Los ataques más directos que está sufriendo el amor
humano en nuestro tiempo provienen de la "ideología de género", que
se mezcla en nuestros días con las reivindicaciones de los teóricos de la
"revolución sexual" y el "feminismo radical".
El papa Juan Pablo II escribió que “el hombre no
puede vivir sin amor”, [pues entonces es] "para sí mismo un ser
incomprensible, su vida está privada de sentido… si no se encuentra con el
amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”
(Redemptor Hominis 10). La vocación al amor está inscrita en nuestro corazón.
En esta vida podemos permitirnos fracasar en muchas aspiraciones, pero ningún
fracaso tendrá consecuencias tan lamentables como fracasar en el amor.
Son cada vez más numerosos los matrimonios que se
rompen y las familias desestructuradas. Es frecuente también el fenómeno de las
parejas de hecho, las familias monoparentales, la fecundación artificial, los
embarazos no deseados, el negocio de la pornografía, el aumento de las
enfermedades de transmisión sexual, la anticoncepción, la práctica homosexual,
los abusos sexuales y la violencia familiar. Nos encontramos ante una verdadera
“emergencia educativa”, de la que nos alertara Benedicto XVI.
La crisis del amor humano ha sido descrita por el
papa Francisco como un gran “desafío antropológico y cultural” (Amoris Laetitia
31-57), un desafío que nos invita a seguir educando a los jóvenes en el amor,
con renovado empeño, ayudándoles a valorar y respetar la diferencia y a aceptar
el propio cuerpo tal y como ha sido creado (AL 285). De ello depende que el
amor humano conserve su dignidad y su valor para revelar el amor divino en el
nuevo milenio. De ello depende también la dignidad y el misterio de la persona
humana, de la que el amor es su expresión y epifanía.
Por lo que respecta al significado del cuerpo y de
la diferencia sexual, los ataques más directos que está sufriendo el amor
humano en nuestro tiempo provienen de la “ideología de género”, que se mezcla
en nuestros días con las reivindicaciones de los teóricos de la “revolución
sexual” y el “feminismo radical”. El resultado es una mentalización constante,
una “colonización ideológica”, como ha señalado el Papa Francisco, que se infiltra
en todos los poros de nuestra sociedad, generando en nuestros jóvenes una
tremenda confusión y desorientación personal.
El postulado fundamental de la ideología de género,
según Judith Butler, tal vez su teórica principal, es eliminar el supuesto de que
los seres humanos se dividen en dos sexos. Las diferencias hombre-mujer, más
allá de las diferencias anatómicas, no proceden de la naturaleza. Son producto
de la cultura de un país y una época. Son una convención social. Hay que
liberar, por tanto, a la persona de sus condicionamientos biológicos. La
naturaleza no debe imponer ninguna ley. La persona ha de tener libertad para
configurarse según sus propios deseos. De este modo, cada uno puede
“inventarse” a sí mismo, eligiendo su propio género y su propia identidad y
orientación sexual, con independencia de su sexo biológico.
Hay otro aspecto a señalar: La ideología de género
afirma que la reproducción humana debe ser totalmente libre, existiendo por lo
tanto el derecho al aborto, y en contraposición, el “derecho al hijo”, por
medio de las técnicas de reproducción artificial posibles, ya que la
reproducción no es más que el resultado fortuito de algunos encuentros
heterosexuales.
Con esta antropología dualista, el sexo se separa de
la persona. El sexo es considerado un mero dato anatómico, sin relevancia
antropológica, que no habla de la persona ni de complementariedad alguna. Una
mirada no ideologizada nos permitiría comprender, en cambio, el misterio de la
creación, que se encuentra inscrito como una huella en el cuerpo sexuado. En
esta dirección apuntan los más recientes hallazgos de la anatomía, fisiología,
la embriología y las neurociencias.
Urge hoy releer las catequesis de Juan Pablo II
sobre la “teología del cuerpo”, y enseñar a “amar en la diferencia”. Juan Pablo
II nos enseñó el significado esponsal que está inscrito en nuestro cuerpo. El
cuerpo, en efecto, es mucho más que un envoltorio de la persona. Está cargado
de un profundo significado simbólico y espiritual, que en nuestros días es urgente
redescubrir. Por lo que respecta a la diferencia sexual, la misma palabra
“diferencia” (dif-ferre) sugiere cómo en el amor el “yo” es llevado hacia el
“tú” del otro sexo. El Cardenal Scola, en sus escritos sobre el “misterio
nupcial”, ha demostrado que la separación arbitraria del amor, la diferencia
sexual y la fecundidad tiene consecuencias muy destructivas para el ser humano
y la sociedad.
El hombre moderno que, con el ateísmo, intentó
liberarse de Dios; y con el materialismo, intentó liberarse de su dimensión
espiritual, con la ideología de género pretende liberarse de su “ser” cuerpo.
De este modo, como señalaba Benedicto XVI, el hombre moderno quiere ser pura
autonomía, quiere crearse a sí mismo y ser “dios”, y esto es metafísicamente
imposible, ya que el hombre, al querer emanciparse de su cuerpo, de la esfera
biológica, acaba por destruirse a sí mismo.
REL - Monseñor Juan José Asenjo
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