiento del mundo, es decir, del vivir social ordinario-
para buscar a Dios y entregarse a Él, domina su espiritualidad, con todo lo que
de ahí deriva.
Podemos,
teniendo presentes estos datos, recuperar el hilo de nuestro discurso. La
espiritualidad del Opus Dei lleva a santificar el trabajo, pero -podemos añadir
ahora, terminando así de perfilar lo que esa afirmación implica al emplear aquí
la palabra trabajo, no se hace referencia a la mera ocupación de las facultades
humanas en una tarea concreta, sino al trabajo como modo de entronque con el
mundo y con la sociedad.
Entre otros
muchos textos de su Fundador, quizá ninguno tan significativo como el
siguiente, tomado de una de sus Cartas:
„El trabajo para nosotros es dignidad de la vida y un deber impuesto por el
Creador, ya que el hombre fue creado ut
operaretur. El trabajo es un medio con el que el hombre se hace
participante de la Creación y, por tanto, no solo es digno, sea el que sea,
sino que es un instrumento para conseguir la perfección humana -terrena- y la
perfección sobrenatural. Humanamente el trabajo es fuente de progreso, de
civilización y de bienestar. Y los cristianos tenemos el deber de construir la
ciudad temporal, tanto por un motivo de caridad con todos los hombres como por
la propia perfección personal“; y eso -añade- vale para todo trabajo, ya que
„no hay en la tierra una labor humana noble que no se pueda divinizar, que no
se pueda santificar“ [27].
En términos
análogos se expresa en otros textos, como en este, proveniente de una homilía:
„El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su
dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad.
Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la
propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se
vive, y al progreso de toda la humanidad. Para un cristiano, esas perspectivas
se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la
obra creadora de Dios, que, al crear al hombre, lo bendijo diciéndole:
‘Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los
peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueve sobre la
tierra’ (Gn 1,28). Porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo
se nos presenta como realidad redimida y redentora: no solo es el ámbito en el
que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y
santificadora“ [28].
José Luis Illanes
(cont
[1] 1 Una amplia reseña de ese acto en „L’Osservatore
Romano“, 22/23-XI-1965; el texto completo de la intervención del Beato
Josemaría puede encontrarse también en AA.VV, Josernaría Escrivá de Balaguer y
la Universidad, Pamplona 1993, pp. 81-84.
[2] 2 Esta entrevista, publicada en „Le Figaro“ del
16-V-1966, se encuentra recogida en Conversaciones
con Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Tanto este libro como otras obras del
Beato Josemaría -Camino, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, etc- cuentan, además de la paginación, con números
marginales que no varían con las diversas ediciones; citaremos, por tanto,
remitiendo a ellos; la frase que hemos reproducido en el texto está en Conversaciones, n. 34. Una presentación
de las obras del Beato Josemaría publicadas hasta la fecha de ese boletín en L.
F. MATEO-SECO, Obras de Mons. Escrivá de
Balaguery estudios sobre el Opus Dei, en Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, Pamplona 1982, pp.
469-501.
[3] 3 Carta 24-III-1930,
n. 2. Sobre esta Carta, y en general sobre las Cartas e Instrucciones que
redactó el Beato Josemaría en orden a la formación de los fieles del Opus Dei,
ver los datos sobre su naturaleza, composición, etc. que da A. VAZQUEZ DE
PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol. I,
Madrid 1997, pp. 566-568 y 575-577.
[4] 4 Sobre esta fecha de 1928, ver A. VÁZQUEZ DE PRADA,
El Fundador del Opus Dei. cit., pp.
288-305, v J. L. ILLANES, Dos de octubre
de 1928; alcance y significado de una fecha, en AAVV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, cit., pp. 59-99;
una amplia reflexión teológica en A. ARANDA, „El bullir de la sangre de Cristo“. Estudio sobre el cristocentrismo
del beato Josemaría Escrivá, Madrid 2000, pp. 17 ss. y 81 ss. En relación
con esa fecha y, en general, respecto a otros momentos de la vida del Beato
Josemaría Escrivá de Balaguer, ver también las diversas semblanzas y biografías
publicadas hasta la fecha, como, entre otras, las de A. DEL PORTILLO, Mons. Escrivá de Balaguer, instrumento de
Dios, en AAVV., En memoria de Mons.
Josema ría Escrivá de Balaguer, Pamplona 1976, pp. 15-60; S. BERNAL, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus
Dei, Madrid 1976; F. GONDRAND, Al
paso de Dios. Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, Madrid
1984; A. SASTRE, Tiempo de caminar.
Semblanza de Mons. Josenzaría Escrivá de Balaguer, Madrid 1989, y sobre
todo -es la más completa de las publicadas hasta ahora- la recién citada de A.
Vázquez de Prada.
[5] 5 Entre otros posibles ejemplos, citemos un párrafo
de sus Apuntes intimos, que data de
junio de 1930, y en el que con frases breves, pero incisivas, describe de forma
neta y precisa -esculpe, por así decir- los rasgos que definen la realidad
espiritual y apostólica que se sabía llamado a promover y a la que,
precisamente por esas mismas fechas, había comenzado a designar como Opus Dei,
Obra de Dios: „Simples cristianos. Masa en fermento. Lo nuestro es lo
ordinario, con naturalidad. Medio: el trabajo profesional. iTodos santos!”,
(Apuntes íntimos, n. 35).
[6] 6 En las páginas que siguen no aspiramos a exponer
una síntesis de la doctrina bíblica sobre el trabajo, sino a reseñar algunos
textos que evidencian la honda raigambre evangélica de la enseñanza del Beato
Josemaría. Una breve síntesis de la doctrina bíblica, con remisión a algunos de
los numerosos estudios exegéticos sobre el tema, en J. L. ILLANES, Ante Dios y en el mundo. Apuntes para una
teología del trabajo, Pamplona 1997, pp. 16-20.
[8] 8 Pueden verse comentarios o referencias a ese texto
del Génesis en Conversaciones, n. 24,
y en Amigos de Dios, nn. 57, 81, 169.
[10] 10 En uno de sus comentarios a escritos del Fundador
del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo ha presentado un florilegio de textos a
los que el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer solía acudir en su predicación
oral o escrita, para mostrar el hondo sentido positivo de las enseñanzas
bíblicas sobre el trabajo: „(...) las palabras del Salmo 103, en el que de un
modo maravilloso se da gloria a Dios por la creación y se le alaba por el orden
y la armonía que ha dispuesto en el universo, y por el modo en que todas las
criaturas -los montes, los valles, las aguas, los animales- le obedecen: exibit homo ad opus situm et ad operationem
suam, usque ad vesperum, saldrá el hombre a trabajar, a sus tareas, hasta
la tarde (Sal 103, 23). El hombre debe trabajar, porque este es el querer
divino, el orden establecido por el Creador (cfr. Gn 2, 15; 3, 23) repetidas
veces: sex diebus operaberis, septimo
cessabis, trabajarás seis días a la semana, y el séptimo descansarás (Ex
23, 12); quodcumque lacere potest manus
tua, instanter operare, cuanto puedas trabajar, hazlo alegremente (Si 9,
10). Nuestro Señor Jesucristo nos dio ejemplo de laboriosidad con sus treinta
años de vida oculta, dedicado a su trabajo de carpintero (Me 6, 3). Y siguió
trabajando siempre: a los que le perseguían porque también los sábados
trabajaba -hacía milagros- replicó: Pater
meus usque modo operatur, et ego operor, mi Padre trabaja, y por eso trabajo
yo también (Jn 5, 17). Jesús condena al que no hace fructificar el talento
recibido: serve rnale et piger,
siervo malo y perezoso, le apostrofa (Mt 25, 26). Maldice la higuera que no da fruto: iam non amplius in aeternum ex te fructum
quisquam manducet... Et, cum mane transirent, viderunt ficum aridam a
radicibus. Et recordatus Petrus dixit ei: Rabbi,
ecce ficus, cui maledixisti, aruit: nunca jamás coma ya nadie de ti... Y a
la mañana siguiente vieron los discípulos, al pasar, que la higuera se había
secado de raíz. Con lo cual, acordándose Pedro de lo sucedido, le dijo:
Maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado (Mc 11,14-21). San
Lucas recuerda el mandato del Creador: sex
dies sunt in quibus oportet operari (13, 14). San Pablo insiste una y, otra
vez en la necesidad de trabajar con rectitud de intención: operamini sicut Domino, et non hominibus, trabajad como para el
Señor, y no para los hombres (Col 3, 23); y exhorta a llevar una vida quieta,
laboriosa, de trabajo (cfr. 1 Ts 4, 11, 2 Ts, 3, 10; 2 Ts 3, 12), dando a sus
discípulos un ejemplo constante, que le hace exclamar con santo orgullo: quae mihi opus erant, et his, qui mecum
sunt, ministraverunt manus istae, he trabajado con mis manos, para lograr
lo que era necesario para mí y para los que estaban conmigo (Hch 20, 34). Y
así, con su trabajo profesional, (Hch 18, 3), mantiene a sus companeros, les da
doctrina, ejercita su apostolado, y puede decir lleno de gozo: nonne opus meum vos estis in Domino?
¿Acaso no sois mi trabajo en el Señor? (1 Co 9,1)“. „Son muchas -añade Mons.
Del Portillo, encuadrando su enumeración con unas reflexiones encaminadas a
poner de manifiesto el sentido y alcance de esas referencias- las citas de la
Sagrada Escritura que se pueden aducir en sufragio de la afirmación de que el
hombre tiene que trabajar, porque -así lo manda Dios. Y nuestro Fundador sacó
la consecuencia: Si cumpliendo la Voluntad de Dios nos hacemos santos,
trabajando -en nuestro trabajo ordinario, en el lugar en que nos puso Dios- nos
haremos santos también, y podremos llevar a otros por caminos de santidad (...). La doctrina de nuestro Fundador
devuelve al trabajo ordinario su puesto específico en la economía de la
creación, y deduce la consecuencia lógica: el trabajo ordinario, hecho con
perfección, porque lo quiere Dios, elevado al orden sobrenatural, es medio de
santificación -de perfección cristiana- y, por tanto, de apostolado“ (Instrucción V-1935/14-IX-1950,
comentario al n. 59).
[13] 13 Es Cristo
que pasa, n. 14. Otros comentarios a los años de trabajo de Jesús en Conversaciones, nn. 24 y 70; Es Cristo que pasa, nn. 20 y 22, Amigos de Dios, nn. 56, 81 y 121. Sobre
el texto de Jn 12, 32 y su importancia en la experiencia espiritual y la
predicación del Beato Josemaría, volveremos más adelante, en el capítulo III.
Sobre los presupuestos teológicos de la ejemplaridad de la totalidad de la vida
de Cristo, ver G. TANZELLANITTI, „Perfectus
Deus, perfectus homo“. Reflexiones
sobre la ejemplaridad del misterio de la Encarnación en las enseñanzas del
Beato Josemaría, en „Romana“ 13 (1997) 359-381.
[14] 14 De la función que la referencia a los primeros
cristianos tiene en el espíritu del Fundador del Opus Dei nos ocuparemos de
nuevo en páginas posteriores.
[18] 18 Véase, por ejemplo: Hch 20,34; 1 Co 4,12; 2 Co
11,12; 12,13; Ef 4,28; 1 Ts 4,11; 2 Ts 3,8-10.
[19] 19 Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, 12,
2-4; versión castellana de Daniel Ruiz Bueno en Los Padres Apostólicos, Madrid
1956, p. 90.
[20] 20 Carta 31-V-1954,
n. 18; en párrafo inmediamente anterior, escribe „íntimamente ligado a la misma
esencia de la espiritualidad propia de los miembros del Opus Dei, está para
nosotros el trabajo, el ejercicio de la propia profesión u oficio, elevado o
humilde según criterios humanos, porque para Dios la categoría del oficio
depende de la categoría sobrenatural del que lo ejercita“.
[22] 22 Sobre el trabajo en la tradición monástica ver R.
SORG, Towards a benedictine Theology of
Manual Labor, Lisle (Illinois, USA) 1951; D. SAVRAMIS, „Ora et labora“ bei Basileos dem Grossen, en „Mittelalterliches Jahrbuch” 2 (1965) 22-37; A. BENITO, Los monacatos de San Basilio y San Agustin,
su coincidencia en el pensamiento sobre el trabajo corporal, en „Augustinus“ 17 (1972) 357-396; AA.VV., El trabajo monastico, „Yermo“, 13 (1975), pp. 3-352 (se trata
de las actas de la XII Semana de Estudios Monásticos dedicada a ese tema,
celebrada en septiembre de 1971); P. MINARD, El trabajo en el monacato de vida simple, en „Yermo“, 14 (1976), pp. 161-175; A. QUACQUARELLI, Travail. Au temps des Péres (1er-7e siècles), en Dictionaire de Spiritualité, t. 15, París 1991, cols. 1190-1207,
especialmente cols. 1204-1206.
[23] 23 JUAN CASIANO, De institutis
coenobiorum, 2, 14 (ed. M. Petschening en „Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum“, vol. XVII, Viena
1888, p. 29; versión castellana: Instituciones
Cenobíticas, Ed. Rialp, Colección Neblí, Madrid 1957, p. 7).
[24] 24 SAN ATANASIO, Vida
de San Antonio, 3 (PG 26, 844); en términos análogos se expresan San
Agustín, sobre el que remito a mi estudio Trabajo
y vida cristiana en San Agustín, en „Revista
Agustiniana“ 38 (1997) 339-377 (recogido iuego en J. L. ILLANES, Ante Dios y en el mundo, cit., pp.
63-91), Y San Benito, Regula
Monasteriorum, 48, 8 (ed, R. Hanslik, en „Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum“, vol. 7-5, Viena
1950, p. 116; texto latino y versión castellana en San Benito. Su vida y su regla, edición dirigida por García M.
Colombas, Madrid 1968, pp. 588-589). Sobre las cuestiones histórico-críticas
respecto al origen de la Regla de San Benito pueden encontrarse resúmenes en P.
SCHMITZ, Benoit, Saint, en Dictionnaire de Spiritualité, t. 1,
París 1937, cols. 1372-1388, y L. BOUYER, La
spiritualità dei Padri, Bolonia 1986, 260-271 (es la edición italiana,
actualizada por otros autores, de la segunda parte del original francés La spiritualité du Nouveau Testament et des
Péres, París 1961), así como en I. M. GÓMEZ, Regla del maestro-Regla de San Benito, Zamora 1988, que ofrece el
texto comparado de ambas reglas.
[25] 25 De
institutis coenobiorum, 2, 12 (ed. Hanslik, pp. 28-29; versión castellana,
pp. 73-74); véase SAN BENITO, Regula,
48, 1 (ed. cit., p. 114; pp. 586-587).
[26] 26 Casiano recoge esta historia al final del tratado
sobre la pereza (De institutis
coenobiorum, 10, 24 (ed. citada, pp. 192-219; versión castellana, pp.
370-380).
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