El miércoles nos tocó día de
cocina. Al tener que preparar leche y café en grandes cantidades, lo que
hacemos es calentarlos en una cazuela cada uno. Así, nada más terminar la
Eucaristía y de rezar Tercia, salimos corriendo a encender los fuegos (porque nuestra
cocina es de gas) para que en 15 minutos esté todo caliente.
Ese día me tocaba a mí encender
los fuegos. Así que fui a ello y, como tenía que esperar a que se fuera
calentando todo, preparé una cafetera más, la puse sobre otro fuego y lo
encendí.
Al instante me di cuenta de que
aquella cocina es como el Amor del Señor. Que encender un fuego más no
menoscaba ni quita calor a otro, sino que cada uno tiene su medida y su calor
respectivo. Su Amor no se reparte, sino que es único y total para todo el que
se deja amar por Él. Y, ¡qué pasada!, pues así es el Amor cuando amamos desde
Él.
Tú y yo somos transmisores del
calor que da el Amor del Señor, pero, para ello, primero tiene que recorrer
todos los rincones de tu vida, tiene que atravesar tus tuberías de lado a lado
para que pueda salir hacia los demás.
Muchas veces uno piensa que es
más importante lo que haga por los demás, lo que consiga entregarse... pero
para el Señor lo realmente importante eres tú, es tu corazón, porque su deseo
es llenarte a ti primero, pues, si no, todo tu esfuerzo te serviría de muy
poco, y acabarías por rendirte. Si tu interés es dejarte llenar por Él, no te
preocupes, que ya Él se encargará de ponerte personas a quien amar, obras a las
que entregarte y circunstancias en las que confiar.
Hoy el reto del Amor es
presentarle al Señor aquella situación que te hace sentir pobre o indefenso,
pues ésa es la puerta por donde entra el "Gas" de tu cocina, para que
puedas ser fuego de Dios.
VIVE
DE CRISTO
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