CAPÍTULO II
EL DERECHO DEL NONATO A VIVIR
La Declaración de
Derechos Humanos de la ONU de 1948
dice en su art. 3º: “todo individuo tiene derecho a la vida”, derecho que se tiene por el mero hecho de existir, mientras que “la Declaración de Derechos
del Niño”, aprobada por la ONU
el 20 de Noviembre de 1959, dice en su Preámbulo, que el niño
“tiene necesidad de una particular protección y de cuidados especiales
incluida una adecuada protección jurídica, sea antes
que después del nacimiento”. Y es que si
no
estoy vivo no necesito para nada los demás derechos.
Cuando una mujer está embarazada,
nunca está sólo un poquito
embarazada. O lo está, o no lo está.
Además si se presenta ante el médico, no pregunta: “Doctor,
¿cómo va mi conjunto de células?”, sino “Doctor, ¿cómo va mi
bebé o mi hijo?”. Desde el momento que se entera
de su embarazo sabe que es madre y desde luego nunca le dirá posteriormente a su hijo: “Cuando estaba
embarazada de un organismo del cual después viniste tú”, y como
hay una diferencia esencial entre
un ser humano y otro
que no lo es, mientras no es un ser
humano, no es él, entrando
en el terreno
de lo absurdo que el mismo ser vivo primero sea no humano y luego
sea humano. A su vez ella ya
es madre,
por supuesto de un ser humano,
y desde luego prefiere
serlo de un hijo vivo a de un
hijo muerto, por lo que debe
ser informada de las ayudas que se le pueden
proporcionar para que
su hijo pueda vivir y no tan solo de cómo
puede deshacerse de él. Para abortar con libertad
la mujer debe estar bien informada de lo
que va a hacer, de las alternativas y ayudas que puede encontrar y
de las consecuencias de su acción a
corto, medio y largo plazo, es decir informarle también del
síndrome postaborto. Sin embargo, en
la práctica, la sociedad de hoy le niega esta información de lo que es un aborto y sus consecuencias;
La vida humana debe
absolutamente respetarse, por lo que hemos de defender
el derecho del nonato desde
el momento de su concepción a vivir. El aborto no atañe sólo a la madre, ni
es su decisión privada, ya que hay un ser
humano que no es ella, al que su decisión
afecta y de qué modo. Es indiscutible que el más afectado por el aborto
es el propio nonato, que es alguien
distinto del padre y de la madre,
y que todos hemos
sido un día embriones, afortunadamente
respetados. Una postura abierta
y de avance no es el defender la libertad de abortar, sino la
libertad del nonato a vivir. El aborto es
una injusticia que quebranta el derecho a la vida de un tercero, un ser humano con mi misma dignidad, a menos que defendamos
la aberración de que hay seres humanos de
primera y de segunda categoría, siendo este derecho a la vida el que fundamenta
todos los demás y debe ser respetado
desde la concepción hasta la muerte natural, hasta el punto de que “no puede
haber verdadera democracia si
no
se reconoce la dignidad de cada persona y no se respetan
sus derechos” [i]. Que el derecho a la vida pueda entrar en conflicto con otros derechos
tan dignos de respeto como
él, parece imposible, a menos que se
trate del equivalente respeto a la vida
ajena. La frontera
entre la civilización de la vida
y la cultura de la muerte está en el “no matarás”.
De ahí que la Iglesia proclame
el derecho inviolable
a la vida de todo ser humano inocente. “La sociedad debe proteger
a todo embrión, porque el
derecho inalienable a la vida de todo individuo
humano desde su concepción es un
elemento constitutivo de la sociedad civil
y de su legislación” [ii]. Se trata de defender los
valores fundamentales. Ante la mentalidad a favor del aborto, “ahora, cuando otra
categoría de personas está oprimida en su derecho fundamental a
la vida, la Iglesia siente el deber de dar voz a quien no tiene voz”[iii].
Quien está a favor de los derechos
humanos, no puede sino pensar que la postura abortista es claramente retrógrada, porque no respeta el derecho a la vida.
Es muy grave que el Estado rehúse a algunos seres humanos
su derecho a vivir,
pues con ello suprime la distinción, en la que se basa su propia legitimidad,
entre derechos humanos
y ley positiva, pues no es el Estado
el que me concede
los derechos, porque si fuera así
quedan puestos los cimientos para el
Estado totalitario. Los derechos
humanos son previos, independientes y superiores
a las decisiones del Estado o de las mayorías.
En pocas palabras o
logramos convencernos de que el embrión o el feto no
es un ser humano (entonces ¿qué es?), o tenemos que admitir que la vida humana
es sagrada y nadie tiene derecho a destruirla. El derecho a la vida depende de ser un ser humano,
no del ser grato o normal. No se puede estar a la vez a favor
del aborto y de los más débiles
y necesitados, pues son cosas contradictorias, aunque con el relativismo todo absurdo es posible.
Por supuesto que los políticos también ellos están obligados a seguir su conciencia y respetar
la Ley de Dios y los derechos
humanos fundamentales, ya que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” [iv].
LAS
VÍCTIMAS DEL ABORTO
Si el aborto es un crimen,
es evidente que afecta a todos los implicados en él, y no precisamente para bien.
Ya hemos dicho que el más afectado
por el aborto es el propio nonato, su víctima
principal, porque es sencillamente asesinado. El instinto
de vivir es uno de los
más fuertes del ser humano, y lo
poseen también los niños en el seno
materno, a los que se ve en las filmaciones de abortos intentando huir de los
instrumentos letales.
La otra gran víctima del aborto son las madres, las
mujeres que han abortado. Debo decir que desconozco, o al menos nunca me he
encontrado con él, el caso de la mujer que ha quedado traumatizada y con serias
consecuencias psíquicas como consecuencia de no haber abortado, mientras que
por el contrario he tenido que
enfrentarme muchas veces al drama y a la
tragedia de tantas madres, que han quedado traumatizadas y han visto deshecha
su vida como consecuencia del aborto, que es un acto contra el instinto natural
de ser madre. La realidad es que el aborto no cura ninguna enfermedad
física ni psíquica, sino por el contrario,
las agrava. Desde luego mi experiencia
personal y lo que oigo
y leo en los profesionales de la salud que hablan de estos temas es que el aborto
es una solución desastrosa, con gravísimos
traumas psíquicos y morales. Y es que todo cambio en nuestro cuerpo tiene
repercusión en el aparato psíquico. A las cuatro o cinco horas de la
fecundación el nuevo
ser empieza a emitir señales, provocando la interrupción del embarazo consecuencias inconscientes y conscientes. Es en ese lugar centro de la vida y centro geográfico de la mujer
donde tiene lugar
la emboscada letal. La mujer hecha para llevar la vida
se convierte en portadora de la muerte, siendo el lugar más peligroso para un
niño el seno de su madre. Cuando la mujer aborta lo recuerda en dos aniversarios: el día del aborto y el día en que hubiera debido nacer. La violación,
el incesto y el aborto dejan huella para siempre.
Nuestros actos son a menudo irreversibles y sus consecuencias están con
frecuencia fuera de nuestro alcance. Antes de hacerlo
las mujeres deben ser informadas de las secuelas
y repercusiones del aborto, porque el aborto hiere en lo más
profundo del ser, va en
contra radicalmente de lo que somos,
suele destrozar literalmente las vidas
de quienes lo llevan a cabo,
ya que matar a un hijo o a
un ser humano inocente conlleva un
sentimiento de culpa, por lo que sufren graves depresiones, autor-reproches, remordimientos, insomnio, pesadillas
y trastornos de conducta como la promiscuidad o el alcoholismo, quedando con
frecuencia marcadas con un síndrome
postaborto, que se presenta antes
o después a lo largo de la vida,
independientemente de ideologías o creencias,
y se expresa con problemas graves de
personalidad, inestabilidad emocional,
agresividad contra el médico
que les ha inducido y a quien no quieren
volver a ver, o contra el marido o compañero con un número muy
elevado de separaciones y divorcios en el primer año tras el aborto,
pues se quejan, en la inmensa mayoría de los casos con razón, de no haber recibido
información veraz
y completa acerca
de las consecuencias físicas, y sobre todo psicológicas, que ese aborto tendría para
ellas el resto
de sus vidas, y es que es más fácil sacar al niño del
seno de su madre que de su pensamiento. Es obvio que toda mujer que
aborta queda profundamente afectada por ello, aunque no quiera o no pueda
reconocerlo. Desde el punto de vista
de la mujer, el aborto es un acto que va totalmente en
contra de sus sentimientos e instintos más profundos, aunque algunas intenten justificarse haciéndose sus decididas defensoras. Y es que el problema no es ser madre o no serlo, sino ser madre
de un hijo vivo o de un hijo muerto. Tener un bebé nunca, nunca,
será tan duro a la larga como tomar la decisión de no tenerlo,
no curando el tiempo el problema,
sino por el contrario,
agravándolo. Por todo ello, hay que insistir
en que el aborto no supone el final del problema, sino, por el contrario, el inicio de un nuevo, duradero y gravísimo problema.
Y es que la naturaleza
no perdona. Si el simple aborto natural suele
ocasionar una depresión en la madre,
un acto tan antinatural y tan contra el instinto materno como el aborto provocado lleva consigo un muy serio problema emocional, incluso cuando no se es consciente
de ello, como sucede
en mujeres que llevan puesto el
DIU.
Todo ello hace necesario con frecuencia el correspondiente
tratamiento médico psiquiátrico de quien lo realiza, a
fin de poder asumir, también humanamente, las consecuencias de su acto, sacando a la luz sus sentimientos de culpa
y hablando de este tema a fondo
con alguien que sepa escucharles, experimentando muchas la necesidad
de que alguien superior
les perdone. Pero además de ese tratamiento psiquiátrico,
como es también un problema de
conciencia y de pecado,
puesto que se trata ciertamente de una mala acción, creo que el
mejor medio para recuperar la
paz interior es el arrepentimiento sincero
con la absolución
sacramental que garantiza el perdón de un Dios que sí quiere
perdonarnos y nos ayuda a convertirnos. Me parece
que en casos
así, además del
perdón de Dios, necesita también el perdonarse a sí misma,
empezando para ello
por pedir perdón a su hijo desde lo más hondo de su corazón
y teniéndole presente como un miembro más de la familia, que
vive con Dios con nombre propio, no olvidándole sino orándole y orando por él. En cuanto a los demás es
altamente recomendable no sólo no dejarse
llevar por el rencor y el odio hacia las personas
que le han inducido a esa solución desastrosa,
sino el esforzarse en perdonarles,
incluso con la oración. También puede ser recomendable para reparar el mal hecho la posterior
y activa militancia
en asociaciones en favor de la vida.
En el varón su
participación en el aborto tampoco queda sin consecuencias: se inhiben sus capacidades constructivas, deja
con frecuencia de
practicar sus aficiones
predilectas, como el hacer deporte, y es muy fácil que se
vean afectadas sus relaciones laborales y, sobre todo,
con su pareja.
En cuanto a los padres se tienen que sentir muy molestos
y ofendidos si el aborto se realiza
contra su voluntad, pues
es muy serio que no se tenga en cuenta su opinión
en una cuestión
de vida o muerte que afecta a su hijo. El padre,
que es tan dador de
vida como la madre, tiene todo el derecho
a luchar por su hijo, incluso si la madre no quiere seguir con el embarazo y la ley no le ampare. Ahora bien, si no quieren
saber nada del asunto
estamos ante unos sinvergüenzas e irresponsables. Y si están de acuerdo con el aborto, difícilmente evitarán
sentimientos de tristeza, culpabilidad o remordimientos, no siendo raro que cualquier
colaborador en un aborto, también él experimente el síndrome post-aborto y problemas
psicológicos como consecuencia de su acción.
En los matrimonios con hijos, el aborto es
una amenaza psicológica contra los demás hijos. Los niños se
ven perturbados al tener conocimiento
de un aborto, pues les surge
la cuestión de qué podría haberles sucedido a ellos, e incluso qué puede sucederles, si hubieran
sido o fueran un engorro para sus padres.
Sin embargo los máximos
culpables son los
que se enriquecen con este infame negocio. El aborto mueve cantidades ingentes de dinero. Los lobbies
proabortistas tienen especial empeño
en que no lleguen a puerto leyes con ayudas para la mujer
embarazada. Los propios cursillos
presuntamente de educación
sexual dados según la ideología de
género
fomentan la irresponsabilñidad y en consecuencia los embarazos no deseados, el aborto y el tomar
la píldora del día después,
que no es precisamente inofensiva. La administración Obama subvencionaba a
la industria del aborto con
quinientos millones de dólares, que Trump ha
recortado drásticamente, Recuerdo que un amigo,
que conocía a un médico que practicaba abortos, le preguntó: “¿Por qué
los haces?” Y el otro le contestó: “No tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer por dinero”.
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