Este 23 de agosto, jueves, me encontraba por la mañana
confesando tranquilamente en Medjugorje cuando oí algo así como berridos, uno a
unos diez metros de mi confesionario y otro mucho más cerca. Cuando abrí la
puerta del confesionario, vi a una persona en mi fila tumbada. Me acerqué y era
una adolescente que parecía estar bajo los efectos de una posesión diabólica.
Como era la primera vez en mi vida que me encontraba con algo así, me preguntaba
qué podría hacer, pero inmediatamente llegaron dos sacerdotes que también estaban
confesando y nos dijeron que eran exorcistas. Yo, naturalmente, les dejé el
campo libre, mientras una hermanilla de ella, de unos cinco o seis años de
edad, también empezó a mostrar los mismos signos. La gente, en su gran mayoría
italianos, empezó a rezar fuerte el Ave María. Me acerqué al otro, un joven
entre unos veinte y treinta años, y vi que le estaban exorcizando. Me pidieron
una estola, que entregué. Pero como me di cuenta de que allí lo único que hacía
era estorbar, me retiré y volví al confesionario. Al poco rato unos aplausos me
hicieron saber que la niña había sido liberada, mientras llegaba un aviso del
párroco de Medjugorje pidiendo que se retirase a los endemoniados a un lugar
discreto. No sé lo que pasó con la adolescente, mientras el otro siguió
montando numeritos hasta que volvió a Italia. Hasta aquí los hechos.
Cuando volví a mi casa (me hospedaba en el castillo de Patrick
y Nancy, un matrimonio plenamente al servicio de la Virgen y muy conocido allí
por el testimonio de su conversión), uno de mis compañeros era un párroco de
Roma, que a partir de septiembre, es decir, ya, iba a ser uno de los cuatro
exorcistas de la diócesis de Roma. Lógicamente, le conté lo sucedido.
Personalmente, me impresionó mucho, aunque había leído
que era posible que una niña, por definición inocente, pudiese estar poseída.
El exorcista me explicó que casi seguro alguno de sus antepasados, posiblemente
algún abuelo, había hecho un pacto con el diablo para conseguir algo que
deseaba, como una promoción, y que ése era el precio. También me explicó que el
exorcismo en esos casos era bastante fácil, mientras hay otros cuyo tratamiento
puede durar bastante tiempo, incluso largos períodos. En cuanto a la petición
del párroco, que ciertamente de esto sabe un rato, de alejar a los endemoniados
le pareció conveniente, porque el demonio quiere hacerse publicidad y meter miedo,
pues el miedo encierra a la gente en sí misma, contra lo que nos previene
Jesucristo: “Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde" (Jn 14,27),
así como el famoso “No tengáis miedo” de San Juan Pablo II.
Para el conocido exorcista de Roma Gabriele Amorth, fallecido
en 2016, el demonio actúa fundamentalmente de cuatro modos: a) por la posesión
diabólica, la más grave, cuando se apodera de una persona y actúa a través de
los miembros de esa persona; pero nunca puede adueñarse del alma, por lo que
una persona, aun poseída, puede ser espiritualmente santa y benemérita para
Dios, aunque no lo demuestra con sus acciones externas; b) las vejaciones,
cuando el demonio, aun sin poseer a las personas, se dedica a molestarlas, como
sucedió con San Pío de Pietralcina o el cura de Ars; c) la obsesión diabólica,
cuando se adueña de la mente con pensamientos obsesivos, que pueden llegar a
imposibilitar una vida normal, d) la infestación diabólica, que no afecta
directamente a las personas, sino a casas, objetos o animales, como sucedió en
el evangelio en el episodio de los cerdos y el endemoniado de Gerasa (Lc 8,
30-34).
Para combatir al demonio están los exorcismos, que es una
oración pública reservada a los sacerdotes autorizados por su obispo, y las
oraciones de liberación o sanación, que las puede hacer cualquiera, sacerdote o
laico, y no tienen fórmulas fijas. El ejemplo de Jesús nos muestra que si nosotros
no queremos, el demonio no puede vencernos, sobre todo si no descuidamos la
vigilancia y la oración, recordando también que, si caemos en el pecado, Jesús,
por medio del sacramento de la Penitencia, está dispuestísimo a perdonarnos.
Y ahora, una noticia curiosa: el 4 de septiembre, el día
que me fui, esperaban en el castillo la primera de dos tandas, de veinticinco
personas cada una, de médicos abortistas ucranianos. Cómo llegaron a Medjugorje
para mí es un misterio, pero los caminos de Jesús y la Virgen no son nuestros
caminos. El año anterior, en una primera tanda, la jefa del grupo les dijo lo
siguiente: “Hoy, subiendo al monte del Vía Crucis, he tenido la sensación que
estaba pisando el cráneo y lo huesos de los niños que hemos matado”. Naturalmente,
fue expulsada fulminantemente de su puesto de trabajo y tuvo que empezar de
nuevo, pero hoy es una de las referentes en Ucrania de la lucha por la vida.
Pedro Trevijano (por Opinión 18 septiembre 2018)
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