En Cuaresma cenamos todos los
días (menos los domingos) patatas: patatas secas, con judías, zanahorias...
pero patatas. Cuando ya llevas unos días, te das cuenta de que llegas a la cena
sabiendo lo que hay, y que no hay sorpresas. Cuando no es Cuaresma bajas a la
cena pensando: "¿Qué habrá? Sopa, pizza, pescado, nuggets..." Da
igual lo que es, pero te sorprendes. En cambio, en Cuaresma no cabe para
sorpresas.
Ahora a la cena bajo sin mucha
ilusión porque sé lo que va a haber. Eso que me pasa a mí con las patatas, nos
pasa con las personas. Se convierten en una rutina, perdemos la ilusión. Nos
acomodamos. Entramos en una rutina en la que damos por hecho que la otra
persona sabe que la queremos, ¿pero se lo mostramos? ¿Tenemos detalles con
ella? ¿O pensamos "Bueno, ya lo sabe, no hace falta..."?
Cristo no se acomoda, Cristo es
la persona más sorprendente. Cuando le hacían preguntas los fariseos y escribas
para ponerle en un aprieto, su respuesta les pillaba por sorpresa. Cristo se
sale de lo común, de la rutina, cada día llama a nuestra puerta, cada día
quiere sorprendernos con miles de detalles; desde que encuentres aparcamiento,
que el conductor del bus esté de buen humor, que alguien haya tirado la
basura... Muchísimas cosas que quiere regalarte para hacerse presente en tu
día. Él nos demuestra constantemente su amor.
Eso que Él hace por nosotros,
quiere que lo hagamos por los demás. Que no entres en ese "no hace falta
demostrarlo".
Hoy el reto es que sorprendas a
alguien con un gesto de amor que se salga de lo que normalmente haces,
¡sorprende al que tienes al lado! Te darás cuenta de que, cuanto más das, más
recibes. Y por la noche repasa el día, verás que el Señor te ha sorprendido
también a ti.
VIVE DE CRISTO
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