Anoche disfrutamos de una
Vigilia Pascual preciosa, en la que pudimos sentir muy fuerte al Señor. Cada
rito, cada gesto, era un grito de alegría y de triunfo que nos llevaba a Él. Al
llegar a la homilía, nuestro párroco sacó un folio totalmente escrito y (algo
que nunca ha hecho) dijo que la homilía de esta noche la iba a leer.
-Sí, -nos explicó- es que le he
escrito una carta al Señor... ¡y me ha contestado!
Y comenzó a leer las dos
cartas. Nos impresionó tanto, que le hemos pedido permiso para compartir algún
fragmento de esta original homilía contigo. Respondió encantado, ¡y hasta nos
mandó el texto! Así, pues, dejamos que sea él quien hoy nos lleve al Señor.
Querido Pedro:
Claro que crees en tu
Resurrección. Cada vez que has resurgido detrás de cada fracaso, cada vez que
te has levantado después de cada caída, cada vez que has enarbolado la
esperanza después de cada derrota, cada vez que ha renacido el amor detrás de
cada desilusión, cada vez que has curado tus heridas después de cada sufrimiento…
después de cada una… has resucitado. Detrás de cada una estaba Yo, venciendo a
la muerte, al pecado y la desesperanza. Ofreciéndote una mañana, un nuevo
comenzar. Son sólo ensayos de la gran Resurrección. Aquel día verás y
comprenderás todo.
Mientras te pido tres cosas:
La primera: que sigas
corriendo. Corriendo hacia la vida, hacia la luz. No te pares ni te paralices.
No tengas miedo. Yo soy la luz que vence la muerte que te asedia e incluso
habita dentro de ti. Deja que empuje tu vida mi amor y mi misericordia. No te
puedo garantizar que no haya obstáculos, pero sí la seguridad de que para Dios
nada hay imposible y es posible vencerlos. Te prometo que tendrás luz, al
menos, para saber dar el paso siguiente. Ánimo y a correr.
Te pido que sigas llevando en
tus manos el bálsamo y los perfumes como María Magdalena. Usa esos bálsamos
para curar heridas, para aliviar desencantos, para devolver al esperanza, para
dar vida a los demás. Y de vez en cuando abre los frascos de esos bálsamos y
deja que se llenen de mi misericordia. Yo tengo ríos enteros de misericordia
para todos. Te dejo mis sacramentos para que mi presencia llene tu corazón de
gozo y alegría, de ánimo y fuerza, de gracia e ilusión para que sigas amando,
sigas luchando, sigas viviendo.
Te pido que no corras sólo, que
lo hagas como aquellas mujeres: con otros. Ya te lo dije: donde dos o más estén
reunidos, allí estoy Yo. La muerte nos separa y divide, pero la vida, la
resurrección nos une, nos hermana en eso que recitas en el credo: la comunión
de los santos. Cada vez que buscas al hermano, compartes con Él la vida y el
pan, cada vez que escuchas y dialogas, cada vez que haces tuyas sus
preocupaciones y tristezas… resucito Yo como germen de nueva humanidad. Te dejo
mi Iglesia, familia, escuela y taller de fraternidad. Pero no hagáis como los
primeros discípulos que dejaron puertas y ventanas cerradas por temor a los
judíos. No. Abrid las puertas y ventanas para que entre la vida y para que mi
Vida salga… allí donde se necesite resurrección. Porque, lo siento, Pedro: ya
resucitado no te pertenezco. No soy tuyo, ni de la Iglesia. Más bien, vosotros
sois míos. Yo más bien soy para aquellos que me necesitan, que necesitan salir
de sus sepulcros, que necesitan luz de esperanza, agua de misericordia, pan de
caridad. Los que necesitan el pan de cada día, el pan de resurrección y Vida.
Así que Yo, Cristo Resucitado,
te dejo eso: un camino, unos compañeros y una meta. Brújula no te dejo, no la
necesitas. Recuerda que yo soy tu norte y te basta. Si llevas la meta en tu
corazón será fácil. Te diría que nos volveremos a ver, pero mentiría. Tú ya
sabes que puedes verme si cierras los ojos en ti, puedes verme y abrazarme si
amas en el hermano (te recuerdo que me disfrazo muchas veces de pobre), puedes verme
y tocarme y saborearme si tienes sed y acudes a ellos, a mis sacramentos y mi
Palabra. No tengas miedo, esto es un ensayo… para prepararte al gozo inmenso
que te espera.
Te he querido, te quiero y te
querré siempre,
Jesús.
VIVE DE CRISTO
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