Segundo edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO
4
1.
En estos días que andaba con estas determinaciones, había persuadido a un
hermano mío a que se metiese fraile (*,1) diciéndole la vanidad del mundo. Y
concertamos entrambos de irnos un día muy de mañana al monasterio adonde estaba
aquella mi amiga, que era al que yo tenía mucha afición, puesto que ya en esta
postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a cualquiera que pensara
servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera; que más miraba ya el remedio de
mi alma, que del descanso ningún caso hacía de él.
Acuérdaseme, a todo mi parecer y con
verdad, que cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento
cuando me muera. Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que, como
no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo
haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran
mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera
que lo puse por obra.
2. En tomando el hábito, luego me dio
el Señor a entender cómo favorece a los que se hacen fuerza para servirle, la
cual nadie no entendía de mí, sino grandísima voluntad. A la hora me dio un tan
gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó
Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura. Dábanme deleite todas
las cosas de la religión, y es verdad que andaba algunas veces barriendo en
horas que yo solía ocupar en mi regalo y gala, y acordándoseme que estaba libre
de aquello, me daba un nuevo gozo, que yo me espantaba y no podía entender por
dónde venía.
Cuando de esto me acuerdo, no hay cosa
que delante se me pusiese, por grave que fuese, que dudase de acometerla.
Porque ya tengo experiencia en muchas que, si me ayudo al principio a determinarme
a hacerlo, que, siendo sólo por Dios, hasta comenzarlo quiere -para que más
merezcamos- que el alma sienta aquel espanto, y mientras mayor, si sale con
ello, mayor premio y más sabroso se hace después. Aun en esta vida lo paga Su Majestad
por unas vías que sólo quien goza de ello lo entiende.
Esto
tengo por experiencia, como he dicho, en muchas cosas harto graves. Y así jamás aconsejaría -si fuera persona que hubiera
de dar parecer- que, cuando una buena inspiración acomete muchas veces, se
deje, por miedo, de poner por obra; que si va desnudamente por solo Dios, no
hay que temer sucederá mal, que poderoso es para todo. Sea bendito por siempre,
amén.
3.
Bastara, ¡oh sumo Bien y descanso mío!, las mercedes que me habíais hecho hasta
aquí, de traerme por tantos rodeos vuestra piedad y grandeza a estado tan
seguro y a casa adonde había muchas siervas de Dios, de quien yo pudiera tomar,
para ir creciendo en su servicio. No sé cómo he de pasar de aquí, cuando me
acuerdo la manera de mi profesión y la gran determinación y contento con que la
hice y el desposorio que hice con Vos. Esto no lo puedo decir sin lágrimas, y
habían de ser de sangre y quebrárseme el corazón, y no era mucho sentimiento
para lo que después os ofendí.
Paréceme ahora que tenía razón de no
querer tan gran dignidad, pues tan mal había de usar de ella. Mas Vos, Señor
mío, quisisteis ser -casi veinte años que usé mal de esta merced- ser el
agraviado, porque yo fuese mejorada. No parece, Dios mío, sino que prometí no
guardar cosa de lo que os había prometido, aunque entonces no era esa mi
intención. Mas veo tales mis obras después, que no sé qué intención tenía, para
que más se vea quién Vos sois, Esposo mío, y quién soy yo. Que es verdad,
cierto, que muchas veces me templa el sentimiento de mis grandes culpas el
contento que me da que se entienda la muchedumbre de vuestras misericordias.
4.
¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en mí, que tanto he oscurecido
con mis malas obras las grandes mercedes que me comenzasteis a hacer? ¡Ay de
mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! Ni tiene nadie la
culpa sino yo. Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a mostrar,
no le pudiera yo emplear en nadie sino en Vos, y con esto se remediaba todo. Pues
no lo merecí ni tuve tanta ventura, válgame ahora,
Señor, vuestra misericordia.
5. La mudanza de la vida y de los
manjares me hizo daño a la salud, que, aunque el contento era mucho, no bastó.
Comenzáronme
a crecer los desmayos y diome un mal de corazón tan grandísimo, que ponía
espanto a quien le veía, y otros muchos males juntos, y así pasé el primer año
con harta mala salud, aunque no me parece ofendí a Dios en él mucho. Y como era
el mal tan grave que casi me privaba el sentido siempre y algunas veces del todo
quedaba sin él, era grande la diligencia que traía mi padre para buscar
remedio; y como no le dieron los médicos de aquí, procuro llevarme a un lugar
adonde había mucha fama de que sanaban allí otras enfermedades, y así dijeron
harían la mía. Fue conmigo esta amiga que
he dicho que tenía en casa, que era antigua. En la casa que era monja no se
prometía clausura.
6.
Estuve casi un año por allá, y los tres meses de él padecendo tan grandísimo
tormento en las curas que me hicieron tan recias, que yo no sé cómo las pude
sufrir; y en fin, aunque las sufrí, no las pudo sufrir mi sujeto, como diré.
Había de comenzarse la cura en el
principio del verano, y yo fui en el principio del invierno. Todo este tiempo
estuve en casa de la hermana que he dicho que estaba en la aldea, esperando el
mes de abril, porque estaba cerca, y no andar yendo y viniendo.
7. Cuando iba, me dio aquel tío mío
que tengo dicho que estaba en el camino, un libro: llámase Tercer Abecedario,
que trata de enseñar oración de recogimiento; y puesto que este primer año había
leído buenos libros (que no quise más usar de otros, porque ya entendía el daño
que me habían hecho), no sabía cómo proceder en oración ni cómo recogerme, y
así holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis
fuerzas. Y como ya el Señor me había dado don de lágrimas y gustaba de leer,
comencé a tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y comenzar aquel
camino, teniendo a aquel libro por maestro. Porque yo no hallé maestro, digo
confesor, que me entendiese, aunque lebusqué, en veinte años después de esto
que digo, que me hizo harto daño para tornar muchas veces atrás y aun para del
todo perderme; porque todavía me ayudara a salir de las ocasiones que tuve para
ofender a Dios.
Comenzóme Su Majestad a hacer tantas
mercedes en los principios, que al fin de este tiempo que estuve aquí (que era
casi nueve meses en esta soledad, aunque no tan libre de ofender a Dios como el
libro me decía, mas por esto pasaba yo; parecíame casi imposible tanta guarda;
teníala de no hacer pecado mortal, y pluguiera a Dios la tuviera siempre; de
los veniales hacía poco caso, y esto fue lo que me destruyó...), comenzó el
Señor a regalarme tanto por este camino, que me hacía merced de darme oración
de quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no entendía qué era lo uno
ni lo otro y lo mucho que era de preciar, que creo me fuera gran bien
entenderlo. Verdad es que duraba tan poco esto de unión, que no sé si era
Avemaría; mas quedaba com unos efectos tan grandes que, con no haber en este
tiempo veinte años, me parece traía el mundo debajo de los pies, y así me acuerdo
que había lástima a los que le seguían, aunque fuese en cosas lícitas.
Procuraba
lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí
presente, y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le
representaba en lo interior; aunque lomás gastaba en leer buenos libros, que
era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con el
entendimiento ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe,
que aun para pensar y representar en mí -como lo procuraba traer- la Humanidad
del Señor, nunca acababa. Y aunque por esta vía de no poder obrar con el
entendimiento llegan más presto a lacontemplación si perseveran, es muy
trabajoso y penoso. Porque si falta la
ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor,
queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y
sequedad, y grandísimo combate los pensamientos.
8. A personas que tienen esta
disposición les conviene más pureza de conciencia que a las que con el
entendimiento pueden obrar.
Porque
quien va discurriendo en lo que es el mundo y en lo que debe a Dios y en lo
mucho que sufrió y lo poco que le sirve y lo que da a quien le ama, saca
doctrina para defenderse de los pensamientos y de las ocasiones y peligros. Pero quien no se puede aprovechar de esto, tiénele
mayor y conviénele ocuparse mucho en lección, pues de su parte no puede sacar
ninguna.
Es tan penosísima esta manera de
proceder, que si el maestro que enseña aprieta en que sin lección, que ayuda
mucho para recoger (a quien de esta manera procede le es necesario, aunque sea
poco lo que lea, sino en lugar de la oración mental que no puede tener); digo
que si sin esta ayuda le hacen estar mucho rato en la oración, que será
imposible durar mucho en ella y le hará daño a la salud si porfía, porque es
muy penosa cosa.
9.
Ahora me parece que proveyó el Señor que yo no hallase quien me enseñase, porque
fuera imposible, -me parece-, perseverar dieciocho años que pasé este trabajo,
y en éstos grandes sequedades, por no poder, como digo, discurrir. En todos
éstos, si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin
un libro; que tanto temía mi alma estar sin él en oración, como si con mucha
gente fuera a pelear. Con este remedio, que era como una compañía o escudo en
que había de recibir los golpes de los muchos pensamientos, andaba consolada.
Porque la sequedad no era lo ordinario, mas era siempre cuando me faltaba
libro, que era luego desbaratada el alma, y los pensamientos perdidos; com esto
los comenzaba a recoger y como por halago llevaba el alma. Y muchas veces, en
abriendo el libro, no era menester más. Otras
leía poco, otras mucho, conforme a la merced que el Señor me hacía.
Parecíame a mí, en este principio que
digo, que teniendo yo libros y cómo tener soledad, que no habría peligro que me
sacase de tanto bien; y creo con el favor de Dios fuera así, si tuviera maestro
o persona que me avisara de huir las ocasiones en los principios y me hiciera
salir de ellas, si entrara, con brevedad. Y si el demonio me acometiera
entonces descubiertamente, parecíame en ninguna manera tornara gravemente a
pecar; mas fue tan sutil y yo tan ruin, que todas mis determinaciones me
aprovecharon poco, aunque muy mucho los días que serví a Dios, para poder
sufrir las terribles enfermedades que tuve, con tan gran paciencia como Su
Majestad me dio.
10.
Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi
alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he
visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por
ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y
perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía. Aun en
los ojos de quien los ha visto, permite Su Majestad se cieguen y los quita de
su memoria. Dora las culpas.
Hace que resplandezca una virtud que
el mismo Señor pone en mí casi haciéndome fuerza para que la tenga.
11. Quiero tornar a lo que me han
mandado. Digo que, si hubiera de decir por menudo de la manera que el Señor se
había conmigo en estos principios, que fuera menester otro entendimiento que el
mío para saber encarecer lo que en este caso le debo y mi gran ingratitud y
maldad, pues todo esto olvidé. Sea por siempre bendito, que tanto me ha
sufrido. Amén.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA
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