Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 35
6.
Estando un día mucho encomendándolo a Dios, me dijo el Señor que en ninguna
manera dejase de hacerle pobre, que ésta era la voluntad de su Padre y suya,
que El me ayudaría. Fue con tan grandes efectos, en un gran arrobamiento, que
en ninguna manera pude tener duda de que era Dios.
Otra
vez me dijo que en la renta estaba la confusión, y otras cosas en loor de la
pobreza, y asegurándome que a quien le servía no le faltaba lo necesario para
vivir; y esta falta, como digo, nunca yo la temí por mí.
También
volvió el Señor el corazón del Presentado, digo del religioso dominico, de
quien he dicho me escribió no lo hiciese sin renta. Ya yo estaba muy contenta
con haber entendido esto y tener tales pareceres; no me parecía sino que poseía
toda la riqueza del mundo, en determinándome a vivir de por amor de Dios.
7.
En este tiempo, mi Provincial me alzó el mandamiento y obediencia que me había
puesto para estar allí, y dejó en mi voluntad que si me quisiese ir que
pudiese, y si estar, también, por cierto tiempo; y en éste había de haber
elección en mi monasterio, y avisáronme que muchas querían darme aquel cuidado
de prelada, que para mí sólo pensarlo era tan gran tormento que a cualquier martirio
me determinaba a pasar por Dios con facilidad, a éste en ningún arte me podía
persuadir. Porque dejado el trabajo grande, por ser muy muchas y otras causas
de que yo nunca fui amiga, ni de ningún oficio, antes siempre los había
rehusado, parecíame gran peligro para la conciencia, y así alabé a Dios de no
me hallar allá.
Escribí
a mis amigas para que no me diesen voto.
8.
Estando muy contenta de no me hallar en aquel ruido, díjome el Señor que en
ninguna manera deje de ir, que pues deseo cruz, que buena se me apareja, que no
la deseche, que vaya con ánimo, que El me ayudará, y que me fuese luego. Yo me
fatigué mucho y no hacía sino llorar, porque pensé que era la cruz ser prelada
y, como digo, no podía persuadirme a que estaba bien a mi alma en ninguna manera,
ni yo hallaba términos para ello.
Contélo
a mi confesor. Mandóme que luego procurase ir, que claro estaba era más
perfección y que, porque hacía gran calor, que bastaba hallarme allá a la
elección, y que me estuviese unos días, porque no me hiciese mal el camino; mas
el Señor, que tenía ordenado otra cosa, húbose de hacer; porque era tan grande
el desasosiego que traía en mí y el no poder tener oración y parecerme faltaba
de lo que el Señor me había mandado, y que, como estaba allí a mi placer y con
regalo, no quería irme a ofrecer al trabajo; que todo era palabras con Dios;
que, por qué pudiendo estar adonde era más perfección, había de dejarlo; que si
me muriese, muriese..., y con esto un apretamiento de alma, un quitarme el
Señor todo el gusto en la oración..., en fin, yo estaba tal, que ya me era
tormento tan grande, que supliqué a aquella señora tuviese por bien dejarme
venir, porque ya mi confesor - como me vio así - me dijo que me fuese, que
también le movía Dios como a mí.
9.
Ella sentía tanto que la dejase, que era otro tormento; que le había costado
mucho acabarlo con el Provincial por muchas maneras de importunaciones. Tuve
por grandísima cosa querer venir en ello, según lo que sentía; sino, como era
muy temerosa de Dios y como le dije que se le podía hacer gran servicio y otras
hartas cosas, y dila esperanza que era posible tornarla a ver, y así, con harta
pena, lo tuvo por bien.
10.
Ya yo no la tenía de venirme, porque entendiendo yo era más perfección una cosa
y servicio de Dios, con el contento que me da contentarle, pasé la pena de
dejar a aquella señora que tanto la veía sentir, y a otras personas a quien
debía mucho, en especial a mi confesor, que era de la Compañía de Jesús, y
hallábame muy bien con él. Mas mientras más veía que perdía de consuelo por el Señor,
más contento me daba perderle. No podía entender cómo era esto, porque veía
claro estos dos contrarios: holgarme y consolarme y alegrarme de lo que me
pesaba en el alma. Porque yo estaba consolada y sosegada y tenía lugar para
tener muchas horas de oración; veía que venía a meterme en un fuego, que ya el Señor
me lo había dicho que venía a pasar gran cruz, aunque nunca yo pensé lo fuera
tanto como después vi. Y con todo, venía yo alegre, y estaba deshecha de que no
me ponía luego en la batalla, pues el Señor quería la tuviese; y así enviaba Su
Majestad el esfuerzo y le ponía en mi flaqueza.
11.
No podía, como digo, entender cómo podía ser esto. Pensé esta comparación: si
poseyendo yo una joya o cosa que me da gran contento, ofréceseme saber que la
quiere una persona que yo quiero más que a mí y deseo más contentarla que mi
mismo descanso, dame gran contento quedarme sin el que me daba lo que poseía,
por contentar a aquella persona; y como este contento de contentarla excede a
mi mismo contento, quítase la pena de la falta que me hace la joya o lo que
amo, y de perder el contento que daba. De manera que, aunque quería tenerla de
ver que dejaba personas que tanto sentían apartarse de mí, con ser yo de mi condición
tan agradecida que bastara en otro tiempo a fatigarme mucho, y ahora, aunque quisiera
tener pena, no podía.
12.
Importó tanto el no me tardar un día más para lo que tocaba al negocio de esta
bendita casa, que yo no sé cómo pudiera concluirse si entonces me detuviera.
¡Oh grandeza de Dios!, muchas veces me espanta cuando lo considero y veo cuán particularmente
quería Su Majestad ayudarme para que se efectuase este rinconcito de Dios, que
yo creo lo es, y morada en que Su Majestad se deleita, como una vez estando en
oración me dijo, que era esta casa paraíso de su deleite. Y así parece ha Su Majestad
escogido las almas que ha traído a él, en cuya compañía yo vivo con harta harta
confusión; porque yo no supiera desearlas tales para este propósito de tanta
estrechura y pobreza y oración; y llévanlo con una alegría y contento, que cada
una se halla indigna de haber merecido venir a tal lugar; en especial algunas,
que las llamó el Señor de mucha vanidad y gala del mundo, adonde pudieran estar
contentas conforme a sus leyes, y hales dado el Señor tan doblados los
contentos aquí, que claramente conocen haberles el Señor dado ciento por uno
que dejaron, y no se hartan de dar gracias a Su Majestad. A otras ha mudado de
bien en mejor.
A
las de poca edad da fortaleza y conocimiento para que no puedan desear otra
cosa, y que entiendan que es vivir en mayor descanso, aun para lo de acá, estar
apartadas de todas las cosas de la vida. A las que son de más edad y con poca
salud, da fuerzas y se las ha dado para poder llevar la aspereza y penitencia
que todas.
13.
¡Oh Señor mío, cómo se os parece que sois poderoso! No es menester buscar
razones para lo que Vos queréis, porque sobre toda razón natural hacéis las
cosas tan posibles que dais a entender bien que no es menester más de amaros de
veras y dejarlo de veras todo por Vos, para que Vos, Señor mío, lo hagáis todo
fácil. Bien viene aquí decir que fingís trabajo en vuestra ley; porque yo no le
veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que lleva a Vos. Camino real veo
que es, que no senda. Camino que, quien de verdad se pone en él, va más seguro.
Muy lejos están los puertos y rocas para caer, porque lo están de las
ocasiones. Senda llamo yo, y ruin senda y angosto camino, el que de una parte
está un valle muy hondo adonde caer y de la otra un despeñadero: no se han
descuidado, cuando se despeñan y se hacen pedazos.
14.
El que os ama de verdad, Bien mío, seguro va por ancho camino y real. Lejos
está el despeñadero. No ha tropezado tantico, cuando le dais Vos, Señor, la
mano. No basta una caída ni muchas, si os tiene amor y no a las cosas del
mundo, para perderse. Va por el valle de la humildad. No puedo entender qué es
lo que temen de ponerse en el camino de la perfección.
El
Señor, por quien es, nos dé a entender cuán mala es la seguridad en tan
manifiestos peligros como hay en andar con el hilo de la gente, y cómo está la verdadera
seguridad en procurar ir muy adelante en el camino de Dios. Los ojos en El, y
no hayan miedo se ponga este Sol de Justicia, ni nos deje caminar de noche para
que nos perdamos, si primero no le dejamos a El.
15.
No temen andar entre leones, que cada uno parece que quiere llevar un pedazo,
que son las honras y deleites y contentos semejantes que llama el mundo; y acá
parece hace el demonio temer de musarañas. Mil veces me espanto y diez mil
querría hartarme de llorar y dar voces a todos para decir la gran ceguedad y
maldad mía, porque si aprovechase algo para que ellos abriesen los ojos,
ábraselos el que puede, por su bondad, y no permita se me tornen a cegar a mí,
amén.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA
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