Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 38
6.
También me parece me aprovechó mucho para conocer nuestra verdadera tierra y
ver que somos acá peregrinos, y es gran cosa ver
lo
que hay allá y saber adónde hemos de vivir. Porque si uno ha de ir a vivir de
asiento a una tierra, esle gran ayuda, para pasar el trabajo del camino, haber
visto que es tierra adonde ha de estar muy a su descanso, y también para
considerar las cosas celestiales y procurar que nuestra conversación sea allá;
hácese con facilidad.
Esto
es mucha ganancia, porque sólo mirar el cielo recoge el alma; porque, como ha
querido el Señor mostrar algo de lo que hay allá, estáse pensando, y acaéceme
algunas veces ser los que me acompañan y con los que me consuelo los que sé que
allá viven, y parecerme aquéllos verdaderamente los vivos, y los que acá viven,
tan muertos, que todo el mundo me parece no me hace compañía, en especial
cuando tengo aquellos ímpetus.
7.
Todo me parece sueño lo que veo, y que es burla, con los ojos del cuerpo. Lo
que he ya visto con los del alma, es lo que ella desea, y como se ve lejos,
éste es el morir. En fin, es grandísima la merced que el Señor hace a quien da
semejantes visiones, porque la ayuda mucho, y también a llevar una pesada cruz,
porque todo no la satisface, todo le da en rostro. Y si el Señor no permitiese
a veces se olvidase, aunque se torna a acordar, no sé cómo se podría vivir.
¡Bendito sea y alabado por siempre jamás!
Plega
a Su Majestad, por la sangre que su Hijo derramó por mí, que ya que ha querido
entienda algo de tan grandes bienes y que comience en alguna manera a gozar de
ellos, no me acaezca lo que a Lucifer, que por su culpa lo perdió todo. No lo
permita por quien El es, que no tengo poco temor algunas veces; aunque por otra
parte, y lo muy ordinario, la misericordia de Dios me pone seguridad, que, pues
me ha sacado de tantos pecados, no querrá dejarme de su mano para que me
pierda.
Esto
suplico yo a vuestra merced siempre le suplique.
8.
Pues no son tan grandes las mercedes dichas, a mi parecer, como ésta que ahora
diré, por muchas causas y grandes bienes que de ella me quedaron y gran
fortaleza en el alma; aunque, mirada cada cosa por sí, es tan grande, que no
hay qué comparar.
9.
Estaba un día, víspera del Espíritu Santo, después de misa.
Fuime
a una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces, y comencé a leer en
un Cartujano esta fiesta. Y leyendo las señales que han de tener los que
comienzan y aprovechan y los perfectos, para
entender está con ellos el Espíritu Santo, leídos estos tres estados,
parecióme, por la bondad de Dios, que no dejaba de estar conmigo, a lo que yo
podía entender. Estándole alabando y acordándome de otra vez que lo había
leído, que estaba bien falta de todo aquello, que lo veía yo muy bien, así como
ahora entendía lo contrario de mí, y así conocí era merced grande la que el
Señor me había hecho. Y así comencé a considerar el lugar que tenía en el
infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loores a Dios, porque no me
parecía conocía mi alma según la veía trocada.
Estando
en esta consideración, diome un ímpetu grande, sin entender yo la ocasión.
Parecía que el alma se me quería salir del cuerpo, porque no cabía en ella ni
se hallaba capaz de esperartanto bien. Era ímpetu tan excesivo, que no me podía
valer y, a mi parecer, diferente de otras veces, ni entendía qué había el alma,
ni qué quería, que tan alterada estaba. Arriméme, que aun sentada no podía
estar, porque la fuerza natural me faltaba toda.
10.
Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma, bien diferente de las de acá,
porque no tenía estas plumas, sino las alas de unas conchicas que echaban de sí
gran resplandor. Era grande más que paloma. Paréceme que oía el ruido que hacía
con las alas.
Estaría
aleando espacio de un avemaría. Ya el alma estaba de tal suerte, que,
perdiéndose a sí de sí, la perdió de vista.
Sosegóse
el espíritu con tan buen huésped, que, según mi parecer, la merced tan
maravillosa le debía de desasosegar y espantar; y como comenzó a gozarla,
quitósele el miedo y comenzó la quietud con el gozo, quedando en arrobamiento.
11.
Fue grandísima la gloria de este arrobamiento. Quedé lo más de la Pascua tan
embobada y tonta, que no sabía qué me hacer, ni cómo cabía en mí tan gran favor
y merced. No oía ni veía, a manera de decir, con gran gozo interior. Desde
aquel día entendí quedar con grandísimo aprovechamiento en más subido amor de
Dios y las virtudes muy más fortalecidas. Sea bendito y alabado por siempre, amén.
12.
Otra vez vi la misma paloma sobre la cabeza de un padre de la Orden de Santo
Domingo, salvo que me pareció los rayos y resplandor de las mismas alas que se
extendían mucho más.
Dióseme
a entender había de traer almas a Dios.
13.
Otra vez vi estar a nuestra Señora poniendo una capa muy blanca al Presentado
de esta misma Orden, de quien he tratado algunas veces. Díjome que por el
servicio que la había hecho en ayudar a que se hiciese esta casa le daba aquel
manto en señal que guardaría su alma en limpieza de ahí adelante y que no
caería en pecado mortal. Yo tengo cierto que así fue; porque desde a pocos años
murió, y su muerte y lo que vivió fue con tanta penitencia la vida, y la muerte
con tanta santidad, que, a cuanto se puede entender, no hay que poner duda.
Díjome un fraile que había estado a su muerte, que antes que expirase le dijo
cómo estaba con él Santo Tomás. Murió con gran gozo y deseo de salir de estedestierro.
Después me ha aparecido algunas veces con muy gran gloria y díchome algunas
cosas. Tenía tanta oración que, cuando murió, que con la gran flaqueza la
quisiera excusar, no podía, porque tenía muchos arrobamientos. Escribióme poco
antes que muriese, que qué medio tendría; porque, como acababa de decir misa,
se quedaba con arrobamiento mucho rato, sin poderlo excusar. Diole Dios al fin
el premio de lo mucho que había servido toda su vida.
14.
Del rector de la Compañía de Jesús -que algunas veces he hecho de él mención-
he visto algunas cosas de grandes mercedes que el Señor le hacía, que, por no
alargar, no las pongo aquí.
Acaecióle
una vez un gran trabajo, en que fue muy perseguido, y se vio muy afligido.
Estando yo un día oyendo misa, vi a Cristo en lacruz cuando alzaba la Hostia;
díjome algunas palabras que le dijesede consuelo, y otras previniéndole de lo
que estaba por venir y poniéndole delante lo que había padecido por él, y que
se aparejase para sufrir. Diole esto mucho consuelo y ánimo, y todo ha pasado
después como el Señor me lo dijo.
15.
De los de la Orden de este Padre, que es la Compañía de Jesús, toda la Orden
junta he visto grandes cosas: vilos en el cielo con banderas blancas en las
manos algunas veces, y, como digo, otras cosas he visto de ellos de mucha
admiración; y así tengo esta Orden en gran veneración, porque los he tratado
mucho y veo conforma su vida con lo que el Señor me ha dado de ellos a entender.
16.
Estando una noche en oración, comenzó el Señor a decirme algunas palabras
trayéndome a la memoria por ellas cuán mala había sido mi vida, que me hacían
harta confusión y pena; porque, aunque no van con rigor, hacen un sentimiento y
pena que deshacen, y siéntese más aprovechamiento de conocernos con una palabra
de éstas que en muchos días que nosotros consideremos nuestra miseria, porque
trae consigo esculpida una verdad que no la podemos negar. Representóme las
voluntades con tanta vanidad que había tenido, y díjome que tuviese en mucho
querer que se pusiese en El voluntad que tan mal se había gastado como la mía,
y admitirla El.
Otras
veces me dijo que me acordase cuando parece tenía por honra el ir contra la
suya. Otras, que me acordase lo que le debía; que, cuando yo le daba mayor
golpe, estaba El haciéndome mercedes. Si tenía algunas faltas, que no son
pocas, de manera me las da Su Majestad a entender, que toda parece me deshago,
y como tengo muchas, es muchas veces. Acaecíame reprenderme el confesor, y quererme
consolar en la oración y hallar allí la reprensión verdadera.
17.
Pues tornando a lo que decía, como comenzó el Señor a traerme a la memoria mi
ruin vida, a vuelta de mis lágrimas (como yo entonces no había hecho nada, a mi
parecer), pensé si me quería hacer alguna merced. Porque es muy ordinario,
cuando alguna particular merced recibo del Señor, haberme primero deshecho a mí
misma, para que vea más claro cuán fuera de merecerlas yo son; pienso lo debe
el Señor de hacer.
Desde
a un poco, fue tan arrebatado mi espíritu, que casi me pareció estaba del todo
fuera del cuerpo; al menos no se entiende que se vive en él. Vi a la Humanidad
sacratísima con más excesiva gloria que jamás la había visto. Representóseme
por una noticia admirable y clara estar metido en los pechos del Padre. Esto no
sabré yo decir cómo es, porque sin ver me pareció me vi presente de aquella
Divinidad. Quedé tan espantada y de tal manera, que me parece pasaron algunos
días que no podía tornar en mí; y siempre me parecía traía presente aquella
majestad del Hijo de Dios, aunque no era como la primera. Esto bien lo entendía
yo, sino que queda tan esculpido en la imaginación, que no lo puede quitar de
sí - por en breve que haya pasado - por algún tiempo, y es harto consuelo y aun
aprovechamiento.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA
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