Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 33
1.
Pues estando los negocios en este estado y tan al punto de acabarse que otro
día se habían de hacer las escrituras, fue cuando el Padre Provincial nuestro
mudó parecer. Creo fue movido por ordenación divina, según después ha parecido;
porque como las oraciones eran tantas, iba el Señor perfeccionando la obra y ordenando
que se hiciese de otra suerte. Como él no lo quiso admitir, luego mi confesor
me mandó no entendiese más en ello, con que sabe el Señor los grandes trabajos
y aflicciones que hasta traerlo a aquel estado me había costado. Como se dejó y
quedó así, confirmóse más ser todo disparate de mujeres y a crecer la murmuración
sobre mí, con habérmelo mandado hasta entonces mi Provincial.
2.
Estaba muy malquista en todo mi monasterio, porque quería hacer monasterio más
encerrado. Decían que las afrentaba, que allí podía también servir a Dios, pues
había otras mejores que yo; que no tenía amor a la casa, que mejor era procurar
renta para ella que para otra parte. Unas decían que me echasen en la cárcel;
otras, bien pocas, tornaban algo de mí. Yo bien veía que en muchas cosas tenían
razón, y algunas veces dábales descuento; aunque, como no había de decir lo
principal, que era mandármelo el Señor, no sabía qué hacer, y así callaba
otras. Hacíame Dios muy gran merced que todo esto no me daba inquietud, sino
con tanta facilidad y contento lo dejé como si no me hubiera costado nada. Y
esto no lo podía nadie creer, ni aun las mismas personas de oración que me
trataban, sino que pensaban estaba muy penada y corrida, y aun mi mismo
confesor no lo acababa de creer. Yo, como me parecía había hecho todo lo que
había podido, parecíame no era más obligada para lo que me había mandado el Señor,
y quedábame en la casa, que yo estaba muy contenta y a mi placer.
Aunque
jamás podía dejar de creer que había de hacerse, yo no veía ya medio, ni sabía
cómo ni cuándo, mas teníalo muy cierto.
3.
Lo que mucho me fatigó fue una vez que mi confesor, como si yo hubiera hecho
cosa contra su voluntad (también debía el Señor querer que de aquella parte que
más me había de doler no me dejase de venir trabajo), y así en esta multitud de
persecuciones que a mí me parecía había de venirme de él consuelo, me escribió que
ya vería que era todo sueño en lo que había sucedido, que me enmendase de allí
adelante en no querer salir con nada ni hablar más en ello, pues veía el escándalo
que había sucedido, y otras cosas, todas para dar pena. Esto me la dio mayor
que todo junto, pareciéndome si había sido yo ocasión y tenido culpa en que se ofendiese,
y que, si estas visiones eran ilusión, que toda la oración que tenía era
engaño, y que yo andaba muy engañada y perdida.
Apretóme
esto en tanto extremo, que estaba toda turbada y con grandísima aflicción. Mas
el Señor, que nunca me faltó, que en todos estos trabajos que he contado hartas
veces me consolaba y esforzaba -que no hay para qué lo decir aquí-, me dijo
entonces que no me fatigase, que yo había mucho servido a Dios y no ofendídole en
aquel negocio; que hiciese lo que me mandaba el confesor en callar por entonces,
hasta que fuese tiempo de tornar a ello. Quedé tan consolada y contenta, que me
parecía todo nada la persecución que había sobre mí.
4.
Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien que es pasar trabajos y
persecuciones por El, porque fue tanto el acrecentamiento que vi en mi alma de
amor de Dios y otras muchas cosas, que yo me espantaba; y esto me hace no poder
dejar de desear trabajos. Y las otras personas pensaban que estaba muy corrida,
y sí estuviera si el Señor no me favoreciera en tanto extremo con merced tan
grande.
Entonces
me comenzaron más grandes los ímpetus de amor de Dios que tengo dicho y mayores
arrobamientos, aunque yo callaba y no decía a nadie estas ganancias. El santo
varón dominico no dejaba de tener por tan cierto como yo que se había de hacer;
y como yo no quería entender en ello por no ir contra la obediencia de mi
confesor, negociábalo él con mi compañera y escribían a Roma y daban trazas.
5.
También comenzó aquí el demonio, de una persona en otra, procurar se entendiese
que había yo visto alguna revelación en este negocio, e iban a mí con mucho miedo
a decirme que andaban los tiempos recios y que podría ser me levantasen algo y
fuesen a los inquisidores. A mí me cayó esto en gracia y me hizo reír, porque
en este caso jamás yo temí, que sabía bien de mí que en cosa de la fe contra la
menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba, por ella o por
cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría yo a morir mil muertes. Y
dije que de eso no temiesen; que harto mal sería para mi alma, si en ella
hubiese cosa que fuese de suerte que yo temiese la Inquisición; que si pensase
había para qué, yo me la iría a buscar; y que si era levantado, que el Señor me
libraría y quedaría con ganancia.
Y
tratélo con este Padre mío dominico que - como digo - era tan letrado que podía
bien asegurar con lo que él me dijese, y díjele entonces todas las visiones y
modo de oración y las grandes mercedes que me hacía el Señor, con la mayor
claridad que pude, y supliquéle lo mirase muy bien, y me dijese si había algo
contra la Sagrada Escritura y lo que de todo sentía. El me aseguró mucho y, a
mi parecer, le hizo provecho; porque aunque él era muy bueno, de ahí adelante
se dio mucho más a la oración y se apartó en un monasterio de su Orden, adonde
hay mucha soledad, para mejor poder ejercitarse en esto adonde estuvo más de
dos años, y sacóle de allí la obediencia -que sintió harto- porque le hubieron
menester, como era persona tal.
6.
Yo en parte sentí mucho cuando se fue - aunque no se lo estorbé -, por la gran
falta que me hacía. Mas entendí su ganancia; porque estando con harta pena de
su ida, me dijo el Señor que me consolase y no la tuviese, que bien guiado iba.
Vino tan aprovechada su alma de allí y tan adelante en aprovechamiento de espíritu,
que me dijo, cuando vino, que por ninguna cosa quisiera haber dejado de ir
allí. Y yo también podía decir lo mismo; porque lo que antes me aseguraba y
consolaba con solas sus letras, ya lo hacía también con la experiencia de
espíritu, que tenía harta de cosas sobrenaturales. Y trájole Dios a tiempo que
vio Su Majestad había de ser menester para ayudar a su obra de este monasterio que
quería Su Majestad se hiciese.
7.
Pues estuve en este silencio y no entendiendo ni hablando en este negocio cinco
o seis meses, y nunca el Señor me lo mandó. Yo no entendía qué era la causa,
mas no se me podía quitar del pensamiento que se había de hacer.
Al
fin de este tiempo, habiéndose ido de aquí el rector que estaba en la Compañía
de Jesús, trajo Su Majestad aquí otro muy espiritual y de gran ánimo y
entendimiento y buenas letras, a tiempo que yo estaba con harta necesidad;
porque, como el que me confesaba tenía superior y ellos tienen esta virtud en
extremo de no se bullir sino conforme a la voluntad de su mayor, aunque él
entendía bien mi espíritu y tenía deseo de que fuese muy adelante, no se osaba en
algunas cosas determinar, por hartas causas que para ello tenía.
Y
ya mi espíritu iba con ímpetus tan grandes, que sentía mucho tenerle atado y,
con todo, no salía de lo que me mandaba.
8.
Estando un día con gran aflicción de parecerme el confesor no me creía, díjome
el Señor que no me fatigase, que presto se acabaría aquella pena. Yo me alegré
mucho pensando que era que me había de morir presto, y traía mucho contento
cuando se me acordaba. Después vi claro era la venida de este rector que digo; porque
aquella pena nunca más se ofreció en qué la tener, a causa de que el rector que
vino no iba a la mano al ministro que era mi confesor, antes le decía que me
consolase y que no había de qué temer y que no me llevase por camino tan
apretado, que dejase obrar el espíritu del Señor, que a veces parecía con estos
grandes ímpetus de espíritu no le quedaba al alma cómo resolgar.
9.
Fueme a ver este rector, y mandóme el confesor tratase con él con toda libertad
y claridad. Yo solía sentir grandísima contradicción en decirlo. Y es así que,
en entrando en el confesonario, sentí en mi espíritu un no sé qué, que antes ni
después no me acuerdo haberlo con nadie sentido, ni yo sabré decir cómo fue, ni
por comparaciones podría. Porque fue un gozo espiritual y un entender mi alma
que aquella alma la había de entender y que conformaba con ella, aunque -como
digo- no entiendo cómo; porque si le hubiera hablado o me hubieran dado grandes
nuevas de él, no era mucho darme gozo en entender que había de entenderme; mas
ninguna palabra él a mí ni yo a él nos habíamos hablado, ni era persona de
quien yo tenía antes ninguna noticia.
Después
he visto bien que no se engañó mi espíritu, porque de todas maneras ha hecho
gran provecho a mí y a mi alma tratarle.
Porque
su trato es mucho para personas que ya parece el Señor tiene ya muy adelante,
porque él las hace correr y no ir paso a paso; y su modo es para desasirlas de
todo y mortificarlas, que en esto le dio el Señor grandísimo talento también
como en otras muchas cosas.
10.
Como le comencé a tratar, luego entendí su estilo y vi ser un alma pura, santa
y con don particular del Señor para conocer espíritus. Consoléme mucho. Desde a
poco que le trataba, comenzó el Señor a tornarme a apretar que tornase a tratar
el negocio del monasterio y que dijese a mi confesor y a este rector muchas
razones y cosas para que no me lo estorbasen; y algunas los hacía temer, porque
este padre rector nunca dudó en que era espíritu de Dios, porque con mucho
estudio y cuidado miraba todos los efectos. En fin de muchas cosas, no se
osaron atrever a estorbármelo.
11.
Tornó mi confesor a darme licencia que pusiese en ello todo lo que pudiese. Yo
bien veía al trabajo que me ponía, por ser muy sola
y
tener poquísima posibilidad. Concertamos se tratase con todo secreto, y así
procuré que una hermana mía que vivía fuera de aquí comprase la casa y la
labrase como que era para sí, con dineros que el Señor dio por algunas vías
para comprarla, que sería largo de contar cómo el Señor lo fue proveyendo;
porque yo traía gran cuenta de no hacer cosa contra obediencia; mas sabía que,
si lo decía a mis prelados, era todo perdido, como la vez pasada, y aun ya
fuera peor.
En
tener los dineros, en procurarlo, en concertarlo y hacerlo labrar, pasé tantos
trabajos y algunos bien a solas, aunque mi compañera hacía lo que podía, mas
podía poco, y tan poco que era casi nonada, más de hacerse en su nombre y con
su favor, y todo el más trabajo era mío, de tantas maneras, que ahora me
espanto cómo lo pude sufrir. Algunas veces afligida decía: «Señor mío, ¿cómo me
mandáis cosas que parecen imposibles? que, aunque fuera mujer, ¡si tuviera
libertad...!; mas atada por tantas partes, sin dineros ni de dónde los tener,
ni para Breve, ni para nada, ¿qué puedo yo hacer, Señor?».
12.
Una vez estando en una necesidad que no sabía qué me hacer ni con qué pagar
unos oficiales, me apareció San José, mi verdadero padre y señor, y me dio a
entender que no me faltarían, que los concertase. Y así lo hice sin ninguna
blanca, y el Señor, por maneras que se espantaban los que lo oían, me proveyó.
Hacíaseme
la casa muy chica, porque lo era tanto, que no parece llevaba camino ser
monasterio, y quería comprar otra (ni había con qué, ni había manera para
comprarse, ni sabía qué me hacer) que estaba junto a ella, también harto
pequeña, para hacer la iglesia; y acabando un día de comulgar, díjome el Señor:
Ya te he dicho que entres como pudieres. Y a manera de exclamación también me
dijo:
¡Oh
codicia del género humano, que aun tierra piensas que te ha de
faltar!
¡Cuántas veces dormí yo al sereno por no tener adonde me meter!.
Yo
quedé muy espantada y vi que tenía razón. Y voy a la casita y tracéla y hallé,
aunque bien pequeño, monasterio cabal, y no curé de comprar más sitio, sino
procuré se labrase en ella de manera que se pueda vivir, todo tosco y sin
labrar, no más de como no fuese dañoso a la salud, y así se ha de hacer
siempre.
13.
El día de Santa Clara, yendo a comulgar, se me apareció con mucha hermosura.
Díjome que me esforzase y fuese adelante en lo comenzado, que ella me ayudaría.
Yo la tomé gran devoción, y ha salido tan verdad, que un monasterio de monjas
de su Orden que está cerca de éste, nos ayuda a sustentar; y lo que ha sido
más, que poco a poco trajo este deseo mío a tanta perfección, que en la pobreza
que la bienaventurada Santa tenía en su casa, se tiene en ésta, y vivimos de
limosna; que no me ha costado poco trabajo que sea con toda firmeza y autoridad
del Padre Santo que no se pueda hacer otra cosa, ni jamás haya renta. Y más
hace el Señor, y debe por ventura ser por ruegos de esta bendita Santa, que sin
demanda ninguna nos provee Su Majestad muy cumplidamente lo necesario.
Sea
bendito por todo, amén.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA