Ayer estuvimos hablando de lo fácil que es aplicarse a uno mismo las
cosas buenas, y mirar a los demás cuando los asuntos no van tan bien.
-Sí, sí, -corroboró Israel- Eso es como cuando llegan las notas de los
exámenes: "¡He aprobado!" (es decir, yo, qué genial soy) o "Me
han suspendido" (es decir, ellos, qué malos son).
Todas nos reímos con su ejemplo porque... ¡es verdad! ¿Quién no ha usado
esas frases alguna vez?
Y, ahora, en la oración, me he dado cuenta de que, muchas veces, con
Cristo hacemos lo mismo. Si nos va bien, no es difícil colgarse las medallas...
pero, si algo falla, ¿a que es sencillo mirar al cielo preguntando el por qué?
Cristo es tan bueno que nunca se queja: ni por que le echen la culpa,
ni por que le quiten el mérito. Todo lo hace por amor, para nuestro bien.
Nuestra felicidad es su alegría.
Sin embargo, un amor que se entrega siempre desea ser acogido. ¿Y
cómo? Con la confianza en las situaciones que no entendemos, y con el
agradecimiento en las cosas buenas que nos regala. Es decir, pase lo que pase,
"¡creo en Ti, creo en tu amor!"
Hoy el reto del amor es pedirle al Señor poder ser su instrumento,
llevar su amor a una persona a lo largo de la jornada. Pídele que te muestre
quién lo está necesitando más: puede que sea tu hijo, tu madre... ¡o tal vez la
cajera o el conductor de autobús! Pregunta a Cristo cómo tocar su corazón y,
¡adelante! Eso sí, al final del día, recuerda darle las gracias: tú eres
portavoz... ¡pero el Mensaje es Suyo! ¡Feliz día!
VIVE DE CRISTO
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