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«Es más triste no llorar que llorar demasiado, nuestras lágrimas
forman parte de las de Dios»
Las lágrimas son, antes que nada, un signo de sufrimiento
por el que se siente pudor y se esconde. Sin embargo, la espiritualidad
medieval hablaba del "don de lágrimas", con lo que la percepción del
llanto, incluso, recobra un nuevo sentido. De hecho, una de las bienaventuranzas
hace referencia a las lágrimas, y Cristo, a los que lloran, les promete
consuelo… De todo ello habla Anne Lécu, que además de religiosa es médico en
una cárcel en Francia, la más grande de Europa Occidental, y autora del ensayo
Des larmes, Las lágrimas, en la editorial francesa Cerf, y que recoge el diario
francés La Croix.
- ¿Las lágrimas siempre tienen el mismo significado?
- Depende de la época. Hoy a veces se llora por
tonterías, y hay quien llora de alegría. Las lágrimas van de la tristeza a la
alegría y, como María Magdalena cuando Jesús la llamó por su nombre, se puede
pasar en un mismo momento de un estado a otro. La risa tiene algo de mecánico,
mientras que las lágrimas trazan una continuidad en la gama de los
sentimientos.
- Usted dice en su libro que las lágrimas son una
secreción del cuerpo. Entonces ¿hay que tratarlas, hay que curarlas?
- Ese es el asunto. Hoy se tiende a medicar todo, y se
puede caer en la tentación de decir que hay que suprimir las lágrimas, que son
un signo de sufrimiento. A veces es así, pero no siempre. Para mí, las lágrimas
son ante todo un desbordamiento que manifiesta un exceso de algo. Lo que me
interesa es lo que dicen de la persona que llora, lo que ella escucha en sus
propias lágrimas. Muchas veces nos sentimos desbordados por las lágrimas. A
veces nos pasa que estamos llorando cuando no queremos hacerlo.
- Nuestras lágrimas ¿están relacionadas con lo que nos
pasa, con nuestra vida personal, psicológica?
- Con nuestra existencia, nuestra historia, nuestro
pasado, nuestra manera de ser... Unos lloran más que otros, que no consiguen
exteriorizar su sufrimiento, y hay otros que sufren y lo dicen. Recuerdo a una
persona en la cárcel que estaba cubierta de grandes úlceras que supuraban, y
que me dijo: “Mi cuerpo que supura, es mi alma que llora”. No conseguía llorar.
Es más triste no conseguir llorar que llorar demasiado.
- En las Escrituras, y también en el Antiguo Testamento,
se llora mucho.
- Eso es porque la Biblia cuenta nuestra historia. Un
fraile dominico que conozco dijo que cuenta lo que nos pasa alrededor, en un
radio de 5 metros... Habla de las emociones de la gente, sus conflictos, sus
alegrías...
- ¿Las lágrimas de la Biblia dicen algo en particular?
- Dicen que Dios se encarna en nuestras vidas, nuestros
fracasos, nuestras alegrías, nuestros encuentros...
- ¿Dios tiene una relación con nuestras lágrimas?
- Yo creo que sí. Y también creo que Dios llora. Cristo
llora en el Evangelio. Jesús se hizo uno de nosotros; también tengo la
impresión de que nuestras lágrimas forman parte de las suyas. Él las lleva consigo.
Cuando llora, lo hace por las lágrimas de todo el mundo. Y si Dios llora, pues
sí, hay una relación entre Dios y las lágrimas. Los autores de la Edad Media no
se equivocaban cuando hablaban del “don” de las lágrimas.
- ¿Qué es este famoso “don de lágrimas”?
- Que ante todo debemos recibir las lágrimas como un
regalo. Son un regalo porque significan la presencia de alguien. Yo creo que
quien no llora es porque está verdaderamente solo. Si llora aunque esté solo,
es que llora delante de alguien. Ese alguien puede ser Dios, puede ser también
alguien en quien está pensando y que se ha ido o ha muerto, pero que está
presente en su ausencia, se podría decir. El que está absolutamente abandonado
por su gente no llora. Todos hemos vivido esa experiencia: cuando estamos
delante de una persona de confianza, nos ponemos a llorar. Llega un amigo, se
desmorona y se pone a llorar. Las lágrimas son la señal de una presencia, por
eso son un regalo.
- ¿Esto significa que se llora por nada?
- No, no es eso. Cuando releemos los escritos de los
autores medievales, encontramos lágrimas de contrición: de arrepentimiento por
lo que se ha hecho.
- Los grandes santos lloran mucho por sus pecados.
- Sin ir a buscar a los grandes santos, sabemos muy bien
por nosotros mismos que cuando hacemos algo que habríamos preferido no hacer y
que hemos herido a alguien a quien queremos, las lágrimas, en el momento que
las derramamos, son una forma de liberación.
- También en los relatos de conversiones se derraman
muchas lágrimas.
- Yo creo que las lágrimas de conversión expresan algo
más. Llegan cuando algo en nuestra vida es más grande que nosotros, cuando
nuestra vida ha sido tocada por la trascendencia. Las lágrimas de conversión
son lágrimas de alegría. Sin ser grandes santos, e incluso sin tener fe, todo
el mundo puede vivir esta experiencia cuando, por ejemplo, se encuentra ante
una obra de arte que le emociona. El que se siente lleno de amor y alegría por
estar en los brazos de su compañera vive la misma experiencia, está tocado por
algo más grande que él.
- ¿A esto también se le puede llamar “don de lágrimas”?
- ¡Por supuesto! ¡Es un regalo! Que lo vivamos o no en la
fe, yo creo que todo lo que vivimos está relacionado con Dios. Si no, Dios no
se ha encarnado en Jesucristo.
- ¿Es un don gratuito?
- Sí, yo creo que con las lágrimas estamos en lo
contrario de lo útil. Las vertemos cuando no queremos hacerlo... Pueden ser de
cólera, de cansancio, pueden correr abundantemente en momentos en los que no
conseguimos retenerlas, incluso cuando no nos damos cuenta de que estamos
llorando. Llegan sin que las podamos controlar, y cuando queremos llorar, ¡no
podemos! Me gusta hablar de regalo, porque todos recibimos la presencia del
otro como un regalo. Y eso es la presencia de Dios.
- Ignacio de Loyola, Francisco de Asís lloraron
abundantemente...
- También santo Domingo, que lloraba por la noche porque
le preocupaba mucho la suerte de los pecadores. Durante el día, procuraba estar
alegre con los que estaban alegres, y llorar con los que lloraban. Lo que es
una hermosa imagen de la calidad de la presencia que podemos tener los unos con
los otros.
- Y también de la calidad de las lágrimas...
- ¡Es lo mismo!
- Cuando nos sentimos desbordados por las lágrimas, sin
un motivo en concreto, ¿qué debemos hacer?
- Nada.
- Vemos a mucha gente que llora en misa. Por ejemplo,
durante la consagración.
- Sí, y si se lo comenta, le dirán que están muy contentos
de haber llorado.
- ¿Las lágrimas, entonces, tienen un beneficio?
- Estoy segura. Los autores medievales decían que
limpiaban los ojos, que tenían un papel purificador. Yo creo que es verdad que
las lágrimas limpian los ojos. Cuando nuestra vista está nublada por las lágrimas,
vemos cosas que no veríamos con los ojos secos. Es un antídoto de la
transparencia.
- ¿Aquí está hablando el médico?
- No, habla alguien exasperado por la transparencia
reinante. Hoy en día creemos que tenemos que saber todo sobre todo el mundo,
especialmente en el medio carcelario, y que, cuando sepamos todo, podremos
hacer algo por la gente. Verlo todo, esto sería saber y, por tanto, poder. Creo
que es una pura ilusión, y yo reivindico la opacidad. Aceptar que no se sabe,
esto es lo primero para entablar una relación con alguien.
- ¿Se llora mucho en la cárcel?
- Se llora mucho y se esconden mucho para llorar, por pudor
sobre todo. En la cárcel siempre están vigilados. Así que también se esconden
por temor de que crean que se quieren suicidar, y de que los despierten de
golpe a las dos horas para asegurarse de que están durmiendo. Una vez vino una
mujer a mi despacho para llorar porque no podía hacerlo en el corredor. Las
lágrimas nos permiten mantener un cierto misterio entre nosotros y los demás.
ReL
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