11/05/2018

Leitura espiritual

LIBRO DE LA VIDA


Segundo a edição de 1562


PRÓLOGO



CAPÍTULO 20

8. También deja un desasimiento extraño, que yo no podré decir cómo es. Paréceme que puedo decir es diferente en alguna manera, -digo, más que estotras cosas de sólo espíritu-; porque ya que estén cuanto al espíritu con todo desasimiento de las cosas, aquí parece quiere el Señor el mismo cuerpo lo ponga por obra, y hácese una extrañeza nueva para con las cosas de la tierra, que es muy penosa la vida.

9. Después da una pena, que ni la podemos traer a nosotros ni venida se puede quitar. Yo quisiera harto dar a entender esta gran pena y creo no podré, mas diré algo si supiere. Y hase de notar, que estas cosas son ahora muy a la postre, después de todas las visiones y revelaciones que escribiré; y el tiempo que solía tener oración, adonde el Señor me daba tan grandes gustos y regalos, ahora, ya que eso no cesa algunas veces, las más y lo más ordinario es esta pena que ahora diré.

Es mayor y menor. De cuando es mayor quiero ahora decir, porque,
aunque adelante diré de estos grandes ímpetus que me daban cuando me quiso el Señor dar los arrobamientos, no tiene más que ver, a mi parecer, que una cosa muy corporal a una muy espiritual, y creo no lo encarezco mucho. Porque aquella pena parece, aunque la siente el alma, es en compañía del cuerpo; entrambos parece participan de ella, y no es con el extremo del desamparo que en ésta.

Para la cual -como he dicho- no somos parte, sino muchas veces a deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y de este deseo, que penetra toda el alma en un punto, se comienza tanto a fatigar, que sube muy sobre sí y de todo lo criado, y pónela Dios tan desierta de todas las cosas, que por mucho que ella trabaje, ninguna que la acompañe le parece hay en la tierra, ni ella la querría, sino morir en aquella soledad. Que la hablen y ella se quiera hacer toda la fuerza posible a hablar, aprovecha poco; que su espíritu, aunque ella más haga, no se quita de aquella soledad.

Y con parecerme que está entonces lejísimo Dios, a veces comunica sus grandezas por un modo el más extraño que se puede pensar; y así no se sabe decir, ni creo lo creerá ni entenderá sino quien hubiere pasado por ello; porque no es la comunicación para consolar, sino para mostrar la razón que tiene de fatigarse de estar ausente de bien que en sí tiene todos los bienes.

10. Con esta comunicación crece el deseo y el extremo de soledad en que se ve, con una pena tan delgada y penetrativa que, aunque el alma se estaba puesta en aquel desierto, que al pie de la letra me parece se puede entonces decir (y por ventura lo dijo el real Profeta
estando en la misma soledad, sino que como a santo se la daría el Señor a sentir en más excesiva manera): Vigilavi, et factus sum sicut passer solitarius in tecto; y así, se me representa este verso entonces que me parece lo veo yo en mí, y consuélame ver que han sentido otras personas tan gran extremo de soledad, cuánto más tales.

Así parece que está el alma no en sí, sino en el tejado o techo de sí misma y de todo lo criado; porque aun encima de lo muy superior del alma me parece que está.

11. Otras veces parece anda el alma como necesitadísima, diciendo y preguntando a sí misma: ¿Dónde está tu Dios? Es de mirar que el romance de estos versos yo no sabía bien el que era, y después que lo entendía me consolaba de ver que me los había traído el Señor a la memoria sin procurarlo yo. Otras me acordaba de lo que dice San Pablo, que está crucificado al mundo. No digo yo que sea esto así, que ya lo veo; mas paréceme que está así el alma, que ni del cielo le viene consuelo ni está en él, ni de la tierra le quiere ni está en ella, sino como crucificada entre el cielo y la tierra, padeciendo sin venirle socorro de ningún cabo. Porque el que le viene del cielo (que es, como he dicho, una noticia de Dios tan admirable, muy sobre todo lo que podemos desear), es para más tormento; porque acrecienta el deseo de manera que, a mi parecer, la gran pena algunas veces quita el sentido, sino que dura poco sin él.

Parecen unos tránsitos de la muerte, salvo que trae consigo un tan gran contento este padecer, que no sé yo a qué lo comparar. Ello es un recio martirio sabroso, pues todo lo que se le puede representar al alma de la tierra, aunque sea lo que le suele ser más sabroso, ninguna cosa admite; luego parece lo lanza de sí.

Bien entiende que no quiere sino a su Dios; mas no ama cosa particular de El, sino todo junto le quiere y no sabe lo que quiere.

Digo «no sabe», porque no representa nada la imaginación; ni, a mi parecer, mucho tiempo de lo que está así no obran las potencias.

Como en la unión y arrobamiento el gozo, aquí la pena las suspende.

12. ¡Oh Jesús! ¡Quién pudiera dar a entender bien a vuestra merced esto, aun para que me dijera lo que es, porque es en lo que ahora anda siempre mi alma! Lo más ordinario, en viéndose desocupada, es puesta en estas ansias de muerte, y teme, cuando ve que comienzan, porque no se ha de morir; mas llegada a estar en ello, lo que hubiese de vivir querría en este padecer; aunque es tan excesivo, que el sujeto le puede mal llevar, y así algunas veces se me quitan todos los pulsos casi, según dicen las que algunas veces se llegan a mí de las hermanas que ya más lo entienden, y las canillas muy abiertas, y las manos tan yertas que yo no las puedo algunas veces juntar; y así me queda dolor hasta otro día en los pulsos y en el cuerpo, que parece me han descoyuntado.

13. Yo bien pienso alguna vez ha de ser el Señor servido, si va adelante como ahora, que se acabe con acabar la vida, que, a mi parecer, bastante es tan gran pena para ello, sino que no lo merezco yo. Toda la ansia es morirme entonces. Ni me acuerdo de purgatorio, ni de los grandes pecados que he hecho, por donde merecía el infierno. Todo se me olvida con aquella ansia de ver a Dios; y aquel desierto y soledad le parece mejor que toda la compañía del mundo.

Si algo la podría dar consuelo, es tratar con quien hubiese pasado por este tormento; y ver que, aunque se queje de él, nadie le parece la ha de creer, [14] también la atormenta; que esta pena es tan crecida que no querría soledad como otras, ni compañía sino con quien se pueda quejar. Es como uno que tiene la soga a la garganta y se está ahogando, que procura tomar huelgo. Así me parece que este deseo de compañía es de nuestra flaqueza; que como nos pone la pena en peligro de muerte (que esto sí, cierto, hace; yo me he visto en este peligro algunas veces con grandes enfermedades y ocasiones, como he dicho, y creo podría decir es éste tan grande como todos), así el deseo que el cuerpo y alma tienen de no se apartar es el que pide socorro para tomar huelgo y, con decirlo y quejarse y divertirse, buscar remedio para vivir muy contra voluntad del espíritu o de lo superior del alma, que no querría salir de esta pena.

15. No sé yo si atino a lo que digo o si lo sé decir, mas, a todo mi parecer, pasa así. Mire vuestra merced qué descanso puede tener en esta vida, pues el que había -que era la oración y soledad, porque allí me consolaba el Señor- es ya lo más ordinario este tormento, y es tan sabroso y ve el alma que es de tanto precio, que ya le quiere más que todos los regalos que solía tener. Parécele más seguro, porque es camino de cruz, y en sí tiene un gusto muy de valor, a mi parecer, porque no participa con el cuerpo sino pena, y el alma es la que padece y goza sola del gozo y contento que da este padecer.

No sé yo cómo puede ser esto, mas así pasa, que, a mi parecer, no trocaría esta merced que el Señor me hace (que bien de su mano – y como he dicho - nonada adquirida de mí, porque es muy muy sobrenatural) por todas las que después diré; no digo juntas, sino tomada cada una por sí. Y no se deje de tener acuerdo que es después de todo lo que va escrito en este libro y en lo que ahora me tiene el Señor.

Digo que estos ímpetus es después de las mercedes que aquí van, que me ha hecho el Señor.

16. Estando yo a los principios con temor (como me acaece casi en cada merced que me hace el Señor, hasta que con ir adelante Su Majestad asegura), me dijo que no temiese y que tuviese en más esta merced que todas las que me había hecho; que en esta pena se purificaba el alma, y se labra o purifica como el oro en el crisol, para poder mejor poner los esmaltes de sus dones, y que se purgaba allí lo que había de estar en purgatorio.

Bien entendía yo era gran merced, mas quedé con mucha más seguridad, y mi confesor me dice que es bueno. Y aunque yo temí, por ser yo tan ruin, nunca podía creer que era malo; antes, el muy sobrado bien me hacía temer, acordándome cuán mal lo tengo merecido. Bendito sea el Señor que tan bueno es. Amén.

SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA