EL TRABAJO EN LA
HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD
Capítulo I
EL TRABAJO, UN
TEMA RECUPERADO POR LA TEOLOGIA ESPIRITUAL
La realidad fue
que, de hecho, se llegó no solo -lo que resulta de por sí suficientemente
grave- a actitudes que se limitaban a yuxtaponer entre vida de trabajo y vida
cristiana, sino, peor aún, a planteamientos que presuponian que entre ambas
dimensiones reina una verdadera oposición, como lo denunciaba Pablo VI, en un artículo
publicado en 1960, cuando era todavía el Cardenal Montini: „Religión y trabajo.
Existe hoy algo que no solo distingue, sino que separa estas dos expresiones de
la vida humana: a veces se ignoran, en ocasiones se miran con suspicacia, otras
se oponen mutuamente. Con frecuencia conviven sin ayudarse, sin fundirse en una
espiritualidad homogénea, sin entrecruzarse en una equilibrada armonía. Cuando
son impulsadas a un acercamiento, lo hacen con temor. Si se les obliga a estar
juntas, una obstaculiza la segunda; y la segunda profana a la primera. Se diría
que no están hechas para ir de acuerdo. Se diría, incluso, que la oposición
surgida en la mentalidad trabajadora contra la religión supone algo profundo,
irreductible“ [1].
Ningún
desarrollo, ninguna realización le son dados al hombre de una vez para todas,
puesto que la historia implica el actualizarse incesante de nuestra libertad,
pero el reconocimiento de la posibilidad de una síntesis armónica entre trabajo
y espiritualidad es ya una adquisición a nivel de la conciencia cristiana, como
testimonian los textos del Concilio Vaticano II antes citados, encuadrados como
están en ese esfuerzo de la Iglesia por „dar una más plena definición de sí
misma“ [2]. Podemos hablar
así de una nueva situación teológica, de una recuperación por parte de la
teología y, concretamente, por parte de la teología espiritual del valor
específicamente cristiano y teologal del trabajo.
Si antes nos
interrogábamos acerca de las causas que pueden explicar el olvido del tema del
trabajo por parte de la teología espiritual que nos ha precedido, podemos ahora
preguntarnos: ¿qué hechos concretos han provocado esa recuperación?, ¿qué
factores han motivado esa mayor profundización en el mensaje de Cristo que ha
llevado a reconocer el valor santificador del trabajo?
Todo intento de
explicación o reconstrucción histórica es empresa arriesgada ya que los
elementos en juego son múltiples y variados y resulta difícil reducirlos de
algún modo a unidad. Esa dificultad aumenta si se trata de explicar procesos de
vida cristiana en los que -así lo reconoce todo pensador creyente- está
presente, aunque sea de modo imperceptible, la acción de Dios. „El Espíritu
Santo es quien da su espiritualidad al nuevo pueblo de Dios“, escribe Schmaus
en su tratado sobre la Iglesia[3]. El
Espíritu Santo es quien anima y hace crecer el Cuerpo de Cristo, que es la
Iglesia; los grandes cambios, los grandes movimientos no se producen en la
Iglesia por el mero juego de fuerzas naturales, ni tan siquiera por el simple
esfuerzo humano en meditar sobre la palabra de Dios, sino que es la acción
soberana del Espíritu la que mueve los hilos de una trama que va encaminando a
la Iglesia hacia esa medida de la plenitud de Cristo en la que tiene su meta.
La toma de
conciencia a la que nos hemos referido presupone esa realidad, constituye uno
de esos pasos por los que la Iglesia, asumiendo todos y cada uno de los
momentos de su pasado, los integra en un deseo de mayor fidelidad a Cristo y a
la palabra que Él nos ha transmitido, manifestando así, con su propio vivir, la
presencia viva del Espíritu. Porque -digámoslo con palabras del Beato Josemaría
Escrivá- „la Iglesia, que es un organismo vivo, demuestra su vitalidad con el
movimiento inmanente que la anima. Este movimiento es, muchas veces, algo más
que una mera adaptación al ambiente: es una intromisión en él, con ánimo
positivo y señorial. La Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, no transita
por este mundo como a través de una carrera de obstáculos, para ver cómo puede
esquivarlos o para seguir los meandros abiertos según la línea de menor
resistencia, sino que, por el contrario, camina sobre la tierra con paso firme
y seguro, abriendo Ella camino“ [4].
No es, pues,
mediante una investigación puramente erudita, y menos aún, con una consideración
meramente conceptual como conseguiremos explicarnos la historia de la Iglesia.
Es necesario saber mirar con ojos penetrantes, con ojos de fe, esa historia,
estando atentos tanto a los grandes acontecimientos como al desenvolverse
concreto del existir. Newman ha mostrado ya suficientemente la importancia de
la práctica, de la experiencia, de la vida, en el desarrollo de la doctrina
católica [5]. Y si esto es
verdad en todos los terrenos, lo es de modo muy especial en el terreno de la
doctrina espiritual. Toda pretensión de ofrecer una explicación acabada
pecaría, por eso, inevitablemente, de unilateral.
Pero una vez
dicho todo eso, y teniéndolo presente, nada impide que, sin pretensiones de
exhaustividad, apuntemos algunos de los acontecimientos y realidades que han
estado en juego en el proceso de toma de conciencia sobre el valor cristiano y,
más concretamente, santificador del trabajo. Recordemos, por ejemplo, los
movimientos culturales y sociales de inspiración cristiana surgidos como respuesta
ante los problemas planteados por la revolución industrial y por la
descristianización de amplias masas de población, ya que condujeron, aunque en
ocasiones por vía indirecta, a interrogarse sobre la vida espiritual como
fundamento de la acción. Evoquemos también a los estudio s
teológicos, bíblicos y patrísticos, nacidos, en más de una ocasión, como apoyo
o contribución a experiencias apostólicas o pastorales. Mencionemos además,
aunque su perspectiva sea diversa, diversos intentos de reflexión filosófica,
de inspiración cristiana, en diálogo crítico con las filosofías del trabajo
surgidas a partir de los inicios de la revolución industrial.
Y finalmente,
aunque en más de un caso entrecruzándose con todo lo anterior, las realidades e
iniciativas espirituales, fruto de esa acción por la que el Espíritu Santo, que
sopla donde quiere y como quiere20[6],
continúa haciendo resonar a lo largo de la historia, con acentos a la vez
perennes y nuevos, la palabra de Cristo.
En esta última
línea se sitúan el acontecimiento y la realidad en la que vamos a centrar la
atención en este libro: el nacimiento del Opus Dei en 1928 y su posterior
desarrollo y difusión, y, más concretamente, su espíritu. El mensaje proclamado
y la labor realizada por su Fundador, el Beato Josemaría Escrivá, han sido, en
efecto, uno de los caminos elegidos por el Espíritu Santo para promover la
renovación de la vida cristiana en y a través de las tareas seculares e
impulsar el reconocimiento tanto intelectual como vital del valor santificador
del trabajar humano.
Juan Pablo II
quiso dejar constancia de ello en la homilía que pronunció el 17 de mayo de
1992, con ocasión de la Beatificación del Fundador del Opus Dei. „Con
sobrenatural intuición -fueron sus palabras-, el Beato Josemaría predicó
incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado. Cristo
convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por ello,
el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se
vive en unión con Jesucristo, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, se ha unido
en cierto modo a toda la realidad del hombre y a toda la creación“. En una
sociedad en la que la fuerza técnica y la riqueza material corren el riesgo de
convertirse en un ídolo, „el nuevo Beato -continuó diciendo- nos recuerda que
estas mismas realidades, criaturas de Dios y del ingenio humano, si se usan
rectamente para gloria del Creador y al servicio de los hermanos, pueden ser
camino para el encuentro de los hombres con Cristo. „Todas las cosas de la tierra
-enseñaba-, también las actividades terrenas y temporales de los hombres, han
de ser llevadas a Dios“ [7].
Toda
beatificación constituye un reconocimiento de la santidad de vida de la persona
a la que se refiere. Las palabras pronunciadas por Juan Pablo II indican que,
en el caso de Josemaría Escrivá, ese acto eclesial y litúrgico implicaba, a la
vez, el reconocimiento de la trascendencia histórica y pastoral de un mensaje.
Mejor dicho, la confirmación de esa trascendencia, puesto que, en realidad,
había sido ya amplia y reiteradamente reconocida en años anteriores, en
especial desde que, en las décadas de 1940 y 1950, el Opus Dei recibiera las
oportunas aprobaciones pontificias. Las declaraciones públicas en ese sentido
fueron particularmente numerosas en la segunda parte de la década de 1970, a
raíz del fallecimiento de Beato Josemaría, acaecido en junio de 1975. De entre
los diversos testimonios de ese período, resultará útil citar dos,
especialmente significativos desde una perspectiva espiritual.
El primero
proviene de un artículo que el Cardenal Albino Luciani, poco después Juan Pablo
I, publicó el 25 de junio de 1978 y en el que, bajo el título „Buscando a Dios
en el trabajo cotidiano“, glosaba algunos rasgos de la espiritualidad del Opus
Dei, acudiendo, para mostrar su relevancia histórica, a la comparación con uno
de los grandes santos de la época moderna: San Francisco de Sales, bien
conocido por su preocupación por promover la vida espiritual de los cristianos
corrientes, entregados a las tareas seculares. „Escrivá de Balaguer -escribía
el entonces Patriarca de Venecia- supera en muchos aspectos a Francisco de
Sales. Este también propugna la santidad para todos, pero parece enseñar
solamente una espiritualidad de los laicos, mientras Escrivá quiere una
espiritualidad laical. Es decir, Francisco sugiere casi siempre a los laicos
los mismos medios practicados por los religiosos con las adaptaciones
oportunas. Escrivá es más radical: habla de materializar -en buen sentido- la
santificación. Para él, es el mismo trabajo material lo que debe transformarse
en oración y santidad“ [8].
El segundo está
tomado de un texto, aparecido un mes después del fallecimiento del Beato
Josemaría, que tiene por autor al Cardenal Sebastiano Baggio, en aquel momento
Prefecto de la Congregación para los Obispos, y conocedor del Fundador del Opus
Dei desde el año mismo en que este fijó su residencia en Roma, es decir, desde
1946. „Es evidente -escribe- que la vida, la obra y el mensaje del Fundador del
Opus Dei constituyen en la historia de la espiritualidad cristiana un viraje,
o, más exactamente, un capítulo nuevo y original, si consideramos esa historia
-y así debe ser- como un camino rectilíneo bajo la guía del Espíritu Santo“. A
lo largo de la historia de la Iglesia -comenta-, no han faltado predicadores o
directores de almas que han invitado a todos los hombres, cualquiera que fuera
su situación en la vida, a seguir a fondo el camino de Cristo, pero -añade- „lo
que continúa siendo revolucionario en el mensaje espiritual de Mons. Escrivá de
Balaguer es la manera práctica de orientar hacia la santidad cristiana a
hombres y mujeres de toda condición, en una palabra: al hombre de la calle
(...)“. Ese modo de concretar, en la práctica, el mensaje al que acabamos de
referirnos se basa -continúa- „en tres novedades características de la
espiritualidad del Opus Dei: 1) los seglares no deben abandonar ni despreciar
el mundo, sino quedarse dentro, amando y compartiendo la vida de sus
conciudadanos; 2) quedándose en el mundo, deben saber descubrir el valor
sobrenatural de todas las normales circunstancias de su vida, incluidas las más
prosaicas y materiales; 3) en consecuencia, el trabajo cotidiano -es decir, el
que ocupa la mayor parte del tiempo y caracteriza la personalidad de la mayoría
de las personas- es lo primero que han de santificar y el primer instrumento de
su apostolado“ [9].
Con relativa
frecuencia en testimonios como los mencionados, o en otros de la misma época,
al glosar la figura del Beato Josemaría y de su mensaje, se hace alusión a la
importancia de su contribución al proceso de renovación eclesial que había
terminado por confluir en el Concilio Vaticano II y, especialmente, en su
proclamación de la llamada a la santidad y al apostolado en y a través de las
ocupaciones seculares [10]. En el momento
del fallecimiento del Beato Josemaría Escrivá habían transcurrido solo diez
años desde la conclusión del Concilio, y era lógico que acudiera
espontáneamente a la memoria el recuerdo del gran acontecimiento conciliar para
situar con relación a él hechos, acontecimientos y doctrinas. Ahora, casi
treinta años después y en el momento del tránsito del segundo al tercer milenio
de la era cristiana, el horizonte se ha hecho más complejo, aunque el Concilio
sigue siendo un punto decisivo de referencia [11].
En todo caso,
nuestra intención no es tanto buscar antecedentes de acontecimientos concretos,
cuanto situarnos ante un gran ideal, la santificación del trabajo humano,
considerando la luz y el impulso que, a ese efecto, implica el mensaje proclamado
por el Fundador del Opus Dei. Vamos, pues, a lo largo de este ensayo, a exponer
algunos de los rasgos fundamentales de ese espíritu, considerándolo, primero,
en términos generales -lo que implicará aportar algunos datos que ayuden a
situarlo en el contexto de la historia de la espiritualidad cristiana [12]- y
analizándolo, después, de forma más detallada.
José Luis Illanes
(cont)
* Ediciones
Palabra, S. A., 2001 P. de la Castellana, 210 - 28046 Madrid * Printed in Spain
ISBN: 84-8239-533-5 Depósito legal: M. 12.251-2001
[1] 15 Un grande
problema del giorno: Religione e lavoro, en „L’Osservatore Romano”,
1-IV-1960, p. 3. Cinco años más tarde, ya Pontífice y en plena celebración del
Concilio Vaticano II, pronunciaba unas palabras, dirigidas a los participantes
en un congreso de jóvenes obreros, en las que cabe detectar un eco de ese
diagnóstico de la situación, unido a la invitación a superarla: „Toca a
vosotros llevar, volver a llevar a Cristo al mundo del trabajo y,
especialmente, a las nuevas promociones de trabajadores. No se trata de hacer
una propaganda fanática, ni de adoptar posturas de beatos, ni mucho menos de
encerrarse en círculos cerrados, o de sentirse ajeno a la participación de la
vida obrera. Se trata de no privar, a esa vida del trabajo, de su dignidad
espiritual, de sus derechos religiosos y morales; se trata de infundir en el
trabajo el sentido cristiano y humano, que lo ennoblece, lo fortifica, lo
purifica, lo conforta y lo llena de buenos sentimientos de solidaridad y
amistad, y ayuda a defender los propios intereses económicos y profesionales
con espíritu de justicia y de comprensión para el bien común. ¿No es vuestra
fe, vuestra conciencia cristiana, vuestra certeza religiosa, la que os da el
sentido más alto, más seguro, más alegre de la vida? He aquí para qué sirve la
fe: ¡sirve para la vida!“ (Discurso al IX
congreso nacional de la juventud de la Associazione Católica dei Lavoratori
Italiani, ACLI, pronunciado el 5 de enero de 1965; en lnsegnamenti di Paolo
VI, vol. III, 1965, pp. 16-17).
[2] 16 PABLO VI, Discurso
de apertura a la Segunda Sesión del Concilio Vaticano II, AAS, 54 (1963),
p. 847.
[4] 18 BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, La Constitución apostólica „Provida Mater Ecclesia“ y el Opus Dei,
Madrid 1949, p. 7 (se trata de una conferencia pronunciada en 1948 en la sede
madrileña de la Asociación Católica de Propagandistas, y luego publicada en
edición aparte).
[5] 19 Véase su Essay
on the Development of Christian Doctrine, a lo largo de toda la obra y
quizá especialmente las páginas que, al principio de la obra, dedica a poner de
manifiesto la conexión entre desarrollo dogmático y fe auténticamente vivida.
[7] 21 JUAN PABLO II, Homilia en la Misa de Beatificación del Siervo de Dios Josemaría
Escrivá de Balaguer, 17-V-1992; expresiones parecidas en el Breve
pontificio de Beatificación. Ambos textos pueden consultarse en „Romana.
Bollettino della Prelatura della Santa Croce e Opus Dei“ 8 (1992) 18-20 y
11-15.
[9] 23 S. BAGGIO, Opus
Dei: una svolta nella spiritualitá, en „Avvenire“, Milán, 26-VII-1975.
Declaraciones análogas se encuentran en escritos publicados por otras muchas
personalidades eclesiásticas; remitamos, a modo de ejemplo, a los testimonios,
dados en esas mismas fechas, de diversos cardenales: SERGIO PIGNEDOLI, Mons. Escrivá de Balaguer: un esemplaritá
spirituale, en „Il Veltro“, Roma 19 (1975) 275-282; MARCELO GONZÁLEZ
MARTÍN, ¿Cuál sería su secreto?, en
„ABC” suplemento dominical, Madrid, 24-VIII-1975; JULlUS ROSALES, Msgr. Escrivá: Profile of a saint, en
„Philippines Evening Express“, Manila, 26-VI-1976; AGNELO ROSSI, Mensagem universal de Mons. Escrivá, en
„O Estado de S. Paulo“, Sao Paulo, 27-VI y 4-VII-1976; FRANZ KÖNIG, Il significato dell’Opus Dei, en
„Corriere della Sera“, Milán, 9-XI-1975; JOHN CARBERRY, The Work of God, en „The Priest“, Huntington (Indiana), VI-1979;
LUIS APONTE, La santidad del pueblo de
Dios, una pasión de Mons. Escrivá de Balaguer, en „El Visitante de Puerto
Rico“, San Juan de Puerto Rico, 11-II-1979; PIETRO PARENTE, Le radici della spiritualitá del fondatore
dell’Opus Dei, en „L’Osservatore Rornano“, 24-VI-1979.
[10] 24 Así lo hizo, entre otros, el propio JUAN PABLO II, por ejemplo, en una homilía pronunciada durante una Misa celebrada el 19 de agosto de 1979, en la que participaba un numeroso grupo de fieles del Opus Dei: „Vuestra institución -afirmó- tiene como finalidad la santificación de la vida permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo, viviendo ciertamente inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el propio amor a Cristo . Realmente es un gran ideal el vuestro, que desde los comienzos se ha anticipado a esa teología del laicado, que caracterizó después a la Iglesia del Concilio y del postconcilio” (el original italiano de esa homilía se encuentra en „L’Osservatore Romano“, 20/21-VIII-1979; su traducción castellana, en „L’Osservatore Romano“, edición en español, 26-VIII-1979). Unos años antes, siendo todavía el Cardenal Karol Wojtvla, había tenido ocasión de aludir al Opus Dei en relación precisamente al tema que nos ocupa: el trabajo. Fue en una conferencia pronunciada en 1974, sobre el tema La evangelización y el hombre interior, y en la que, después de haber puesto de manifiesto que el crecimiento del hombre pasa a través del crecimiento interior, se preguntaba cómo se entrelaza el desarrollo humano con el progreso de la técnica y de la praxis que de ella deriva: „¿De qué manera, en definitiva, dominando la faz de la Tierra, podrá el hombre plasmar en ella su rostro espiritual?“. Acto seguido continuó: „Podremos responder a esta pregunta con la expresión -tan feliz y ya tan familiar a gentes de todo el mundo- que Mons. Escrivá de Balaguer ha difundido desde hace tantos años: „santificando cada uno el propio trabajo, santificándose en el trabajo y santificando a los otros con el trabajo“.“ Una versión castellana de esta conferencia está recogida en el libro La fe de la Iglesia. Textos del Card. Karol WojiyIa, Pamplona 1979; las frases citadas están en pp. 94-95.
[11] 25 A él remite expresamente JUAN PABLO II en los
documentos que destinó a enmarcar el Gran Jubileo del año 2000: el destinado a
orientar su preparacion y celebración y el encaminado a glosar su clausura, es
decir, la Carta apost. Tertio millennio adveniente
y la Carta. apost. Novo millennio
ineunte. En ambos documentos (cfr., especialmente, nn. 18-20 del primero y
n. 3 y 57 del segundo), lo presenta, en efecto, como acontecimiento decisivo en
la historia de la Iglesia del siglo XX y como impulso y orientación para la
actividad apostólica futura.
[12] 26 A lo largo de las páginas que siguen emplearemos
varias veces las expresiones „espíritu“, „espiritualidad“ y „espiritualidades“.
No es nuestra intención entrar en discusiones sobre la significación estricta
de tales vocablos, baste aclarar que el punto de partida de toda reflexión
sobre estos temas es la unidad esencial de la espiritualidad cristiana: no hay
cristianismo fuera de la identificación con Cristo. Por lo demás, el
significado con que en cada lugar empleamos esas voces se deduce claramente del
contexto. Sobre este punto, ver lo que hemos escrito en Mundo y santidad, cit., pp. 194-208.
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