Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 34/35
17.
Pues, tornando a lo que decía, estando yo en grandísimo gozo mirando aquel
alma, que me parece quería el Señor viese claro los tesoros que había puesto en
ella, y viendo la merced que me había hecho en que fuese por medio mío - hallándome
indigna de ella -, en
mucho
más tenía yo las mercedes que el Señor le había hecho y más a mi cuenta las
tomaba que si fuera a mí y alababa mucho al Señor de ver que Su Majestad iba
cumpliendo mis deseos y había oído mi oración, que era despertase el Señor
personas semejantes.
Estando
ya mi alma que no podía sufrir en sí tanto gozo, salió de sí y perdióse para
más ganar. Perdió las consideraciones, y de oír aquella lengua divina en quien
parece hablaba el Espíritu Santo, diome un gran arrobamiento que me hizo casi
perder el sentido, aunque duró poco tiempo. Vi a Cristo con grandísima majestad
y gloria, mostrando gran contento de lo que allí pasaba; y así me lo dijo, y
quiso viese claro que a semejantes pláticas siempre se hallaba presente y lo mucho
que se sirve en que así se deleiten en hablar en El.
Otra
vez estando lejos de este lugar, le vi con mucha gloria levantar, a los
ángeles; entendí iba su alma muy adelante, por esta visión. Y así fue, que le
habían levantado un gran testimonio bien contra su honra, persona a quien él
había hecho mucho bien y remediado la suya y el alma, y habíalo pasado con
mucho contento y hecho otras obras muy en servicio de Dios y pasado otras
persecuciones.
18.
No me parece conviene ahora declarar más cosas. Si después le pareciere a
vuestra merced, pues las sabe, se podrán poner para gloria del Señor. De todas
las que he dicho de profecías de esta casa, y otras que diré de ella y de otras
cosas, todas se han cumplido. Algunas, tres años antes que se supiesen -otras
más y otras menos- me las decía el Señor. Y siempre las decía al confesor y a
esta mi amiga viuda con quien tenía licencia de hablar, como he dicho; y ella
he sabido que las decía a otras personas, y éstas saben que ni miento, ni Dios
me dé tal lugar, que en ninguna cosa, cuánto más siendo tan graves, tratase yo
sino toda verdad.
19.
Habiéndose muerto un cuñado mío súbitamente, y estando yo con mucha pena por no
se haber viado a confesarse, se me dijo en la oración que había así de morir mi
hermana, que fuese allá y procurase se dispusiese para ello. Díjelo a mi
confesor y, como no me dejaba ir, entendílo otras veces. Ya como esto vio,
díjome que fuese allá, que no se perdía nada.
Ella
estaba en una aldea, y, como fui, sin decirla nada la fui dando la luz que pude
en todas las cosas, e hice se confesase muy a menudo y en todo trajese cuenta
con su alma. Ella era muy buena e hízolo así. Desde a cuatro o cinco años que
tenía esta costumbre y muy buena cuenta con su conciencia, se murió sin verla
nadie ni poderse confesar. Fue el bien que, como lo acostumbraba, no había poco
más de ocho días que estaba confesada.
A
mí me dio gran alegría cuando supe su muerte. Estuvo muy poco en el purgatorio.
Serían aún no me parece ocho días cuando, acabando de comulgar, me apareció el
Señor y quiso la viese cómo la llevaba a la gloria. En todos estos años, desde
que se me dijo hasta que murió, no se me olvidaba lo que se me había dado a entender,
ni a mi compañera, que, así como murió, vino a mí muy espantada de ver cómo se
había cumplido.
Sea
Dios alabado por siempre, que tanto cuidado trae de las almas para que no se
pierdan.
CAPÍTULO 35
1.
Pues estando con esta señora que he dicho, adonde estuve más de medio año,
ordenó el Señor que tuviese noticia de mí una beata de nuestra Orden, de más de
setenta leguas de aquí de este lugar, y acertó a venir por acá y rodeó algunas
por hablarme. Habíala el Señor movido el mismo año y mes que a mí para hacer
otro monasterio de esta Orden; y como le puso este deseo, vendió todo lo que
tenía y fuese a Roma a traer despacho para ello, a pie y descalza.
2.
Es mujer de mucha penitencia y oración, y hacíala el Señor muchas mercedes, y
aparecídola nuestra Señora y mandádola lo hiciese. Hacíame tantas ventajas en
servir al Señor, que yo había vergüenza de estar delante de ella. Mostróme los
despachos que traía de Roma y, en quince días que estuvo conmigo, dimos orden en
cómo habíamos de hacer estos monasterios. Y hasta que yo la hablé, no había
venido a mi noticia que nuestra Regla -antes que se relajase- mandaba no se
tuviese propio, ni yo estaba en fundarle sin renta, que iba mi intento a que no
tuviésemos cuidado de lo que habíamos menester, y no miraba a los muchos
cuidados que trae consigo tener propio.
Esta
bendita mujer, como la enseñaba el Señor, tenía bien entendido, con no saber
leer, lo que yo con tanto haber andado a leer las Constituciones, ignoraba. Y
como me lo dijo, perecióme bien, aunque temí que no me lo habían de consentir,
sino decir que hacía desatinos y que no hiciese cosa que padeciesen otras por
mí, que, a ser yo sola, poco ni mucho me detuviera, antes me era gran regalo
pensar de guardar los consejos de Cristo Señor nuestro, porque grandes deseos
de pobreza ya me los había dado Su Majestad.
Así
que para mí no dudaba ser lo mejor; porque días había que deseaba fuera posible
a mi estado andar pidiendo por amor de Dios y no tener casa ni otra cosa. Mas
temía que, si a las demás no daba el Señor estos deseos, vivirían descontentas,
y también no fuese causa de alguna distracción, porque veía algunos monasterios
pobres no muy recogidos, y no miraba que el no serlo era causa de ser pobres, y
no la pobreza de la distracción; porque ésta no hace más ricas, ni falta Dios
jamás a quien le sirve. En fin tenía flaca la fe, lo que no hacía a esta sierva
de Dios.
3.
Como yo en todo tomaba tantos pareceres, casi a nadie hallaba de este parecer:
ni confesor, ni los letrados que trataba. Traíanme tantas razones, que no sabía
qué hacer, porque, como ya yo sabía era Regla y veía ser más perfección, no
podía persuadirme a tener renta. Y ya que algunas veces me tenían convencida,
en tornando a la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no podía
poner a paciencia ser rica. Suplicábale con lágrimas lo ordenase de manera que
yo me viese pobre como El.
4.
Hallaba tantos inconvenientes para tener renta y veía ser tanta causa de
inquietud y aun distracción, que no hacía sino disputar con los letrados.
Escribílo al religioso dominico que nos ayudaba.
Envióme
escritos dos pliegos de contradicción y teología para que no lo hiciese, y así
me lo decía, que lo había estudiado mucho. Yo le respondí que para no seguir mi
llamamiento y el voto que tenía hecho de pobreza y los consejos de Cristo con
toda perfección, que no quería aprovecharme de teología, ni con sus letras en
este caso me hiciese merced.
Si
hallaba alguna persona que me ayudase, alegrábame mucho.
Aquella
señora con quien estaba, para esto me ayudaba mucho.
Algunos
luego al principio decíanme que les parecía bien; después, como más lo miraban,
hallaban tantos inconvenientes, que tornabanm a poner mucho en que no lo
hiciese. Decíales yo que, si ellos tan presto mudaban parecer, que yo al
primero me quería llegar.
5.
En este tiempo, por ruegos míos, porque esta señora no había visto al santo
Fray Pedro de Alcántara, fue el Señor servido viniese a su casa, y como el que
era bien amador de la pobreza y tantos años la había tenido, sabía bien la
riqueza que en ella estaba , y así me ayudó mucho y mandó que en ninguna manera
dejase de llevarlo muy adelante. Ya con este parecer y favor, como quien mejor
le podía dar por tenerlo sabido por larga experiencia, yo determiné no andar buscando
otros.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA
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