Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 30
11.
Hame acaecido y me acuerdo ser un día antes de la víspera de Corpus Christi,
fiesta de quien yo soy devota, aunque no tanto como es razón. Esta vez duróme
sólo hasta el día, que otras dúrame ocho y quince días, y aun tres semanas, y
no sé si más, en especial las Semanas Santas, que solía ser mi regalo de
oración.
Me
acaece que coge de presto el entendimiento por cosas tan livianas a las veces,
que otras me riera yo de ellas; y hácele estar trabucado en todo lo que él
quiere y el alma aherrojada allí, sin ser señora de sí ni poder pensar otra
cosa más de los disparates que él la representa, que casi ni tienen tomo ni
atan ni desatan; sólo ata para ahogar de manera el alma, que no cabe en sí. Y
es así que me ha acaecido parecerme que andan los demonios como jugando a la pelota
con el alma, y ella que no es parte para librarse de su poder.
No
se puede decir lo que en este caso se padece. Ella anda a buscar reparo, y
permite Dios no le halle. Sólo queda siempre la razón del libre albedrío, no
clara. Digo yo que debe ser casi tapados los ojos, como una persona que muchas
veces ha ido por una parte, que, aunque sea noche y a oscuras, ya por el tino
pasado sabe adónde puede tropezar, porque lo ha visto de día, y guárdase de
aquel peligro. Así es para no ofender a Dios, que parece se va por la
costumbre. Dejemos aparte el tenerla el Señor, que es lo que hace al caso.
12.
La fe está entonces tan amortiguada y dormida como todas las demás virtudes,
aunque no perdida, que bien cree lo que tiene la Iglesia, mas pronunciado por
la boca, y que parece por otro cabo la aprietan y entorpecen para que, casi
como cosa que oyó de lejos, le
parece
conoce a Dios.
El
amor tiene tan tibio que, si oye hablar en El, escucha como una cosa que cree
ser el que es porque lo tiene la Iglesia; mas no hay memoria de lo que ha
experimentado en sí.
Irse
a rezar, no es sino más congoja, o estar en soledad; porque el tormento que en
sí se siente, sin saber de qué, es incomportable.
A
mi parecer, es un poco del traslado del infierno. Esto es así, según el Señor
en una visión me dio a entender; porque el alma se quema en sí, sin saber quién ni por dónde le
ponen fuego, ni cómo huir de él, ni con qué le matar.
Pues
quererse remediar con leer, es como si no se supiese. Una vez me acaeció ir a
leer una vida de un santo para ver si me embebería y para consolarme de lo que
él padeció, y leer cuatro o cinco veces otros tantos renglones y, con ser
romance, menos entendía de ellos a la postre que al principio, y así lo dejé.
Esto me acaeció muchas veces, sino que ésta se me acuerda más en particular.
13.
Tener, pues, conversación con nadie, es peor. Porque un espíritu tan disgustado
de ira pone el demonio, que parece a todos me querría comer, sin poder hacer
más, y algo parece se hace en irme a la mano, o hace el Señor en tener de su
mano a quien así está, para que no diga ni haga contra sus prójimos cosa que
los perjudique y en que ofenda a Dios.
Pues
ir al confesor, esto es cierto que muchas veces me acaecía lo que diré, que,
con ser tan santos como lo son los que en este tiempo he tratado y trato, me
decían palabras y me reñían con una aspereza, que después que se las decía yo
ellos mismos se espantaban y me decían que no era más en su mano. Porque, aunque
ponían muy por sí de no lo hacer otras veces (que se les hacía después lástima
y aún escrúpulo), cuando tuviese semejantes trabajos de cuerpo y de alma, y se determinaban
a consolarme con piedad, no podían. No decían ellos malas palabras -digo en que
ofendiesen a Dios-, mas las más disgustadas que se sufrían para confesor.
Debían pretender mortificarme, y aunque otras veces me holgaba y estaba para
sufrirlo, entonces todo me era tormento.
Pues
dame también parecer que los engaño, e iba a ellos y avisábalos muy a las veras
que se guardasen de mí, que podría ser los engañase. Bien veía yo que de
advertencia no lo haría, ni les diría mentira, mas todo me era temor. Uno
medijo una vez, como entendió la tentación, que no tuviese pena, que aunque yo
quisiese engañarle, seso tenía él para no dejarse engañar. Esto me dio mucho
consuelo.
14.
Algunas veces - y casi ordinario, al menos lo más continuo – en acabando de comulgar
descansaba; y aun algunas, en llegando al Sacramento, luego a la hora quedaba
tan buena, alma y cuerpo, que yo me espanto. No parece sino que en un punto se
deshacen todas las tinieblas del alma y, salido el sol, conocía las tonterías
en que había estado.
Otras,
con sola una palabra que me decía el Señor, con sólo decir:
No
estés fatigada; no hayas miedo - como ya dejo otra vez dicho -quedaba del todo
sana, o con ver alguna visión, como si no hubiera
tenido
nada. Regalábame con Dios; quejábame a El cómo consentía tantos tormentos que
padeciese; mas ello era bien pagado, que casi siempre eran después en gran
abundancia las mercedes.
No
me parece sino que sale el alma del crisol como el oro, más afinada y
clarificada, para ver en sí al Señor. Y así se hacen después pequeños estos
trabajos con parecer incomportables, y se desean tornar a padecer, si el Señor
se ha de servir más de ello. Y aunque haya mas tribulaciones y persecuciones,
como se pasen sin ofender al Señor, sino holgándose de padecerlo por El, todo
es para mayor ganancia, aunque como se han de llevar no los llevo yo, sino harto
imperfectamente.
15.Otras
veces me venían de otra suerte, y vienen, que de todo punto me parece se me
quita la posibilidad de pensar cosa buena ni desearla hacer, sino un alma y
cuerpo del todo inútil y pesado; mas no tengo con esto estotras tentaciones y
desasosiegos, sino un disgusto, sin entender de qué, ni nada contenta al alma.
Procuraba hacer buenas obras exteriores para ocuparme medio por fuerza, y conozco
bien lo poco que es un alma cuando se esconde la gracia.
No
me daba mucha pena, porque este ver mi bajeza me daba alguna satisfacción.
16.
Otras veces me hallo que tampoco cosa formada puedo pensar de Dios ni de bien
que vaya con asiento, ni tener oración, aunque esté en soledad; mas siento que
le conozco. El entendimiento e imaginación entiendo yo es aquí lo que me daña,
que la voluntad buena me parece a mí que está y dispuesta para todo bien. Mas este
entendimiento está tan perdido, que no parece sino un loco furioso que nadie le
puede atar, ni soy señora de hacerle estar quedo un credo. Algunas veces me río
y conozco mi miseria, y estoyle mirando y déjole a ver qué hace; y -gloria a
Dios- nunca por maravilla va a cosa mala, sino indiferentes: si algo hay que
hacer aquí y allí y acullá. Conozco más entonces la grandísima merced que me
hace el Señor cuando tiene atado este loco en perfecta contemplación. Miro qué
sería si me viesen este desvarío las personas que me tienen por buena. He
lástima grande al alma de verla en tan mala compañía. Deseo verla con libertad,
y así digo al Señor: «¿cuándo, Dios mío, acabaré ya de ver mi alma junta en vuestra
alabanza, que os gocen todas las potencias? ¡No permitáis, Señor, sea ya más
despedazada, que no parece sino que cada pedazo anda por su cabo!».
Esto
paso muchas veces. Algunas bien entiendo le hace harto al caso la poca salud
corporal. Acuérdome mucho del daño que nos hizo el primer pecado, que de aquí
me parece nos vino ser incapaces de gozar tanto bien en un ser, y deben ser los
míos, que, si yo no hubiera tenido tantos, estuviera más entera en el bien.