Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 29
6
Dábame este dar higas grandísima pena cuando veía esta visión del Señor;
porque cuando yo le veía presente, si me hicieran pedazos no pudiera yo creer
que era demonio, y así era un género de penitencia grande para mí. Y, por no
andar tanto santiguándome, tomaba una cruz en la mano. Esto hacía casi siempre;
las higas no tan continuo, porque sentía mucho.
Acordábame
de las injurias que le habían hecho los judíos, y suplicábale me perdonase,
pues yo lo hacía por obedecer al que tenía en su lugar, y que no me culpase,
pues eran los ministros que El tenía puestos en su Iglesia. Decíame que no se
me diese nada, que bien hacía en obedecer, mas que él haría que se entendiese
la verdad. Cuando me quitaban la oración, me pareció se había enojado. Díjome
que les dijese que ya aquello era tiranía. Dábame causas para que entendiese
que no era demonio. Alguna diré después.
7.
Una vez, teniendo yo la cruz en la mano, que la traía en un rosario, me la tomó
con la suya, y cuando me la tornó a dar, era de cuatro piedras grandes muy más
preciosas que diamantes, sin comparación, porque no la hay casi a lo que se ve
sobrenatural.
Diamante
parece cosa contrahecha e imperfecta, de las piedras preciosas que se ven allá.
Tenía las cinco llagas de muy linda hechura. Díjome que así la vería de aquí
adelante, y así me acaecía, que no veía la madera de que era, sino estas
piedras. Mas no lo veía nadie sino yo.
En
comenzando a mandarme hiciese estas pruebas y resistiese, era
muy
mayor el crecimiento de las mercedes. En queriéndome divertir, nunca salía de
oración. Aun durmiendo me parecía estaba en ella. Porque aquí era crecer el
amor y las lástimas que yo decía al Señor y el no lo poder sufrir; ni era en mi
mano, aunque yo quería y más lo procuraba, de dejar de pensar en El. Con todo,
obedecía cuando podía, mas podía poco o nonada en esto, y el Señor nunca me lo
quitó; mas, aunque me decía lo hiciese, asegurábame por otro cabo, y enseñábame
lo que les había de decir, y así lo hace ahora, y dábame tan bastantes razones,
que a mí me hacía toda seguridad.
8.
Desde a poco tiempo comenzó Su Majestad, como me lo tenía prometido, a señalar
más que era El, creciendo en mí un amor tan grande de Dios, que no sabía quién
me le ponía, porque era muy sobrenatural, ni yo le procuraba. Veíame morir con
deseo de ver a Dios, y no sabía adónde había de buscar esta vida, si no era con
la muerte. Dábanme unos ímpetus grandes de este amor, que, aunque no eran tan
insufrideros como los que ya otra vez he dicho ni de tanto valor, yo no sabía
qué me hacer; porque nada me satisfacía, ni cabía en mí, sino que
verdaderamente me parecía se me arrancaba el alma. ¡Oh artificio soberano del
Señor! ¡Qué industria tan delicada hacíais con vuestra esclava miserable!
Escondíaisos
de mí y apretábaisme con vuestro amor, con una muerte tan sabrosa que nunca el
alma querría salir de ella.
9.
Quien no hubiere pasado estos ímpetus tan grandes, es imposible poderlo
entender, que no es desasosiego del pecho, ni unas devociones que suelen dar
muchas veces, que parece ahogan el espíritu, que no caben en sí. Esta es
oración más baja, y hanse de evitar estos aceleramientos con procurar con
suavidad recogerlos dentro en sí y acallar el alma; que es esto como unos niños
que tienen un acelerado llorar, que parece van a ahogarse, y con darlos a
beber, cesa aquel demasiado sentimiento. Así acá la razón ataje a encoger la
rienda, porque podría ser ayudar el mismo natural; vuelva la consideración con
temer no es todo perfecto, sino que puede ser mucha parte sensual, y acalle
este niño con un regalo de amor que la haga mover a amar por vía suave y no a puñadas,
como dicen. Que recojan este amor dentro, y no como olla que cuece demasiado,
porque se pone la leña sin discreción y se vierte toda; sino que moderen la
causa que tomaron para ese fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves
y no penosas, que lo son las de estos sentimientos y hacen mucho daño. Yo las tuve
algunas veces a los principios, y dejábanme perdida la cabeza y cansado el
espíritu de suerte que otro día y más no estaba para tornar a la oración. Así
que es menester gran discreción a los principios para que vaya todo con
suavidad y se muestre el espíritu a obrar interiormente. Lo exterior se procure
mucho evitar.
10.
Estotros ímpetus son diferentísimos. No ponemos nosotros la leña, sino que
parece que, hecho ya el fuego, de presto nos echan dentro para que nos
quememos. No procura el alma que duela esta llaga de la ausencia del Señor,
sino hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón, a las veces,
que no sabe el alma qué ha ni qué quiere. Bien entiende que quiere a Dios, y
que la saeta parece traía hierba para aborrecerse a sí por amor de este Señor,
y perdería de buena gana la vida por El.
No
se puede encarecer ni decir el modo con que llaga Dios el alma, y la grandísima
pena que da, que la hace no saber de sí; mas es esta pena tan sabrosa, que no
hay deleite en la vida que más contento dé. Siempre querría el alma -como he
dicho- estar muriendo de este mal.
11.
Esta pena y gloria junta me traía desatinada, que no podía yo entender cómo
podía ser aquello. ¡Oh, qué es ver un alma herida!
Que
digo que se entiende de manera que se puede decir herida por
tan
excelente causa; y ve claro que no movió ella por dónde le viniese este amor,
sino que del muy grande que el Señor la tiene, parece cayó de presto aquella
centella en ella que la hace toda arder. ¡Oh, cuántas veces me acuerdo, cuando
así estoy, de aquel verso de David: Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum que
me parece lo veo al pie de la letra en mí!
12.
Cuando no da esto muy recio, parece se aplaca algo, al menos busca el alma
algún remedio - porque no sabe qué hacer – con algunas penitencias, y no se
sienten más ni hace más pena derramar sangre que si estuviese el cuerpo muerto.
Busca modos y maneras para hacer algo que sienta por amor de Dios; mas es tan grande
el primer dolor, que no sé yo qué tormento corporal le quitase. Como no está
allí el remedio, son muy bajas estas medicinas para tan subido mal; alguna cosa
se aplaca y pasa algo con esto, pidiendo a Dios la dé remedio para su mal, y
ninguno ve sino la muerte, que con ésta piensa gozar del todo a su Bien. Otras veces
da tan recio, que eso ni nada no se puede hacer, que corta todo el cuerpo. Ni
pies ni brazos no puede menear; antes si está en pie se sienta, como una cosa
trasportada que no puede ni aun resolgar; sólo da unos gemidos no grandes,
porque no puede más; sonlo en el sentimiento.
13.
Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí
hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por
maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino
como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese
así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía
de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan.
Deben
ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; mas bien veo
que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a
otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al
fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el
corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía
las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan
grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad
que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se
contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual,
aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan
suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar
a quien pensare que miento.
14.
Los días que duraba esto andaba como embobada. No quisiera ver ni hablar, sino
abrazarme con mi pena, que para mí era mayor gloria que cuantas hay en todo lo
criado.
Esto
tenía algunas veces, cuando quiso el Señor me viniesen estos arrobamientos tan
grandes, que aun estando entre gentes no los podía resistir, sino que con harta
pena mía se comenzaron a publicar. Después que los tengo, no siento esta pena
tanto, sino la que dije en otra parte antes - no me acuerdo en qué capítulo -,
que es muy diferente en hartas cosas y de mayor precio; antes en comenzando
esta pena de que ahora hablo, parece arrebata el Señor el alma y la pone en
éxtasis, y así no hay lugar de tener pena ni de padecer, porque viene luego el
gozar.
Sea
bendito por siempre, que tantas mercedes hace a quien tan mal responde a tan
grandes beneficios.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA