Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 33/34
14.
Estando en estos mismos días, el de nuestra Señora de la Asunción, en un
monasterio de la Orden del glorioso Santo Domingo, estaba considerando los
muchos pecados que en tiempos pasados había en aquella casa confesado y cosas
de mi ruin vida. Vínome un arrobamiento tan grande, que casi me sacó de mí.
Sentéme, y aun paréceme que no pude ver alzar ni oír misa, que después quedé
con escrúpulo de esto. Parecióme, estando así, que me veía vestir una ropa de
mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me la vestía. Después
vi a nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo,
que me vestían aquella ropa. Dióseme a entender que estaba ya limpia de mis
pecados. Acabada de vestir, y yo con grandísimo deleite y gloria, luego me
pareció asirme de las manos nuestra Señora: díjome que la daba mucho contento
en servir al glorioso San José, que creyese que lo que pretendía del monasterio
se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos; que no temiese habría
quiebra en esto jamás, aunque la obediencia que daba no fuese a mi gusto, porque
ellos nos guardarían, y que ya su Hijo nos había prometido andar con nosotras;
que para señal que sería esto verdad me daba aquella joya.
Parecíame
haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso,
asida
una cruz a él de mucho valor. Este oro y piedras es tan diferente de lo de acá,
que no tiene comparación; porque es su hermosura muy diferente de lo que
podemos acá imaginar, que no alcanza el entendimiento a entender de qué era la
ropa ni cómo imaginar el blanco que el Señor quiere que se represente, que parece
todo lo de acá como un dibujo de tizne, a manera de decir.
15.
Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque por figuras no
determiné ninguna particular, sino toda junta la hechura del rostro, vestida de
blanco con grandísimo resplandor, no que deslumbra, sino suave. Al glorioso San
José no vi tan claro, aunque bien vi que estaba allí, como las visiones que he
dicho que no se ven. Parecíame nuestra Señora muy niña.
Estando
así conmigo un poco, y yo con grandísima gloria y contento, más a mi parecer
que nunca le había tenido y nunca quisiera quitarme de él, parecióme que los
veía subir al cielo con mucha multitud de ángeles. Yo quedé con mucha soledad,
aunque tan consolada y elevada y recogida en oración y enternecida, que estuve
algún espacio que menearme ni hablar no podía, sino casi fuera de mí. Quedé con
un ímpetu grande de deshacerme por Dios y con tales efectos, y todo pasó de suerte
que nunca pude dudar, aunque mucho lo procurase, no ser cosa de Dios. Dejóme consoladísima
y con mucha paz.
16.
En lo que dijo la Reina de los Angeles de la obediencia, es que a mí se me
hacía de mal no darla a la Orden, y habíame dicho el Señor que no convenía
dársela a ellos. Diome las causas para que en ninguna manera convenía lo
hiciese, sino que enviase a Roma por cierta vía, que también me dijo, que El
haría viniese recado por allí. Y así fue, que se envió por donde el Señor me
dijo -que nunca acabábamos de negociarlo- y vino muy bien. Y para las cosas que
después han sucedido, convino mucho se diese la obediencia al Obispo. Mas entonces
no le conocía yo, ni aun sabía qué prelado sería, y quiso el Señor fuese tan
bueno y favoreciese tanto esta casa, como ha sido menester para la gran
contradicción que ha habido en ella -como después diré- y para ponerla en el
estado que está. Bendito sea El que así lo ha hecho todo, amén.
CAPÍTULO 34
1.
Pues por mucho cuidado que yo traía para que no se entendiese, no podía hacerse
tan secreto toda esta obra, que no se entendiese mucho en algunas personas.
Unas lo creían y otras no. Yo temía harto que, venido el Provincial, si algo le
dijesen de ello, me había de mandar no entender en ello, y luego era todo cesado.
Proveyólo
el Señor de esta manera: que se ofreció en un lugar grande, más de veinte
leguas de éste, que estaba una señora muy afligida a causa de habérsele muerto
su marido. Estábalo en tanto extremo, que se temía su salud. Tuvo noticia de
esta pecadorcilla, que lo ordenó el Señor así, que la dijesen bien de mí para
otros bienes que de aquí sucedieron. Conocía esta señora mucho al Provincial, y
como era persona principal y supo que yo estaba en monasterio que salían, pónele
el Señor tan gran deseo de verme, pareciéndole que se consolaría conmigo, que
no debía ser en su mano, sino luego procuró, por todas las vías que pudo,
llevarme allá, enviando al Provincial, que estaba bien lejos. El me envió un mandamiento,
con precepto de obediencia, que luego fuese con otra compañera. Yo lo supe la
noche de Navidad.
2.
Hízome algún alboroto y mucha pena ver que, por pensar que había en mí algún
bien, me quería llevar, que, como yo me veía tan ruin no podía sufrir esto.
Encomendándome mucho a Dios, estuve todos los maitines, o gran parte de ellos,
en gran arrobamiento.
Díjome
el Señor que no dejase de ir y que no escuchase pareceres, porque pocos me
aconsejarían sin temeridad; que, aunque tuviese trabajos, se serviría mucho
Dios, y que para este negocio del monasterio convenía ausentarme hasta ser
venido el Breve; porque el demonio tenía armada una gran trama, venido el
Provincial; que no temiese de nada, que El me ayudaría allá.
Yo
quedé muy esforzada y consolada. Díjelo al rector. Díjome que en ninguna manera
dejase de ir, porque otros me decían que no se sufría, que era invención del
demonio para que allá me viniese algún mal: que tornase a enviar al Provincial.
3.
Yo obedecí al rector, y con lo que en la oración había entendido iba sin miedo
aunque no sin grandísima confusión de ver el título con que me llevaban y cómo
se engañaban tanto. Esto me hacía importunar más al Señor para que no me
dejase. Consolábame mucho que había casa de la Compañía de Jesús en aquel lugar
adonde iba y, con estar sujeta a lo que me mandasen, como lo estaba acá, me
parecía estaría con alguna seguridad.
Fue
el Señor servido que aquella señora se consoló tanto, que conocida mejoría
comenzó luego a tener y cada día más se hallaba consolada. Túvose a mucho,
porque -como he dicho- la pena la tenía en gran aprieto; y debíalo de hacer el
Señor por las muchas oraciones que hacían por mí las personas buenas que yo
conocía porque me sucediese bien. Era muy temerosa de Dios y tan buena, que su
mucha cristiandad suplió lo que a mí me faltaba. Tomó grande amor conmigo. Yo
se le tenía harto de ver su bondad, mas casi todo me era cruz; porque los
regalos me daban gran tormento y el hacer tanto caso de mí me traía con gran
temor. Andaba mi alma tan encogida, que no me osaba descuidar, ni se descuidaba
el Señor. Porque estando allí me hizo grandísimas mercedes, y éstas me daban
tanta libertad y tanto me hacían menospreciar todo lo que veía -y mientras más
eran, más-, que no dejaba de tratar con aquellas tan señoras, que muy a mi
honra pudiera yo servirlas, con la libertad que si yo fuera su igual.
4.
Saqué una ganancia muy grande, y decíaselo. Vi que era mujer y tan sujeta a
pasiones y flaquezas como yo, y en lo poco que se ha de tener el señorío, y
cómo, mientras es mayor, tienen más cuidados y trabajos, y un cuidado de tener
la compostura conforme a su estado, que no las deja vivir; comer sin tiempo ni
concierto, porque ha de andar todo conforme al estado y no a las complexiones.
Han de comer muchas veces los manjares más conformes a su estado que no a su
gusto.
Es
así que de todo aborrecí el desear ser señora. - ¡Dios me libre de mala
compostura!-, aunque ésta, con ser de las principales del reino, creo hay pocas
más humildes, y de mucha llaneza. Yo la había lástima, y se la he, de ver cómo
va muchas veces no conforme a su inclinación por cumplir con su estado. Pues
con los criados es poco lo poco que hay que fiar, aunque ella los tenía buenos.
No se ha de hablar más con uno que con otro, sino al que se favorece ha de ser
el malquisto.
Ello
es una sujeción, que una de las mentiras que dice el mundo es llamar señores a
las personas semejantes, que no me parece son sino esclavos de mil cosas.
5.
Fue el Señor servido que el tiempo que estuve en aquella casa se mejoraban en
servir a Su Majestad las personas de ella, aunque no estuve libre de trabajos y
algunas envidias que tenían algunas personas del mucho amor que aquella señora
me tenía. Debían por ventura pensar que pretendía algún interés. Debía permitir
el Señor me diesen algunos trabajos cosas semejantes y otras de otras suertes,
porque no me embebiese en el regalo que había por otra parte, y fue servido
sacarme de todo con mejoría de mi alma.
6.
Estando allí acertó a venir un religioso, persona muy principal y con quien yo,
muchos años había, había tratado algunas veces. Y estando en misa en un
monasterio de su Orden que estaba cerca de donde yo estaba, diome deseo de
saber en qué disposición estaba aquella alma, que deseaba yo fuese muy siervo
de Dios, y levantéme para irle a hablar. Como yo estaba recogida ya en oración,
parecióme después era perder tiempo, que quién me metía a mí en aquello, y
tornéme a sentar. Paréceme que fueron tres veces las que esto me acaeció y, en
fin, pudo más el ángel bueno que el malo, y fuile a llamar y vino a hablarme a
un confesonario.
Comencéle
a preguntar y él a mí -porque había muchos años que no nos habíamos visto- de
nuestras vidas. Yo le comencé a decir que había sido la mía de muchos trabajos
de alma. Puso muy mucho en que le dijese qué eran los trabajos. Yo le dije que
no eran para saber ni para que yo los dijese. El dijo que, pues lo sabía el padre
dominico que he dicho -que era muy su amigo-, que luego se los diría y que no
se me diese nada.
7.
El caso es que ni fue en su mano dejarme de importunar ni en la mía, me parece,
dejárselo de decir. Porque con toda la pesadumbre y vergüenza que solía tener
cuando trataba estas cosas, con él y con el rector que he dicho no tuve ninguna
pena, antes me consolé mucho. Díjeselo debajo de confesión.
Parecióme
más avisado que nunca, aunque siempre le tenía por de gran entendimiento. Miré
los grandes talentos y partes que tenía para aprovechar mucho, si del todo se
diese a Dios. Porque esto tengo yo de unos años acá, que no veo persona que
mucho me contente, que luego querría verla del todo dar a Dios, con unas ansias
que algunas veces no me puedo valer. Y aunque deseo que todos le sirvan, estas
personas que me contentan es con muy gran ímpetu, y así importuno mucho al
Señor por ellas. Con el religioso que digo, me acaeció así.
8.
Rogóme le encomendase mucho a Dios, y no había menester decírmelo, que ya yo
estaba de suerte que no pudiera hacer otra cosa. Y voyme adonde solía a solas
tener oración, y comienzo a tratar con el Señor, estando muy recogida, con un
estilo abobado que muchas veces, sin saber lo que digo, trato; que el amor es
el que habla, y está el alma tan enajenada, que no miro la diferencia que haya
de ella a Dios. Porque el amor que conoce que la tiene Su Majestad, la olvida de
sí y le parece está en El y, como una cosa propia sin división, habla
desatinos. Acuérdome que le dije esto, después de pedirle con hartas lágrimas
aquella alma pusiese en su servicio muy de veras, que aunque yo le tenía por
bueno, no me contentaba, que le quería muy bueno, y así le dije: «Señor, no me habéis
de negar esta merced; mirad que es bueno este sujeto para nuestro amigo».
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA