Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 20
8.
También deja un desasimiento extraño, que yo no podré decir cómo es. Paréceme
que puedo decir es diferente en alguna manera, -digo, más que estotras cosas de
sólo espíritu-; porque ya que estén cuanto al espíritu con todo desasimiento de
las cosas, aquí parece quiere el Señor el mismo cuerpo lo ponga por obra, y hácese
una extrañeza nueva para con las cosas de la tierra, que es muy penosa la vida.
9.
Después da una pena, que ni la podemos traer a nosotros ni venida se puede
quitar. Yo quisiera harto dar a entender esta gran pena y creo no podré, mas
diré algo si supiere. Y hase de notar, que estas cosas son ahora muy a la
postre, después de todas las visiones y revelaciones que escribiré; y el tiempo
que solía tener oración, adonde el Señor me daba tan grandes gustos y regalos, ahora,
ya que eso no cesa algunas veces, las más y lo más ordinario es esta pena que
ahora diré.
Es
mayor y menor. De cuando es mayor quiero ahora decir, porque,
aunque
adelante diré de estos grandes ímpetus que me daban cuando me quiso el Señor
dar los arrobamientos, no tiene más que ver, a mi parecer, que una cosa muy
corporal a una muy espiritual, y creo no lo encarezco mucho. Porque aquella
pena parece, aunque la siente el alma, es en compañía del cuerpo; entrambos parece
participan de ella, y no es con el extremo del desamparo que en ésta.
Para
la cual -como he dicho- no somos parte, sino muchas veces a deshora viene un
deseo que no sé cómo se mueve, y de este deseo, que penetra toda el alma en un
punto, se comienza tanto a fatigar, que sube muy sobre sí y de todo lo criado,
y pónela Dios tan desierta de todas las cosas, que por mucho que ella trabaje, ninguna
que la acompañe le parece hay en la tierra, ni ella la querría, sino morir en
aquella soledad. Que la hablen y ella se quiera hacer toda la fuerza posible a
hablar, aprovecha poco; que su espíritu, aunque ella más haga, no se quita de
aquella soledad.
Y
con parecerme que está entonces lejísimo Dios, a veces comunica sus grandezas
por un modo el más extraño que se puede pensar; y así no se sabe decir, ni creo
lo creerá ni entenderá sino quien hubiere pasado por ello; porque no es la
comunicación para consolar, sino para mostrar la razón que tiene de fatigarse
de estar ausente de bien que en sí tiene todos los bienes.
10.
Con esta comunicación crece el deseo y el extremo de soledad en que se ve, con
una pena tan delgada y penetrativa que, aunque el alma se estaba puesta en
aquel desierto, que al pie de la letra me parece se puede entonces decir (y por
ventura lo dijo el real Profeta
estando
en la misma soledad, sino que como a santo se la daría el Señor a sentir en más
excesiva manera): Vigilavi, et factus sum sicut passer solitarius in tecto; y
así, se me representa este verso entonces que me parece lo veo yo en mí, y
consuélame ver que han sentido otras personas tan gran extremo de soledad,
cuánto más tales.
Así
parece que está el alma no en sí, sino en el tejado o techo de sí misma y de
todo lo criado; porque aun encima de lo muy superior del alma me parece que
está.
11.
Otras veces parece anda el alma como necesitadísima, diciendo y preguntando a
sí misma: ¿Dónde está tu Dios? Es de mirar que el romance de estos versos yo no
sabía bien el que era, y después que lo entendía me consolaba de ver que me los
había traído el Señor a la memoria sin procurarlo yo. Otras me acordaba de lo
que dice San Pablo, que está crucificado al mundo. No digo yo que sea esto así,
que ya lo veo; mas paréceme que está así el alma, que ni del cielo le viene
consuelo ni está en él, ni de la tierra le quiere ni está en ella, sino como
crucificada entre el cielo y la tierra, padeciendo sin venirle socorro de
ningún cabo. Porque el que le viene del cielo (que es, como he dicho, una
noticia de Dios tan admirable, muy sobre todo lo que podemos desear), es para
más tormento; porque acrecienta el deseo de manera que, a mi parecer, la gran
pena algunas veces quita el sentido, sino que dura poco sin él.
Parecen
unos tránsitos de la muerte, salvo que trae consigo un tan gran contento este
padecer, que no sé yo a qué lo comparar. Ello es un recio martirio sabroso,
pues todo lo que se le puede representar al alma de la tierra, aunque sea lo
que le suele ser más sabroso, ninguna cosa admite; luego parece lo lanza de sí.
Bien
entiende que no quiere sino a su Dios; mas no ama cosa particular de El, sino
todo junto le quiere y no sabe lo que quiere.
Digo
«no sabe», porque no representa nada la imaginación; ni, a mi parecer, mucho
tiempo de lo que está así no obran las potencias.
Como
en la unión y arrobamiento el gozo, aquí la pena las suspende.
12.
¡Oh Jesús! ¡Quién pudiera dar a entender bien a vuestra merced esto, aun para
que me dijera lo que es, porque es en lo que ahora anda siempre mi alma! Lo más
ordinario, en viéndose desocupada, es puesta en estas ansias de muerte, y teme,
cuando ve que comienzan, porque no se ha de morir; mas llegada a estar en ello,
lo que hubiese de vivir querría en este padecer; aunque es tan excesivo, que el
sujeto le puede mal llevar, y así algunas veces se me quitan todos los pulsos casi,
según dicen las que algunas veces se llegan a mí de las hermanas que ya más lo
entienden, y las canillas muy abiertas, y las manos tan yertas que yo no las
puedo algunas veces juntar; y así me queda dolor hasta otro día en los pulsos y
en el cuerpo, que parece me han descoyuntado.
13.
Yo bien pienso alguna vez ha de ser el Señor servido, si va adelante como
ahora, que se acabe con acabar la vida, que, a mi parecer, bastante es tan gran
pena para ello, sino que no lo merezco yo. Toda la ansia es morirme entonces.
Ni me acuerdo de purgatorio, ni de los grandes pecados que he hecho, por donde merecía
el infierno. Todo se me olvida con aquella ansia de ver a Dios; y aquel
desierto y soledad le parece mejor que toda la compañía del mundo.
Si
algo la podría dar consuelo, es tratar con quien hubiese pasado por este
tormento; y ver que, aunque se queje de él, nadie le parece la ha de creer,
[14] también la atormenta; que esta pena es tan crecida que no querría soledad
como otras, ni compañía sino con quien se pueda quejar. Es como uno que tiene
la soga a la garganta y se está ahogando, que procura tomar huelgo. Así me
parece que este deseo de compañía es de nuestra flaqueza; que como nos pone la
pena en peligro de muerte (que esto sí, cierto, hace; yo me he visto en este
peligro algunas veces con grandes enfermedades y ocasiones, como he dicho, y
creo podría decir es éste tan grande como todos), así el deseo que el cuerpo y
alma tienen de no se apartar es el que pide socorro para tomar huelgo y, con
decirlo y quejarse y divertirse, buscar remedio para vivir muy contra voluntad del
espíritu o de lo superior del alma, que no querría salir de esta pena.
15.
No sé yo si atino a lo que digo o si lo sé decir, mas, a todo mi parecer, pasa
así. Mire vuestra merced qué descanso puede tener en esta vida, pues el que
había -que era la oración y soledad, porque allí me consolaba el Señor- es ya
lo más ordinario este tormento, y es tan sabroso y ve el alma que es de tanto
precio, que ya le quiere más que todos los regalos que solía tener. Parécele más
seguro, porque es camino de cruz, y en sí tiene un gusto muy de valor, a mi
parecer, porque no participa con el cuerpo sino pena, y el alma es la que
padece y goza sola del gozo y contento que da este padecer.
No
sé yo cómo puede ser esto, mas así pasa, que, a mi parecer, no trocaría esta
merced que el Señor me hace (que bien de su mano – y como he dicho - nonada
adquirida de mí, porque es muy muy sobrenatural) por todas las que después
diré; no digo juntas, sino tomada cada una por sí. Y no se deje de tener
acuerdo que es después de todo lo que va escrito en este libro y en lo que
ahora me tiene el Señor.
Digo
que estos ímpetus es después de las mercedes que aquí van, que me ha hecho el
Señor.
16.
Estando yo a los principios con temor (como me acaece casi en cada merced que
me hace el Señor, hasta que con ir adelante Su Majestad asegura), me dijo que
no temiese y que tuviese en más esta merced que todas las que me había hecho;
que en esta pena se purificaba el alma, y se labra o purifica como el oro en el
crisol, para poder mejor poner los esmaltes de sus dones, y que se purgaba allí
lo que había de estar en purgatorio.
Bien
entendía yo era gran merced, mas quedé con mucha más seguridad, y mi confesor
me dice que es bueno. Y aunque yo temí, por ser yo tan ruin, nunca podía creer
que era malo; antes, el muy sobrado bien me hacía temer, acordándome cuán mal
lo tengo merecido. Bendito sea el Señor que tan bueno es. Amén.
SANTA
TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA