Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 38
18. Esta misma visión he visto otras tres veces. Es,
a mi parecer, la más subida visión que el Señor me ha hecho merced que vea, y trae
consigo grandísimos provechos. Parece que purifica el alma en gran manera, y
quita la fuerza casi del todo a esta nuestra sensualidad. Es una llama grande,
que parece abrasa y aniquila todos los deseos de la vida; porque ya que yo,
gloria a Dios, no los tenía en cosas vanas, declaróseme aquí bien cómo era todo
vanidad, y cuán vanos, y cuán vanos son los señoríos de acá. Y es un
enseñamiento grande para levantar los deseos en la pura verdad. Queda imprimido
un acatamiento que no sabré yo decir cómo, mas es muy diferente de lo que acá
podemos adquirir. Hace un espanto al alma grande de ver cómo osó, ni puede
nadie osar, ofender una majestad tan grandísima.
19.
Algunas veces habré dicho estos efectos de visiones y otrascosas, mas ya he
dicho que hay más y menos aprovechamiento; de ésta queda grandísimo.
Cuando
yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella majestad grandísima que había
visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento (y muchas
veces quiere el Señor que le vea en la Hostia), los cabellos se me espeluzaban,
y toda parecía me aniquilaba. ¡Oh Señor mío! Mas si no encubrierais vuestra
grandeza, ¿quién osara llegar tantas veces a juntar cosa tan sucia y miserable
con tan gran majestad? ¡Bendito seáis, Señor!
Alaben
os los ángeles y todas las criaturas, que así medís las cosa con nuestra
flaqueza, para que, gozando de tan soberanas mercedes, no nos espante vuestro
gran poder de manera que aun no las osemos gozar, como gente flaca y miserable.
20.
Podríanos acaecer lo que a un labrador, y esto sé cierto que pasó así; hallóse
un tesoro, y como era más que cabía en su ánimo, que era bajo, en viéndose con
él le dio una tristeza, que poco a poco se vino a morir de puro afligido y
cuidadoso de no saber qué hacer de él. Si no le hallara junto, sino que poco a
poco se le fueran dando y sustentando con ello, viviera más contento que siendo
pobre, y no le costara la vida.
21.
¡Oh riqueza de los pobres, y qué admirablemente sabéis sustentar las almas y,
sin que vean tan grandes riquezas, poco a poco se las vais mostrando!
Cuando
yo veo una majestad tan grande disimulada en cosa tan poca como es la Hostia,
es así que después acá a mí me admira sabiduría tan grande, y no sé cómo me da
el Señor ánimo ni esfuerzo para llegarme a El; si El, que me ha hecho tan
grandes mercedes y hace, no me le diese, ni sería posible poderlo disimular, ni
dejar de decir a voces tan grandes maravillas. ¿Pues qué sentirá una miserable
como yo, cargada de abominaciones y que con tan poco temor de Dios ha gastado
su vida, de verse llegar a este Señor de tan gran majestad cuando quiere que mi
alma le vea?
¿Cómo
ha de juntar boca, que tantas palabras ha hablado contra el mismo Señor, a
aquel cuerpo gloriosísimo, lleno de limpieza y de piedad? Que duele mucho más y
aflige al alma, por no le haber servido, el amor que muestra aquel rostro de
tanta hermosura con una ternura y afabilidad, que temor pone la majestad que ve
en El.
Mas
¿qué podría yo sentir dos veces que vi esto que diré?.
22.
Cierto, Señor mío y gloria mía, que estoy por decir que, en alguna manera, en
estas grandes aflicciones que siente mi alma he hecho algo en vuestro servicio.
¡Ay... que no sé qué me digo..., que casi sin hablar yo, escribo ya esto!;
porque me hallo turbada y algo fuera de mí, como he tornado a traer a mi
memoria estas cosas.
Bien
dijera, si viniera de mí este sentimiento, que había hecho algo por Vos, Señor
mío. Mas, pues no puede haber buen pensamiento si Vos no le dais, no hay qué me
agradecer. Yo soy la deudora, Señor, y Vos el ofendido.
23.
Llegando una vez a comulgar, vi dos demonios con los ojos del alma, más claro
que con los del cuerpo, con muy abominable figura.
Paréceme
que los cuernos rodeaban la garganta del pobre sacerdote, y vi a mi Señor con
la majestad que tengo dicha puesto en aquellas manos, en la Forma que me iba a
dar, que se veía claro ser ofendedoras suyas; y entendí estar aquel alma en
pecado mortal.
¿Qué
sería, Señor mío, ver vuestra hermosura entre figuras tan abominables? Estaban
ellos como amedrentados y espantados delante de Vos, que de buena gana parece
que huyeran si Vos los dejarais ir. Diome tan gran turbación, que no sé cómo
pude comulgar, y quedé con gran temor, pareciéndome que, si fuera visión de Dios,
que no permitiera Su Majestad viera yo el mal que estaba en aquel alma. Díjome
el mismo Señor que rogase por él, y que lo había permitido para que entendiese
yo la fuerza que tienen las palabras de la consagración, y cómo no deja Dios de
estar allí por malo que sea el sacerdote que las dice, y para que viese su gran
bondad, cómo se pone en aquellas manos de su enemigo, y todo para bien mío y de
todos.
Entendí
bien cuán más obligados están los sacerdotes a ser buenos que otros, y cuán
recia cosa es tomar este Santísimo Sacramento indignamente, y cuán señor es el
demonio del alma que está en pecado mortal. Harto gran provecho me hizo y harto
conocimiento me puso de lo que debía a Dios. Sea bendito por siempre jamás.
24.
Otra vez me acaeció así otra cosa que me espantó muy mucho.
Estaba
en una parte adonde se murió cierta persona que había vivido harto mal, según
supe, y muchos años; mas había dos que tenía enfermedad y en algunas cosas
parece estaba con enmienda.
Murió
sin confesión, mas, con todo esto, no me parecía a mí que se había de condenar.
Estando amortajando el cuerpo, vi muchos demonios tomar aquel cuerpo, y parecía
que jugaban con él, y hacían también justicias en él, que a mí me puso gran
pavor, que con garfios grandes le traían de uno en otro. Como le vi llevar a enterrar
con la honra y ceremonias que a todos, yo estaba pensando la bondad de Dios
cómo no quería fuese infamada aquel alma, sino que fuese encubierto ser su
enemiga.
25.
Estaba yo medio boba de lo que había visto. En todo el Oficio no vi más
demonio. Después, cuando echaron el cuerpo en la sepultura, era tanta la
multitud que estaban dentro para tomarle, que yo estaba fuera de mí de verlo, y
no era menester poco ánimo para disimularlo.
Consideraba
qué harían de aquel alma cuando así se enseñoreaban del triste cuerpo.
Pluguiera al Señor que esto que yo vi -¡cosa tan espantosa!- vieran todos los
que están en mal estado, que me parece fuera gran cosa para hacerlos vivir
bien.
Todo
esto me hace más conocer lo que debo a Dios y de lo que me ha librado. Anduve
harto temerosa hast` que lo traté con mi confesor, pensando si era ilusión del
demonio para infamar aquel alma, aunque no estaba tenida por de mucha
cristiandad. Verdad es que, aunque no fuese ilusión, siempre me hace temor que
se me acuerda.
26.
Ya que he comenzado a decir de visiones de difuntos, quiero decir algunas cosas
que el Señor ha sido servido en este caso que vea de algunas almas. Diré pocas,
por abreviar y por no ser necesario, digo, para ningún aprovechamiento.
Dijéronme
era muerto un nuestro Provincial que había sido, (y cuando murió, lo era de
otra Provincia), a quien yo había tratado y debido algunas buenas obras. Era
persona de muchas virtudes.
Como
lo supe que era muerto, diome mucha turbación, porque temí su salvación, que
había sido veinte años prelado, cosa que yo temo mucho, cierto, por parecerme
cosa de mucho peligro tener cargo de
almas,
y con mucha fatiga me fui a un oratorio. Dile todo el bien que
había
hecho en mi vida, que sería bien poco, y así lo dije al Señor que supliesen los
méritos suyos lo que había menester aquel alma para salir de purgatorio.
27.
Estando pidiendo esto al Señor lo mejor que yo podía, parecióme salía del
profundo de la tierra a mi lado derecho, y vile subir al cielo con grandísima
alegría. El era ya bien viejo, mas vile de edad de treinta años, y aun menos me
pareció, y con resplandor en el rostro. Pasó muy en breve esta visión; mas en
tanto extremo quedé consolada, que nunca me pudo dar más pena su muerte, aunque
veía fatigadas personas hartas por él, que era muy bienquisto. Era tanto el
consuelo que tenía mi alma, que ninguna cosa se me daba, ni podía dudar en que
era buena visión, digo que no era ilusión.
Había
no más de quince días que era muerto. Con todo, no descuidé de procurar le
encomendasen a Dios y hacerlo yo, salvo que no podía con aquella voluntad que
si no hubiera visto esto; porque, cuando así el Señor me lo muestra y después
las quiero encomendar a Su Majestad, paréceme, sin poder más, que es como dar
limosna al rico. Después supe -porque murió bien lejos de aquíla muerte que el
Señor le dio, que fue de tan gran edificación, que a todos dejó espantados del
conocimiento y lágrimas y humildad con que murió.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA
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