Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 32
12.
Era esta visión con tan grandes efectos, y de tal manera esta habla que me
hacía el Señor, que yo no podía dudar que era El. Yo sentí grandísima pena,
porque en parte se me representaron los grandes desasosiegos y trabajos que me
había de costar, y como estaba contentísima en aquella casa; que, aunque antes
lo trataba, no era con tanta determinación ni certidumbre que sería. Aquí parecía
se me ponía apremio y, como veía comenzaba cosa de gran desasosiego, estaba en
duda de lo que haría. Mas fueron muchas veces las que el Señor me tornó a
hablar en ello, poniéndome delante tantas causas y razones que yo veía ser
claras y que era su voluntad, que ya no osé hacer otra cosa sino decirlo a mi
confesor, y dile por escrito todo lo que pasaba.
13.
El no osó determinadamente decirme que lo dejase, mas veía que no llevaba
camino conforme a razón natural, por haber poquísima y casi ninguna posibilidad
en mi compañera, que era la que lo había de hacer. Díjome que lo tratase con mi
prelado, y que lo que él hiciese, eso hiciese yo.
Yo
no trataba estas visiones con el prelado, sino aquella señora trató con él que
quería hacer este monasterio. Y el provincial vino muy bien en ello, que es
amigo de toda religión, y diole todo el favor que fue menester, y díjole que él
admitiría la casa. Trataron de la renta que había de tener. Y nunca queríamos
fuesen más de trece por muchas causas.
Antes
que lo comenzásemos a tratar, escribimos al santo Fray Pedro de Alcántara todo
lo que pasaba, y aconsejónos que no lo dejásemos de hacer, y dionos su parecer
en todo.
14.
No se hubo comenzado a saber por el lugar, cuando no se podrá escribir en breve
la gran persecución que vino sobre nosotras, los dichos, las risas, el decir
que era disparate. A mí, que bien me estaba en mi monasterio. A la mi compañera
tanta persecución, que la traían fatigada. Yo no sabía qué me hacer. En parte
me parecía que tenían razón.
Estando
así muy fatigada encomendándome a Dios, comenzó Su majestad a consolarme y a
animarme. Díjome que aquí vería lo que habían pasado los santos que habían
fundado las Religiones; que mucha más persecución tenía por pasar de las que yo
podía pensar; que no se nos diese nada. Decíame algunas cosas que dijese a mi
compañera; y lo que más me espantaba yo es que luego quedábamos consoladas de
lo pasado y con ánimo para resistir a todos. Y es así que de gente de oración y
todo, en fin, el lugar no había casi persona que entonces no fuese contra
nosotras y le pareciese grandísimo disparate.
15.
Fueron tantos los dichos y el alboroto de mi mismo monasterio, que al
Provincial le pareció recio ponerse contra todos, y así mudó el parecer y no la
quiso admitir. Dijo que la renta no era segura y que era poca, y que era mucha
la contradicción. Y en todo parece tenía razón. Y, en fin, lo dejó y no lo
quiso admitir.
Nosotras,
que ya parecía teníamos recibidos los primeros golpes, dionos muy gran pena; en
especial me la dio a mí de ver al Provincial contrario, que, con quererlo él,
tenía yo disculpa con todos. A la mi compañera ya no la querían absolver si no
lo dejaba, porque decían era obligada a quitar el escándalo.
16.
Ella fue a un gran letrado muy gran siervo de Dios, de la Orden de Santo
Domingo, a decírselo y darle cuenta de todo. Esto fue aun antes que el
Provincial lo tuviese dejado, porque en todo el lugar no teníamos quien nos
quisiese dar parecer. Y así decían que sólo era por nuestras cabezas. Dio esta
señora relación de todo y cuenta de la renta que tenía de su mayorazgo a este
santo varón, con harto deseo nos ayudase, porque era el mayor letrado que entonces
había en el lugar, y pocos más en su Orden. Yo le dije todo lo que pensábamos
hacer y algunas causas. No le dije cosa de revelación ninguna, sino las razones
naturales que me movían, porque no quería yo nos diese parecer sino conforme a
ellas.
El
nos dijo que le diésemos de término ocho días para responder, y que si
estábamos determinadas a hacer lo que él dijese. Yo le dije que sí; mas aunque
yo esto decía y me parece lo hiciera (porque no
veía
camino por entonces de llevarlo adelante), nunca jamás se me
quitaba
una seguridad de que se había de hacer. Mi compañera tenía más fe; nunca ella,
por cosa que la dijesen, se determinaba a dejarlo.
17.
Yo, aunque como digo me parecía imposible dejarse de hacer, de tal manera creo
ser verdadera la revelación, como no vaya contra lo que está en la Sagrada
Escritura o contra las leyes de la Iglesia que somos obligadas a hacer. Porque,
aunque a mí verdaderamente me parecía era de Dios, si aquel letrado me dijera que
no lo podíamos hacer sin ofenderle y que íbamos contra conciencia, paréceme
luego me apartara de ello o buscara otro medio. Mas a mí no me daba el señor
sino éste.
Decíame
después este siervo de Dios que lo había tomado a cargo con toda determinación
de poner mucho en que nos apartásemos de hacerlo, porque ya había venido a su
noticia el clamor del pueblo, y también le parecía desatino, como a todos, y en
sabiendo habíamos ido a él, le envió a avisar un caballero que mirase lo que hacía,
que no nos ayudase. Y que, en comenzando a mirar en lo que nos había de
responder y a pensar en el negocio y el intento que llevábamos y manera de
concierto y religión, se le asentó ser muy en servicio de Dios, y que no había
de dejar de hacerse.
Y
así nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo, y dijo la manera y traza que
se había de tener; y aunque la hacienda era poca, que algo se había de fiar de
Dios; que quien lo contradijese fuese a él, que él respondería. Y así siempre
nos ayudó, como después diré.
18.
Con esto fuimos muy consoladas y con que algunas personas santas, que nos
solían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y algunas nos ayudaban.
Entre
ellas era el caballero santo, de quien ya he hecho mención,que, como lo es y le
parecía llevaba camino de tanta perfección, por ser todo nuestro fundamento en
oración, aunque los medios le parecían muy dificultosos y sin camino, rendía su
parecer a que podía ser cosa de Dios, que el mismo señor le debía mover.
Y
así hizo al maestro, que es el clérigo siervo de Dios que dije que había
hablado primero, que es espejo de todo el lugar, como persona que le tiene Dios
en él para remedio y aprovechamiento de muchas almas, y ya venía en ayudarme en
el negocio.
Y
estando en estos términos y siempre con ayuda de muchas oraciones y teniendo
comprada ya la casa en buena parte, aunque pequeña...; mas de esto a mí no se
me daba nada, que me había dicho el Señor que entrase como pudiese, que después
yo vería lo que Su majestad hacía. ¡Y cuán bien que lo he visto! Y así, aunque veía
ser poca la renta, tenía creído el Señor lo había por otros medios de ordenar y
favorecernos.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA