CAPÍTULO III
LA SEXUALIDAD AL SERVICIO DEL PLACER O DEL AMOR.
Podemos decir que hay dos concepciones radicalmente
distintas de la sexualidad: En la concepción
cristiana, Jesús nos pone como tarea
de nuestra vida:
“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia”
(Mt 6,33). El Cristianismo nos ayuda a vivir como personas. A diferencia
de los animales,
el ser humano es
dueño de sí mismo y responsable de sus actos,
con decisiones tomadas
consciente y libremente, lo que nos constituye en
sujetos morales. En lo referente
a lo sexual, nuestra
sexualidad, querida por Dios, está
intrínsecamente vinculada con la vida de la persona y de la sociedad.
Es un elemento
plenamente positivo de la personalidad, que se entronca
en la perspectiva del desarrollo
personal y del amor creador y fiel. Está llamada a expresar
con la ayuda de la gracia el amor, el elemento fundamental de nuestra existencia, pudiendo
hacerlo tanto en la virginidad
como en el matrimonio, e incluso en la continencia
involuntaria, además de servir a otros valores con
sus correspondientes exigencias morales.
La sexualidad
es una fuerza
que no sólo favorece
la unión entre los sexos
y la reproducción, haciendo que un hombre
y una mujer conozcan el gozo de
unirse en un gran gesto de amor,
lleno de cariño y de ternura,
sino que además es un estímulo poderoso que lleva al individuo
a independizarse de sus padres, a crear su propia familia
y a la vida de adulto.
En cambio para los defensores de la ideología de género hay que llevar
la libertad sexual al máximo, pues no hay ningún criterio discriminante entre lo lícito
y lo ilícito, lo normal y lo anormal, siendo,
por tanto, permisibles y moralmente
iguales todas las relaciones sexuales voluntarias, significando para
ellos el ser responsable tan sólo el tomar
precauciones contraceptivas a fin de
evitar embarazos no deseados
y siendo la obtención del placer el principal objetivo de la sexualidad, que cada uno puede tratar de alcanzar según le venga en
gana. La permisividad absoluta, el rechazo de toda moral que no identifique bien con placer y el naturalismo biológico son el denominador común
de este tipo de corrientes, que coinciden en una visión físico-anatómica del sexo,
como si se tratara
de un fenómeno puramente biológico, sin ninguna
trascendencia ni significado. En esta visión
laicista y atea de la sexualidad, se quiere realizar
una revolución sexual, que libere la sexualidad
de todo vínculo opresor, pero sólo se consigue su banalización, pues da igual ser homo que heterosexual, juntarse por una
temporada que casarse definitivamente, tener hijos que no tenerlos, aceptarlos que destruirlos antes de que nazcan.
Se afirma que cada uno es dueño absoluto de su vida, pero no se cree en la Libertad
entendida como ser capaz de
mandar en sí mismo y en consecuencia poder
superarse. Es un individualismo exagerado, en que está
ausente la dimensión
relacional. Así la sexualidad queda
reducida a su animalidad, quedando vacía de su carga de humanidad y
se convierte en un simple objeto de consumo o juego, en el cual cada uno disfruta
de su propio cuerpo y del
cuerpo del otro, sin necesidad ni capacidad
de entrar en una relación seria
con la otra persona, y mucho menos de llegar a un compromiso de amor interpersonal y estable.
Actualmente, sin embargo,
como consecuencia del poder del lobby de la
ideología de género, apoyados por la mayoría
de los medios de comunicación y de muchos
políticos en nombre de lo políticamente correcto, se intenta iniciar en
las prácticas sexuales a los
niños alegando su pretendido derecho a poder disfrutar de su cuerpo.
Como el fin de la sexualidad para esta ideología es el
placer, la masturbación, las relaciones sexuales de toda clase, y el acostarse
juntos, son prácticas
recomendables desde la más tierna infancia Al niño
hay que despertarle sus inclinaciones sexuales, enseñándoles a conocer
su propio cuerpo
por medio de la masturbación, que no es nada negativo, e incluso que puedan disfrutar
de relaciones sexuales con otros niños y niñas, siendo justificable cualquier actividad sexual. Esto siempre se ha llamado
corrupción de menores. En nuestro país, la Ley sobre
el aborto, que se titula de salud sexual y reproductiva, trata de proteger esta
corrupción. Y así declara que es un objetivo a conseguir “la educación
sanitaria integral y con perspectiva de género” [i], así como el que “la formación de profesionales de la salud
se abordará con perspectiva de género” [ii]. Si eso se pretende de los educadores, es que se quiere
que, a su vez, eduquen en esta mentalidad a
los educandos. A mi clase vinieron unos presuntos educadores sexuales y dijeron
a mis adolescentes lo siguiente: “nuestra enseñanza es objetiva, neutral y científica” y “a nosotros
nos merece tanto respeto un joven que decide
acostarse como uno que decide
no acostarse”, con lo que se les transmite
el mensaje que quien no se
acueste es tonto. Dicen que
defienden la libertad sexual
de niños, jóvenes y adolescentes, pero la realidad
es que se deja el camino abierto a la corrupción de menores
e incluso a la pederastia. Y es que en la concepción
laicista “una sociedad moderna ha de considerar bueno ‘usar el sexo’ como un objeto
más de consumo. Así se termina
en el permisivismo más radical y, en última instancia, en el nihilismo más absoluto” [iii].
Por cierto en la futura Ley de nuestro Parlamento leemos en su “Exposición de Motivos III Marco normativo
europeo” esto: “El
4 de Febrero de 2014, el Parlamento europeo aprobó por amplia
mayoría el Informe Lunacek, (diputada austríaca del grupo de los Verdes y feminista
radical conocida por su defensa de la pederastia, a la que llama “educación
afectivo-sexual interactiva y libre de tabús”) en el que se establece
una hoja de ruta para acabar con la discriminación
por orientación sexual o identidad de género
o sexual”. Por supuesto me parece increíble que primero el Parlamento
europeo y luego el nuestro, acepten que sea una persona con ese currículo la encargada de decirnos cómo debe ser la sexualidad en Europa.
Pero después de lo que hemos dicho, queda pendiente una duda:
¿el placer sexual es bueno o malo? Es indudable
que el ejercicio de la sexualidad es fuente
de placer. Pero la búsqueda inmediata y obsesiva
del placer, sin atender a los
valores personales presentes en la sexualidad
y separándolo de su lugar natural, que es el matrimonio, puede producir
una satisfacción momentánea, pero significa
una degradación de la conducta
sexual y conduce
al ser humano a
la frustración. Muchas patologías
actuales son de personas que buscan en el placer la felicidad, pero no la encuentran allí.
Pero si el placer puede presentar inconvenientes, es indudable
que ha sido
puesto por Dios y, por tanto, puede y debe ser algo positivo, por lo que puede ser
vivido según el evangelio
y debe ser disfrutado y valorado
como una realidad al servicio del amor y de
la comunicación. El placer no
sólo es bueno si no se hace
incluso más intenso
cuando se manifiesta
al servicio de la persona
y de la pareja.
EL
PROBLEMA EDUCATIVO.
La Declaración Universal de Derechos Humanos dice en su
artículo 26, párrafo 3 lo siguiente: “Los
padres tendrán derecho
preferente a escoger
el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”.
Y la Constitución Española: “Los poderes públicos garantizan el
derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación
religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” [iv]. Por su parte, el Concilio Vaticano II afirma: “(a los
niños y adolescentes) hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación
sexual” [v].
La cuestión es,
por tanto, quién debe dar la educación afectivosexual:
¿los padres, la Iglesia, el Estado? La postura de la Iglesia
es clara: son
los padres a quienes les
corresponde, pero si los padres quieren la colaboración de la Iglesia, de acuerdo. Lo que me parece inadmisible es que el Estado se arrogue
ese derecho, basado en, como me dijo un joven izquierdista, en que como los
padres no saben educar, por tanto debemos
hacerlo nosotros.
Hace unos años, un Papa escribió una Encíclica en la que tocaba entre otros este tema educativo. Escribió
así: “34. Sobre la fe en Dios, genuina y pura,
se funda la moralidad del género humano.
Todos los intentos
de separar la doctrina del
orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza
de normas humanas,
conducen, pronto o tarde, a los
individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón:
No hay Dios, se encamina a la corrupción moral [vi]. Y estos necios, que presumen separar la moral de la
religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de
que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o
sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es
caminar al empobrecimiento y decadencia moral. Ningún poder coercitivo del
Estado, ningún ideal puramente terreno, por grande y noble que en sí sea, podrá
sustituir por mucho tiempo a los estímulos tan profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo”.
“35. Es una nefasta característica del tiempo presente querer desgajar no solamente la doctrina moral,
sino los mismos
fundamentos del derecho
y de su aplicación, de la verdadera fe en Dios y de las normas de
la relación divina. Fíjase aquí nuestro pensamiento en lo que se suele llamar derecho
natural, impreso por el dedo mismo del Creador
en las tablas del corazón
humano [vii], y que la sana razón humana no obscurecida por pecados y
pasiones es capaz de descubrir. A la luz de las normas de este derecho
natural puede ser valorado
todo derecho positivo,
cualquiera que sea el legislador, en su contenido ético
y, consiguientemente, en la legitimidad del mandato y en la obligación que implica de cumplirlo.
Las leyes humanas, que están en oposición insoluble con el derecho
natural, adolecen de un vicio
original”.
“37. Los padres, conscientes y conocedores de su misión
educadora, tienen, antes que nadie, derecho
esencial a la educación de los hijos, que Dios les ha dado, según el espíritu de la
verdadera fe y en consecuencia con sus principios
y sus prescripciones. Las leyes y demás disposiciones semejantes que no tengan en cuenta la
voluntad de los padres en la cuestión escolar, o la hagan ineficaz
con amenazas o con la violencia, están en contradicción con el derecho natural
y son íntima y esencialmente inmorales”.
“40… La prensa y la radio inundan a diario con
producciones de contenido opuesto a la fe y a la Iglesia
y, sin consideración y respeto
alguno, atacan lo que para vosotros
debe ser sagrado
y santo”.
Creo que este documento nos presenta unos interrogantes: ¿Es actual o está
pasado de moda?,
¿creen ustedes que nuestros problemas educativos están reflejados en este texto?, ¿nos presenta ideas
claras sobre los problemas actuales y nos indica por donde
debe ir la solución? Y, por supuesto, ¿quién lo ha escrito y en qué circunstancias?
A las primeras preguntas les dejo contestar a Ustedes. A
la última la respuesta es sencilla: se trata de párrafos de la Encíclica “Mit
brennender Sorge”, “Con profunda preocupación”, del Papa Pío XI del 14 de Marzo
de 1937 contra el nacionalsocialismo alemán.
Esta Encíclica me recuerda el refrán
“nada nuevo bajo el sol”,
porque es indiscutible que lo que
defendían los nazis hoy es pensamiento muy común. Sería
bueno que aquéllos que tienen rápidamente la palabra
fascista para todo aquél que no coincide
con su modo de pensar, se den cuenta
que, al menos en las cuestiones educativas, son ellos los laicistas, marxistas e ideólogos de género los que sí que coinciden con los nazis alemanes,
en su intento de arrebatar a los padres uno de sus derechos fundamentales: el
de educar a sus hijos según sus convicciones.
Según la Ideología
de Género, el Estado debe asumir la responsabilidad de formar a los ciudadanos en el civismo, definido como
aquella ética mínima que debería
suscribir cualquier ciudadano. De acuerdo con
ese principio, no corresponde a los padres,
sino al Estado, decidir sobre la educación
de los hijos, porque la ciudadanía
prevalece frente al derecho
de los padres,
tanto más cuanto que la educación sexual infantil es una pieza
clave para construir
la ideología de género, aunque la Declaración de
Derechos Humanos en su artículo 26 & 3 diga lo contrario. La educación debe
desterrar ideologías como la religión, y ninguna creencia
religiosa debe interferir los fines morales y sexuales
educativos del Estado. En pocas palabras
en nombre de la tolerancia
y de la democracia se excluyen las ideas que no estén de acuerdo con el laicismo
oficial, aunque sean Derechos Humanos fundamentales.
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