LA FE
EXPLICADA
CAPÍTULO
III
LA
UNIDAD Y TRINIDAD DE DIOS
¿Cómo es que son tres? Estoy seguro que ninguno de nosotros se molestaría
en explicar un problema de física nuclear a un niño de cinco años. Y, sin
embargo, la distancia que hay entre la inteligencia de un niño de cinco años y
los últimos avances de la ciencia es nada comparada con la que existe entre la
más brillante mente humana y la verdadera naturaleza de Dios. Hay un límite a
lo que la mente humana -aun en condiciones óptimas- puede captar y entender.
Dado que Dios es un Ser infinito, ningún intelecto creado, por dotado que
esté, puede alcanzar sus profundidades.
Por eso, Dios, al revelarnos la verdad sobre Sí mismo, tiene que contentarse
con enunciarnos sencillamente cuál es esa verdad; el «cómo» de ella está tan
lejos de nuestras facultades en esta vida, que ni Dios mismo trata de
explicárnoslo.
Una de estas verdades es que, habiendo un solo Dios, existen en El tres
Personas divinas -Padre, Hijo y Espíritu Santo-. Hay una sola naturaleza divina,
pero tres Personas divinas.
En lo humano, «naturaleza» y «persona» son prácticamente una y la misma
cosa. Si en una habitación hay tres personas, tres naturalezas humanas están
presentes; si sólo está una naturaleza humana presente, hay una sola persona.
Así, cuando tratamos de pensar en Dios como tres Personas con una y la misma
naturaleza, nos encontramos como dando cabezazos contra un muro.
Por esta razón llamamos a las verdades de fe como esta de la Santísima
Trinidad «misterios de fe». Las creemos porque Dios nos las ha manifestado, y
El es infinitamente sabio y veraz. Pero para saber cómo puede ser así tenemos
que esperar a que El se nos manifieste del todo en el cielo.
Por supuesto, los teólogos pueden aclarárnoslo un poquito. Explican que la
distinción entre las tres Personas divinas se basa en la relación que existe
entre ellas. Está Dios Padre, quien mira en su mente divina, y se ve cómo es
realmente, formulando un pensamiento de Sí mismo. Tú y yo, muchas veces,
hacemos lo mismo. Volvemos nuestra mirada sobre nosotros mismos y formamos un
pensamiento sobre nosotros. Este pensamiento se expresa en las palabras
silenciosas «Juan Pérez» o «María García».
Pero hay una diferencia entre nuestro propio conocimiento y el de Dios
sobre Sí mismo.
Nuestro conocimiento propio es imperfecto, incompleto. (Nuestros amigos
podrían decirnos cosas sobre nosotros que nos sorprenderían, ¡sin contar lo que
dirían nuestros enemigos!) Pero, aun si nos conociéramos perfectamente, aun si
el concepto que de nosotros tenemos al enunciar en silencio nuestro nombre
fuera completo, o sea una perfecta reproducción de nosotros mismos, tan sólo
sería un pensamiento que no saldría de nuestro interior, sin existencia
independiente, sin vida propia. El pensamiento cesaría de existir, aun en mi mente,
tan pronto como volviera mi atención a otra cosa. La razón es que la existencia
o la vida no son parte necesaria de un retrato mío. Hubo un tiempo en que yo no
existía en absoluto, y volvería inmediatamente a la nada si Dios no me mantuviera
en la existencia.
Pero con Dios las cosas son muy distintas. El existir pertenece a la misma
naturaleza divina. No hay otra manera de concebir a Dios adecuadamente que
diciendo que es el Ser que nunca tuvo principio, el que siempre fue y siempre será.
La única definición real que podemos dar de Dios es decir «El que es». Así se
definió a Moisés, recordarás: «Yo soy el que soy.» Si el concepto que Dios
tiene de Sí mismo ha de ser un pensamiento infinitamente completo y perfecto,
tiene que incluir la existencia, ya que el existir es de la naturaleza de Dios.
La imagen que Dios ve de Sí mismo, la Palabra silenciosa con que eternamente se
expresa a Sí mismo, debe tener una existencia propia, distinta. A este
Pensamiento vivo en que Dios se expresa a Sí mismo perfectamente lo llamamos
Dios Hijo. Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo; Dios Hijo es la
expresión del conocimiento que Dios tiene de Sí. Así, la segunda Persona de la
Santísima Trinidad es llamada Hijo precisamente porque es generado por toda la
eternidad, engendrado en la mente divina del Padre.
También se le llama el Verbo de Dios, porque es la «Palabra mental» en que
la mente divina expresa el pensamiento de Sí mismo.
Luego, Dios Padre (Dios conociéndose a Sí mismo) y Dios Hijo (el conocimiento
de Dios sobre Sí mismo) contemplan la naturaleza que ambos poseen en común. Al
verse (hablamos, por su puesto, en términos humanos), contemplan en esa
naturaleza todo lo que es bello y bueno -es decir, todo lo que produce amor- en
grado infinito.
Y así la voluntad divina mueve un acto de amor infinito hacia la bondad y
belleza divinas.
Dado que el amor de Dios a Sí mismo, como el cono cimiento de Dios de Sí
mismo, son de la misma naturaleza divina, tiene que ser un amor vivo. Este amor
infinitamente perfecto, infinitamente intenso, que eternamente fluye del Padre
y del Hijo es el que llamamos Espíritu Santo, «que procede del Padre y del
Hijo». Es la tercera Persona de la Santísima Trinidad.
- Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo.
- Dios Hijo es la expresión del conocimiento de Dios de Sí mismo.
- Dios Espíritu Santo es el resultado del amor de Dios a Sí mismo.
Esta es la Santísima Trinidad: tres Personas divinas en un solo Dios, una
naturaleza divina.
Un pequeño ejemplo podría aclararnos la relación que existe entre las tres
Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Supón que te miras en un espejo de cuerpo entero. Ves una imagen perfecta
de ti mismo con una excepción: no es más que un reflejo en el espejo. Pero si
la imagen saliera de él y se pusiera a tu lado, viva y palpitante como tú,
entonces sí que sería tu imagen perfecta.
Pero no habría dos tú, sino un solo Tú, una naturaleza humana. Habría dos
«personas», pero sólo una mente y una voluntad, compartiendo el mismo
conocimiento y los mismos pensamientos.
Luego, ya que el amor de sí (el amor de sí bueno) es natural a todo ser
inteligente, habría una corriente de amor ardiente y mutuo entre tú y tu
imagen. Ahora, da rienda suelta a tu fantasía, y piensa en el ser de este amor
como una parte tan de ti mismo, tan hondamente enraizado en tu misma
naturaleza, que llegara a ser una reproducción viva y palpitante de ti mismo.
Este amor sería una «tercera persona» (pero todavía nada más que un Tú,
recuerda; sólo una naturaleza humana), una tercera persona que estaría entre tú
y tu imagen, y los tres unidos mano en mano, tres personas en una naturaleza
humana.
Quizá este vuelo de la imaginación pueda ayudarnos a entender opacamente la
relación que existe entre las tres Personas de la Santísima Trinidad: Dios
Padre «mirándose» a Sí mismo en su mente divina y mostrando allí la Imagen de
Sí, tan infinitamente perfecta que es una imagen viva, Dios Hijo; y Dios Padre
y Dios Hijo amando la naturaleza divina que ambos poseen en común como amor vivo,
Dios Espíritu Santo. Tres personas divinas, una naturaleza divina.
Si el ejemplo que he utilizado no ayuda nada a nuestro concepto de la
Santísima Trinidad, no tenemos por qué sentir frustración. Tratamos con un
misterio de fe, y nadie, ni el mayor de los teólogos, puede aspirar a
comprenderlo realmente. A lo más que puede llegarse es a distintos grados de
ignorancia.
Nadie debe sentirse frustrado si hay misterios de fe. Sólo una persona
enferma de soberbia intelectual consumada pretenderá abarcar lo infinito, la
insondable profundidad de la naturaleza de Dios. Más que resentir nuestras
humanas limitaciones, tenemos que movernos al agradecimiento porque Dios se ha
dignado decirnos tanto sobre Sí mismo, sobre su naturaleza íntima.
Al pensar en la Trinidad Beatísima tenemos que estar en guardia contra un
error: No podemos pensar en Dios Padre como el que «viene primero», y en Dios
Hijo como el que viene después y Dios Espíritu Santo un poco más tarde todavía.
Los tres son igualmente eternos al poseer la misma naturaleza divina; el Verbo
de Dios y el Amor de Dios son tan sin tiempo como la Naturaleza de Dios. Y Dios
Hijo y Dios Espíritu Santo no están subordinados al Padre en modo alguno;
ninguna de las Personas es más poderosa, más sapiente, más grande que las
demás. Las tres tienen igual perfección infinita, igualdad basada en la única
naturaleza divina que las tres poseen.
Sin embargo, atribuimos a cada Persona divina ciertas obras, ciertas
actividades, que parecen más apropiadas a la particular relación de esta o
aquella Persona divina. Por ejemplo, atribuimos a Dios Padre la obra de la
creación, ya que pensamos en El como el «generador», el instigador, el motor de
todas las cosas, la sede del infinito poder que Dios posee.
Parecidamente, ya que Dios Hijo es el Conocimiento o la Sabiduría del
Padre, le adscribimos las obras de sapiencia; es El quien vino a la tierra para
darnos a conocer la verdad y salvar el abismo entre Dios y el hombre.
Finalmente, dado que el Espíritu Santo es el Amor infinito, le apropiamos
las obras de amor, especialmente la santificación de las almas, ya que resulta
de la inhabitación del Amor de Dios en nuestra alma.
Dios Padre es el Creador, Dios Hijo es el Redentor, Dios Espíritu Santo es
el Santificador.
Y, sin embargo, lo que Uno hace, lo hacen Todos; donde Uno está, están los
tres.
Este es el misterio de la Trinidad Santísima: la infinita variedad en la
unidad absoluta, cuya belleza nos colmará en el cielo.
(cont)
Leo J. Trese
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